El Prefecto (74 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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—Misil de entrada —dijo Saavedra como en un sueño.

El panel mostraba el misil que bajaba a toda velocidad desde el cúter y atravesaba la atmósfera intermedia con una aceleración veloz. Un poco más rápido y la fricción habría incinerado la ojiva antes de que alcanzara su objetivo.

—Redirección de armas —informó Saavedra—. Entablando combate.

La sala tembló. Dreyfus oyó un informe bajo, como un trueno distante. Se estremeció al pensar en la energía que acababa de ser disipada a tan solo unos cientos de metros por encima de su cabeza. Las armas habían salido a toda velocidad de sus escondites, igual que la armas enterradas en la roca Nerval-Lermontov. Pero aquello había sucedido en el vacío, no bajo una asfixiante atmósfera de metano y amoniaco. En la superficie del planeta, se habría visto como una serie de erupciones volcánicas coreografiadas, como si unos puños de fuego líquido le hubieran dado un puñetazo a la corteza del mundo.

—Misil interceptado —dijo Saavedra, aunque todos podían ver el resultado por sí mismos—. Aproximación de un segundo. Un tercero. Armas respondiendo.

La sala volvió a temblar. El estruendo, más largo que el anterior, fue similar al de un terremoto. Hubo un momento de silencio cuando las armas se redireccionaron para interceptar el tercer misil, luego el ruido volvió a comenzar.

—Segundo misil destruido. Intercepción parcial del tercero —anunció Saavedra.

La sala volvió a estremecerse, pero Dreyfus sabía que las armas se esforzarían por destruir el tercer misil en el segundo intento. Había sido dañado, pero seguía descendiendo hacia las instalaciones.

—Sujétense —dijo Veitch.

El impacto del misil llegó una fracción de segundo después. Dreyfus sintió que la onda expansiva le golpeaba los huesos. Hubo un estruendo más fuerte que el de las armas, lo bastante como para sentirse como si estuviera fuera, de pie bajo el cielo venenoso de Yellowstone, con los tímpanos al descubierto. Sintió un violento empujón, como si la sala y todos sus contenidos acabaran de dar un bandazo de varios centímetros hacia un lado.

—Un arma destruida —dijo Saavedra cuando el icono adecuado se puso rojo y luego negro.

—Cuarto misil entrando. Armas respondiendo.

El estruendo de las armas antinave sonaba ahora más distante: Dreyfus supuso que el arma destruida era la más cercana, y había sido eliminado por un ataque directo del misil dañado.

—Dígame que lo ha interceptado —dijo Dreyfus.

—Parcialmente —respondió Saavedra—. Intento recontacto.

Las armas zumbaron. La sala tembló. La sensación de impotencia que Dreyfus sintió era asfixiante. Ahora las máquinas dirigían su vida: las máquinas y el
software
. El sistema que dirigía las armas antinave estaba luchando contra el sistema que controlaba las armas a bordo del cúter. Como adversarios familiares, los sistemas tenían una comprensión exhaustiva de sus capacidades mutuas. Con toda seguridad, su supervivencia ya podía atribuirse a una probabilidad matemática fija. Un participante sabía que acabaría perdiendo, pero seguía por pura formalidad.

El cuarto misil había perdido la mayor parte de su eficacia cuando alcanzó su objetivo, pero aún retenía la potencia suficiente para hacer daño. El ruido era una continua avalancha ensordecedora de sonido. La sala se estremeció, y cayeron trozos del techo. Una profunda grieta se abrió en la pared, dividiendo las ocho cabezas esculpidas. La sala se quedó sin luz, solo permaneció el brillo verde pálido del panel holográfico que también estaba temblando.

—El generador se ha averiado —dijo Veitch con resignación—. Deberíamos haberlo enterrado a más profundidad. He dicho que deberíamos haberlo enterrado a más profundidad. —Comenzó a dar instrucciones a su brazalete—. El generador de repuesto debería haberse activado. ¿Por qué no funciona?

—Quinto misil entrando —dijo Saavedra cuando el panel holográfico titiló—. Armas intentando responder. Dos destruidas. ¿Qué pasa con ese generador de repuesto, Veitch?

—Estoy haciendo todo lo que puedo —dijo entre dientes.

El rugido de las armas antinave era como una avalancha distante.

—¿Interceptado? —preguntó Veitch.

—Parcialmente —dijo Saavedra.

Dreyfus estaba a punto de preguntar algo cuando irrumpió el quinto misil. Esta vez no hubo sonido; era demasiado potente para considerarse un ruido. Fue como un porrazo en el cráneo. Atontado por el ruido, pero con apenas un momento para registrar lo ocurrido, Dreyfus observó que los acontecimientos se condensaban en un frenético instante. La sala se quedó a oscuras, se llenó de un asfixiante polvo negro que se le metió en los ojos y la piel y le quemó la garganta y los pulmones. En su última mirada tuvo la impresión de que el techo se arqueaba hacia abajo, lleno de grietas. Vio que una grieta similar desgarraba la pared ya dañada. Y luego no hubo ni luz, ni sonido, ni consciencia.

32

Dreyfus volvió en sí en un mundo teñido por el dolor. Era consciente del mapa de dolor de su cuerpo, trazado en su mente por una parpadeante malla verde. Tenía un nudo en algún lugar alrededor de la parte inferior de su pierna derecha, los contornos agrupados hasta formar un ojito enfadado. Tenía otro nódulo en su pecho, a la izquierda del esternón. Un tercero en la parte superior del brazo derecho. El resto de su cuerpo estaba simplemente ardiendo de dolor. Tenía la garganta como si la hubieran grabado con ácido. Cuando respiraba, era como si sus pulmones hubieran sido sustituidos por cristal en polvo.

Y sin embargo respiraba. Era más de lo que esperaba estar haciendo.

Recordó el ataque, pero no tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde la llegada del último misil. Ahora todo estaba muy quieto. No exactamente en silencio, pues le zumbaban los oídos, pero cuando se movió ligeramente, pudo oír sus propios gruñidos de dolor, así que no estaba completamente sordo. Debió de gritar al final, pensó. Se quedó inmóvil, jadeando, ignorando la puñalada de dolor que acompañaba a cada respiración, hasta que recuperó cierta claridad de mente.

Se obligó a abrir los ojos. Al principio no pudo ver nada, pero luego fue consciente de un débil brillo. Uno de los paneles holográficos seguía parpadeando, lanzando una insípida luz verde en la sala en ruinas. Parecía que la mayor parte del polvo y los escombros se habían aposentado, lo que sugería que habían pasado más de algunos minutos desde el asalto. Los ojos le picaban, llorosos, pero poco a poco Dreyfus se acostumbró a la penumbra y comenzó a distinguir detalles a su alrededor. Estaba tumbado de espaldas en el suelo, con las piernas y las caderas bajo la mesa, que había colapsado cuando el techo se cayó encima. Cuando la mesa cedió, el grupo de paneles había caído al suelo, a la derecha de Dreyfus, incluida la unidad que seguía brillando. Estaba atrapado, y solo podía especular sobre el alcance de sus heridas, pero sabía que tenía mucha suerte de estar vivo. Si la mesa no lo hubiera protegido, lo habrían matado los escombros que habían caído del techo. Intentó volver a mover el brazo derecho. El nódulo de dolor había disminuido un poco, y cuando el brazo se movió, se alegró de notar que seguramente no estaba roto. Flexionó los dedos, y vio que se movían como pálidos gusanos, en apariencia desconectados de su propio cuerpo. Su brazo izquierdo parecía intacto, pero no podía alcanzar el extremo de la mesa bajo la que estaba atrapado. Volvió a gemir por el dolor que le atenazaba en el pecho e intentó mover el brazo derecho para comenzar a hacer palanca con la mesa. Quería levantarla para poder liberar la mitad inferior de su cuerpo. Pero en cuanto hizo presión, supo que era imposible. El dolor en su brazo se intensificó y la mesa no se movió ni un ápice. Dreyfus se dio cuenta de que no podría escapar sin ayuda.

Miró a un lado, intentando distinguir entre escombros y cuerpos. Comenzó a temer que los demás hubieran muerto en el ataque. Pero poco a poco se dio cuenta de que el único cuerpo en la sala, aparte del suyo, pertenecía a Simón Veitch. No había rastro de Sparver ni de Saavedra.

—¿Veitch? —llamó Dreyfus, oyendo apenas su propia voz sobre el ruido de su cabeza.

Veitch respondió casi de inmediato.

—Prefecto —dijo, y sonó como si hubiera una gruesa capa de vidrio aislante entre los dos hombres—. Así que está vivo.

Dreyfus hizo una pausa para recuperar fuerzas antes de volver a hablar. Cada palabra le costaba más energía de la que sentía que podía usar.

—Estoy atrapado debajo de esta mesa. Creo que me he roto una costilla, quizá una pierna. ¿Y usted?

—Peor que eso. ¿No lo ve?

Dreyfus lo vio, ahora que sus ojos se estaban por fin ajustando a la luz mínima. Una tubería plateada, seguramente una de las que había instalado Firebrand cuando estaba reactivando la instalación, se había doblado desde el techo y se había hundido en el muslo de Veitch.

—¿Está perdiendo sangre?

—Eso espero.

Dreyfus tosió y probó su propia sangre.

—¿Qué quiere decir?

—Quiero decir que tengo una posibilidad de morir antes de que nos encuentre.

—¿Entonces ha escapado?

—El generador de repuesto tendría que haberse activado de inmediato para asegurar una transferencia sin complicaciones, pero no lo hizo. La contención falló.

—Pero no podemos estar seguros de que haya escapado. No hasta que alguien baje y…

Veitch se rió. Era el sonido más vil e inhumano que Dreyfus había oído en boca de otra persona.

—Está fuera, prefecto. No se preocupe por eso. Solo es cuestión de cuánto tiempo tardará en encontrarnos. Porque puede apostar su vida a que nos está buscando.

—O quizá ya se haya marchado y esté intentando esconderse.

—Usted no conoce al Relojero. Yo sí.

—Y espera morir antes de que llegue.

Veitch se tocó el muslo con una mano. En el brillo verde sus dedos mostraron algo húmedo y oscuro, como chocolate derretido.

—Creo que tengo una posibilidad. ¿Y usted? Puede intentar contener la respiración, a ver si resulta.

—Dígame una cosa, Veitch —dijo Dreyfus con el tono de un hombre que cambia el tema de una conversación que ha comenzado a aburrirle.

—¿Qué?

—Cuando Jane me dio la lista de los miembros de Firebrand, su nombre me resultaba familiar por algún motivo.

—Soy popular.

—Es más que eso. Me sonó a algo antiguo. Tardé un poco en recordar el resto.

—¿Qué quiere decir?

—Usted estuvo implicado en el caso contra Jason Ng, ¿verdad?

El silencio que siguió bastó para responder a Dreyfus.

—¿Simón? —preguntó.

—Sigo aquí.

—Va a morir pronto. Y seguramente yo también. Pero aclaremos esto, ¿quiere? El padre de Thalia era inocente. Su único error fue acercarse demasiado a su operación. Estaba investigando Firebrand mucho después de que Firebrand hubiese sido cerrada, y tuvieron que hacer algo al respecto.

—Parece que ya tiene su teoría.

—Solo estoy juntando las piezas. Abrieron un caso contra Jason Ng para proteger la integridad operativa de Firebrand, ¿verdad? Crearon pruebas y vieron cómo se derrumbaba un buen hombre. Y luego lo asesinaron e hicieron que pareciera un suicidio porque no podían arriesgarse a que su testimonio saliera en un tribunal de Panoplia. Lo que no los hace mejores que las personas que asesinaron a Philip Lascaille, ¿verdad? De hecho, yo los pondría en el mismo pedestal moral.

—Que te jodan, Dreyfus. Que os jodan a ti y a Panoplia.

—Tendré su opinión en cuenta. Antes de morir, respóndame a una última pregunta. ¿Dónde están los otros?

La respuesta de Veitch llegó más lentamente esta vez, y las palabras salieron confusas. Sonaba como un hombre al borde de la inconsciencia.

—Me desperté una vez y su cerdo seguía aquí. Saavedra ya se había ido. Cuando volví a despertarme la segunda vez, el cerdo también se había ido. Antes de desmayarme la primera vez, dijo algo sobre ocuparse de Gaffney.

Dreyfus lo asimiló. Aunque estaba contento de saber que Sparver estaba vivo, le preocupaban las intenciones del otro prefecto.

—¿Dónde fue Saavedra?

—No lo sé. ¿Por qué no va y se lo pregunta?

—¿Veitch? —preguntó Dreyfus un poco después.

Pero esta vez no hubo respuesta.

—Mejor para ti —dijo Dreyfus entre dientes.

Estaba oscuro cuando Sparver volvió por fin a encontrar el camino a la superficie. Se había puesto el traje a toda prisa y había sacrificado la armadura, para la que habría necesitado ayuda. La mayor parte de Ops Nueve había colapsado durante el ataque, pero el túnel por el que Dreyfus y él habían entrado seguía intacto, de modo que, con cuidado, pudo ascender a través de la instalación y sortear los obstáculos que se encontró. Después, usó la energía del traje para forzar las puertas de la superficie. Por una vez, ser un hipercerdo le había dado una ventaja. Dudaba que un humano de base con el traje y la armadura hubiera podido pasar por algunos de los espacios por los que había tenido que arrastrarse, en especial con un rifle Breitenbach a cuestas.

Cuando recobró la consciencia, Saavedra estaba a punto de salir de la sala destruida con la intención de encontrar la manera de restaurar el confinamiento del Relojero. Sparver supo entonces que tenía que salir de aquella sala, aunque aquello significara abandonar a Dreyfus de momento. Había convencido a Saavedra para que le diera la munición que les había confiscado antes y que se había abrochado al cinturón, diciéndole que intentaría atrapar a Gaffney, o a quien fuera. Por supuesto, a Saavedra no le había gustado la idea de darle acceso a un arma, pero seguramente le había gustado todavía menos la idea de que el atacante saliera impune. Al final cedió y Sparver cogió la munición, vio como Saavedra se marchaba y luego se quedó muy quieto mientras la sala de repente se llenaba de un pálido polvo y lo volvía a sujetar de forma temporal antes de que se soltara y saliera. Encontró el traje y la armadura cerca de la escultura en el nivel del atrio, justo donde los habían detenido hacía una eternidad.

Salió de la rampa y se agachó al pasar por la formación de estalactitas dentadas. Por encima de su cabeza, el cielo emergía con la desenfrenada energía de una tormenta, las nubes se hinchaban y parpadeaban con descargas eléctricas y extraños y enfurecidos cambios en la química atmosférica local. No obstante, por encima del estruendo del viento y los truenos, su traje enviaba otro sonido a sus oídos. Era agudo y continuo: el gemido estridente de unos motores. Usando la pendiente superior de la rampa a modo de escondite, se arrodilló con el rifle entre las rodillas y escaneó el oscuro cielo aullador. No pasó mucho tiempo hasta que distinguió la forma del cúter, posado boca abajo como una daga con las armas montadas en el casco, desplegadas y listas. Sparver supuso que Gaffney estaba merodeando por los restos de Ops Nueve con la intención de atrapar al Relojero cuando escapara. Cualquier arma que aún tuviera que ser descargada se dirigiría en un único enloquecido frenesí de destrucción concentrada. Quizá Gaffney no esperase matar al Relojero, pero sin duda quería mutilarlo.

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