El Maquiavelo de León (18 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

BOOK: El Maquiavelo de León
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La presidencia de esta comisión es el gran poder de esta mujer sumamente trabajadora y enérgica, que lleva a los secretarios de Estado y subsecretarios en un puño. De la Vega ha tratado de convertir la Comisión de Subsecretarios en un pequeño gobierno que ella preside y desde donde se permite mandar instrucciones a los ministros a través de sus respectivos «subses».

Todos reconocen que el papel de coordinación de propuestas que irán al Consejo de Ministros es una tarea trabajosa y eficaz para evitar que el caos en que se mueve Zapatero tenga consecuencias fatales, pero algunos ministros se muestran críticos respecto a lo que consideran interferencias en sus respectivos departamentos. No es cosa nueva: los vicepresidentes no han logrado consolidarse en la democracia, a diferencia de lo que mandaba Carrero Blanco durante el franquismo; los vicepresidentes no tienen calado en la tradición administrativa española y los ministros se resisten a ser «vicepresididos»; los ministros son muy celosos de sus poderes y cuentan con un instrumento fundamental que la vicepresidenta tiene en menor grado: un presupuesto y el acceso al Boletín Oficial del Estado. Es una «vice» muy de reuniones. Como no tiene poder orgánico, recurre a las reuniones.

La vicepresidenta cuenta con otro poder no menos importante: es la portavoz del Gobierno, un puesto en que en los tiempos de González se habían lucido Javier Solana y Alfredo Pérez Rubalcaba. Su aparición semanal tras la reunión del Consejo de Ministros le da una presencia mediática envidiable. En este menester Teresa ha sido implacable y tuvo que pasar por encima del cadáver, político claro está, de Fernando Moraleda, secretario de Estado de Comunicación, que había tratado de ejercer de «portavoz complementario».

El primer secretario de Estado, Miguel Barroso, es el gurú más influyente de Zapatero en el terreno de la comunicación, pero prefirió mantenerse en un segundo plano. Sin embargo, cuando llegó Moraleda a ocupar ese puesto asumió esa función hasta que fue fulminado por la «vice». La verdad es que Moraleda no tuvo las agallas de defender su territorio y opuso escasa resistencia; si se hubiera mantenido firme, este hombre que contaba con la amistad del presidente y de Cándido Méndez —Moraleda fue un importante dirigente de UGT— y Javier de Paz, que tienen mucha ascendencia con Zapatero, quizás se habría salido con la suya.

Pero el bueno de Moraleda es como es y no se empeñó en la batalla. Es posible, sin embargo, que viera que tenía la batalla perdida, pues estaban contra su protagonismo no sólo la «vice», sino José Blanco, Rubalcaba y José Enrique Serrano. ¿Quién se atreve a luchar contra semejante cuarteto? Moraleda, que no es un hombre de
marketing
político como Barroso, más que proporcionar «una frase» lucida y llamativa para los medios en los discursos del presidente, elaboraba amplios documentos de estrategia, algo intolerable para los gurús aludidos.

No obstante, en este terreno de la comunicación la vicepresidenta ha sufrido alguna competencia por parte de José Enrique Serrano, tal como se cuenta en otro capítulo. Lo que nadie niega es que la vicepresidenta mantiene sus competencias intactas y fue ella quien convocó a los principales editores de medios de comunicación a un encuentro con el presidente en Moncloa, donde Zapatero les solicitó «colaboración» desde sus medios, dada la difícil situación económica del país. La «vice» ha llevado personalmente asuntos muy delicados; desempeñó una aportación decisiva en la Ley contra la Violencia de Género, que fue la primera aprobada por el gobierno; ha viajado incansablemente por España y el mundo en misiones no siempre agradables; ha mantenido las difíciles conversaciones con los obispos; coordinó la operación
Alakrana
para liberar a los pescadores españoles, etc.

Ahora existe la percepción de que su estrella ha perdido algo de brillo. «Se la ve menos presente, más desdibujada», comenta un dirigente de una federación territorial. «Es que antes estaba en todas y ahora es la economía la que lo ocupa todo, justo el área más ajena a ella», justifica un diputado, que confirma que en las últimas semanas son variados los comentarios respecto a De la Vega.

Tampoco la ayudó la llegada de Soraya Sáenz de Santamaría a la portavocía de los populares. En las primeras sesiones de control, el exceso de confianza de la veterana De la Vega le jugó alguna mala pasada y fue general la apreciación de que la joven colaboradora de Rajoy se medía de tú a tú con la vicepresidenta e, incluso, llegaba a ponerla en aprietos en alguna ocasión.

He escuchado reticencias por parte de las ministras. Carmen Calvo, que proviene del movimiento feminista, se ha referido al monopolio que en algún caso la vicepresidenta quería hacer del trabajo del gobierno en materia de políticas de género y particularmente del trabajo de las ministras.

Teresa es la número dos del gobierno, pero no se plantea el menor asomo de bicefalia. No está de oyente en el gabinete, como decía estarlo Alfonso Guerra en el de Felipe González, ni mucho menos pastorea, como hacía aquél, grupo alguno de ministros. La vicepresidenta no tiene peso político, se limita a poner un poco de orden en las cuestiones que llegan al Consejo de Ministros, lo que no es poco, y cumplir las misiones que le encarga el presidente, a dar la cara en aquello que como lo del
Alakrana
podría incomodar a Zapatero, que lo que no quiere son líos. El mayor peso político corresponde a José Blanco, en el que tampoco se plantean tentaciones de bicefalia; es el fiel auxiliar que todos los presidentes desearían, y si no que se lo digan a González o a Adolfo Suárez, que sufrió en su última etapa las intromisiones de Fernando Abril Martorell.

José Blanco, el «vice» del partido, no tiene que temer roces con la «vice» del gobierno. No hay tampoco bicefalia en el segundo plano, entre otras cosas porque Blanco espera sucederla como vicepresidente del Gobierno si, como algunos auguran, el jefe del ejecutivo hace una remodelación tras finalizar la presidencia española de la Unión Europea. Por tanto, todo lo que gane para el ámbito de Teresa lo gana para él. Al gallego se le adivina en un viaje en el que el segundo hombre del partido podría aspirar a convertirse en algo más si Zapatero no se presenta en 2012.

Es por ello por lo que he situado al actual ministro de Fomento en el capítulo 17, «¿Después de Zapatero, qué?». He incluido en el mismo algunas pinceladas de quienes en este caso pudieran disputarle el puesto al que aspiran todos los políticos. En ese capítulo hablaré también de Carme Chacón, de Alfredo Pérez Rubalcaba y de José Bono, que, confesándolo o no, podrían integrar el delfinario.

IX - El palacio del presidente Sol

El presidente tiene en el palacio de La Moncloa, en el equivalente al E ala oeste de la Casa Blanca, 656 asesores, de los que 192 son eventuales y cesarán cuando Zapatero deje la presidencia. Son su personal de confianza, de los que una veintena los ha traído de León y 16 son cargos del máximo nivel en la Presidencia del Gobierno. Zapatero cuenta además con 17 ministros y multitud de altos cargos en organismos más o menos autónomos; un amplio plantel entre los que son pocos los requeridos a la hora de tomar decisiones.

El leonés se vale de un teléfono móvil para gobernar. Dadme un móvil y moveré el mundo, parece pensar. Sus decisiones las toma mientras pasea por su despacho llamando a dos o tres ministros y a un grupo reducido de amigos, de los que muy pocos son funcionarios, y aún menos los que trabajan en La Moncloa. Entre estos amigos destacan Javier de Paz, que tiene derecho a capítulo propio; Miguel Barroso y José Miguel Contreras, «Los Migueles»; Antonio García Ferreras y Oscar Campillo, entre otros. Es su verdadera corte. Su núcleo duro. La plural denominación de «Migueles» se acuñó entre los socialistas en 1993, cuando tanto Miguel Barroso como José Miguel Contreras, amigos y expertos en temas audiovisuales, asesoraron a Felipe González, junto a Rubalcaba, para el segundo debate del entonces presidente con José María Aznar en Telecinco, después del inesperado fracaso que cosechó en el primero. Posteriormente, tanto Barroso como Contreras trabajaron en el sector privado, divergiendo sus trayectorias: el primero era vicepresidente de FNAC hasta su nombramiento en Moncloa y el segundo invirtió en la producción televisiva y es hoy accionista de la productora de televisión Globomedia.

Miguel Barroso es quien más influye en Zapatero en asuntos de imagen, compitiendo su influencia al respecto con el maestro Rubalcaba. Fue su primer secretario de Estado de Comunicación, entre abril de 2004 y septiembre de 2005. El presidente lo heredó del equipo asesor de Joaquín Almunia; antes había sido jefe de gabinete de José María Maravall, cuando éste era ministro de Educación en el gobierno de Felipe González. Barroso había vuelto a aterrizar en Ferraz desde el sector privado como asesor en las elecciones municipales de 2003. Está casado con la ministra de Defensa, Carme Chacón, lo que ofrece cierto paralelismo con Pedro Arrióla, el gurú del Partido Popular con Aznar y con Rajoy, casado con Celia Villalobos, quien fuera ministra de Sanidad con el primero. No es el único paralelismo que se me ocurre. Miguel es, desde enero de 2009, consejero delegado de la agencia de publicidad Young amp; Rubicam España, más o menos como otro Miguel, Miguel Ángel Rodríguez, que ocupó el mismo puesto de Barroso en Moncloa con Aznar y que ahora preside la agencia Carat España. A una y otra agencia han acudido en las distintas épocas las empresas que pretendían acercarse al poder, lo que es vital para una agencia de publicidad, pues es de] Estado de donde proceden las más sabrosas campañas.

El gabinete ministerial cuenta poco, como se vio en el capítulo anterior. En lo que respecta a Moncloa, el peculiar estilo de gestión del presidente no permitió que se afianzase ningún liderazgo claro en lo que se conoce como «el ala oeste» de palacio; es decir, el discreto equipo de asesores que todo presidente necesita para orientar sus pasos cuando sale a la luz de los focos.

Semejante dispersión dificulta la percepción del mecanismo de la toma de decisiones, aunque algunas pistas ofreceré de ello en este capítulo. Lo que parece evidente es que en palacio se disputan constantemente parcelas de poder la vicepresidenta, el tándem Serrano-Vidal Zapatero, director y director adjunto del gabinete presidencial respectivamente, y Bernardino León, secretario general de la Presidencia.

Su círculo íntimo está constituido por gente que no tiene cargo alguno o que desempeña funciones que poco tienen que ver con la Presidencia del Gobierno. Hay que reseñar, sin embargo, unas pocas excepciones, como la de José Enrique Serrano, abogado y profesor de Derecho, director de su gabinete, un nombramiento que sorprendió porque se esperaba que ocupara este puesto en Moncloa quien lo desempeñaba en Ferraz, José Andrés Torres Mora.

Serrano fue heredado. Fue quien apagó las luces cuando se hizo con las llaves de Moncloa José María Aznar y ha sido el que las ha encendido cuando llegó el nuevo inquilino. Al principio éste no le hacía mucho caso. No era uno de los suyos y para colmo le machacaron desde la prensa de la derecha por sus hazañas felipistas. Sin embargo, Zapatero debió considerar que le venía bien tener a su vera al hombre que se sabía todos los secretos de la etapa de González y se movía con soltura en los espacios oscuros de la gobernación.

Serrano hubo de lidiar desde puesto tan delicado las mentiras más peligrosas durante los años en los que el gobierno de Felipe González se desayunaba cada día con un nuevo escándalo, casos de corrupción y amenazas de Mario Conde o Javier de la Rosa al Estado de derecho. La prensa más próxima al Partido Popular se encargó de recordar el historial de Serrano, recriminando al nuevo presidente su opción por gente tan marcada por el «felipismo». Su elección, sin embargo, ha sido saludada por una mayoría de dirigentes socialistas como un signo de madurez. No en vano, Serrano ha mantenido importantes lazos desde que el PSOE perdiera el poder. Fue jefe de gabinete de Almunia en Ferraz el tiempo que éste desempeñó la secretaría general y, desde la debacle de 2000, aunque recaló en la empresa privada, siguió asesorando a Manuel Chaves, presidente del partido, con quien tiene una relación especialmente cordial. Serrano mantiene excelentes relaciones con María Teresa Fernández de la Vega a través del grupo parlamentario, desde cuando ella era miembro del equipo director a las órdenes de Almunia; y con Alfredo Pérez Rubalcaba, con quien compartió desvelos en La Moncloa cuando el hoy ministro del Interior ocupaba el puesto de portavoz socialista en el Congreso de los Diputados. Lo mismo que con el PSC, gracias a su sólida relación con Miquel Iceta, el segundo hombre de los socialistas catalanes.

Serrano, del que apenas se valía en los inicios, ha ido ganando puntos con el tiempo. Su no afiliación y su alejamiento de la vida interna del PSOE le preservan de enfrentamientos y peleas por el poder. Con Serrano no habrá lugar a tensiones con nadie, porque, dicen los que han trabajado con él, al igual que su antecesor en la etapa del PP, el conocido Carlos Aragonés, su ambición política se circunscribe a su despacho de Moncloa. De todas formas, no es prudente infravalorar las ambiciones, pues es sabido que Serrano estuvo a punto de conseguir la cartera de ministro de la Presidencia en la segunda legislatura, a la que no le hubiera hecho ascos.

No obstante, Serrano fue víctima de dispersión en los fogones de la cocina de palacio y la imagen del presidente, sin un claro conductor, cayó como un plomo en los aciagos días posteriores al estallido de la bomba en la T-4 de Barajas. Sin embargo, Zapatero continuó sin «nombrar» a jefe alguno en su variada corte de asesores. Serrano, como decía, fue heredado, pero el primo del presidente es muy suyo, el amigo de la infancia, el confidente perfecto, con quien hace
footing
por los jardines de palacio. A Vidal le llamaban en León «Mandi», por la prominencia de sus mandíbulas, y a José Luís, «Papes», debido a sus mofletes abundantes y caídos, que le hacían parecerse al perrito del anuncio publicitario de Hush Puppies, una famosa firma de zapatos.

Para colocar a su primo a su vera como subdirector de su gabinete, Zapatero tuvo que despedir a Enrique Guerrero, «Pichelo», un referente de la vieja guardia, que hoy vegeta en el cementerio de elefantes que es el Parlamento Europeo.

«Es un crack —dice de Vidal un diputado socialista—, ha conseguido ganarse el respeto de todo el mundo, y eso que tenía el
hándicap
de ser de la familia». «Es serio, eficaz, dialogante, cercano», añade otro alto cargo que trabajó con él durante el anterior mandato. «Y muy discreto. Es difícil encontrar quien lo critique. Poca gente conoce de verdad su trabajo y forma de actuar, pero entre ellos es casi unánime la opinión de que se trata de buena gente».

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