El mal (4 page)

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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

BOOK: El mal
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La típica cadena de contactos para mantener a alguien en el anonimato.

Virginia Fitzgerald parecía ruborizada, como si estuviese a punto de confesar algún pecado imperdonable. Agatha, intrigada, adoptó una pose inquisitiva.

—¿Qué ha oído ese conocido? —la animó a continuar, con creciente inquietud.

La señora dejó escapar un leve suspiro, como rindiéndose ante una afirmación que minaba sus propias convicciones.

—Que usted... puede hablar con los muertos.

* * *

—La Puerta Oscura es un umbral que comunica la tierra de los vivos con la de los muertos —explicaba Pascal, imbuido de lleno en sus propias vivencias, precipitándose ya sin reparos a contarlo todo a su amigo—. Y guarda la apariencia de un arcón medieval enorme, como un ataúd. Estaba en el desván de la casa de Jules, adonde yo había acudido para buscar un disfraz. Ten en cuenta que estábamos celebrando Halloween, y Jules siempre monta una fiesta de disfraces esa noche.

—Sí —convino Mathieu, contento de poder agarrarse a un jirón de normalidad en medio de aquel cúmulo de hechos absurdos—, recuerdo que Dominique consiguió que Michelle os llevara a esa fiesta gótica, porque le habían dicho que habría muchas tías.

—¡Eso es! Pero es que en esa fiesta ocurrió algo muy fuerte, que al principio guardé en secreto.

Mathieu resopló.

—Continúa.

—Jules no permite que nadie esté sin disfraz en su fiesta de Halloween, así que como yo había acudido en ropa de calle, me pidió que lo acompañara al desván para buscar algo de vestuario siniestro. Michelle y Dominique se quedaron abajo, esperando.

—Imagino que a Jules no le faltará ropa oscura, desde luego.

—Cuando llegamos arriba —continuó Pascal, rememorando aquella velada que jamás olvidaría, a la que se dirigió a regañadientes sin saber que estaba a punto de sucumbir a una experiencia catártica que lo transformaría por completo—, él me dijo que rebuscase en ese baúl enorme del que te he hablado, que había sido de su bisabuela Lena: la Puerta Oscura.

Pascal había omitido el dato de que Lena había desaparecido un siglo antes, pues consideró que no debía abusar de la credulidad de Mathieu. Ya completaría, más adelante, la narración de la noche más importante de su vida.

—Ya... ya entiendo —apoyó Mathieu, en un tono de precaria conciliación, tras lograr camuflar por fin su gesto inicial de estupor—. Y tú te encontrabas dentro de ese arcón cuando...

—Cuando llegó la medianoche de Halloween —completó, dejándose llevar por una íntima emoción que preocupó a su amigo—, eso es, el inicio del día de Todos los Santos.

—Ya.

—Estaba eligiendo la ropa que ponerme —se justificó Pascal—. Como comprenderás, no me suelo meter en los arcones.

—Imagino.

La escasez de palabras que empleaba Mathieu para mantenerse en la conversación no era muy alentadora. Pero Pascal, a esas alturas, no estaba dispuesto a echarse atrás.

—El caso es que —prosiguió Pascal—, cada cien años, durante el primer minuto de la medianoche de Halloween, la Puerta Oscura se abre, haciendo posible que quien se encuentre en su interior se convierta en el Viajero, el único ser humano vivo que puede desplazarse por el Mundo de los Muertos.

Mathieu ya no pestañeaba.

—¿Cómo?

—Me has oído perfectamente, Mathieu.

—Así que...

—Sí —Pascal fue al grano—, yo soy el Viajero generado por la última apertura de la Puerta Oscura. La apertura del siglo XXI. La Puerta no volverá a abrirse para un nuevo Viajero hasta la medianoche de Halloween del año 2107.

Mathieu se acariciaba la barbilla, estupefacto. Atrapó su taza y bebió un sorbo largo.

—Llevas una temporada en la que... te comportas de una manera distinta —reconoció Mathieu—. Yo quería averiguar lo que había sucedido aquella noche en la que me llamasteis para hacerme preguntas sobre la Inquisición, la peste..., por eso te he forzado a esta conversación. Pero lo que me has contado supera con creces cualquier razonamiento que yo pudiera esperar.

Pascal asintió.

—¿Entiendes ahora por qué me ha costado tanto contártelo todo?

—Desde luego. Pero... —el semblante de Mathieu, abrumado ante aquella confesión, ahora se mostraba confuso—. Entonces, ¿tiene algo que ver toda esa... historia, con aquella noche de las preguntas?

Pascal se tomó su tiempo antes de responder.

—La Puerta Oscura cuenta con un mecanismo de compensación. La entrada en el Más Allá de un nuevo Viajero provoca que, para restablecer el equilibrio entre ambas regiones, una criatura muerta acceda a nuestro mundo. Mi llegada a la dimensión de los muertos provocó que una criatura del Más Allá apareciese en París.

—Por tu cara veo que eso no es todo... —aventuró Mathieu, aferrándose de nuevo a su taza como si aquel recipiente pudiese ayudarle a procesar toda la información que llegaba a sus oídos.

—La criatura que llegó a esta ciudad era maligna —confesó Pascal, algo azorado por la envergadura de lo que estaba compartiendo—. Una especie de... vampiro.

Segundos de molesto silencio.

—Aja. Un vampiro —repitió Mathieu, cuyo escepticismo empezaba a ganar consistencia conforme escuchaba a Pascal.

—Fue quien mató al profesor Delaveau —añadió.

Aquella declaración, curiosamente, descolocó a Mathieu más que la propia mención del monstruo. Con el paso de los días, todos habían terminado por enterarse de los escabrosos detalles de la muerte de Delaveau —había sido desangrado—, así que la capacidad de Pascal de hilvanar su historia con determinados aspectos de la realidad impactó a su amigo.

—¿Recuerdas que, por aquellos días, Michelle faltó a clase?

Mathieu afirmó con la cabeza.

—Creo que sí.

Pascal se lanzó al vacío y no se cortó a la hora de exponer a Mathieu lo que en realidad se ocultaba tras aquella desaparición: el secuestro de Michelle por parte del vampiro, lo que provocó su posterior acceso al Más Allá para rescatarla. Así llegaron a los viajes en el tiempo para atravesar la Colmena de Kronos, lo que por fin justificó las intempestivas llamadas a Mathieu y las marcas de latigazos que Pascal conservaba en la espalda y de las que su amigo se había percatado en los vestuarios del
lycée.
De nuevo, el hecho de que aquella demencial narración fuese capaz de encajar tantos pormenores reales conmocionó a Mathieu, pues debilitaba su juicio de que todo era pura invención.

—Y si Michelle pasó por todo eso —observó, anonadado—, ¿cómo ha podido mantenerlo tan en secreto?

—Ya sabes lo fuerte que es. Aunque todavía no se ha recuperado de la experiencia. Se llevó la peor parte, como ya te he contado.

Dentro de las indagaciones que Mathieu se proponía llevar a cabo, se encontraba el hablar detenidamente con Michelle. No obstante, la afición gótica de la chica le hacía perder valor como apoyo a las palabras de Pascal. En ese sentido, Mathieu recelaba del testimonio que ella pudiera brindarle, igual que le ocurría con Jules. Su afición por la muerte los convertía a los dos en crédulos potenciales de ese tipo de historias. Los apreciaba mucho, pero no le servían para sustentar la narración de Pascal. Definitivamente, no.

—Lo que no entiendo es que Dominique, el hedonista racional —afirmó Mathieu, buscando argumentos sólidos en su deseo de ofrecer a Pascal una imagen menos rígida—, esté también metido en esto. No lo puedo comprender.

Dominique, al contrario que Michelle y Jules, sí ofrecía garantías como testigo de todo aquel despropósito, dado su obstinado materialismo.

—Pues me temo que también lo está —informó Pascal, alegrándose de contar con su complicidad—. La evidencia acaba con todos los recelos, a Dominique no le quedó más remedio que creer —miró a su amigo a los ojos, firme—. Como harás tú.

A Mathieu, aquel vaticinio le sonó más a amenaza que a simple pronóstico, y es que, en el fondo, por un fugaz instante, le intimidó la posibilidad de que todo aquello pudiera ser real. Su propia actitud recelosa se veía reforzada, además, por los componentes siniestros que albergaba esa historia. Solo con que una décima parte de lo que le había contado Pascal fuese cierto...

Mathieu permanecía en silencio. Era sencillo comprobar si, en efecto, los demás estaban involucrados en aquella locura, así que descartó la posibilidad de que Pascal estuviese mintiendo. Además, Mathieu debía reconocer que el grupo había cambiado en los últimos tiempos, y no solo se refería a esa especie de conciliábulos privados a los que se dedicaban en los pasillos del
lycée.
En los ojos de sus amigos, antaño vivaces, él había pasado a detectar un tenue velo de seriedad, un sutil peso que empañaba de alguna manera la efusión que había sido tradicional en ellos. Continuaban siendo alegres y buenos amigos, claro, pero sus rostros aparecían marcados ahora por una temprana madurez que no podían camuflar. ¿Estaría vinculado aquel cambio a lo que contaba Pascal? ¿Al impacto de lo que habían vivido? Mathieu, alarmado, se resistía todavía a creerlo.

—Mira, Pascal, pensaba que mi pasión por la mitología me ayudaría a asumir lo que me estás contando, pero no te lo tomes a mal...

El Viajero se esperaba algo así. Por eso había preparado sus propias armas, sus propios argumentos para vencer la resistencia de su amigo.

—Mathieu, ya te he explicado los viajes en el tiempo que tuve que hacer.

El otro arrugó la cara.

—Sí, lo has hecho.

—Fue una vivencia tan... extrema, que lo recuerdo con todo detalle. Tú eres un experto en Historia, y yo no. ¿Por qué no me preguntas sobre lo que vi mientras estuve allí? —propuso Pascal—. Si me estoy inventando todo, habrá detalles que no pueda improvisar.

Mathieu se planteó aquella alternativa, bastante coherente.

—De acuerdo —aceptó, suspicaz—. Te haré varias preguntas. Si es verdad que estuviste allí...

Mathieu dedicó unos segundos a pensar en las cuestiones más intrincadas que se le ocurrían, para que los resultados de aquella peculiar prueba fuesen fiables.

—... A ver, seguramente viste médicos, si de verdad presenciaste una epidemia de peste...

—Sí.

—¿Me puedes decir cómo iban vestidos?

—Claro.

Pascal se tomó unos segundos para recrear en su memoria la imagen que buscaba. A continuación, aludió a los ropajes de los presuntos doctores, los sombreros con los que se cubrían, sus utensilios y, sobre todo, una especie de máscaras en forma de pico que le habían llamado mucho la atención.

Mathieu asintió, muy serio.

—De acuerdo. Dentro de esas máscaras colocaban sustancias que creían que aislaban de la enfermedad, lo que era falso, claro —guardó silencio—. Ahora descríbeme el tipo de armas que llevaban los guardianes de la cárcel de la Inquisición.

De nuevo, Pascal se quedó pensando. Enseguida aludió a la forma de las espadas que había visto, su longitud, las empuñaduras... y otro instrumento con el que vio cómo los carceleros conducían a una turba de prisioneros semidesnudos, consistente en un asta bastante larga terminada en un aro con forma de trampa.

—El agarracuellos —reconoció Mathieu impresionado—. Sí, ya se empleaba en la Edad Media.

—¿Alguna otra pregunta? —añadió Pascal rogando que su amigo no plantease una cuestión para la que no tuviera respuesta.

Mathieu no se hizo esperar:

—¿Cómo era el hábito del inquisidor que supuestamente te interrogó?

Pascal describió a la perfección el atuendo que llevaba aquel religioso cobarde que había escapado del palacio en cuanto tuvo noticias del motín en las mazmorras. Mathieu, anonadado, identificó en aquellos detalles las prendas de la orden de los dominicos, frecuente origen de las autoridades inquisitoriales.

Mathieu lo miraba con la boca abierta, anhelando una orientación sobre cómo interpretar aquello.

—Has podido estudiar mucho últimamente —se le ocurrió al borde del colapso, procurando mantener en pie sus últimas barreras de incredulidad—. Reconozco que tu información es muy completa.

Pascal, que había ido recuperando firmeza, sonrió. Aún contaba con otra arma, que por suerte llevaba siempre consigo, como un amuleto. Gracias a eso, podía mostrarla ahora a su amigo.

—¿Sigues coleccionando monedas? —preguntó con aire inocente.

Pascal ya sabía la respuesta, pues la pasión por la numismática de Mathieu era una consecuencia directa de su afición por la Historia.

—Ahora menos —reconoció—. Prefiero gastarme la pasta en salir.

En realidad, eso daba igual.

—Mira esto, Mathieu.

Pascal había sacado algo de su mochila, que tendía al otro chico. Mathieu recogió aquel objeto de pequeñas dimensiones, lo colocó ante sus ojos y, a continuación, entornó los párpados para estudiarlo con todo detalle.

—¡Joder, una moneda nuevecita de cuatro reales! —reconoció, admirado—. ¿De dónde la has sacado? Su estado de conservación es increíble, valdrá una pasta —aquel hallazgo sí había despertado el entusiasmo de Mathieu, relegando el estupor que lo mantenía bloqueado. El chico daba vueltas entre los dedos a la pieza circular, observando con admiración cada detalle—. Es una moneda española de plata de comienzos del siglo XVI. Circuló a partir del año mil quinientos, aunque la fecha no se grababa. La «T» que aparece en el anverso indica que se acuñó en Toledo, y el dibujo del yugo y las flechas es el emblema de los Reyes Católicos, simboliza la fuerza del Imperio y la unión de los monarcas Isabel y Fernando. Te traduzco la leyenda: «Fernando e Isabel por la gracia de Dios, rey y reina de las legiones de Castilla y Aragón». Qué pasada. ¿Pero de dónde...?

—Lo recogí durante la fuga del palacio de la Inquisición —aclaró Pascal—, mi segundo viaje por los infiernos del hombre. Ya sabes, la Colmena de Kronos. Una especie de recuerdo que decidí agenciarme sobre la marcha. Ni siquiera le dije nada a Beatrice, esa chica que te he dicho que me acompañó.

—Y que estaba muerta, ¿no? —Mathieu había empleado un leve sarcasmo, sin apartar los ojos de la brillante moneda.

—Sí, es un espíritu errante.

—Lo que sigo sin entender... —Mathieu se interrumpió con brusquedad, sus ojos sin pestañear atendían al canto de la moneda—. Un momento. No es posible...

Pascal no entendía qué llamaba tan poderosamente la atención de su amigo, una vez que ya llevaba varios minutos estudiando la moneda. Pero debía de tratarse de algo importante, a juzgar por el evidente cambio que se había producido en su gesto.

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