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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (8 page)

BOOK: El Prefecto
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—Al menos recuerda algo.

—Los otros le contarán lo mismo. —Anthony Theobald miró fijamente a Dreyfus—. Hay otros, ¿verdad?

—No lo sé. No he completado los interrogatorios.

—¿Va a interrogar a Dravidian?

—Interrogaré a cualquiera que tenga algo que decir sobre el ataque.

—No puede dejar esta atrocidad impune, prefecto. Algo inenarrable le sucedió a Ruskin-Sartorious. Alguien tiene que pagar por ello.

—Estoy seguro de que alguien lo hará —dijo Dreyfus.

Cuando devolvió la simulación al depósito (en contra de su voluntad), Dreyfus se tomó un minuto para anotar sus pensamientos en su compad. Tal vez su afirmación sobre lo que opinaba de los niveles beta no había facilitado las cosas, pero sentía que el patriarca de Ruskin-Sartorious había mostrado una innegable hostilidad. Aunque sería un error buscar tres pies al gato. A nadie le gustaba demasiado Panoplia y los muertos resucitados no eran una excepción.

Invocó al segundo recuperable válido y optó por adoptar una táctica un poco menos dura.

—Hola, Vernon —dijo Dreyfus dirigiéndose al joven que acaba de aparecer. Tenía un rostro agradable y una mata de pelo rubio y rizado—. Bienvenido a Panoplia. Siento mucho tener que decirle esto pero, por si mi colega no se lo ha aclarado, su original está muerto.

—Lo suponía —dijo Vernon Tregent—. De todos modos, quiero saber qué le ha pasado a Delphine. Su colega no ha querido decirme nada. ¿Logró escapar? ¿Su beta le ha dicho algo?

—Hablaremos de ello dentro de un momento. Primero necesito aclarar una cosa. Espero que no se ofenda por lo que voy a decirle, pero hay personas que creen en la santidad de los niveles beta y personas que no, y me temo que yo pertenezco a este último grupo.

—Está bien —dijo Vernon encogiéndose de hombros—. Yo tampoco creo en la santidad de los niveles beta.

Dreyfus parpadeó, sorprendido.

—¿Cómo es posible que no crea? Usted es uno.

—Pero las creencias de Vernon controlan mis respuestas, como se ha demostrado en innumerables ocasiones. Vernon estaba completamente convencido de que los niveles beta no eran más que simulacros inteligentes. Por lo tanto, comparto esa opinión.

—Bien… —dijo Dreyfus, menos seguro de sí mismo—. Eso facilita mucho las cosas.

Entonces sintió el impulso de darle más información de la que normalmente habría considerado prudente.

—Hemos recuperado a Delphine. Aún tengo que interrogarla, pero mi colega piensa que podrá ser una testigo útil.

Vernon cerró los ojos. Levantó la barbilla, como si estuviera dando gracias al blanco infinito que servía de techo.

—Me alegro. Si alguien merecía escapar de allí, esa era Delphine. Ahora, cuénteme lo que sucedió.

—¿Le suena de algo el nombre de Dravidian?

—Si se refiere al capitán ultra… sí, me suena de mucho. ¿Qué sucedió?

—¿No se acuerda?

—No se lo preguntaría si me acordara.

Lo mismo que Anthony Theobald
, pensó Dreyfus. Ningún recuerdo de los acontecimientos finales porque los sistemas de grabación no habían tenido tiempo de actualizar los modelos de nivel beta en los núcleos procesadores.

—Su hábitat fue destruido —dijo—. Parece que el capitán (suponiendo que Dravidian diera la orden) decidió partirlo en dos con su motor.

—No es posible que Dravidian… —Pero la voz de Vernon se fue apagando, como si solo ahora hiciera mella en él la repugnancia de aquel crimen—. No puedo creer que hiciera algo tan cruel, tan desproporcionado. ¿No hay duda de que sucedió?

—Yo mismo he estado en las ruinas. Las pruebas forenses son irrebatibles. Y otro de mis testigos dice que a Dravidian no le gustó que se cancelara el trato.

Vernon se puso las yemas de los dedos en las sienes y apretó los ojos.

—Recuerdo que estábamos a punto de cerrar el trato. Luego llegó un mensaje… recuerdo que lo recibió Delphine.

—¿Diciendo que no se fiaran de Dravidian?

—Diciendo que podíamos encontrar una oferta mejor en otra parte. Anthony Theobald estaba furioso, por supuesto: quería tanto ese dinero que estaba dispuesto a vender las obras de Delphine como si fueran chatarra. —Vernon apretó los puños—. ¡Pero era el trabajo de toda su vida! Había puesto el alma en ello. No podía quedarme al margen y permitir que lo vendieran por menos del precio justo.

—Así que Delphine y usted decidieron romper las negociaciones.

—No estábamos resentidos con Dravidian.

—Pero él no se lo tomó bien.

—Parecía enfadado, exasperado, como si realmente creyera que estaba ofreciendo un precio honesto por el trabajo de Delphine. Dijo que se lo pensaría dos veces antes de volver a hacer negocios con nosotros. Dijo que retirarse de unas negociaciones tan tarde era de lo más atípico. —Vernon sacudió la cabeza—. Pero de ahí a… destruir el hogar de Delphine… No dijo nada que indicara que estaba tan enfadado. Quiero decir que hay una diferencia entre estar enfadado y la matanza, ¿verdad?

—Menos de lo que se piensa.

—¿Cree que lo hizo, prefecto? ¿Cree que Dravidian sería capaz de hacer algo así?

—Hablemos de Delphine. ¿Era artista?

—Algunos de nosotros así lo creíamos.

—¿Qué clase de trabajo?

—Escultura, sobre todo. Su obra era brillante. Tenía razón al querer venderla al mejor precio.

Dreyfus volvió a pensar en el rostro que había visto esculpido en la roca que flotaba entre las ruinas de Ruskin-Sartorious. No podía negar la fuerza de la pieza, pero los forenses no habían encontrado nada útil en ella.

—¿Estaba trabajando en algo en el momento del ataque?

—Bueno, literalmente, no, pero llevaba varios meses ocupada con una gran obra. Parte de su serie Lascaille. —El joven se encogió de hombros—. Solo era una etapa por la que estaba pasando.

La palabra «Lascaille» le sonaba de algo, igual que estaba seguro de haber reconocido la cara esculpida en la roca, pero ninguna le aclaró nada sobre la otra. Solo era una obra de arte, pero cualquier cosa que le ayudase a entender lo que Delphine pensaba podría resultar útil para determinar su papel en los acontecimientos. Tomó nota mentalmente para investigar aquella cuestión más tarde.

—¿Cómo la conoció? —preguntó—. ¿Estaban casados?

—Íbamos a casarnos. Ruskin-Sartorious tenía problemas económicos y Anthony Theobald pensó que podría resolver los problemas de la Burbuja casando a su hija con el hijo de otro hábitat. Ya tenía relación con Macro Hektor Industrial: habíamos instalado sus defensas anticolisión y estaban en deuda con nosotros. Yo era el heredero de una de las familias más influyentes de Industrial. Entablaron negociaciones a nuestras espaldas. A Delphine y a mí no nos gustó mucho. —Sonrió con tristeza—. Pero eso no impidió que nos enamorásemos de verdad.

—¿Así que Anthony Theobald consiguió lo que quería?

—No exactamente. Mi familia esperaba que entrase en el negocio del diseño de defensas. Por desgracia, yo tenía otros planes. Decidí abandonar Industrial, rompí los lazos con mi familia y con el negocio y me reuní con Delphine en la Burbuja. Su obra me había inspirado, estaba convencido de que yo poseía algo del mismo talento natural sin explotar. Tardé unos tres meses en darme cuenta de que no tenía ningún talento oculto.

—Algunos tardan toda la vida.

—Pero de lo que sí me di cuenta fue de que podía ayudar a Delphine. Decidí convertirme en su agente, publicista,
broker
o como quiera llamarlo. Por eso me mostré tan reticente a aceptar la oferta de Dravidian.

—Imagino que a Anthony Theobald no le haría mucha gracia el curso que estaban tomando los acontecimientos: usted cortó todo vínculo con su rica familia y luego arruinó el trato con Dravidian.

—Sentí la tensión, sí.

—¿Cree que estaba lo bastante enfadado como para querer matar a su propia hija y a su familia?

—No. Anthony Theobald y yo no estábamos de acuerdo, pero yo sabía que amaba a su hija. No pudo haber participado en algo así. —Vernon Tregent miró fijamente a Dreyfus—. ¿Por qué busca tres pies al gato, si ya tiene a Dravidian?

—Quiero asegurarme de que no dejo ningún cabo suelto. Si recuerda algo me lo dirá, ¿verdad?

—Sin duda. —Pero entonces una sombra de sospecha atravesó el rostro del joven—. Tendría que saber que puedo confiar en usted, por supuesto.

—¿Por qué no iba a confiar en mí?

—Para empezar, ¿cómo sé que es prefecto, o que Ruskin-Sartorious ha sido destruido? Podría haber sido secuestrado por piratas de datos. No tengo ninguna prueba de que esto sea Panoplia.

—No puedo enseñarle ni decirle nada que le haga cambiar de opinión.

Vernon reflexionó durante un buen rato antes de responder.

—Lo sé. Y ahora mismo no estoy seguro de haber visto u oído lo bastante como para formarme un criterio sólido.

—Si sabe algo que pueda ayudar en la investigación, debería decírmelo ahora.

—Quiero hablar con Delphine.

—Ni hablar. Ambos son testigos materiales. No puedo permitir que sus testimonios individuales sean declarados inválidos por contaminación cruzada.

—Estamos enamorados, prefecto.

—Sus equivalentes humanos lo estaban. Hay una diferencia.

—No cree en nosotros, ¿verdad?

—Ni usted.

—Pero Delphine sí. Ella cree, prefecto. Eso es lo único que me importa. —Pareció como si Vernon lo atravesara con la mirada—. Aplásteme si quiere, prefecto. Pero no aplaste a Delphine.

—Guardar invocación.

Cuando la sala quedó vacía, Dreyfus recuperó el compad de entre sus rodillas y comenzó a organizar sus pensamientos sobre Vernon, usando el antiguo modo de entrada que le gustaba. Sin embargo, algo le retenía la mano: un hormigueo de inquietud que no podía ignorar. Había interrogado a simulaciones de nivel beta en muchas otras ocasiones y se consideraba un experto en sus modos de actuar. Nunca había sentido que hubiera un alma tras el mecanismo, y no podía decir que ahora lo sintiera. Pero algo era diferente. Nunca antes había sentido que tuviera que ganarse la confianza de un nivel beta, ni tampoco se había detenido a considerar lo que esa confianza podía significar.

Uno confiaba en las máquinas, pero nunca esperaba que las máquinas le devolviesen el favor.

—Invocar a Delphine Ruskin-Sartorious —dijo Dreyfus.

La mujer adquirió solidez en la sala de interrogatorios. Era más alta que Dreyfus, e iba vestida con un sencillo guardapolvo blanco con las mangas remangadas hasta el codo, unos pantalones doblados a la altura de la rodilla y unas zapatillas blancas y planas. Tenía los brazos cruzados y estaba inclinada hacia un lado con el peso en una pierna, como si estuviera esperando que sucediera algo. Llevaba unas pulseras de plata, pero ningún otro adorno. Su rostro, en forma de corazón, era insípido sin ser feo. Sus rasgos eran sencillos, minimalistas, sin rastro de maquillaje. Tenía los ojos de color verde mar muy pálido. Llevaba el pelo apartado de la frente, atado con algo parecido a un trapo sucio. Un mechón de cabello le caía a un lado de la cara.

—¿Delphine? —preguntó Dreyfus.

—Sí. ¿Dónde estoy?

—Está en Panoplia. Me temo que tengo muy malas noticias. Ruskin-Sartorious ha sido destruido.

Delphine asintió, como si hubiera estado esperando la noticia con tranquilidad.

—Le he preguntado a su colega por Vernon. No ha querido decirme nada, pero sé leer entre líneas. Sabía que tenía que ser algo malo. ¿Vernon…?

—Vernon murió. Y también todos los demás. Lo siento. Pero conseguimos recuperar el nivel beta de Vernon.

Ella cerró sus ojos durante un instante y luego volvió a abrirlos.

—Quiero hablar con él.

—No es posible. —Un impulso le hizo decir—: Ahora no, por descontado. Tal vez más tarde. Pero primero necesito hablar con usted a solas. Lo que sucedió con la Burbuja no parece un accidente. Si fue deliberado, constituye uno de los peores crímenes cometidos desde los ochenta. Quiero que se haga justicia. Pero para ello necesito plena cooperación por parte de todos los testigos que han sobrevivido.

—Ha dicho que no ha sobrevivido nadie.

—Lo único que tenemos son tres niveles beta. Creo que comienzo a entender lo que sucedió, pero su testimonio será tan importante como los demás.

—Si puedo ayudar, lo haré.

—Necesito saber lo que pasó verdaderamente. Sé que esperaba vender algunas obras de arte a un tercero.

—A Dravidian, sí.

—Dígame todo lo que sepa sobre Dravidian, desde el principio. Luego hábleme de su obra.

—¿Por qué le importa mi obra?

—Está relacionada con el crimen. Siento que necesito saber más sobre ella.

—¿Entonces no tiene ningún interés en mi obra aparte de eso?

—Soy un hombre de gustos sencillos.

—Pero sabe lo que le gusta.

Dreyfus sonrió ligeramente.

—Vi la escultura en la que estaba trabajando, esa grande con una cara.

—¿Y qué le pareció?

—Me inquietó.

—Ese era mi objetivo al crearla. Tal vez no sea un hombre de gustos tan sencillos como cree.

Dreyfus la examinó durante un momento antes de hablar.

—Parece que se toma el asunto de su muerte muy a la ligera, Delphine.

—No estoy muerta.

—Estoy investigando su asesinato.

—Me parece bien. Una versión de mí ha sido asesinada. Pero la que cuenta, la que ahora me importa, es la que está hablando con usted. Por muy difícil que le resulte aceptarlo, me siento completamente viva. No me malinterprete: quiero que se haga justicia. Pero no voy a lamentar mi muerte.

—Admiro la fuerza de sus convicciones.

—No se trata de mis convicciones, sino de cómo me siento. Fui educada en una familia que consideraba las simulaciones de nivel beta un estado natural de la existencia. Mi madre murió en Ciudad Abismo, años antes de que yo naciera a partir de una copia clonada de su útero. Solo conocí su nivel beta, pero ha sido tan real para mí como cualquier persona que haya conocido.

—No lo dudo.

—Si alguien cercano a usted muriera, ¿se negaría a reconocer la autenticidad de su nivel beta?

—La cuestión nunca se me ha planteado.

Ella lo miró con escepticismo.

—Entonces, ¿nadie cercano a usted (nadie con un nivel beta) ha muerto? ¿Con la clase de trabajo que hace?

—Yo no he dicho eso.

—¿Entonces alguien ha muerto?

—No estamos aquí para hablar de cuestiones abstractas —dijo Dreyfus.

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