Pese a su férreo autodominio, Metelo el Numídico comenzó a menear insistentemente la cabeza. Cota lo advirtió y miró al enemigo de Cayo Mario, que era amigo personal suyo, pues Cota no era ferviente partidario de Mario.
—Vuestro hijo, Quinto Cecilio Metelo el Numidico, ha sobrevivido indemne, pero no es un cobarde. Salvó al cónsul Cneo Malio y a algunos de su estado mayor. Sin embargo, si han perecido los dos hijos de Cneo Malio. De los veinticuatro tribunos militares electos, sólo han salvado la vida tres, Marco Livio Druso, Sexto Julio César y Quinto Servilio Cepio hijo. Marco Livio y Sexto Livio están gravemente heridos. Quinto Servilio hijo, que mandaba la legión de tropas más bisoñas cerca del río, se salvó cruzándolo a nado, ignoro en qué circunstancias de integridad personal.
Cota hizo una pausa para carraspear, preguntándose si el gran alivio en la mirada de Metelo el Numidico era principalmente porque se hubiese salvado su hijo o por haberse enterado de que no había sido un cobarde.
—Pero estas bajas no son nada comparadas con el hecho de que ningún centurión veterano de ninguno de los dos ejércitos ha sobrevivido. ¡Roma se ha quedado sin oficiales, padres conscriptos! El gran ejército de la Galia Transalpina no existe. —Hizo otra pausa—. Nunca existió, por culpa de Quinto Servilio Cepio.
Afuera de las grandes puertas de bronce de la curia hostilia, los que estaban más cerca para oír lo que se decía iban difundiendo las noticias y la multitud seguía aumentando y ahora se extendía por el Argiletum, el Clivus Argentarius, el bajo Foro Romano y por detrás de la fuente de los Comicios. Era una muchedumbre gigantesca pero silenciosa: lo único que se oía eran sollozos. Roma había perdido la batalla crucial y los germanos tenían vía libre hacia la península itálica.
Antes de que Cota pudiera sentarse, se oyó hablar a Escauro.
—¿Y dónde se hallan en este momento los germanos, Marco Aurelio? ¿Estaban muy al sur de Arausio cuando salisteis para traer la noticia?
—Sinceramente, no lo sé, príncipe del Senado. Cuando concluyó la batalla, que sólo duró cuestión de una hora, los germanos volvieron grupas hacia el norte, por lo visto para recoger sus carros, mujeres y niños, que habían dejado al norte del campamento de caballería. Pero cuando yo salí no habían vuelto. Hablé con un germano que Marco Aurelio Escauro había tenido de intérprete cuando vinieron los jefes germanos a parlamentar, a quien al capturar y reconocer como germano no hicieron daño, y, según él, los bárbaros discutieron y se dividieron en tres grupos. Por lo visto ninguno de estos tres grupos se siente con suficiente valor para continuar solo hacia el sur por nuestro territorio y se dirigen a Hispania por diversas rutas a través de las tierras de los galos cabelludos. Pero esa rencilla la indujo el vino romano cobrado en el botín y no puede preverse si será duradera. Tampoco es muy seguro que el intérprete dijera la verdad o parte de la verdad. Dice que se escapó y regresó porque ya no quiere ser germano, pero pudiera ser que los propios germanos le enviasen para disipar nuestros temores y hacer más fácil presa en nosotros. Lo único que puedo deciros con certeza es que cuando yo partí no había indicios de movimiento germano hacia el sur —respondió Cota, tomando asiento.
Rutilio Rufo se puso en pie.
—No es ocasión para entrar en debate, padres conscriptos —dijo—. Ni para recriminaciones y más enfrentamientos. Hoy es día de acción.
—¡Muy bien! ¡Muy bien! —exclamó alguien en las filas de atrás.
—Mañana son los idus de octubre —prosiguió Rutilio Rufo— y eso quiere decir que ha concluido la temporada de campañas. Pero nos queda muy poco tiempo si queremos evitar que los germanos invadan Italia en cualquier momento, como parece probable. He formulado un plan de actuación que voy a presentaros, pero antes voy a hacer una solemne advertencia. Al menor signo de discusión, disensión o cualquier otra forma de partidismo en la cámara, presentaré el plan al pueblo y haré que lo apruebe la Asamblea de la plebe. Así, os privaré, conscriptos padres, de vuestra prerrogativa a dirigir los asuntos relativos a la defensa de Roma. La conducta de Quinto Servilio Cepio es exponente de la gran debilidad de la institución senatorial, es decir, su negativa a admitir que la casualidad, la fortuna y la suerte a veces se concatenan y hacen surgir hombres de las capas sociales más bajas con grandes dotes que todos nosotros consideramos inherentes al linaje y a la tradición para gobernar al pueblo de Roma y tener el mando de sus ejércitos.
Se había dado la vuelta, dirigiendo la voz hacia las puertas abiertas, y su palabra se difundía por encima de la multitud hacia la zona de los comicios.
—Vamos a necesitar todos los hombres útiles de toda Italia, eso desde luego. Desde los del censo por cabezas hasta las órdenes y clases del Senado, ¡todos los hombres útiles! Por lo tanto os pido un decreto pidiendo a la Asamblea de la plebe que redacte inmediatamente una ley prohibiendo a todo el que tenga entre diecisiete y treinta y cinco años abandonar las costas de Italia o cruzar el Arnus y el Rubico hacia la Galia itálica. Mañana quiero que haya correos dispuestos para dirigirse al galope a todos los puertos de la peninsula con órdenes para que ninguna nave acepte hombres libres útiles como marineros ni pasajeros. Eludir el servicio militar se penará con la muerte, tanto por parte del que lo eluda como del que lo consienta.
Nadie decía una palabra; ni Escauro, príncipe del Senado, ni Metelo el Numídico, ni Metelo Dalmático, pontífice máximo, ni Ahenobarbo padre, ni Catulo César, ni Escipión Nasica. Bien, pensó Rutilio Rufo. Así no habrá oposición a la ley.
—Todo el personal disponible será enviado a reclutar soldados de todas las clases desde el censo por cabezas hasta la senatorial. Y eso significa, padres conscriptos, que los que entre vosotros tengan treinta y cinco años o menos irán inmediatamente destinados a las legiones, independientemente del número de campañas en que hayáis servido anteriormente. Si aplicamos la ley con energía, conseguiremos soldados. Si no, mucho me temo que no obtengamos los precisos. Quinto Servilio limpió las últimas bolsas de pequeños propietarios en toda Italia y Cneo Malio alistó a casi setenta mil proletarios del censo por cabezas como soldados o tropas auxiliares.
"Así que tendremos que tener en cuenta los ejércitos que tengamos en otros países. En Macedonia sólo disponemos de dos legiones, las dos auxiliares y a las que posiblemente sea imposible desplazar. En Hispania, dos legiones en la provincia Ulterior y una en la Citerior; dos de ellas son romanas y la otra de tropas auxiliares, y no sólo tienen que permanecer allí, sino que deben reforzarse notablemente ya que los germanos se proponen invadir Hispania.
Hizo una pausa, y Escauro, príncipe del Senado, se hizo oir por fin.
—¡Adelante, Publio Rutilio! —exclamó enojado—. ¡Pasad a Africa y a Cayo Mario!
Rutilio Rufo parpadeó, fingiendo sorpresa.
—¡Ah, gracias, príncipe del Senado, gracias! ¡Si no lo hubierais mencionado, podría haberlo olvidado! ¡Por algo os llaman el perro guardián del Senado! ¿Que haríamos sin vos?
—¡Ahorraos vuestros sarcasmos, Publio Rutilio! —masculló Escauro—. ¡ Continuad!
—¡Desde luego! Hay tres aspectos de la guerra en Africa que deseo mencionar. El primero es su acertada conclusión, con un enemigo totalmente batido, un rey enemigo con su familia que en estos momentos se encuentra en Roma como rehén en casa de nuestro noble Quinto Cecilio Metelo el Meneítos... oh, os ruego que me perdonéis, Quinto Cecilio, el Numídico, quería decir. Bien, que se encuentra aquí en Roma.
—El segundo aspecto —prosiguió— es la existencia de un ejército de seis legiones formadas por proletarios, sí, pero estupendamente entrenados, valientes y con excelentes oficiales, desde los centuriones más jóvenes y cadetes tribunos hasta los legados. Y cuenta con una fuerza de caballería de dos mil jinetes igualmente avezados y valientes.
Rutilio Rufo se detuvo, dio media vuelta y dirigió a los senadores una sonrisa de lobo.
—El tercer aspecto, padres conscriptos, es un hombre. Un solo hombre. Me refiero, naturalmente, al procónsul Cayo Mario, comandante en jefe del ejército de Africa y único artífice de una victoria tan absoluta que merece parangón con las victorias de Escipión Emiliano. El peligro en Africa para los ciudadanos de Roma, sus propiedades, su provincia y el abastecimiento de trigo ha desaparecido. De hecho, Cayo Mario nos ha legado una Africa tan pacificada que ni siquiera es necesario dejar allí una legión para guarnecerla.
Bajó del estrado en el que estaban las sillas curules y por las losas blancas y negras del antiguo suelo se dirigió a las puertas, desde donde llegara su voz al Foro.
—Roma necesita un general más que soldados y centuriones. Como dijo en cierta ocasión el propio Cayo Mario en esta misma cámara, millares y millares de soldados romanos han perecido en los pocos años que van desde la muerte de Cayo Graco... ¡única mente por la incompetencia de los hombres que los mandaban a ellos y a los centuriones! Y cuando Cayo Mario dijo estas palabras, Italia tenía cien mil hombres más de los que tiene en este momento. ¿Y cuántos soldados, centuriones y fuerzas auxiliares ha perdido Cayo Mario? ¡Prácticamente ninguno, padres conscriptos! Hace tres años llevó seis legiones a Africa y aún cuenta con esas seis legiones en perfecto estado. ¡Seis legiones veteranas, seis legiones con centuriones!
Hizo una pausa y alzó la voz cuanto podía.
—¡Cayo Mario es la solución a la necesidad que tiene Roma de un general competente!
Su silueta pequeña y delgada se destacó unos instantes contra la masa de los que escuchaban en el porche, mientras regresaba a lo largo de la cámara hasta el estrado, donde se detuvo.
—Habéis escuchado a Marco Aurelio Cota decir que había habido una rencilla entre los germanos, y que de momento parece que han desistido de migrar a través de la provincia de la Galia Transalpina. Creo que no deberíamos quedarnos tan tranquilos por ese informe. Debemos tomarlo con escepticismo y que no nos haga incurrir en mayores necedades. No obstante, un hecho parece cierto: disponemos de este invierno para prepararnos. Y la primera fase de preparación debe ser nombrar a Cayo Mario procónsul en la Galia, con un imperium que no se le derogue hasta que venzamos a los germanos.
Se oyó un murmullo generalizado, precursor de protestas. Y luego se alzó la voz de Metelo el Numídico.
—¿Dar a Cayo Mario el gobierno de la Galia Transalpina con imperium proconsular de varios años? —inquirió con tono de incredulidad—. ¡Por encima de mi cadáver!
Rutilio Rufo dio una patada y esgrimió el puño.
—¡Ah, por los dioses, ya empezamos! —exclamó—. Quinto Cecilio, ¿aún no entendéis la magnitud de nuestros apuros? ¡Necesitamos un general de la categoría de Cayo Mario!
—Necesitamos sus tropas —replicó Escauro, príncipe del Senado, alzando la voz—. ¡No necesitamos a Cayo Mario! Hay otros tan buenos como él.
—¿Os referís a vuestro amigo Quinto Cecilio el Meneitos, Marco Aurelio? —replicó Rutilio Rufo con ironía—. ¡No digáis bobadas! Quinto Cecilio estuvo dos años en Africa perdiendo el tiempo; lo sé porque yo estaba allí. Yo he servido con Quinto Cecilio, y lo de Meneítos es un buen epíteto para él, porque es tan indeciso calculando como una mujer veleidosa. Y también he colaborado con Cayo Mario, y quizá no sea pedir demasiado que algunos miembros de esta cámara recuerden que yo mismo no soy de despreciar en el terreno militar. ¡A mi se me habría debido dar el mando en la Galia Transalpina y no a Cneo Malio Maximo! Pero eso es agua pasada y no tengo tiempo que perder en reproches.
"¡Os repito, padres conscriptos, que la apurada situación de Roma exige urgentemente que cese ese alcahueteo de unos cuantos en la cima de este noble árbol! Os lo repito, padres conscriptos, a los que os sentáis en el tercio medio de los dos lados de esta cámara, a los que os sentáis en el tercio posterior de ambos lados de esta cámara, que sólo hay un hombre con capacidad para conjurar este peligro! ¡Y que ese hombre es Cayo Mario! ¡Qué importa que no figure en el registro genealógico! ¿Qué más da que no sea un romano descendiente de romanos? ¡Quinto Servilio Cepio es un romano auténtico y mirad dónde nos ha dejado! ¿Sabéis dónde nos ha dejado? ¡En la pura mierda!
Rutilio Rufo clamaba indignado y con miedo, miedo de que no comprendieran el motivo de su propuesta.
—¡Honorables miembros de esta cámara, hombres de bien, compañeros senadores! ¡Os suplico que en esta ocasión dejéis a un lado vuestros prejuicios! ¡Tenemos que dar a Cayo Mario poder proconsular en la Galia Transalpina todo el tiempo que sea preciso hasta que los germanos retrocedan a Germania!
Esta última súplica apasionada dio resultado. Se había hecho con ellos. Escauro lo sabía y Metelo el Numídico también se daba cuenta.
El pretor Manio Aquilio se puso en pie; era un hombre de probada alcurnia, pero de una familia cuya historia estaba sembrada de más actos de codicia que de gloria. Había sido su padre quien, en las guerras ulteriores a cuando el rey Atala de Pérgamo legó su reino a Roma, había vendido todo el tertitorio de Frigia al rey Mitrídates del Ponto por una gran suma de oro, dejando por ello el misterioso oriente de la Asia Menor occidental.
—Publio Rutilio, pido la palabra —dijo.
—Hablad —contestó Rutilio Rufo, sentándose, agotado.
—¡Pido la palabra! —exclamó irritado Escauro, príncipe del Senado.
—Después de Manio Aquilio —dijo Rutilio Rufo conciliador.
—Publio Rutilio, Marco Emilio, padres conscriptos —comenzó correctamente Aquilio—, coincido con el cónsul en que sólo hay un hombre con capacidad para sacarnos de apuros, y estoy de acuerdo en que ese hombre es Cayo Mario. Pero la solución que nuestro estimado cónsul propone no es la adecuada. No podemos restar posibilidades a Cayo Mario con un imperium proconsular limitado a la Galia Transalpina. En primer lugar, ¿qué sucederá si la guerra trasciende de la Galia Transalpina? ¿Qué sucederá si se extiende a la Galia itálica, a Hispania o a la propia Italia? ¡Pues que el mando pasaría automáticamente al gobernador correspondiente o al cónsul del año! Cayo Mario cuenta con muchos enemigos en esta cámara. Y yo, para empezar, no estoy muy seguro de que esos enemigos antepongan el interés de Roma a sus rencores. La negativa de Quinto Servilio Cepio a colaborar con Cneo Malio Máximo constituye inequívoco ejemplo de lo que sucede cuando un miembro de la antigua nobleza antepone su dignitas a la dignitas de Roma.