Para los enanos fue devastador que Reorx se marchara con los otros dioses después del Cataclismo. La mayoría se negó a creerlo y se aferró a su fe en el dios aun cuando sus plegarias no tenían otra respuesta que el silencio. En consecuencia, mientras que la mayoría de los habitantes de Krynn olvidaron a los dioses, los enanos todavía recordaban y reverenciaban a Reorx y contaban viejas historias sobre él, seguros de que algún día volvería con su pueblo.
Los enanos de Thorbardin aún hacían juramentos en nombre de Reorx; Tanis lo sabía porque había oído soltar muchos juramentos en el puente. Flint también lo había hecho desde que Tanis lo conocía, aunque Reorx llevaba ausente centenares de años. Según Flint, los clérigos de Reorx habían abandonado el mundo justo antes del Cataclismo, marchándose al mismo tiempo que otros clérigos de los dioses verdaderos habían desaparecido de forma misteriosa. Mas ¿habría ahora nuevos clérigos bajo la montaña?
Sus amigos también miraban el templo y Tanis imaginó que estarían pensando más o menos lo mismo que él; o algunos de ellos, al menos. Caramon observaba tristemente la ración de comida que Arman iba ofreciendo a cada uno de ellos.
Los enanos masticaban trozos de algún tipo de carne en salazón. Caramon miró la ración que le ofrecía con cara de hambre y luego desvió la vista hacia Tasslehoff, pensando en gusanos; con un profundo suspiro sacudió la cabeza. Arman se encogió de hombros y le dio una gran porción a Flint, que la aceptó mientras le daba las gracias casi en un murmullo.
Raistlin había rechazado cualquier tipo de alimento y se fue a dormir de inmediato. Tasslehoff estaba sentado con las piernas cruzadas enfrente de uno de los faroles y masticaba el trozo de carne al tiempo que observaba el gusano que había dentro. Flint le había contado que el gusano era la larva de los gusanos gigantes que abrían túneles masticando la roca. Tas estaba fascinado y no dejaba de dar golpecitos en el cristal para ver cómo se retorcía la larva.
—¿Crees que deberíamos hablarles del regreso de los dioses? —preguntó Sturm, que se había acercado para sentarse al lado de Tanis.
El semielfo sacudió la cabeza de forma rotunda.
—Ya tenemos problemas de sobra tal como están las cosas.
—Tendremos que sacar a colación a los dioses cuando preguntemos por el Mazo de Kharas —insistió Sturm.
—No vamos a mencionar el Mazo —dijo Tanis, cortante—. Lo que vamos a hacer es intentar que no nos metan en una mazmorra enana.
—Tienes razón —admitió el caballero tras meditar sobre eso—. Hablar de los dioses resultaría inoportuno, sobre todo cuando Reorx no se ha presentado ante ellos. Aun así, no veo por qué no podemos preguntarle sobre el Mazo a Arman. Demostraríamos tener ciertos conocimientos sobre su historia.
—Déjalo ya, Sturm —espetó Tanis y después se dirigió hacia Flint para hablar con él.
Se sentó al lado del enano y aceptó un poco de su ración.
—¿Qué le pasa a Caramon? Nunca lo había visto rechazar comida.
—El kender le dijo que era carne de gusano.
Tanis escupió la carne que tenía en la boca.
—Es carne de res en salazón —le aclaró Flint con una risita divertida.
—¿Se lo has dicho a Caramon?
—No —contestó el enano con una sonrisa maliciosa—. No le vendrá mal perder un poco de peso.
Tanis fue a apaciguar los recelos de Caramon y lo dejó masticando con voracidad el duro y fibroso tasajo y jurando que le arrancaría al kender las puntiagudas orejas y se las metería en las botas. El semielfo regresó junto a Flint para acabar la conversación.
—¿Has oído a estos enanos mencionar a Reorx, aparte de cuando soltaban juramentos? —le preguntó.
—No. —Flint sostenía el Yelmo de Grallen en el regazo y tenía las manos encima, en un gesto protector—. Y tú tampoco, imagino.
—Entonces ¿no crees que Reorx haya vuelto entre ellos?
—¡Ni que fuera a hacer algo así! —resopló Flint—. Los Enanos de las Montañas dejaron a Reorx fuera de la montaña cuando nos cerraron las puertas a nosotros.
—Sturm me preguntaba si... ¿Crees que deberíamos hablarles del regreso de los dioses?
—¡A un Enano de las Montañas no le diría siquiera cómo encontrarse la barba en medio de una ventisca! —respondió, desdeñoso.
Con las manos encima del yelmo, Flint se recostó en la pared y se dispuso a dormir.
—Manten un ojo abierto, amigo mío —susurró Tanis.
Flint gruñó y asintió con la cabeza.
* * *
Tanis hacía la ronda. Sturm se había tumbado en el suelo boca arriba, con la mirada perdida en la oscuridad. Tasslehoff se había quedado dormido al lado del farol del gusano.
—Qué narices con el puñetero kender —dijo Caramon mientras tapaba a Tas con una manta—. ¡Podría haberme muerto de hambre! —Miró en derredor con disimulo—. No confío en estos enanos, Tanis —susurró—. ¿No debería quedarse alguno de nosotros de guardia?
Tanis sacudió la cabeza.
—Estamos todos agotados y hemos de presentarnos ante ese Consejo mañana. Hemos de estar alertas y tener la mente clara.
Se tumbó en el frío suelo de piedra del templo abandonado y pensó que nunca en su vida había estado tan cansado, pero aun así no pudo dormirse. Tenía visiones de todos ellos arrojados a una mazmorra para no volver a ver jamás la luz del día. De hecho, ya empezaba a sentir claustrofobia; era como si los muros de piedra lo estuvieran oprimiendo. Por grande que fuera el templo no lo era lo bastante para contener todo el aire que Tanis necesitaba. Se sentía como si se asfixiara e intentó sacudirse de encima la sensación de pánico que se apoderaba de él cada vez que estaba en sitios oscuros y cerrados.
Le dolía el cuerpo del cansancio y empezaba a relajarse y a quedarse dormido, cuando la voz de Sturm lo despertó completamente.
—Vuestro héroe, Kharas, estuvo presente en la batalla final, ¿verdad?
Tanis maldijo entre dientes y se sentó.
Sturm y Arman estaban sentados juntos al otro lado de la cámara. Los soldados enanos hacían que las paredes temblaran con sus ronquidos, pero Tanis oía la conversación de los dos con toda claridad.
—Los Caballeros de Solamnia le pusieron a Kharas ese nombre —dijo Sturm—. En mi lengua, «kharas» significa caballero.
Arman asintió varias veces con la cabeza y se atusó la barba con gesto enorgullecido, como si Sturm estuviese hablando de él en lugar de su insigne antepasado.
—Eso es cierto —manifestó Arman—. A los caballeros solámnicos les impresionó mucho su pundonor y su valor.
—¿Llevaba consigo el legendario Mazo durante la última batalla? —preguntó Sturm.
Tanis gimió para sus adentros. Habría intervenido, porque no quería que los enanos sospecharan que habían ido allí a robar el Mazo, pero era tarde para participar en la conversación; si se metía ahora, podría hacer más mal que bien, así que siguió callado.
—Kharas combatió valerosamente —relató Arman, que disfrutaba muchísimo con ello—, aun cuando se había opuesto con empeño a la guerra, porque decía que los hermanos no debían matarse unos a otros. Kharas llegó incluso a afeitarse la barba para demostrar su desacuerdo con la guerra, y su gesto conmocionó a la gente. Llevar la mandíbula afeitada es la marca de un cobarde.
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Y eso lo llamaron algunos, porque cuando Kharas vio que los enanos de ambos bandos habían perdido por completo la razón y se mataban unos a otros por odio y por venganza, abandonó el campo de batalla llevando consigo los cadáveres de los dos hijos del rey Duncan que habían muerto luchando codo con codo. De ahí que Kharas sobreviviera a la terrible explosión que arrebató la vida a miles de enanos y de humanos.
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El rey Duncan supo de la muerte de sus hijos y cuando le llegó la noticia de la explosión y supo que incontables enanos yacían muertos en las llanuras de Dergoth, ordenó que las puertas de Thorbardin se cerraran. En su dolor, juró que nadie más moriría en esa guerra atroz.
—Dices que Duncan tenía dos hijos y que murieron en el campo de batalla y que Kharas se llevó sus cadáveres. Entonces ¿qué hay del príncipe Grallen? —Sturm se puso pálido; parecía preocupado—. No sé mucho sobre esto, pero el príncipe no murió en el campo de batalla. Su cuerpo nunca se encontró.
Arman echó una ojeada de soslayo al yelmo. Flint se había quedado dormido, pero incluso en sueños sujetaba la reliquia con fuerza.
—El Consejo decidirá si se cuenta esa historia —repuso Arman con gesto severo—. De momento no hablaremos de ese tema.
—Entonces, hablemos de cosas más agradables —dijo Sturm. Su voz enronqueció con un timbre reverente—. Toda mi vida he oído los relatos del legendario Mazo de Kharas, el martillo sagrado blandido por el mismísimo Huma Dragonbane. Me gustaría enormemente poder ver el Mazo y rendirle honores.
—Nos gustaría a todos —manifestó Arman.
Sturm frunció el entrecejo como si pensara que el enano se burlaba de él.
—No entiendo —dijo luego, envarado.
—El Mazo de Kharas se perdió. Hemos pasado trescientos años buscándolo. Sin el Mazo sagrado no se puede nombrar Rey Supremo a ningún enano, y sin Rey Supremo el pueblo enano nunca se podrá unificar.
—¿Que se perdió? —repitió Sturm, conmocionado—. ¿Cómo pudisteis los enanos extraviar un artefacto tan valioso?
—No se extravió —replicó con enfado Arman Kharas—. Después de que las puertas se clausuraron, los clanes empezaron a maquinar para derrocar al rey Duncan, porque para entonces consideraban que se había debilitado. Todos los thanes acudieron por separado ante Kharas para que los respaldara en su reclamación del trono. Kharas no quería tener nada que ver con ninguno de ellos, así que abandonó Thorbardin por medios desconocidos hacia un exilio voluntario. Permaneció ausente muchos años y, finalmente, cansado ya de viajar y lleno de añoranza por su tierra y por su gente, Kharas regresó a Thorbardin sólo para descubrir que la situación había empeorado.
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Los clanes estaban enzarzados en una guerra civil. Kharas consiguió hablar con Duncan una última vez antes de que muriera. Abrumado por la pena, Kharas llevó el cadáver del rey a la magnífica tumba que Duncan se había hecho construir. Kharas se llevó consigo el famoso Mazo. Ya te conté lo que dijo —añadió Arman—, la profecía que cumpliré.
Sturm asintió cortésmente con la cabeza, pero las profecías no le interesaban.
—Así que el Mazo está en la tumba del rey Duncan.
—Sólo son suposiciones. Kharas nunca regresó para decirlo. Nadie sabe qué fue de él.
—¿Y dónde está esa tumba?
—En lo que es la última morada de todos los enanos, el Valle de los Thanes.
Sturm se dio tironcitos del largo bigote, señal de que se sentía desasosegado. Tanis imaginaba la causa. Un verdadero caballero jamás perturbaría el sueño sagrado del noble muerto, pero su deseo de tener el Mazo era muy grande.
—Tal vez —dijo al cabo de un momento—, se me permita entrar en la tumba. Lo haría con reverencia y respeto, por supuesto. ¿Por qué sacudes la cabeza? ¿Está prohibido?
—Podría decirse que lo está —contestó Arman—. Al ver que Kharas no regresaba, los thanes y sus seguidores corrieron a la tumba, cada cual con la esperanza de ser el que reclamara como suyo el Mazo. Se entabló una lucha en el valle sagrado y fue entonces, estando la batalla en su apogeo, cuando una fuerza poderosa la arrancó del suelo y la elevó en el aire.
—¿La tumba desapareció? —Sturm estaba desolado.
—No desapareció. Podemos verla, pero no podemos llegar a ella. La tumba de Duncan está flotando a docenas de metros por encima del Valle de los Thanes.
El caballero adoptó un gesto ceñudo.
—No te entregues al desánimo, caballero —dijo Arman con complacencia—. Tendrás la oportunidad de ver el maravilloso Mazo.
—¿A qué te refieres?
—Como ya he dicho, soy el enano del que habla la profecía. Soy el destinado a hallar el Mazo de Kharas. Cuando llegue el momento, el propio Kharas me guiará hasta él y estoy convencido de que ese momento está a punto de llegar.
—¿Y por qué estás tan seguro?
Arman no quiso contestar. Declaró que estaba cansado, se acercó a su hermano para comprobar su estado y luego se tumbó en su petate.
Profundamente decepcionado, Sturm se sumió en un sombrío silencio. Tanis se quedó mirando fijamente la impenetrable oscuridad. El Mazo que necesitaban para forjar las Dragonlances había desaparecido o, si no desaparecido, sí estaba fuera del alcance de cualquiera.
Nada salía bien, por lo visto.
* * *
Flint hizo lo que Tanis le había sugerido: dormir con un ojo abierto. Y lo abrió de par en par cuando vio que un enano extraño entraba en el templo tan campante, con tanto descaro como si aquel lugar le perteneciera. No había visto un enano como aquél en toda su vida. El extraño tenía una barba magnífica, brillante y frondosa, mientras que el cabello, largo y ensortijado, le caía en rizos por la espalda. Vestía una chaqueta azul con botones dorados, botas altas que le llegaban a los muslos, camisa con chorreras en pechera y puños y sombrero de ala ancha tocado con una pluma roja. Ante semejante aparición, Flint se sentó derecho.
Estaba a punto de dar la alarma cuando algo en la actitud arrogante y atrevida del enano se lo impidió; eso y el hecho de que el enano se encaminó directamente hacia él y lo miró con descortés fijeza.
—Eh, un momento —dijo Flint, ceñudo—. ¿Quién eres?
—Tú sabes mi nombre —respondió el enano, que siguió observándolo de hito en hito—. Lo sabes igual que yo sé el tuyo. Soy un viejo amigo, Flint Fireforge.
—¡Tú qué vas a ser un viejo amigo mío! —barbotó Flint, indignado—. Nunca he tenido un amigo que se pusiera tanto oropel. ¡Plumas, chorreras y puños de encaje! ¡Le sacarías los colores a un pisaverde de Palanthas!
—Aun así, me conoces. Me nombras a menudo. Juras por mi barba y me pides que tome tu alma si mueres. —El enano hurgó en la oscuridad y sacó un frasco de barro, le quitó el tapón, lo olisqueó y, con una sonrisa de oreja a oreja, se lo ofreció a Flint.
El fragante olor del fuerte licor conocido como aguardiente enano impregnó el aire.
—¿Te apetece un trago? —preguntó el desconocido.
Una terrible sospecha se abrió paso en la mente de Flint. Sintió necesidad de contar con algún apoyo. Tomó el frasco de barro, se lo llevó a la boca y echó un trago. El abrasador licor le quemó la lengua, le raspó el gañote, le retorció el pescuezo y bajó siseando esófago abajo hasta el estómago, donde explotó.