El fichaje de Zaplana ha sido interpretado hasta ahora como un doble servicio de Alierta al Partido Popular: en primer lugar brindaba a Rajoy una solución para desprenderse sin traumas de un dirigente incómodo en la nueva época y, en segundo lugar, se compensaba la salida de la compañía de Manuel Pizarro, incorporado a las filas del PP, con otro miembro de este partido. Sin embargo es como lo cuento: la idea no fue de Rajoy ni de Alierta, sino de Javier de Paz.
¿Cómo se come la relación aparentemente
anti natura
entre Javier, un socialista cabal y Eduardo Zaplana, el martillo implacable de su partido? Comprendo que esta afirmación necesita una explicación más completa por mi parte, así que allí va: el origen de semejante maniobra, que confirma una vez más que la política produce extraños compañeros de cama, se encuentra en otra de las muchas misiones delicadas que le encarga el jefe al «Amigo».
Antes de las elecciones de 2008, Eduardo Zaplana era el portavoz parlamentario del PP que golpeaba al PSOE donde más dolía. Pero el cartagenero de origen y valenciano de ejercicio está muy bien dotado para la supervivencia. El caso es que un buen día en el que Javier cenaba con Zapatero, le confía éste una misión singular:
—Javier, lo que te voy a decir quizás te sorprenda: nuestro amigo Eduardo Zaplana me ha mandado un mensaje interesante que no sería inteligente rechazar.
«El Amigo» sonríe esperando cualquier cosa del enemigo, del parlamentario demoledor.
—Tratándose de Eduardo cualquier cosa es posible.
—Pues siéntate bien en la silla: Eduardo me hace saber que a pesar de la dureza con la que nos trata, que es propia de su forma de entender la oposición, lo que yo comparto plenamente, que para eso estamos donde estamos, le gustaría mantener abierta con nosotros una línea especial de comunicación.
—¿Una especie de teléfono rojo? —apunta Javier, divertido.
—Sí, pero no quiere teléfonos, sino una persona que haga de correo.
—¿Una especie de correo del zar? —apunta «El Amigo».
—Llámalo como quieras, el caso es que Zaplana me ha pedido que le señale alguien de mi confianza para mantener un contacto de emergencia que puede sernos útil para ambos y ha sugerido tu nombre. La lucha política es muy dura, pero debe tener sus límites y está dispuesto a pactar con nosotros en situaciones especiales, que nosotros consideremos de la máxima importancia.
—¡Qué personaje! —se admiran ambos prorrumpiendo en sonoras carcajadas. Calmada la risa, De Paz le contesta:
—Creo que puedo hacerlo. Como sabes, Ana [su esposa] es de Benidorm, como la mujer de Eduardo, y ambos hemos mantenido buenas relaciones con los Zaplana cuando éste fue alcalde de la ciudad.
—Sí, cuando se hizo alcalde sobornando a una compañera nuestra —añade el jefe.
—Exacto, pero reconocerás que si Eduardo sobornó, la compañera se dejó sobornar. No me costará nada mantener esta relación con buen talante. Yo tengo la mejor opinión de Eduardo, le tengo en alta estima, es una persona que tiende puentes… La verdad, José Luís es que su imagen no corresponde a la realidad, no tiene que ver con su forma de entender la vida, de ver las cosas. Es una persona de la que nos podemos fiar.
—Así lo he entendido. Pues ya sabes, la patria te llama de nuevo —sentenció el presidente.
Y así, con mucho talante y no pocas risas y favores intercambiados por Eduardo y Javier, dos personajes sin límites, empezó una relación en principio pensada para entenderse al borde del precipicio, pero que fue muy grata para la pareja, que siguió cultivando su antigua amistad en un nuevo escenario. Así que Javier aprovechó la marcha de la compañía de Pizarro, reclutado por el PP, para proponerle a César Alierta el sustituto. El hijo de Cesáreo Alierta, quien fuera alcalde de Zaragoza, ha recibido muchas sorpresas en su fecunda vida de financiero y empresario, pero poco le faltó para caerse de la silla ante semejante propuesta. Conocida la entrañable amistad del amigo de Zapatero con el amigo de Aznar, se comprenderá que el valenciano Martínez Pujalte, uno de los jabalíes del Partido Popular que no pierde ocasión de embestir, pero amigo de Eduardo Zaplana, hiciera grandes elogios de Javier de Paz cuando le nombraron consejero de Telefónica, en lugar de lanzar los esperables venablos verbales denunciando que un socialista, amigo de Zapatero, ocupara un cargo tan envidiable.
En definitiva, el ex presidente de las Juventudes Socialistas entra con mucha fuerza, aunque con grandes cautelas, en la gran compañía que quizás presida en un plazo no muy largo. En la casa se suponía que el relevo se produciría como consecuencia del proceso judicial al que se sometió al actual presidente, acusado de usar información privilegiada durante la etapa en la que regía los destinos de Tabacalera. A César Alierta le absolvieron, pero los jueces dictaminan que hubo información privilegiada, que se perpetró delito, pero que había prescrito. Son muchos los que en el mundo de los negocios y en la propia compañía pensaban que esta forma de absolverle condenándola obligaría al absuelto de forma tan embarazosa por la Audiencia Provincial de Madrid en julio de 2009, bien a dimitir o bien a recurrir la sentencia. César Alierta no hace lo uno ni lo otro. Lo importante no es la sentencia, sino la utilización que la prensa pueda hacer de ella. Pero Telefónica cuenta con un genio de la comunicación, Luís Abril, que consiguió una actitud amistosa de los medios.
La siguiente oportunidad se presentará cuando el zaragozano cumpla los 65 años de edad, el 5 de mayo de 2010, apenas un año antes de que se celebren las próximas elecciones generales, si es que éstas no se adelantan. Si César Alierta sobrevive a esta fecha, lo que es probable en razón del fuerte subidón que ha dado a la compañía, Javier de Paz tendrá escasas posibilidades de sucederle aun cuando el PSOE vuelva a ganar y como hoy por hoy parece lo más probable, aunque no seguro, el candidato vuelva a ser el leonés. Javier de Paz ha despertado tales envidias y suspicacias en su partido que no tendría ninguna oportunidad si es cualquier otro compañero quien conquista La Moncloa. Alierta ha conectado a plena satisfacción con La Moncloa, elemento esencial para su supervivencia. Al castellano se le han dejado las manos libres para elegir su campo de acción, que es muy amplio. Sin embargo, quienes le conocen bien saben que sus ambiciones no se limitaban a ser consejero, uno de los «diez grandes» de la Comisión Ejecutiva, y presidente de la filial Atento, por muchos beneficios económicos que esto le reporte. Javier es rico desde el asunto de Panrico, y lo que ambiciona no es dinero sino poder y, el de la presidencia de la primera compañía española y una de las primeras del mundo es formidable. Sin embargo, Javier de Paz le ha sido leal a Alierta. Javier aspira a la presidencia a su debido tiempo y sin traicionar a quien la ocupa en estos momentos. Como he dicho antes, la fecha clave puede ser la del 5 de mayo de 2010, cuando Alierta cumpla los 65 años. De no ser el elegido, la marcha de Alierta le perjudicaría, pues con otro presidente no recibiría, probablemente, mejor trato.
El vallisoletano se prepara concienzudamente, como ha hecho siempre, por si las moscas: ha comprado 6.600 acciones de la compañía, aprende inglés a marchas forzadas y estudia a fondo los intríngulis de la operadora. Si Alierta se marchara, lo que es muy dudoso, Javier tendría que competir con otros catorce, y si se cambiaran los estatutos que obligan a que el futuro presidente lleve dos años de consejero, el número de posibles aspirantes sería indefinido.
El aragonés juega bien sus bazas. Reconoce que Javier le ha sido leal hasta ahora, pero no se le ocultan sus ambiciones. Su respuesta ha sido limitar los poderes reales al asesor áulico y compensarle con generosidad económica. Javier espera instalado confortablemente en la Gran Vía y en el moderno edificio de Sanchinarro; es miembro del consejo; de la comisión ejecutiva, que es el gobierno de la compañía; presidente de la comisión de recursos humanos; está en la comisión delegada; es consejero de Telefónica Brasil, de Telefónica Argentina, de Telefónica España, de Telefónica Internacional; y presidente de la filial Atento, donde trabajan más de 100.000 personas, entre otras responsabilidades y misiones especiales.
En definitiva, se sienta sobre dos despachos estupendos, recibe un sueldo por cada uno de los menesteres aludidos y cuenta con un amplio tren de secretarias y demás apoyos burocráticos. Y no le faltan teléfonos ni agendas. En resumen: se siente como Dios.
César Alierta está bien sentado en su sillón, alzado por una buena gestión que ha situado a la compañía a años luz de donde la dejó Juan Villalonga, el aventurero que compartió pupitre con José María Aznar, y no es improbable que se cambien las normas de la compañía para que continúe en el sillón más allá de los 65 años.
Nunca hubiera imaginado el joven leonés que tendría que desempeñarse en el mundo de la economía oficiando de brujo para conjurar, con su particular alquimia, la crisis más honda desde el
crack
del 29. Cuando el Maquiavelo de León acariciaba su proyecto de alcanzar el Gobierno de España, se veía proyectando mejoras sociales, ampliando los derechos civiles o reivindicando a los vencidos en la guerra civil, a los fusilados, como su abuelo el capitán Lozano. De estudiante, la economía le interesaba bien poco. «Prefiero tus cuentos —le decía al profesor Otero, que también es novelista— a las letras de cambio que me haces aprender».
Su primera legislatura transcurrió como esperaba; no sólo no había crisis, sino que disfrutó de una euforia en el mundo de los negocios que parecía que no tendría fin. Así lo anunciaron sesudos expertos que aseguraban que habíamos entrado en un mundo mágico donde la prosperidad sería indefinida, que había terminado la sucesión de ciclos expansivos y depresivos; los ciclos eran cosa del pasado, a pesar de la experiencia histórica y de lo que podía desprenderse de la lectura de la Biblia, en la que se dictamina que a un periodo de vacas gordas, sucede otra de vacas flacas, y viceversa.
Al designar a Pedro Solbes como ministro de Economía, no tenía necesidad de explicar la política económica del nuevo gobierno. La tranquilidad del mundo empresarial estaba asegurada. No así la de algunos amigos unidos en torno a Miguel Sebastián, vicepresidente económico por un día, que renunció antes de que el nuevo presidente pudiera manejar el Boletín Oficial del Estado. Fue entonces cuando, al parecer por sugerencia de Felipe González, designó a Pedro Solbes. Las tensiones entre ambos, el vicepresidente y el director de la Oficina Económica del Presidente, fueron continuas e imposibles de disimular. No eran, sin embargo, las únicas que podían detectarse, como he señalado en capítulos anteriores. La primera bronca tuvo como campo de Agramante el Salario Mínimo Interprofesional.
Fue el primer Consejo de Ministros del primer gobierno. Solbes se opuso a la propuesta que Caldera formulara de proceder a un incremento notable del salario mínimo, pero Zapatero dio la razón a su ministro de Trabajo y el SMI se situó en los 600 euros. Fue la primera desautorización a su ministro de Economía, con el agravante de insidiosa publicidad, de perpetrarla ante los demás ministros reunidos en consejo. Después se convertiría en hábito.
Había quedado claro que Zapatero no seguiría la norma de Felipe González, que solía decir que él seguía la recomendación de Olof Palme, el primer ministro sueco: «Yo acepto el 98 por ciento de lo que propone el ministro de Hacienda».
Sevilla le recrimina a Zapatero la humillación a la que somete a Solbes:
—Hombre, eso no se hace así. Se lo dices antes del consejo, pero no delante de todos, poniendo a Pedro entre la espada y la pared. Sevilla sostiene que no lo hizo por desconocimiento ni torpeza, sino porque le gusta subrayar quién manda. Por «gimnasia del poder». Unas veces ganaba la batalla Sebastián y otras Solbes, pero rara vez se ponían de acuerdo. Chocaron por la reforma fiscal, la del tipo único, que fue llevada al programa electora] y que, en opinión de Sebastián, habría salvado a España de la crisis del ladrillo. No se hizo porque se negaron el ministro y Miguel Ángel Fernández Ordóñez.
Otra victoria de Solbes fue la de los nombramientos del equipo económico, de los consejeros de los organismos reguladores —CNMV, CNE, etc.—. Zapatero le había dicho a Miguel Sebastián que se los repartieran entre Solbes y él, pero lo decidió el vicepresidente con la excepción de la designación de Carlos Arenillas, amigo de Sebastián desde los tiempos de su común trabajo en Intermoney, como vicepresidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Sebastián ganó la batalla de los 400 euros. La desgravación de 400 euros para
everybody
, ricos, pobres y sectores intermedios, para Botín y su jardinero, fue un costoso error que todavía seguimos pagando; como el «cheque bebé», aprobado por iniciativa de Jesús Caldera, ministro de Trabajo, y la supresión del impuesto sobre el patrimonio, a lo que Solbes se oponía, aunque propuso su perfeccionamiento buscando la forma de limitarlo a las clases altas.
Estas medidas detrajeron del tesoro público 8.000 millones de euros que hubieran podido aplicarse a otros fines. Como es natural, nadie quiere responsabilizarse de este error, pues los aciertos tienen muchos padres, pero los errores suelen ser huérfanos de padre y madre. En realidad la responsabilidad corresponde a Zapatero, pero la comparten, aunque a regañadientes, Miguel Sebastián y David Taguas. El presidente llama a su amigo, que tras su derrota en las elecciones para alcalde de Madrid estaba en la universidad, pero a quien el presidente seguía consultando. Zapatero se reúne con David Taguas y Miguel Sebastián y tiene lugar la conversación que transcribo resumidamente y en la que no puedo distinguir precisa y separadamente lo que dicen Taguas y Sebastián.
ZP: Quiero hacer un recorte de impuestos. Dame ideas.
MIGUEL SEBASTIÁN/DAVID TAGUAS: Pues muy sencillo, supongo que quieres hacer una rebaja progresiva; no bajar el tipo, porque si bajas el tipo, a Botín le das unos cuantos miles de euros y a sus empleados muy poquito.
ZP: Sí, sí, tenemos que hacerlo progresivo.
MS/DT: Muy sencillo: sube el mínimo exento.
ZP: Eso no lo entiende nadie. Pensad otra cosa.
Y entonces Sebastián y Taguas se ponen a ello y se les ocurre dar 500 euros a todos los contribuyentes y para hacerlo progresivo piensan en quitar al segmento alto, pero después estiman que es muy complicado y que su gestión sería más cara que lo que podría ahorrarse. «Pero la decisión —subraya Miguel Sebastián— la tomó el gobierno, el ministro de Economía, no fue mía, que yo estaba en la universidad». En lo que se refiere al cheque bebé, Sebastián asegura que no tiene nada que ver en ello.