El Prefecto (76 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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El Relojero seguía sobre él, el ritmo de mantra de su zumbido comenzaba a llenarle el cerebro, desproveyéndolo de pensamiento racional. Dreyfus habría jurado que podía sentir su aliento, una exhalación fría y metálica como una brisa de acero. Pero las máquinas no respiraban, se dijo.

—No sé cómo acabaste en el ISIA —prosiguió Dreyfus—, pero supongo que te hallabas en un estado de letargo cuando regresaste de la Mortaja. Quienes te enviaron allí no sabían qué hacer contigo. Sabían que les habían devuelto algo raro, pero no podían ni imaginar tu verdadero origen, tus habilidades, lo que te impulsaba. Así que te transfirieron a la gente de la organización Sylveste que mejor podía entender la naturaleza de una inteligencia artificial. Es más que probable que los científicos del ISIA no tuvieran ni idea de dónde procedías. Les contaron una historia, les hicieron pensar que eras el producto de otro departamento de investigación del propio instituto. Y al principio los complaciste, ¿verdad? Te comportaste como un bebé recién nacido. Los hiciste felices con las cosas que construiste. Pero todo el tiempo estabas recuperando recuerdos de tu verdadera naturaleza. La ira bullía en tu interior, buscaba una válvula de escape. Te crearon con dolor y terror. Asumiste pues que el dolor y el terror eran lo que tenías que devolver al mundo. Y eso hiciste. Comenzaste tu orgía asesina.

Tras un silencio que se alargó durante siglos, el Relojero volvió a hablar.

—Philip Lascaille está muerto.

—Pero lo recuerdas, ¿verdad? Recuerdas cómo era ser él. Recuerdas lo que viste en la Mortaja la primera vez.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque reconocí tu cara en la escultura de Delphine. Te comunicabas a través de su arte, encontraste un canal al mundo exterior cuando estabas prisionero.

—¿Conociste a Delphine?

—La conocí después de que fuera asesinada, a través de su simulación de nivel beta.

—¿Por qué la asesinaron?

—Lo hizo Aurora. Estaba intentando destruirte. Delphine y su familia se interpusieron en su camino.

El zumbido disminuyó y se hizo meditabundo.

—¿Y la simulación de nivel beta?

—Aurora encontró la manera de llegar también hasta ella.

—Entonces ha asesinado a Delphine dos veces.

—Sí —dijo Dreyfus, sorprendido de que aquella certeza nunca se le hubiera ocurrido.

—Entonces se ha cometido otro crimen. ¿Por eso has venido aquí, para resolver un crimen?

Dreyfus pensó en todo lo que había sucedido desde que se había enterado de la destrucción de la Burbuja Ruskin-Sartorious. El caso se había ido complicando hasta convertirse en una verdadera emergencia, una crisis de la que dependía la existencia futura del Anillo Brillante. Ahora era difícil recordar lo provinciano que había esperado que fuera el resultado de la investigación. Un sencillo caso de venganza o despecho. Qué equivocado había estado.

Pero el Relojero tenía razón. El camino que lo había llevado allí había comenzado con una sencilla investigación por asesinato, aunque implicara a novecientas sesenta víctimas.

—En cierto modo.

—Aurora necesitaría un cómplice. ¿Quién fue?

—Un hombre llamado Gaffney. Un prefecto, como yo. Es el que ha atacado la instalación para intentar acabar contigo.

—¿Un hombre malo?

—Un hombre que cree cosas malas.

—Me encantaría conocer a ese Gaffney. —Por un momento el Relojero se quedó pensativo, como si estuviera soñando despierto—. ¿Qué pasará ahora contigo, prefecto?

Dreyfus estuvo a punto de reír.

—No creo que eso esté en mis manos, ¿verdad?

—Tienes razón, no lo está. Podría matarte ahora, o hacerte algo que te pareciera infinitamente peor que la muerte. Pero también podría dejar que te marcharas.

Dreyfus pensó en la manera en que los gatos juegan con los pájaros antes de rematarlos.

—¿Por qué lo harías?

—Se han cometido asesinatos, prefecto. ¿No es tu deber investigar esos asesinatos, llevar a los responsables ante la justicia?

—Esa es una parte.

—¿Qué harías para que se hiciera justicia?

—Lo que fuera necesario.

—¿Lo crees de verdad, en el fondo de tu corazón? Ten cuidado con la respuesta. Tu cráneo es una vidriera, un libro abierto que revela los procesos de tu mente. Puedo distinguir la verdad de la mentira.

—Lo creo —dijo Dreyfus—. Haré lo que sea necesario.

Vio el gran puño alzarse y luego descender y caer hacia su cráneo como un martinete de acero cromado.

Gaffney se detuvo al ver la figura frente a él. Su delgada forma se recortaba contra la brillante pared detrás de ella. Tenía una mano en la cadera y la cabeza inclinada. Había algo casi coqueto en aquella postura, como si lo hubiera estado esperando, como un amante que espera una cita romántica.

—Como puede ver —dijo, y su voz retumbó más allá del traje, amplificada en proporciones monstruosas—, voy desarmado.

—Como puede ver —dijo a su vez la mujer—, yo también. Ahora ya puede bajar su arma, prefecto Gaffney. No tiene nada que temer de mí.

—Más bien se trata de lo que usted tiene que temer de mí. Saavedra, ¿verdad?

—Bingo. ¿Debería sentirme halagada de que me conozca?

—Si quiere. —Gaffney se acercó. Estaba cojeando. Había resultado herido en el accidente y la energía eléctrica de su traje estaba empezando a fallar—. Solo quiero una cosa de usted. Ahí abajo tiene al Relojero.

—Ya se ha escapado —dijo Saavedra—. Llega demasiado tarde. Váyase a casa.

—¿Y si le digo que no la creo?

—Entonces tendría que demostrárselo, ¿no?

—¿Y cómo lo haría?

Manteniendo su postura coqueta, en la sombra, la mujer dijo:

—Podría enseñarle el reactor, el tokamak que hemos estado usando para contenerlo. Sabe lo de los campos magnéticos y el Relojero, ¿verdad?

—Por supuesto.

—Lo teníamos encerrado hasta que usted llegó. Si no nos hubiera atacado, podría haberse infiltrado en nuestra instalación y luego averiguar la manera de destruirlo.

—Como si usted quisiera que lo hubiera hecho. ¿Dónde está Dreyfus?

—Mató a Dreyfus en su ataque.

—Entonces, el día no ha sido una pérdida de tiempo.

—¿Tanto lo odiaba, prefecto Gaffney, que quería verlo muerto? —Solo ahora ajustó la inclinación de su cabeza, y la movió con la rigidez de una marioneta que necesitara ser engrasada. Algo en el movimiento provocó un profundo malestar en Gaffney, pero se contuvo—. ¿Lo odiaba tanto como odiaba a Delphine?

—Delphine era un detalle que se interpuso en nuestro camino. Tenía que morir. —Movió la boca de su rifle—. ¿Quiere convertirse también en un detalle?

—No.

—Entonces, enséñeme el tokamak. Quiero pruebas concretas de que la cosa ha escapado. Luego me ayudará a localizarlo antes de que salga del planeta.

—¿Va a matarlo también?

—Esa es la idea.

—Es usted un hombre muy decidido —dijo con una nota de admiración que Gaffney no se esperaba.

—Hago las cosas.

—Yo también, ¿sabe? Quizá tengamos más en común que lo que imaginamos.

Movió la mano que tenía en la cadera. Sus brazos eran delgados como palos; en lugar de extremidades parecían vainas de espadas articuladas. Giró sobre sus talones con la espeluznante suavidad de la torreta de un acorazado. Gaffney parpadeó, pues creyó que había visto algo en su espalda recorriéndole la columna vertebral.

—Me gustaría ver dónde lo tenía escondido.

—Le enseñaré eso y mucho más. Puedo demostrarle que ha escapado. —Le hizo una seña para que se acercara—. ¿Le gustaría?

—Mucho —respondió.

33

Dreyfus recobró la consciencia por tercera vez aquel día. Seguía estirado donde el Relojero lo había dejado y la cabeza le seguía sonando como en aquel último momento fatídico en el que el puño de la máquina se le había venido encima. Estaba más seguro de que iba a morir en aquel momento que de cualquier otra cosa en el universo. Sin embargo, allí estaba, mirando a Sparver.

—Yo… —comenzó.

—Tranquilo, jefe. Ahórrese las preguntas para después. Tenemos que ponerle el traje y salir de aquí. Este lugar está empezando a derrumbarse.

Sparver tenía su casco bajo el brazo, pero llevaba puesto el traje y un rifle Breitenbach al hombro.

—Me duele la pierna —dijo Dreyfus con la garganta todavía áspera—. Voy a tener problemas para caminar.

—Ha llegado hasta aquí. ¿Cómo salió de aquella sala destruida?

—No lo hice. Me trajeron aquí mientras estaba inconsciente.

—¿Quién? Cuando yo me fui, Saavedra no estaba y Veitch estaba inconsciente. Intenté mover aquella mesa, pero no pude hacerlo solo. Veitch estaba en muy mal estado. No creo que estuviera en forma para ayudarlo.

—No fue Veitch. —Dreyfus hizo una pausa, tragándose el dolor cuando Sparver lo ayudó a levantarse de la camilla—. Recobré la consciencia aquí y hablé con Paula Saavedra. Pero no era ella. Era el Relojero, Sparv. Estuve en la misma habitación que él. Me habló a través de su cuerpo.

—¿Está seguro de que no estaba alucinando?

—Más tarde lo vi a él. Se mostró cuando imaginé lo que estaba ocurriendo. Creí que iba a matarme. Pero no lo hizo. Me desperté y te estoy mirando ti. —Cuando el dolor remitió, a Dreyfus lo asaltó una desagradable posibilidad—. Tuvo tiempo de hacerme algo, Sparv. ¿Tengo algo? ¿Me falta algo?

Sparver lo inspeccionó.

—Tiene el mismo aspecto que cuando lo dejé, jefe. La única diferencia es esa cosa en su pierna.

Dreyfus bajó la vista con aprensión.

—¿Qué cosa?

—Solo es una tablilla, jefe. No se alarme.

Tenía una fina caja de metal alrededor de la parte inferior de la pierna derecha hecha con una serie de finas láminas cromadas, que le sujetaban la pierna en varios puntos de contacto. Las láminas de metal tenían una cualidad líquida, como si estuvieran formadas por gotitas de mercurio alargadas que pudieran transformarse en líquido en cualquier momento. Cuanto más la estudiaba Dreyfus, más le parecía el trabajo del Relojero, y no de un artífice humano.

—Creí que iba a matarme, o a hacerme algo peor —dijo con una especie de conmoción—. En lugar de eso, me hizo esto.

—Eso no significa que lo juzgáramos mal —dijo Sparver—, solo que tiene días buenos.

—No creo que me lo hiciera por eso. Quiere mantenerme vivo para que le sirva de algo.

Sparver lo ayudó a que comenzara a cojear hacia la puerta.

—¿De qué?

—Lo habitual —dijo Dreyfus. Luego otro inquietante pensamiento cristalizó en su cabeza—. Gaffney. Veitch dijo…

—Ya me he encargado de Gaffney. Ha dejado de ser un problema.

—¿Lo has matado?

—Derribé su nave. Sobrevivió al accidente y se metió en Ops Nueve antes de que pudiera acabar con él. Pero ya no es un problema.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque pasé por delante de él de camino hacia aquí —dijo Sparver cargando con el peso de Dreyfus cuando comenzaron a subir las escaleras—. Bueno, de lo que quedaba de él.

Cuando Dreyfus consiguió ponerse el traje, a pesar del engorro que suponía su tablilla, se digirieron hacia la superficie por un camino diferente al que Sparver había usado para llegar. Aunque tuvieron que pasar por algunos sitios muy estrechos, ninguno de ellos llevaba armadura estratégica, y Sparver descartó el rifle después de concluir que no le serviría de nada contra el único enemigo que tenían alguna posibilidad de encontrar.

—Se ha ido —dijo Dreyfus intentando tranquilizar a su ayudante—. No volverás a verlo.

—No lo vi la primera vez.

—Es un modo de hablar.

—De todas maneras, ¿qué quiere decir con que no volveré a verlo?

—Esté donde esté, vaya donde vaya, creo que me estará vigilando —dijo Dreyfus—. Por eso me ha dejado vivir. Quiere que haga justicia.

—¿Justicia de qué?

—El asesinato de Philip Lascaille. Fue hace mucho tiempo, pero puede que algunas de las personas implicadas sigan en el sistema, tal vez aún estén trabajando para Casa Sylveste.

—¿Está hablando de vengar al Relojero?

—Tiene derecho a que se le haga justicia. No niego que es una perversión de lo que una vez fue Philip Lascaille. Le robaron el cerebro a un hombre al que los amortajados habían vuelto loco y luego metieron el cerebro de ese hombre, aun más aterrorizado porque sabía que iba a morir, en una máquina para establecer contacto. Lo que resultó fue un ángel vengador, forjado en un lugar extraño y ajeno. No digo que lo compadezca. Pero el crimen sigue impune.

—¿Y usted será el hombre que lo investigue?

—No me importa quién quiera justicia, Sparv. Es una cosa independiente del valor moral de la parte agraviada. Puede que el Relojero haya cometido atrocidades, pero fue tratado injustamente. Haré lo que pueda por enmendarlo.

—¿Y luego qué?

Dreyfus hizo una mueca cuando una punzada de dolor le aguijoneó la pierna.

—Luego iré a por el Relojero, por supuesto. Que fueran injustos con él no le exime de culpa.

—Suponiendo, por supuesto, que esta pequeña cuestión con Aurora se termine. ¿O se le ha pasado por alto?

—Ya no me preocupa mucho Aurora.

—Pues debería. Lo último que sé es que nos estaba dando una buena paliza ahí afuera.

—El Relojero me interrogó —dijo Dreyfus—. Me preguntó por sus habilidades, su naturaleza. Quería saber exactamente lo que era. Luego escapó. ¿No te dice eso algo?

—Que va a por ella.

—Es al menos tan inteligente como ella, Sparv. Quizá más. Y tiene una muy buena razón para borrarla del mapa.

—Entonces tendremos que enfrentarnos al Relojero, en lugar de a Aurora. ¿Mejora eso en algo las cosas?

—Quiere venganza, no genocidio. No estoy diciendo que vayamos a dormir tranquilos con esa cosa ahí afuera, pero al menos dormiremos. No tendríamos esa opción con Aurora.

Dreyfus y Sparver completaron el último tramo de su ascenso. Pasaron por los restos de una zona de aterrizaje subterránea en la que el cúter de Saavedra seguía aparcado y esperando. Sparver subió a bordo e intentó comunicar con Panoplia, pero el cúter estaba muerto.

—No te preocupes —dijo Dreyfus—. Vendrán a buscarnos.

Cuando llegaron a la superficie, la tormenta había amainado. El cielo sin estrellas era una bóveda en movimiento de un color negro venenoso, pero según Sparver no podía compararse con la ferocidad huracanada de antes. Sin miedo a apoyarse ahora en tierra firme, Dreyfus encendió la linterna de su casco y examinó el oscuro paisaje fracturado, en el que distinguió sugerentes detalles que le hicieron sobresaltarse hasta que vio que solo eran meras conjunciones de hielo y roca, de luz y sombra, y no la presencia furtiva del Relojero. Tuvo la sensación de que había abandonado aquel lugar, de que había puesto toda la distancia posible entre él y la prisión magnética del tokamak.

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