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Authors: Frederick Forsyth

Tags: #Intriga

El manipulador (44 page)

BOOK: El manipulador
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»Aquel documento significo el fin de Van Troc. Tanto él como su primo fueron detenidos; ellos no habían tratado de escapar. El primo fue ejecutado, pero Van Troc, pese a que fue brutalmente interrogado durante muchos meses, fue enviado a un campo de trabajos forzados al norte de Vietnam. Y allí fue donde lo encontró Drozdov, en 1980, aún con vida. Bajo tortura confesó que había trabajado para Calvin Bailey como agente infiltrado en el Vietcong.

»El Gobierno de Hanoi se mostró dispuesto a cooperar y a poner en escena la sesión de fotografía. Sacaron a Van Troc del campo de trabajos forzados, lo engordaron a base de buena comida y lo vistieron con el uniforme de coronel del aparato de Inteligencia de Hanoi. Le fotografiaron junto con otros oficiales, saboreando una taza de té después de la invasión de Camboya. Fueron tres camareros distintos, todos ellos agentes de Hanoi, intervinieron en el asunto y luego fueron enviados a Occidente junto con sus fotografías. Después de eso, Van Troc fue ejecutado.

»Uno de los camareros se mezcló con un grupo de refugiados que logró huir en una barca y mostró muy orgulloso su reliquia a un oficial británico en Hong Kong, el cual acabó interesándose por la fotografía, que acabaron por confiscar para enviarla a Londres…, tal como se había planeado».

—En aquella ocasión enviamos una copia a Langley —dijo McCready—, como prueba de cortesía, pues la verdad es que parecía carecer de todo valor.

—Drozdov sabía ya de la intervención de Bailey en el «programa Fénix» —resumió Gorodov—. Había sido detectado por nuestro resident en Saigón, un hombre que se hacía pasar por importador de licores sueco que abastecía a los extranjeros de esa ciudad. Y Drozdov también sabía que Bailey había estado en May Lai, precisamente por las declaraciones del mismo Bailey ante el consejo de guerra que juzgó a aquel joven oficial. Son ustedes muy tolerantes con los registros públicos en Estados Unidos. La KGB los busca con gran avidez.

»En todo caso, parecía que así podría establecerse un escenario verosímil para el cambio de convicciones en Bailey. Su visita a Tokio en 1970 fue registrada y anotada, como pura rutina. Lo único que Drozdov tuvo que hacer fue dar instrucciones a Orlov para que declarase que él, Drozdov en persona, había estado en Tokio en una fecha determinada para hacerse cargo de un renegado estadounidense de la CÍA, y para que luego ustedes lo comprobasen y… ¡abracadabra!, las mismas fechas. Por supuesto, Drozdov jamás estuvo en Tokio en 1970. Esto fue algo que se añadió más tarde.

»A partir de ese punto, el caso contra Bailey empezó a construirse, pieza tras pieza. En 1981 Piotr Orlov fue elegido agente de desinformación; desde entonces recibió el entrenamiento apropiado. Cuando cometió la imbecilidad de volver a Moscú, Urchenko proporcionó una información muy detallada antes de morir sobre los métodos exactos que ustedes, los norteamericanos utilizan en su trato con desertores. Orlov pudo prepararse para evitar las trampas, engañar al detector de mentiras y contarles en todo momento lo que ustedes querían oír. No demasiado, pero sí lo suficiente como para que todo encajase cuando los datos fuesen comprobados.

»Después que Drozdov eligiera a Bailey como víctima, éste fue sometido a una intensa vigilancia. Se anotaron todos sus pasos. Cuando ascendió en la Agencia y empezó a hacer viajes a Europa y a otros lugares para visitar las delegaciones de la CÍA en el extranjero, también las cuentas bancadas comenzaron. Si Bailey era detectado en una ciudad europea, se le abría de inmediato una cuenta en un Banco, con un nombre que él mismo pudiera haber elegido, como el apellido de casada de la hermana de su mujer o el de su abuela materna.

»Drozdov preparó a un actor, un hombre que era el vivo retrato de Bailey, y lo tuvo siempre dispuesto para volar hasta la ciudad requerida, donde abriría una cuenta bancaria, de tal modo que luego el cajero reconociera a Bailey como a su cliente. Más tarde se depositaban grandes sumas en esas cuentas, siempre en metálico y siempre por un hombre con un fuerte acento eslavo.

»Una serie de informaciones que provenían de las más variadas fuentes: conversaciones aisladas, comunicaciones de radio interceptadas, grabaciones de llamadas telefónicas, publicaciones técnicas (y es que algunas de las publicaciones técnicas que aparecen en Estados Unidos son increíblemente reveladoras) le fueron atribuidas a Bailey. Incluso grabaciones de conversaciones confidenciales sostenidas en la propia Embajada de ustedes en Moscú. ¿Sabía usted eso? ¿No? Bien, ya tendremos tiempo de hablar de ello con más detenimiento.

»Lo único que Drozdov tuvo que hacer fue cambiar las fechas. Algunos secretos de Inteligencia de los que no logramos enterarnos hasta principios de los años ochenta fueron presentados por Orlov como si los hubiésemos sabido desde mediados de la década de los setenta, y su revelación atribuida a Bailey. Y siempre se cambiaron las fechas, para dar la impresión de que nos habíamos enterado de aquellas cosas mucho antes de lo que nos hubiera sido humanamente posible, a menos que tuviésemos a un traidor dentro de la CÍA. Así fue como se hizo.

»No obstante, hace dos años, todavía seguía faltándole algo a Drozdov. Necesitaba datos sobre los chismorreos en los pasillos del Langley, seudónimos que sólo fuesen conocidos dentro de sus muros, su propio nombre profesional de Hayes, Mr. Roth. Por entonces, Edward Howard desertó y huyó a Rusia, y Drozdov tuvo todo cuanto necesitaba. De ese modo pudo recolectar nuevos datos hasta entonces ignorados por él, tenían una estrecha relación con la figura de Bailey, lo que le permitió entrenar a Orlov para que éste declarase que se le había permitido participar, hasta un cierto punto, en los planes de la KGB para la promoción de su agente Halcón. Desde luego, los éxitos logrados por Halcón no se debieron a la complicidad de Moscú, sino que fueron triunfos auténticos logrados por Bailey mediante trabajo y esfuerzo.

»Y, por último, se dio orden a Orlov de desertar, presentando su huida de un modo tan rocambolesco que él pudiera aducir luego que tenía miedo de ser detectado y traicionado por Halcón si no actuaba de otro modo. Por la misma razón necesitaba pasarse a los norteamericanos, y no a les británicos. Estos le hubieran interrogado acerca de otras cuestiones.

»Se pasó, y denunció a dos agentes de la KGB justo antes de que los liquidaran. Todo esto estaba previsto. Pero con ello se dio la impresión de que había una cierta filtración en Washington, como si alguien estuviese enviando a Moscú los detalles del interrogatorio a Orlov. Cuando todo estaba ya preparado para que el enemigo picase el anzuelo, salió al fin con la noticia de que había un espía soviético entre las altas jerarquías de la CÍA. ¿Fue así?

Roth hizo un gesto de asentimiento. Se veía ojeroso y demacrado.

—¿Y lo de la tentativa de asesinato contra Orlov en Alconbury? —preguntó Roth—, ¿a qué se debió?

—Un seguro extra para Drozdov. Él nada sabía de mí, por supuesto. Lo que pretendía era incrementar un poco más las pruebas a su favor. El asesino era uno de los mejores, una dama extraordinariamente peligrosa. Recibió instrucciones de herir, no de matar, y escapar luego.

Se hizo entonces un profundo silencio en la sala. Joe Roth contemplaba su vaso fijamente. Hasta que se levantó de repente.

—Tengo que irme —dijo en tono escueto.

McCready lo acompañó hasta el pasillo y luego bajó con él la escalera. Al llegar al vestíbulo, dio unas palmaditas al norteamericano en la espalda.

—¡Ánimo, Joe! ¡Qué demonios! En este juego todos nos equivocamos. Mi Firma ha cometido errores bastante gordos en el pasado. Míralo desde el lado bueno. Ahora puedes ir a la Embajada y enviar un mensaje al director de la Agencia diciéndole que las cosas han cambiado. Bailey está fuera de toda sospecha.

—Pienso que será mejor que regrese a Estados Unidos en avión y se lo comunique personalmente —murmuró Roth, y salió fuera.

McCready lo acompaño hasta el comienzo de los escalones de la fuente, pero Roth no le dijo ni una sola palabra más.

Cuando McCready regresó a su apartamento, los dos guardaespaldas se hicieron a un lado para dejarle pasar y cerraron la puerta cuando él entró. En el cuarto de estar encontró a Gorodov sentado y contemplando en actitud meditabunda un ejemplar del Evening Standard, que había cogido para echarle un vistazo mientras esperaba. Sin decir nada, lo extendió sobre la mesa y señaló algunos párrafos de la página cinco. McCready lo cogió.

En el día de hoy, buzos de la Policía han rescatado de las aguas del Támesis el cadáver de un turista norteamericano en la esclusa de Teddington. De acuerdo con un portavoz oficial, se cree que el hombre cayó al río ayer por la noche en algún lugar de las inmediaciones de Eton. El ahogado ha sido identificado como Calvin Bailey, un funcionario público estadounidense que se encontraba de vacaciones en Londres
.

Según las declaraciones ofrecidas por la Embajada de Estados Unidos, Mr. Bailey había ido a cenar a Eton con un amigo, el subsecretario de su Embajada. Después de la cena, Mr. Bailey se sintió algo indispuesto y salió a dar un paseo para tomar algo de aire fresco. Su amigo se quedó en el restaurante mientras pagaba la cuenta. Cuando salió a reunirse con Mr. Bailey, no lo encontró. Después de esperarle durante una hora llegó a la conclusión de que Mr. Bailey debía de haber decidido regresar solo a Londres. Tras realizar una llamada telefónica y comprobar que no había sido así, el amigo lo consultó con la Policía de Eton. Se llevó a cabo una búsqueda por la ciudad en la oscuridad, pero sin resultado alguno
.

Esta mañana, un portavoz de la Policía de Eton declaró que, al parecer, Mr. Bailey fue a dar un paseo por un caminillo a la orilla del río, desde donde se suelen llevar a la sirga las embarcaciones, y envuelto en las tinieblas de la noche, tropezaría y caería al río. Hay que decir que Mr. Bailey no sabía nadar. Mrs. Gwen Bailey no estuvo en condiciones de hacer ningún comentario. Sigue aún viviendo en el apartamento que había alquilado el matrimonio, donde los médicos la han sometido a un tratamiento a base de calmantes
.

McCready dejó caer el periódico y se quedó mirando hacia la puerta.

—¡Ay, pero qué idiota —murmuró—, qué maldito pobre idiota!

Joe Roth cogió el primer avión que salía por la mañana hacia Washington y al llegar al aeropuerto se fue directamente a la mansión de Georgetown. Allí presentó su renuncia, que entraría en vigor veinticuatro horas después. Al retirarse dejó detrás de sí a un hombre torturado y abatido. Pero antes de irse había hecho una solicitud. El director de la CÍA le había dado su conformidad.

Llegó al rancho ese mismo día a altas horas de la noche.

El coronel Orlov estaba todavía despierto; se encontraba solo en su cuarto, jugando al ajedrez con un miniordenador. El coronel era muy bueno jugando al ajedrez, pero el ordenador lo era más. El ordenador jugaba con las blancas; Orlov tenía el juego de piezas contrarias, que en vez de ser negras, eran de un color rojo oscuro. En el tocadiscos tenía puesto un disco de los Seekers de 1965.

Kroll entró el primero en la habitación, se puso a un lado y se colocó cerca de la pared. Roth lo siguió y cerró la puerta a sus espaldas. Orlov los miró extrañado.

Con rostro impenetrable y mirada inexpresiva, Kroll lo contempló con fijeza. Se advertía un bulto bajo su axila izquierda. Orlov se dio cuenta de ese detalle e interrogó a Roth con los ojos. Pero ninguno de los dos estadounidenses pronunció ni una palabra. Roth no hizo más que dirigirle una mirada dura y fría. La extrañeza desapareció del rostro de Orlov, y, en su lugar, apareció una expresión mezcla de entendimiento y resignación. Nadie habló.

La límpida y cristalina voz de Judith Durham llenó el aposento:

Adiós, que te vaya bien, dulce amor mío
,

ésta ha de ser nuestra última despedida

Kroll alargó el brazo hacia el tocadiscos.

—La comedia se ha terminado —dijo. Oprimió un botón y el silencio se apoderó de la habitación. Orlov pronunció una palabra en ruso, la segunda que decía desde su llegada a Estados Unidos.

—¿Kto?

Lo que significa: «¿Quién?»

—Gorodov —respondió Roth.

Fue como una patada en el estómago. Orlov cerró los ojos y sacudió la cabeza como si se resistiese a creer.

Volvió la vista al tablero que tenía sobre la mesa y colocó el índice sobre la corona de su rey. Le asestó un golpecito y lo soltó. El rey rojo se tambaleó hacia un lado y cayó sobre el tablero, la señal de un jugador que admite la derrota. El precio de la novia había sido pagado y aceptado, pero no había boda. El rey rojo rodó un poco por la superficie del tablero y se quedó inmóvil.

Y el coronel Piotr Alexandrovich Orlov, hombre muy valiente y un patriota, se levantó y ascendió por entre las tinieblas para ir a reunirse con el todopoderoso Dios que lo había creado.

INTERLUDIO

De acuerdo, todo eso está muy bien, Denis, y hasta resulta de lo más emocionante —apuntó Timothy Edwards cuando la junta reanudó sus sesiones en la mañana del miércoles—, pero tendríamos que preguntar si esas dotes tan sobresalientes volverán a ser necesarias en el futuro.

—Me parece que no logro entenderte del todo —replicó Denis Gaunt.

Sam McCready se retrepó en su asiento, echándose hacia atrás todo lo que el erguido respaldo de su silla le permitía, y dejó que los demás prosiguiesen con sus peroratas. Estaban hablando sobre él como si ya se hubiese convertido en una pieza del mobiliario, en algo del pasado, en uno de esos temas que se abordan en los clubes privados mientras el camarero sirve una copa de Oporto.

A través de los cristales de las ventanas contempló el brillante cielo azul de aquel día de julio. Había todo un mundo allá fuera; otro mundo al que muy pronto debería integrarse, y en el cual tendría que forjarse su propio camino, sin pertenecer ya a ese pequeño grupo de camaradas, compuesto por agentes del Servicio Secreto y con lo que había convivido durante casi toda su vida adulta.

Pensó en su mujer; si todavía estuviese viva, le hubiera agradado retirarse con ella, encontrar una casita frente al mar en Devon o en Cornwall. A veces había soñado con poseer su propia barca de pesca, meciéndose sobre las aguas de un embarcadero protegido por murallas de piedra, a salvo de los vendavales invernales, esperando al verano para ser gobernada y conducida a alta mar, de donde regresaría por la tarde para preparar una sabrosa cena compuesta de bacalao o de platija o de una hábil y brillante caballa.

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