El Maquiavelo de León (19 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

BOOK: El Maquiavelo de León
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José Miguel Vidal Zapatero, profesor asociado de Derecho Constitucional en la Universidad de Valladolid durante quince años, dejó su tranquila vida familiar —tiene esposa y una hija— para acudir a la llamada de su ilustre primo nada más ganar el PSOE las elecciones de 2004. Desde entonces vive en un piso alquilado en Madrid de lunes a viernes y viaja a Palencia, donde reside actualmente su familia, cada fin de semana.

Apenas siete meses mayor que el presidente, Vidal compartió con él juegos, amistades y largas charlas de juventud. Sus respectivas madres, hermanas nacidas en Valladolid y casadas con dos leoneses, los tuvieron casi a la par, y desde los juegos del parque infantil permanecieron juntos hasta en las vacaciones familiares compartidas, y así los dos primos se han labrado una relación y una confianza personal que la llegada de Rodríguez Zapatero a La Moncloa no sólo no ha estropeado, sino que la ha afianzado.

Después de tres años desempeñando un puesto de poca relevancia en el departamento de Relaciones Institucionales del gabinete de Presidencia, que dirige Fernando Magro, le dio el espaldarazo definitivo. Vidal se involucró en el engranaje rápidamente, y participó ya de firme en la preparación del discurso de la segunda investidura del presidente, cuando aún no había sido nombrado para su actual puesto. Además de preparar y supervisar textos e intervenciones de Zapatero, Vidal realiza gestiones con comunidades autónomas, ayuntamientos o entidades con las que Moncloa necesita negociar leyes o, sencillamente, conocer sus puntos de vista de cara a decisiones gubernamentales. También se cita en su haber una fina intuición política, que su primo presidente valora mucho. Por eso tienen gran significación las reuniones semanales en las que participa con distintos estrategas de Moncloa.

Vidal y el presidente siguen pasando periodos de vacaciones juntos, con sus respectivas familias —la hija del asesor monclovita comparte edad con una de las de Zapatero— y no es de extrañar que se le atribuya una influencia mayor de la que figura en su cargo.

La llegada del primo del presidente como «número dos» del gabinete agitó los delicados equilibrios del poder monclovita. José Enrique Serrano ha resucitado con fuerza al calor de la relación personal de su segundo con el jefe y ha ocupado espacios hasta entonces reservados a De la Vega.

La actual situación arranca en septiembre, cuando la percepción del alcance de la crisis pone en alerta roja al gobierno, y Zapatero tensa a su entorno más cercano y pide soluciones. Ya entonces era cuantificable el desgaste que para el gobierno estaba suponiendo el goteo de malas noticias que arrojaba la situación económica y, desde Moncloa, toma las riendas su director de gabinete.

El tándem Serrano-Vidal parece estar funcionando, según quienes tienen acceso a su trabajo. Quizá sea por eso por lo que el gabinete monclovita brilla hoy más que nunca, aunque nadie se aventura a pronosticar cuánto puede durar este estado de gracia ni qué consecuencias tendrá para el Gobierno. «En los despachos de Moncloa se acumulan tanto poder y tantas intrigas que es casi imposible que nadie salga indemne de allí», rubrica con sorna un ex alto cargo que pasó mucho años entre sus paredes.

Fue Serrano quien organizó y convocó personalmente a los banqueros a su reciente cita en palacio, y es él quien convoca informalmente, pero casi cada semana, unos «maitines» particulares de estrategia con Vidal Zapatero y distintas personas del organigrama de Moncloa.

La reunión suele celebrarse los jueves, para repasar la agenda política, el remate de alguna decisión del Consejo de Ministros del viernes y, sobre todo, la estrategia a seguir para hacer frente a las hostiles circunstancias económicas. Lo llamativo de la cita —«en Moncloa se convocan decenas de reuniones cada semana para debatirlo todo», explican desde el palacio presidencial restando importancia a la información— es que nunca antes, ni durante la anterior legislatura, se había producido esta convocatoria por parte del gabinete del Presidente con el selecto grupo de convocados.

Otro personaje en ascenso es Bernardino León, malagueño de 45 años, diplomático de carrera, que es el secretario general de La Moncloa y amigo del primo de Zapatero. La esposa de Bernardino, Regina Reyes, fue directora del gabinete de Sonsoles hasta que fue sustituida por Ana Pérez Santamaría, la esposa de Javier de Paz (ver el capítulo «La fabulosa transformación de Sonsoles Espinosa»). Como dice Inmaculada Sánchez en la revista
El Siglo
, ya pocos dudan de quién manda hoy, de verdad, en Moncloa. Es este diplomático malagueño con gafas y un largo de pelo ajeno a la ortodoxia funcionarial, que le concede un aire tan moderno como «pijo» a su pesar, y adicto a los deportes de alto riesgo como la escalada vertical. Zapatero cuenta con él casi más que con cualquier otro en Moncloa desde que, al inicio de la presente legislatura, decidió que en este mandato debía cambiar su «traje» de «presidente que cumple sus promesas» en España por otro de dirigente internacional. La crisis, además, obliga.

León había hecho, también, sus pinitos en la política de alto nivel en los cuatro años precedentes y había contado con significativos «avales» en su acercamiento a Zapatero. Incluso, se le llegó a citar como uno de los interlocutores con ETA en el tiempo de la tregua, aunque él siempre lo ha negado.

«El presidente ya sólo viaja con Bernardino y con Vidal, son los más cercanos, los que saben en qué piensa y los que más tiempo pasan con él, eso es innegable», informa alguien que conoce de cerca cómo ha ido cambiando Moncloa tras la última victoria electoral. De acuerdo con los datos de las citadas fuentes, Zapatero se ha dado cuenta de que, con la crisis y la situación mundial, «no tiene» vicepresidentes que lo apoyen y que necesita poder ir al extranjero como un líder con peso y no alguien con quien no se cuenta. En ese «viaje» presidencial es donde Bernardino León ha encontrado su hueco al sol.

El joven diplomático no ha aparecido de repente en el entorno zapaterista. Curiosamente fue el titular de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, quien le dio a conocer ante Zapatero y le hizo secretario de Estado, y quien ahora da muestras de tener celos de su antiguo subordinado.

Una persona clave es Gertrudis Alcázar Jiménez, «Gertru», natural de Daimiel, su secretaria más personal, el equivalente a la «Piluca» de Felipe González, una mujer discretísima y eficaz que le acompaña desde los tiempos de Ferraz, donde ella trabajaba desde 1988. Joaquín Almunia la ascendió a la planta noble cuando accedió a la secretaría general. Gertru mantuvo su puesto con Chaves como líder interino, y nada más aterrizar Rodríguez Zapatero, quién no la conocía, tuvo a su favor la excelente opinión que de ella existía en la casa —«es muy trabajadora», «es una mujer excepcional», dicen quienes la conocen— y fundamentalmente la de una persona, el entonces recién nombrado jefe de gabinete de Zapatero, José Andrés Torres Mora, que había compartido espacio de trabajo con ella y le aseguró al nuevo jefe que ésta era la persona que necesitaba en su antedespacho.

Pero son pocos los amigos de verdad del presidente del Gobierno, los destinatarios de su móvil, a los que saluda con un «Oye, soy José Luís», aunque a veces no hace falta que diga nada porque todos ellos tienen metido en la memoria de su teléfono, subrayado con la debida deferencia, el del jefe, del amigo. El mis amigo, «El Amigo» por excelencia, es Javier de Paz, cuyo puesto es el de consejero de Telefónica y al que dedicaremos un capítulo específico. Los otros amigos del móvil son los ya aludidos que trabajan en actividades privadas: Miguel Barroso, José Miguel Contreras, la gente de La Sexta; los periodistas Antonio García Ferreras y Oscar Campillo. Cándido Méndez se encuentra entre los favoritos, pero de otra forma, tal como ampliaremos más adelante. En menor medida, o mejor se puede decir en descenso, se encuentra José Andrés Torres Mora, uno de los primeros impulsores de la Nueva Vía con la que el presidente se lanzó al asalto de la secretaría general del partido.

Torres Mora fue jefe de su gabinete en Ferraz antes de llegar al gobierno, pero no le llevó al mismo cargo en Moncloa, optando por la experiencia y las dotes de Serrano. Algo tuvo que ver también en que no ocupara dicho puesto que su relación con Blanco fuera bastante tensa. Hoy, el profesor Torres, un sociólogo más reconocido en el ámbito del análisis y el estudio que en el de la gestión es, simplemente, diputado por Málaga. Sin embargo, Torres y esposa siguen manteniendo su amistad con los Zapatero-Espinosa. Gracias a Torres Mora estableció Zapatero una relación fructífera con José Luís Zárraga, sociólogo asturiano y experto en demoscopia electoral. Zapatero asegura que consulta mucho con su hermano Juan, pero personas próximas al primero me aseguran que su influencia es menor de lo que el presidente quiere dar a entender.

Hay un hecho significativo en el estilo de relación de Zapatero que él lleva a rajatabla: la compartimentación de sus favoritos en razón de en qué espera él que pueden serle útiles. Con muy escasas excepciones, como el compartimiento de los amigos para todo, donde viajan Javier de Paz, su primo Vidal Zapatero, Angélica Rubio, su asesora de prensa y, ocasionalmente, otros amigos leoneses que se trajo a Madrid, compañeros en la pesca de la trucha, como Miguel Martínez, presidente de Paradores; Ignacio González, consejero en la Comisión Nacional de la Energía, y en menor medida Ángel Villalba, presidente de Feve. Los agrupados en las demás esclusas desempeñan funciones específicas. Unos le sirven para orientarle en asuntos mediáticos: Barroso, Contreras, Campillo, García Ferreras y Angélica Rubio; otros le orientan en asuntos internacionales, como Bernardino León; por unos terceros se documenta sobre temas económicos, como el aludido Ignacio González, cada vez menos su antiguo gurú Miguel Sebastián, y los empresarios ya aludidos Entrecanales y Del Rivero. Y hay gente con quien departe sobre asuntos de la Administración Pública, una cuestión muy familiar para Zapatero, que se ocupó de ella durante su largo periodo de oscuro diputado. A este grupo pertenece Felipe García, eficaz consejero del Tribunal de Cuentas del Reino. A ninguno de ellos, o a casi ninguno, les confía asuntos diferentes a sus respectivas especialidades. Zapatero «pasa» del organigrama de la Administración Pública y ha reducido a trámites sin contenido las reuniones de los órganos del partido. En lo segundo actúa como Felipe González, a quien le daban una pereza infinita los asuntos de Ferraz. Hay sin embargo una diferencia significativa: en tiempos del primero el partido lo pastoreaba su adversario Alfonso Guerra, mientras que, en la nueva época, Zapatero cuenta como vicesecretario con un colaborador fidelísimo: José Blanco. González participaba del concepto del partido que tenía Willy Brandt. El dirigente histórico del Partido Socialdemócrata Alemán solía preguntarle: «Bueno, Felipe, ¿cómo está la pocilga?». Esta era la fea expresión con la que se referían al partido tanto Brandt como Gerhard Schroeder. Zapatero es más del partido, aunque en realidad habría que decir que el partido es suyo y que, por tanto, no tiene que dar demasiadas explicaciones.

En lo que a asuntos generales se refiere, ensayó en sus primeros momentos la convocatoria a «maitines» los lunes por la mañana, a imitación de lo que hacía Aznar en el gobierno y Rajoy en la oposición, pero estas reuniones perdieron fuelle pronto. Tampoco reúne con frecuencia «La Permanente», un grupito reducido de la Ejecutiva. La realidad, constatada por varios de quienes acuden a estos encuentros poco frecuentes, es que Zapatero se pasa la mayor parte del tiempo leyendo el periódico. Prefiere el Comité Federal, donde pocos o ninguno se atreven a tomar la palabra, más allá de los secretarios generales de las diecisiete comunidades autónomas, que pronuncian palabras meramente protocolarias. Todos escuchan reverentes los discursos, siempre optimistas, del jefe.

Uno de los pocos que osaba tomar la palabra en un Comité Federal era Carlos Solchaga. Su última intervención tuvo lugar recién ganadas las elecciones de 2008, pocos meses antes del XXXVII Congreso, celebrado en julio de aquel año. Una vez que hablaron los diecisiete barones, se levantó el navarro y pronunció un discurso de tono general positivo que concluyó con una advertencia muy sensata sobre la crisis que se nos venía encima.

A los dos meses se celebraba el congreso del PSOE y nadie se aproximó a él, ni él a nadie, dando todos por descontado que, según la costumbre, si no había notificación en contra se mantendría su elección. Llegó la sesión final, que, como también es costumbre, se prolongó hasta la madrugada. Leyeron la lista de los integrantes del nuevo Comité Federal y Carlos Solchaga, una de las figuras mejor preparadas y más respetadas del socialismo español, no aparecía en ella. Zapatero no se tomó la molestia de llamar al «querido y respetado compañero» ni antes ni después de la votación para la composición del Comité Federal. Ni siquiera se tomó el trabajo de hacerlo el secretario de organización, José Blanco. Carlos Solchaga se hubiera dado por satisfecho si aquél le hubiera llamado para darle unas mínimas explicaciones. Algo así: «Mira Carlos, tengo un problema para hacer la lista, porque tengo que meter a Fulano y Mengano y tú, reconócelo, vienes poco por el Federal». Carlos hubiera dicho: «Pues es verdad, no te preocupes, lo entiendo perfectamente». Lo hubiera dicho con mucho gusto, pero no tuvieron esa deferencia. Nadie le llamó, no hubo despedida, no hubo nada, ni disculpas ni reproches por ninguna parte. No obstante, Solchaga no expresa resentimiento alguno:

—Hubo momentos difíciles de definición de la política de oposición, pero yo no lo critiqué abiertamente en el Comité Federal. Traté más bien de buscar una salida de respaldo a la Comisión Ejecutiva. Nunca tuve unas relaciones de contraposición; ni las he tenido ni las tengo ahora. Tampoco parece que el presidente tenga mucho interés en tenerlas. El otro día cuando le preguntaron: «¿Qué le parece esto que ha dicho Carlos Solchaga?», respondió con palabras muy amables: «Yo a Carlos Solchaga le quiero mucho, y le conozco hace muchos años, es una persona inteligente, y tal». Ni él ni yo hemos buscado una contraposición.

Pero el navarro admite el divorcio:

—La verdad es que me sentó mal por las formas, pero el fondo de la cuestión es que hacía bastante tiempo que yo me encontraba incómodo en el Comité Federal, porque allí no se decía nada. Si te levantabas todos los días parecías el abuelo Cebolleta. Antes, en la época de González, incordiaban los de Izquierda Socialista, que son buena gente, pero que toda su aportación al debate político del PSOE ha sido ser ugetistas o pro ugetistas. Ahora, como Zapatero está más ugetista que ellos, pues ya no tienen nada que hacer ni que decir. Toda la gran discusión de entonces sobre el obrerismo o el no obrerismo; sobre socialdemócratas de verdad y social-liberales ya no tiene sentido. El pasa a todos por la izquierda y no hay nada que discutir allí. Hay una especie de silencio ya pactado, de
omertá
, que es una lástima; yo no me la creo, porque conozco a este partido y no de ahora, lo conozco desde el 74, y sé que este partido es más discutidor que eso y la protesta que hoy está callada acabará saliendo a la superficie.

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