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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El mal (48 page)

BOOK: El mal
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Transcurrieron unos minutos en los que el hombre se dedicó a estudiar aquel piso desde el rellano. La detective adivinaba el procedimiento, idéntico al que ella misma había iniciado unos momentos antes: primero, comprobar si la chica estaba sola. A continuación...

El tipo acababa de sacar una navaja automática, algo que pilló a Marguerite desprevenida. No se esperaba una reacción tan radical, tan agresiva.

El desconocido entró en la estancia donde continuaba la chica, y se dirigió hacia ella sin hacer ningún ruido. Cuando ya se encontraba a escasos pasos de su víctima, Marguerite vio claro lo que estaba a punto de ocurrir y entró en escena:

—¡Policía! —gritó, surgiendo de las escaleras mientras apuntaba con su arma al tipo de oscuro—. ¡Deténgase!

A partir de ahí, los acontecimientos se precipitaron. La chica, asustada, pegó un grito y salió corriendo hacia un lado, y el misterioso agresor dio un salto en la dirección opuesta y se confundió entre las sombras. De pronto, Marguerite sintió un silbido junto a la oreja. La navaja con la que el tipo pretendía atacar a la chica acababa de rozar su rostro para terminar clavada en una viga. Había faltado muy poco.

En cuanto la detective logró recuperar el control, se percató de que el hombre se estaba descolgando de una de las ventanas. No lo pensó dos veces y echó a correr hacia la escalera para impedir la fuga de aquel sujeto. Cuando estaba llegando al piso inferior, una lluvia de balas la obligó a parapetarse tras una barandilla a medio terminar. El tipo se le había adelantado, y ahora accedía a las escaleras por las que ella se aproximaba. Las detonaciones apenas se escuchaban. Aquel tipo utilizaba silenciador en su arma, comprendió Marguerite.

La detective percibió los pasos rápidos del agresor saltando escalones, así que se atrevió a asomarse y, por el hueco que dejaban los tramos de peldaños, efectuó varios disparos. Un quejido fugaz le advirtió de que acababa de alcanzar a aquel individuo, que a pesar de todo no se detuvo. Marguerite se asomó a la ventana mientras llamaba por el móvil a sus compañeros, para ver si lograba distinguir la dirección que tomaba aquel hombre en su huida o algún detalle de su fisonomía.

El desconocido se acababa de quitar el pasamontañas para pasar inadvertido, y la detective consiguió ver que se trataba de un hombre rubio. Además, por la forma en la que se agarraba un hombro, estaba claro que había sido herido en el brazo izquierdo.

Marguerite no perdió el tiempo y se lanzó tras él escaleras abajo, mientras gritaba a la chica —que debía de continuar aún en el piso superior intentando recuperarse del susto— que esperase a los refuerzos. Su intuición le indicaba que el fugado era mucho más importante.

¿Se equivocaba?

No llegaría a saberlo. Nadie encontraría, minutos después, a la joven anónima.

* * *

Dominique levantó los ojos del teclado y lanzó una mirada a sus compañeros, que finalmente los habían acompañado a Marcel y a él a la parte superior del palacio para intentar la búsqueda.

—Si junto los datos de las principales funerarias de París, me salen unos cuantos fallecidos con el nombre de Marc que fueron enterrados en fechas anteriores próximas al secuestro de Michelle. Y a eso habría que añadir los datos de los cementerios de todas las poblaciones vecinas, claro. Hay que concretar más.

—Era de esperar, se trata de un nombre bastante común —comentó Marcel—. ¿Edades de esos fallecidos?

Dominique volvió a consultar la pantalla del portátil.

—Jóvenes y mayores, hay de todo. Ningún menor.

—Nos hace falta algún criterio más —observó Daphne—. La cosa es urgente, no podemos ir uno por uno para asegurarnos. Cada día que pasa, esa criatura puede hacerse más fuerte. Da miedo pensar que ignoramos a qué se está dedicando mientras busca a Pascal...

—Si ese Marc estaba condenado, es porque hizo algo muy malo mientras vivió, ¿no? —aventuró Edouard con timidez—. ¿Ese dato puede ayudar?

—¡Claro! —saltó Michelle—. Dominique puede acceder desde el ordenador a los periódicos digitales, incluso a las hemerotecas. Es posible que ese demonio cometiera algún tipo de crimen, y entonces su muerte saldría publicada en algún medio.

Dominique hacía volar sus dedos sobre el teclado mientras su amiga hablaba, al tiempo que Mathieu felicitaba al joven médium palmeándole la espalda.

—Pensando en un posible titular —pensaba en voz alta Dominique— he metido en Google las palabras «Marc», «fallece», «París». Vamos a ver...

Presionó la tecla correspondiente y aguardó los resultados de la búsqueda que le ofrecía el ordenador. Salieron ante sus ojos varias páginas, que se apresuró a analizar.

—Nada —notificó con cierta decepción—. La muerte de ese tío no ha debido de trascender.

—¿Entonces? —preguntó Mathieu, cada vez más metido en todo aquello.

Dominique se rascó la cabeza, pensativo.

—Probaré con los parámetros «Marc», «crimen».

Todos los presentes se mantenían silenciosos, a la espera de las novedades.

—Me salen más de tres millones de páginas —reconoció Dominique—. Cine, literatura... Mira, aquí hablan de un asesino: Marc Dutroux.

Aquel dato elevó los ánimos de todos, salvo los de Marcel y Daphne.

—¿Puede ser él? —quiso saber Edouard.

—No —Daphne no había esperado siquiera la comprobación de Dominique—. Marc Dutroux es un conocido asesino belga, que cumple condena en la actualidad. No puede ser él. Hay que seguir buscando.

—Añadiré la palabra «París» —propuso Dominique, iniciando una nueva búsqueda en Google—. Cuatrocientas mil páginas contienen esos términos; siguen siendo demasiadas.

—¿Puedes entrar en las web de las cárceles? —sugirió Marcel—. Vamos a partir del supuesto de que estaba en presidio cuando murió. No perdemos nada.

Dominique se puso a la tarea, aunque antes se vio obligado a preguntar por los nombres de las prisiones de la ciudad. Laville le facilitó aquella información al momento.

—Lo que necesitamos —comunicó el chico sin alzar la vista— son los registros de internos de las cárceles de París. Las muertes de presos deberían figurar como bajas...

—Si no lo llegaron a detener, no lo encontrarás ahí —respondió con lógica Michelle—. Pudo morir en libertad, sin haber pisado la cárcel, o incluso tras haber cumplido condena. Pero no está mal comprobarlo, de todos modos.

—A ver... —todos aguardaban en silencio, atendiendo a las maniobras cibernéticas de Dominique—. Nada. No consta ninguna página de las cárceles. Adiós a nuestra idea.

—Era previsible —observó Marcel, preocupado—. ¿Y entonces?

Dominique, inclinado sobre las rodillas en las que descansaba el portátil, resopló.

—Con todo lo que tiene este equipo, creo que podría acceder a la mismísima página del Pentágono. Solo preciso una dirección útil en la que meterme para empezar a escanear puertos. ¿Se os ocurre alguna?

Todos se miraron entre sí, indecisos.

—Incluye en la búsqueda de Google la palabra «penitenciarías» —propuso el forense—. Si logras acceder a la zona interna de la página de la administración que controla las cárceles, podrás llegar hasta sus bases de datos.

—Buena idea —dijo Dominique, obedeciendo de inmediato aquella instrucción.

Atendiendo a la velocidad con la que se movían sus dedos sobre el teclado, Michelle no pudo evitar comparar aquella sorprendente agilidad con los pesados movimientos de la silla de ruedas en la que su amigo se desplazaba. Era cierto. En el mundo virtual, en su terreno, Dominique volaba, libre de ataduras físicas. Allí era el más rápido, el mejor.

—Acabo de colarme en la web del Ministerio de Justicia —anunció de pronto el chico, triunfal—. Y ya he localizado la lista de prisiones de París. Esto va bien...

Con el sonido de fondo de aquel frenético golpeteo que volvía a producir Dominique, a Michelle le vino a la mente la situación de Pascal. ¿Dónde se hallaría ahora? ¿Habría logrado llegar ya a la dimensión de los fantasmas hogareños? Un espejo próximo, colgado de una pared, le hizo imaginar que tal vez los estaba viendo en aquel preciso momento, asomado al otro lado.

—A lo mejor Pascal se encuentra cerca de nosotros... —murmuró con cierta timidez—. Si está moviéndose como los hogareños...

Por primera vez compartían con el Viajero la misma ciudad, pero desde horizontes diferentes.

—Yo habría percibido su presencia espiritual —le advirtió Edouard, explicando a la chica su excepcional capacidad de detectar entidades hogareñas en cuanto entraba en espacios ocupados por ellas—. En este palacio no permanece anclada ningún alma, Michelle. Y Pascal tampoco se encuentra cerca.

—Creo que he encontrado algo —Dominique, ajeno a la conversación, había seguido tecleando en el ordenador y tenía los ojos brillantes—. En la cárcel de la Santé.

Aquella noticia interrumpió con brusquedad las cavilaciones de todos. Puestos en pie, numerosas pupilas se clavaron en el monitor donde Dominique había detenido la búsqueda.

* * *

Ralph, agradecido por la heroica intervención de Pascal que los acababa de librar de las fauces de las alimañas, había accedido a acompañarle. En sus vacilantes ojos aún podía leerse una admiración teñida de perplejidad. Jamás habría soñado siquiera con una escena semejante. Al lado de aquel compañero vivo se veía más fuerte de lo que se había sentido durante todo el tiempo soportado en su refugio de suicida.

Llevaban ya un buen trecho recorrido, que el Viajero había aprovechado para continuar informándose sobre aquel mundo subterráneo que se abría ante ellos.

—O sea —recapituló Pascal—, que aquí voy a encontrarme con la ciudad completa, ¿no?

—En el primer nivel de la Tierra de la Espera solo permanecen los recintos sagrados —explicó de nuevo Ralph—. Cementerios, templos... conectados por los senderos de luz que conoces. Sin embargo, en esta parcela de la dimensión de la muerte a la que acabas de llegar, toda construcción que haya albergado vida en tu mundo tiene aquí su reflejo, al margen de si ha recibido algún tipo de bendición o uso religioso.

Pascal alzó una ceja adoptando un gesto de interrogación.

—¿Que haya albergado vida? —repitió—. ¿Y eso qué significa?

—Alguien tiene que haber dormido bajo ese techo —aclaró Ralph—. Si eso ha sucedido, aquí encontrarás el mismo edificio y en las mismas condiciones.

Aquella afirmación encajaba con el hecho de que a lo largo del camino habían distinguido numerosas casas, a diferentes distancias. Continuaron avanzando en silencio. Pascal aprovechaba cada zancada para ir procesando lo que escuchaba.

—¿Y si el edificio se destruye en mi mundo? —cuestionó—. En un incendio, por ejemplo.

—Aquí, simultáneamente, la construcción se iría quemando. Todo queda en el mismo estado que ofrece tu realidad.

—Pero no todos los edificios albergan fantasmas hogareños...

Ralph sonrió.

—Ni mucho menos, claro. Pero todos juntos conforman el espacio en el que ellos se mueven.

—¿Y si se destruye uno que sí tiene?

Ralph se encogió de hombros.

—El fantasma debe entonces acceder a otro vinculado con su vida anterior, donde continuará esperando a que se resuelva lo que lo ata al mundo de los vivos.

—Ya veo. No es fácil que se liberen, ¿eh?

—Todo depende de lo que lastre su marcha.

Pascal iba asimilando toda esa información mientras seguían caminando, sin perder ni por un instante una actitud vigilante. No podía olvidar que se encontraba en un territorio en el que, si bien no flotaba una hostilidad tan virulenta como en la Tierra de la Oscuridad, sí podía cobijar peligros como las alimañas subterráneas a las que ya se habían enfrentado.

—Ralph, ¿te importa si te pregunto cuánto hace que te... suicidaste?

El aludido negó con la cabeza.

—Comprenderás que hace mucho que lo he superado. Cometí un error, poco más hay que decir. Fue hace unos... seis años de los tuyos —suspiró—. Mucho tiempo aquí hablando solo, fingiendo conversaciones por el simple alivio de camuflar la ausencia de compañía. Si pudiera retroceder lo suficiente como para rectificar...

Ambos sabían que eso era imposible. Se miraron a los ojos un momento, deteniéndose. Ralph adoptó entonces una mueca cómplice.

—Es fácil adivinar lo que estás pensando —dijo cordial—. Te mueres de ganas de saber por qué lo hice, pero no te atreverás a preguntármelo. ¿Me equivoco?

Pascal bajó la vista, azorado.

—¿Tanto se me nota?

—En realidad, no. Pero es que es una curiosidad muy previsible. Yo me habría preguntado lo mismo, en tu situación. Así que no pasa nada.

—Perdona de todos modos. No es asunto mío, y no debe de ser agradable recordarlo...

—No hay nada que perdonar, Pascal. Con respecto a la razón por la que acabé con mi vida —volvió a suspirar, con una resignación en la que todavía se traslucía una cierta culpabilidad—, ¿qué puedo decir? Suena irónico, pero me sentía tan solo que no pude resistirlo. Siempre fui un chico difícil, la verdad. Así que, convencido de que la vida no merecía la pena, tomé una decisión que sí me condujo a la verdadera soledad. Bromas del destino, supongo... Vaya lección.

Pascal asintió, impresionado.

—¿Tan aislado estabas?

Ralph respondió de inmediato.

—Pues claro que no —parecía estar recriminándoselo a sí mismo según iba hablando—. No lo estaba, me sentía así, que no es lo mismo. Lo único que ocurría es que me veía solo, algo muy diferente a estarlo de verdad —se detuvo para dar una patada a una piedra del camino—. Pero era lo que yo percibía, a fin de cuentas. A veces nuestra visión personal nos juega malas pasadas, ¿sabes? —de nuevo miraba a Pascal a los ojos—. Yo estaba rodeado de gente, pero era incapaz de percatarme de ello. Qué estúpido fui. Créeme —se puso muy serio—: una vez que has conocido esto, te das cuenta de que en el mundo de los vivos es imposible encontrarse verdaderamente solo. Imposible.

Pascal estuvo de acuerdo con aquellas palabras, una impresión que Michelle compartía ya.

—Siempre nos damos cuenta de las cosas demasiado tarde.

Aquella sentencia había sido pronunciada por Pascal en un tono apesadumbrado. El Viajero recordaba su dilema sentimental: Michelle o Beatrice. Dio por sentado que, también en aquel asunto, tardaría mucho en descubrir la naturaleza de sus propios sentimientos, que ahora mismo constituían un enigma que lo arrastraba. ¿Por qué el ser humano era tan imperfecto?

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