El Prefecto (72 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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—Se lo enseñaré —dijo Saavedra—, pero olviden la idea de negociar con él. No es un intelecto racional.

—No tiene que ser racional para entender que Aurora quiere verlo muerto —respondió Dreyfus.

—¿Cree que eso lo ayudará?

—Es lo único que tengo. Será mejor que lo aproveche.

—¿Cómo consiguieron instalar un centro de contención aquí abajo en tan poco tiempo? —preguntó Sparver.

—No lo hicimos. Solo tuvimos tiempo de largarnos de Ruskin-Sartorious antes de que fuera destruida. Por suerte, aquí ya había una especie de jaula. Tuvimos que hacer algunos cambios, pero nada fuera del alcance de nuestros recursos.

—¿Se refiere al tokamak? —dijo Dreyfus.

—¿Al qué? —preguntó Sparver.

—Quiere decir el reactor de fusión que propulsaba esta instalación en la era amerikana —dijo Saavedra con altivez—. Y tiene razón. Es exactamente lo que usamos. Es una gran botella magnética de contención. Espantosamente ineficaz comparada con los generadores portátiles que trajimos con nosotros, pero tiene sus usos. Tuvimos que comprobarla, y ajustar la geometría de campo, pero nada de todo eso fue complicado en particular. Resultó mucho más fácil que instalar nuestro propio equipo de contención: para eso habríamos tenido que perforar otra cueva.

—Espero que confíe en la ingeniería amerikana —dijo Dreyfus—. Tener prisionera a un máquina psicópata no está precisamente en las especificaciones del diseño.

—Confío en que no fallará. ¿Cree que habría venido aquí si no hiciera?

—¿Dónde están los demás? —preguntó Dreyfus.

—¿El resto de Firebrand? Aparte de Simón Veitch, soy la única.

Dreyfus recordó el nombre de la lista de miembros de Firebrand que Jane le había dado.

—¿Dónde están los otros?

—Donde sus turnos les exijan. Desde que Jane nos vetó, hemos tenido que vivir una doble vida. ¿Cómo se imagina que conseguimos mantener Firebrand al tiempo que hacemos nuestro turno habitual?

—Me lo preguntaba.

—El mismo régimen terapéutico diseñado para mantener despierta a Aumonier resultó útil también para los agentes de Firebrand. La mayoría hemos estado viviendo con unas pocas horas de sueño. —Saavedra levantó un brazo y habló al brazalete sujetado en su pálida muñeca—. ¿Simón? He encontrado a los intrusos. —Hizo una pausa y escuchó la respuesta de Veitch—. Sí, solo dos. Los llevo al reactor. —Volvió a hacer una pausa—. Sí, los tengo bajo control. ¿Por qué si no los habría dejado vivir?

El túnel se nivelaba. Cruzaron un pasillo lleno de almacenes para el equipo, luego salieron a un balcón que daba a una cámara algo más pequeña que el atrio que habían dejado atrás. Había espacio suficiente para los tres sin necesidad de que el látigo cazador entrase en acción. El reactor ocupaba la mayor parte de la sala, y estaba apoyado en unos soportes a prueba de choques, como si fuese una enorme caldera mágica. Estaba pintado de color verde flojo, y unas líneas de óxido recorrían las juntas. Un puñado de paneles y piezas de repuesto brillaban como el cromo. Aparte de eso, parecía superficialmente intacto. Dreyfus supuso que había necesitado pocas reparaciones antes de que sus generadores magnéticos volvieran a funcionar.

Una pasarela circundaba el reactor en su punto más ancho. Una figura vestida de negro se ocupaba de un monitor situado junto a una oscura ventana de observación. La figura miró a su alrededor y luego hacia arriba con una mueca en la cara. Veitch era tan delgado y cadavérico como Saavedra, pero transmitía la misma impresión de fuerza enjuta.

—Deberías haberlos matado —dijo alzando la voz por encima del murmullo del reactor.

—Tienen información sobre el Relojero —dijo Saavedra—. Dreyfus dice que sabe de dónde procede. Me gustaría oír lo que tiene que decirnos.

Veitch parecía irritado.

—Ya sabemos de dónde procede. Lo hicieron en el ISIA. Allí es donde se volvió loco.

—Pero no comenzó allí —dijo Dreyfus—. Se hizo mayor de edad en el ISIA, allí fue donde alcanzó todo su potencial, pero procede de otro lugar completamente diferente.

—Bajen las escaleras —dijo Saavedra con brusquedad.

—Ahora ya puede desactivar el látigo cazador —dijo Dreyfus—. No vamos a hacerles daño.

—He dicho que bajen las escaleras. Yo me preocuparé del látigo cazador.

Dreyfus y Sparver pasaron por delante de Saavedra, intentando no acercarse a menos de cinco metros. Bajaron las escaleras haciendo un ruido estrepitoso y cruzaron el suelo de la cámara, abarrotado de equipamiento, hasta que el reactor quedó encima de ellos.

—Suban a la plataforma de observación —dijo Saavedra—, y díganle a Veitch por qué quieren al Relojero.

Dreyfus alzó la vista para mirar a Veitch y repitió el argumento que ya le había presentado a Saavedra: que el Relojero era ahora la única arma eficaz contra Aurora.

—¿Y qué propone? ¿Qué lo dejemos suelto y esperemos que vuelva a nosotros cuando acabe?

Dreyfus puso una mano en la barandilla y comenzó a subir las escaleras hacia la plataforma de observación. Sparver caminaba inmediatamente detrás de él.

—Espero que no tengamos que soltarlo. Es una cuestión de autopreservación. Si puedo convencerlo de que Aurora quiere destruirlo a toda costa, podré hacer que vea el sentido de derrotarla. Nos ayudará ayudándose a sí mismo.

—¿Desde dentro de la jaula?

—Es una forma de inteligencia artificial —dijo Dreyfus—. Igual que Aurora, independientemente de lo que fue en el pasado.

—¿En qué nos ayuda eso?

—Aurora no es una inteligencia despersonificada. Es una colección de rutinas de
software
que emulan la estructura de un cerebro humano. Pero no es nada a menos que tenga una arquitectura física.

Encima de él, Veitch asintió con impaciencia.

—¿Y qué?

—En algún lugar ahí afuera, una máquina tiene que estar simulándola. Es más que probable que esté controlando su golpe de Estado desde el interior de un hábitat. Seguramente no sea uno de los que ya ha tomado, pues no querría arriesgarse a que uno de nuestros misiles la aniquilara. Por desgracia, eso nos deja casi diez mil candidatos más. Si tuviéramos todo el tiempo del mundo, podríamos peinar el tráfico de la red para atraparla. Pero no tenemos todo el tiempo del mundo. Solo unos pocos días.

—¿Cree que tiene libre acceso a las redes?

—Casi seguro. Ha permanecido oculta durante cincuenta y cinco años, lo que significa que puede moverse de un punto a otro sin dificultad. Pero no puede duplicarse. Es una limitación en la estructura profunda de las simulaciones de nivel alfa incrustada por el propio Cal Sylveste. No pueden ser copiadas, ni siquiera hacer una copia de seguridad de ellas.

—Quizá ya haya solucionado eso.

—No lo creo. Si pudiera copiarse, no estaría tan preocupada por proteger su propia supervivencia. Tiene miedo precisamente porque solo hay una copia de ella.

—Pero la noción de máquina es nebulosa, prefecto. Tal vez Aurora no pueda copiarse a sí misma, pero seguro que no hay nada que le impida extenderse usando miles de hábitats en lugar de uno solo.

—Sí que lo hay —dijo Dreyfus resoplando al llegar a la plataforma de observación—. Se llama velocidad de ejecución. Cuanto más distribuida esté, más tiene que lidiar con el intervalo de la velocidad de la luz entre centros de procesamiento. Si una parte de ella estuviera en un lado del Anillo Brillante, y otra en el extremo opuesto, podría quedar afectada por latencias inaceptables, fracciones enteras de un segundo. Seguiría siendo tan inteligente como ahora, pero la velocidad de su consciencia disminuiría a un factor intolerable. Y ese es su problema. Ser inteligente no basta, en especial cuando está intentando ganar una guerra sobre diez mil frentes. También tiene que ser rápida.

—Todo eso no son más que suposiciones —dijo Veitch cuando Dreyfus se le acercó con cuidado. Sparver, Saavedra y su látigo cazador iban pegados detrás de él.

—Estoy de acuerdo, pero creo que son irrebatibles. Aurora no puede permitirse extenderse, por lo tanto tiene que estar funcionando con una sola máquina, dentro de un solo hábitat. Y eso significa que es vulnerable a un contraataque si ese hábitat puede ser identificado.

—¿Y usted espera que el Relojero la encuentre?

—Más o menos.

Veitch parecía confuso, como si supiera que se estaba dejando algo obvio.

—Necesitaría acceso a las redes.

—Lo sé.

—Está usted loco. ¿Y si se escapa, si se pierde en las redes igual que hizo Aurora?

—Existe el riesgo de que eso ocurra, pero estoy dispuesto a asumirlo teniendo en cuenta la alternativa. Prefiero tener a un monstruo a la fuga si he de elegir entre eso o morir a manos de Aurora.

—¿Tiene la más mínima idea de lo que el Relojero les hizo a sus víctimas?

Dreyfus pensó en todo lo que había averiguado desde que tenía Manticore. Examinar aquellos recuerdos nuevos era como abrir una herida que acababa de empezar a cerrarse.

—Sé que hizo cosas horribles. Pero no fue indiscriminado. Dejó con vida a más de los que mató. Aurora no dejará ni un alma.

—Enséñale lo que es —dijo Saavedra—. Así sabrá qué quiere dejar suelto.

—¿Has comprobado que no lleve armas?

—Está limpio. Enséñale la ventana.

Veitch se apartó del monitor.

—Eche un vistazo, prefecto.

—¿Está al otro lado de este cristal?

—Casi. Habitualmente lo mantenemos lejos de la ventana. Rotaré los imanes para que lo vea unos momentos.

Dreyfus se giró y miró a Saavedra, esperando que le diera permiso para moverse. Ella asintió. Dreyfus se unió a Veitch y se subió a un pequeño pedestal debajo de la ventana de observación. Dos pasamanos verticales proporcionaban apoyo a ambos lados del ojo de buey blindado. Dreyfus tocó la piel verde pálido del reactor y sintió que este temblaba bajo sus manos. El temblor era irregular, con potentes incrementos súbitos.

—¿Cómo lo metieron ahí?

—Hay una puerta en el otro lado para cambiar los imanes. Metimos al Relojero en una prisión portátil para trasladarlo desde Ruskin-Sartorious. Tuvimos que movernos rápido, puesto que la prisión solo es válida para seis horas. El Relojero la puso a prueba todo el tiempo, flexionó sus músculos, intentó romperla, aunque hicimos todo lo que pudimos para aturdirlo antes de la reubicación.

—¿Aturdirlo cómo? —preguntó Dreyfus.

—Con una fuerte pulsación electromagnética. No lo anestesia por completo, pero sí que lo somete. Pero cuando llegamos aquí, estaba otra vez en plena forma. Lo metimos aquí dentro y cerramos con los grandes imanes justo a tiempo. ¿Sabe cómo funciona un tokamak?

—Más o menos.

—Normalmente, los imanes atrapan un plasma en forma de anillo, y lo alejan de las paredes. Calientas el plasma a unos cientos de millones de grados, hasta que consigues fusión. Ahora no hay fusión ahí dentro. Solo alto vacío, y el Relojero. Tuvimos que ajustar los imanes para crear una botella localizada, pero no fue demasiado difícil.

—Sigue intentando salir, ¿verdad?

Volvió a tocar la piel palpitante del reactor con una mano. Sentía los esfuerzos del Relojero mientras probaba la resistencia de aquellos grilletes magnéticos.

—Nunca deja de intentarlo.

Dreyfus miró por la ventana. Al principio no vio nada excepto una oscuridad color azul profundo. Luego se percató de un débil brillo rosado que ocupaba la oscuridad a su derecha. El brillo parpadeó y se intensificó. A su izquierda, Veitch hizo unos delicados ajustes a la configuración de los imanes. El rosa se convirtió en un tembloroso halo plateado. El color plata se iluminó hasta convertirse en un blanco incandescente.

—¿Por qué brilla?

—El campo está quitándose iones de la capa exterior, una especie de capullo de plasma. Cuando colapsamos el campo, parece que el Relojero absorbe de nuevo el plasma. No sufre ninguna pérdida de masa.

—Ahora puedo verlo —dijo Dreyfus en voz muy baja.

—Es hermoso, ¿verdad?

Dreyfus no dijo nada. No estaba seguro de cómo se sentía. Había pensado en el Relojero muchas veces desde que había perdido a Valery, pero el aspecto de la cosa nunca había sido algo sobre lo que se hubiera parado a pensar con detenimiento. Solo le habían preocupado sus efectos, no su naturaleza. Sabía por los testimonios de las víctimas que el Relojero era amorfo, capaz de cambiar de forma con facilidad, o al menos de dar esa impresión. También sabía que algunos de los supervivientes habían hablado de una forma humanoide bajo sus transformaciones variables, como un elemento atractivo estable en el centro de un proceso caótico. Pero apenas había registrado esos testimonios en su mente. Solo ahora se dio cuenta de que no se trataba de una máquina ordinaria, sino de algo más parecido a un ángel, enlucido en metal blanco brillante.

Estaba colgado en el tokamak, sujeto por campos magnéticos lo bastante potentes como para eliminar el hidrógeno de los electrones. Cualquier máquina normal, cualquier cosa forjada con materia ortodoxa —ya fuera inerte o rápida—, habría sido destrozada y vaporizada de forma simultánea por esa presión. Y, sin embargo, el Relojero resistía, y solo aquel halo rosa plateado transmitía las condiciones físicas extremas en las que flotaba. Tenía la forma vaga de un hombre. Un torso, brazos y piernas, la sugerencia de una cabeza, pero la forma humanoide era alargada y espectral. Los detalles brillaban y se desdibujaban. Durante un instante el Relojero fue un conjunto de mecanismos reconocibles. Luego se convirtió en una forma mercurial, de superficie suave.

—Ya ha visto suficiente —dijo Saavedra—. Aléjalo de la ventana antes de que se escape.

Veitch manipuló los controles. Dreyfus vio que el Relojero se retiraba. Se alegró de que desapareciera de su vista. Aunque su rostro no tenía rasgos distintivos, tuvo la impresión de que lo estaba mirando a los ojos, marcándolo como sujeto de atención futura.

—Esa es mi parte del trato —dijo Saavedra—. Ahora, dígame lo que sabe de él.

—Si lo hago, ¿me dejará que hable con él?

—Díganos lo que sabe. Nos preocuparemos de lo demás más tarde.

—Solo he venido aquí por una razón. Cuanto más lo retrasemos, más difícil será detener a Aurora. La gente está muriendo ahí fuera mientras dudamos.

—Díganos de dónde procede, como prometió. Luego hablaremos.

—No vino del ISIA —dijo Dreyfus—. Fue creado en otra parte, más de diez años antes.

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