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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El mal (21 page)

BOOK: El mal
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Pero todos habían cumplido con fidelidad el compromiso. Había demasiado en juego.

—Aquí puedes hablar sin miedo —notificó Marcel, acompañándola hasta unos sillones colocados frente a una chimenea, en cuya boca crepitaba un fuego suave que lanzaba bocanadas anaranjadas.

Daphne se acomodó en uno de ellos, y Marcel hizo lo mismo.

—Te has adelantado a la cita.

Ella asintió, adoptando un gesto receloso.

—Algo está ocurriendo, Guardián. Algo que puede poner en peligro la Puerta.

* * *

Aquella era la jornada de los encuentros imprevistos. Al menos, eso pensó Pascal cuando casi se dio de bruces con la detective Betancourt en plena calle.

—Hola, Pascal.

Marguerite había optado por un saludo directo que evitase en el muchacho cualquier intento de eludirla. Había procurado, eso sí, imprimir a sus pasos una leve trayectoria errática mientras se aproximaba al chico, con ánimo de simular un ritmo inofensivo de paseo que suavizase aquel encuentro, otorgándole un aire casual. Pero en cuanto advirtió el gesto defensivo con el que el chico reaccionaba, se dio cuenta de que Pascal no estaba dispuesto a catalogar aquel cruce de «accidental». Por eso había preferido la franqueza, que tal vez mejorase la disposición inicial del hermético muchacho.

—Hola, detective —contestó él, con una corrección evasiva.

Hasta ese instante, se habían dicho más con las miradas que con las palabras. Resultaba tan obvio que las introducciones sobraban, que Marguerite entró de lleno al meollo del asunto que la había impulsado a hacerse la encontradiza de forma tan poco natural.

«O a lo mejor es que este chico recela de todo, claro síntoma de que tiene algo que ocultar», se planteó la investigadora.

—Pascal, ¿qué hiciste la noche pasada?

Marguerite se apresuró a estudiar la reacción del chico. Él tan solo se permitió un leve pestañeo antes de responder.

—Dormí en casa de mi abuela —aquella voz ausente de inflexión indicó a Marguerite que Pascal se cerraba en banda, una vez más—. Nos vamos turnando porque está delicada.

La detective asintió.

—¿Hay alguien que pueda corroborar tu coartada?

A ninguno de los dos se le escapó la agresividad implícita en el uso de aquella jerga policial, cuando además Marguerite ni siquiera había justificado todavía aquel interrogatorio.

—Mi abuela.

—Ya imagino —Marguerite suspiró con suficiencia, acusando lo previsible de aquella réplica—. ¿Os fuisteis a dormir a la misma hora?

Pascal se tomó unos segundos antes de contestar.

—Mi abuela se acostó a las diez. Yo me quedé viendo la tele un rato más.

—O sea que no te fuiste muy tarde a la cama.

—No.

—Eso está bien, así rendirás más en el
lycée.
Aunque pareces haber dormido poco —añadió suspicaz—. Tienes cara de sueño.

—Tengo profesores que consiguen que se te ponga esta cara a los cinco minutos de clase —adujo Pascal, adoptando una sonrisa sarcástica—. Debería acudir algún día a comprobarlo. Enseñar así algunas asignaturas sí tendría que ser un delito.

A Marguerite le hizo gracia esa ocurrencia de indudable inteligencia. Se planteó prolongar aquel improvisado interrogatorio, pero lo descartó muy pronto. A fin de cuentas, el suicidio de un mal tipo, aunque hubiese sido provocado de algún modo que no lograba entender, no le quitaba el sueño. Ni siquiera habían robado nada en el piso de Lebobitz. Era mucho más urgente, en aquellas circunstancias, iniciar el trámite judicial para sacar de la cárcel al pobre padre inocente.

Pascal, mientras tanto, valoraba su propio aplomo con cierto escepticismo. Llegó a la conclusión de que un insospechado efecto positivo de la conversación mantenida con Verger era que, comparada con su venenoso aliento amenazador, la energía de Marguerite Betancourt había perdido su capacidad avasalladora.

Ya no le impactaba aquella detective, a lo que se unía un hecho no menos destacable: ella se movía impulsada por buenas intenciones, por muy ruda que se mostrase. Pascal había captado su estrategia, lo que le permitía ir despojándola de su poder intimidatorio. Jugaban en el mismo equipo pero en diferentes divisiones, aunque ella se negase a aceptarlo.

* * *

Ella levantó sus ojos brumosos hacia el anfitrión, expectante.

—¿Qué opinas?

La voz de la vidente llegó hasta Marcel hecha un susurro tras concluir su descripción de la situación. Daphne deseaba sentir el alivio de compartir la responsabilidad, buscaba su respaldo. El Guardián resopló, meditabundo, envuelto en su propio halo de misterio sobre el sillón.

—Suena mal.

Aquel comentario, demasiado banal, hizo pensar a Daphne que el forense no quería comprometerse todavía. Pero se equivocaba.

—Muchas cosas suenan mal —observó ella—. Como esos misteriosos ataques que sufrió Pascal desde el Más Allá.

—Y que no han vuelto a producirse, por suerte.

—Eso no implica que no puedan estar relacionados con lo que yo voy percibiendo.

—Cierto. Todo es posible.

Marcel se había levantado y caminó unos pasos hasta situarse frente a una repisa de mármol sobre la que descansaban unos papeles. Se trataba de las hojas amplias y arrugadas de un periódico español, que recogió para, a continuación, tenderlas a la vidente al regresar junto a ella. Daphne, alargando los brazos, las atrapó para mirarlas con detenimiento.

Tampoco hizo falta mucha atención, ni traducir el texto al francés. En la sección de sucesos, y bajo un titular cuyo contenido se adivinaba sensacionalista a juzgar por la imagen morbosa que lo acompañaba, una foto mostraba el cuerpo sin vida de un hombre sobre un charco de sangre y cristales. Daphne no tardó en reconocer aquel cadáver y las letras escarlata que se distinguían junto a su mano inerte. Las letras de un nombre maldito.

—Es Dionisio Guillen —reconoció sobrecogida—. El segundo vértice del Triángulo Europeo. Así que ya estás al tanto.

Marcel asintió.

—Es mi cometido, Vieja Daphne. La proximidad de la Puerta Oscura incrementa mi sensibilidad, aparte de que desde aquí procuramos supervisar la trayectoria de todos vosotros, los Videntes Vivos. Incluyendo aquellos que se dedican a ritos satánicos. Nuestro control se ha intensificado a raíz de la apertura de la Puerta, que nos pilló a todos por sorpresa.

—Pero no me has avisado —se quejó Daphne.

—Ambos sabíamos que este encuentro estaba a punto de producirse.

Un dolor nítido, creciente, iba tiñendo el semblante de la vidente conforme asumía la trágica noticia. Devolvió el periódico a Marcel con manos temblorosas. El forense volvió a sentarse en el otro sillón.

—¿Y Agatha?

En la voz de Daphne se distinguía un leve rubor, como si cobijar alguna esperanza en torno a su amiga le provocase cierta timidez. El forense hizo un gesto negativo con la cabeza, buscando un poco de delicadeza al adelantar así su respuesta.

—Lo siento, Daphne. Ella fue la primera víctima. Tus ensoñaciones eran exactas. Como vivía sola y apenas recibía clientes, aún no se ha descubierto su cuerpo. Su muerte no es oficial aún. Pero la policía no tardará en enterarse.

La vidente bajó la mirada, empañada ya por las lágrimas. Había perdido de golpe a dos compañeros, a dos amigos con los que había compartido muchos años de encuentros, de conocimientos, de experiencias en medio de un mundo demasiado racional, un mundo científico tan superficial que los ignoraba con objeto de no tener que asumir que eran necesarios para mantener el equilibrio entre vivos y muertos.

—¿Qué está ocurriendo, Marcel? ¡Solo queda un maestro del Triángulo Europeo! —aquella minuciosa selección de víctimas no podía responder a la casualidad—. Se trata de ese demonio que responde al nombre de Marc, ¿verdad? He visto en la foto del periódico las letras que Dionisio llegó a escribir antes de morir, y yo misma, como ya te he contado, tuve un sueño donde se me aparecían las letras de su nombre.

El Guardián ratificó sus temores:

—Eso parece, Daphne —la miró a los ojos—. No encuentro otra explicación. Y se está moviendo a un ritmo brutal, para que no nos dé tiempo a reaccionar.

—Pero ¿qué pretende?

Marcel movió la cabeza hacia los lados.

—No lo sé. Marc, como criatura muerta y condenada, no puede acceder físicamente al mundo de los vivos, pues esa facultad de moverse por los dos mundos solo la ostenta el Viajero. Sus únicos movimientos se limitan, pues, a incursiones espirituales aprovechando sesiones de videncia, donde sí puede hacer daño.

—Así atacó a Agatha y a Dionisio...

—Eso es. Pero sus planes, intuyo, son mucho más ambiciosos si necesita anular al Triángulo Europeo. Hemos de averiguar cuanto antes lo que se propone.

—Lo que parece claro es que su próximo objetivo será el último vértice del Triángulo —aventuró ella—. Es el paso lógico. Su siguiente víctima tiene que ser el maestro Girardelli.

La vidente se dejó caer contra el respaldo del sillón, abrumada por el horizonte turbio que empezaba a materializarse frente a ellos.

—Hay que intervenir sin pérdida de tiempo —convino el Guardián—. Debes avisarle hoy mismo, para que tome las precauciones oportunas hasta que sepamos algo más.

Daphne asintió.

—Cuando Pascal nos contó a su retorno del Más Allá lo que había sucedido durante el rescate de Michelle, lo de la liberación accidental de ese pequeño demonio, supe que no tardaríamos en saber de él. Pero no esperaba que mi conjetura se confirmara tan pronto. Y de un modo tan cruel.

—¿Qué esperabas, un largo tiempo de paz? —le recriminó Marcel, sin alzar la voz—. La Puerta Oscura no puede domesticarse, y lo sabes. El flujo de poder que desencadena atrae por igual a la luz y a la oscuridad.

El Bien y el Mal constituían las dos caras de una misma moneda, que giraba manteniendo su precario equilibrio. Lo más brillante podía terminar alojando en su seno la más impenetrable de las negruras. Aunque, en ocasiones, también en medio de una llanura yerma y hostil podía prenderse un hálito de vida, un primer resplandor capaz de engendrar esperanza.

Daphne dudó al interpretar las palabras de Marcel. ¿A qué venía aquel crudo veredicto? ¿Acaso intuía algo que ella todavía no alcanzaba a vislumbrar?

—Por cierto —añadió Marcel, con un leve sarcasmo—. ¿Estás al tanto de que Pascal Rivas ya ha comenzado a ejercer como Viajero? Y con escasa discreción, he de decir.

La vidente lo miró, asombrada.

—¿Cómo?

—Lo que oyes. Por lo visto, ese chico se ha tomado al pie de la letra el final de la cuarentena.

Daphne movió la cabeza hacia los lados, perpleja.

—Pero no ha podido llegar hasta la Puerta Oscura...

Marcel descartó aquella dirección en las suposiciones de la vidente.

—No le ha hecho falta. ¿Recuerdas el asunto Lebobitz?

La médium captó entonces todo el alcance de la maniobra de Pascal.

—¡Ha retomado el ruego de aquel fantasma hogareño!

—Eso es. Y por su cuenta, que es lo grave. Podría haber ocurrido cualquier cosa...

Daphne se apartó el pelo de los ojos, reflexiva.

—El joven Rivas está desarrollándose como Viajero... y nos ha pillado por sorpresa. Hay que reconocer que su trayectoria es la de un alumno aventajado. Habremos de tenerlo en cuenta a partir de ahora.

—Estoy de acuerdo. Pero un poco más de precaución a la hora de tomar decisiones no le vendría mal —se quejó el forense.

La bruja sonrió.

—El chico se hace hombre, Marcel. Y a una velocidad increíble. Hablaremos con él, claro. Pero ahora lo importante es que, por lo que cuentas, no le ha sucedido nada malo, ¿no?

—No.

Marcel compartió entonces con ella todo lo que sabía gracias a la detective Betancourt.

—Confiemos en que Marguerite deje de hacer preguntas incómodas —concluyó el Guardián—. Y que Pascal cuente con los demás a partir de ahora para sus iniciativas.

—Sí, que cuente con los demás... a los que hay que añadir un nuevo integrante —señaló ella, enigmática.

—¿A qué te refieres? —ahora el asombrado fue Marcel.

—Pascal ha hecho partícipe del secreto de la Puerta Oscura al último de su grupo de amigos, un muchacho llamado Mathieu.

Los acontecimientos se precipitaban, Daphne veía la realidad licuándose, transformándose en un torrente incontenible que se abalanzaba sobre ella buscando cauces. Muchos de los cuales terminaban muriendo en zona oscura. Había que reaccionar rápido.

Lo primero que hizo la vidente, en cuanto terminaron de hablar, fue una llamada de teléfono, Marcel le facilitó un móvil desde el que efectuarla. Dadas las circunstancias, avisar a Francesco Girardelli del peligro que se cernía sobre él era lo más urgente.

Había que evitar a toda costa que una nueva muerte en extrañas circunstancias salpicara el escenario donde Francesco desempeñaba su labor de médium: Roma. De producirse, la criatura maligna habría decapitado a la Hermandad de Videntes Vivos, lo que provocaría el mismo caos del que se nutría el Mal.

Por fortuna, Daphne sí logró hablar con él y advertirle. Girardelli recibió impresionado las noticias, no tanto por el peligro que corría su propia vida, sino por las muertes fulminantes de Agatha y Dionisio, ausencias definitivas que le llegaron al corazón.

—Hasta que sepamos mejor a qué nos enfrentamos, tienes que renunciar a las sesiones como médium —le pidió Daphne—. Es demasiado arriesgado.

Al otro lado del teléfono, Francesco meditaba. No ejercer como médium suponía perder buena parte de su cometido diario... y de sus ingresos. No obstante, entendió enseguida lo que había en juego:

—De acuerdo, Daphne —aceptó—. No abriré las puertas a ese demonio hasta que sepamos a lo que nos enfrentamos.

—Gracias, maestro Girardelli.

—Habrá que convocar un cónclave ante esta situación crítica...

Daphne meneó la cabeza, profundamente decaída.

—No hay tiempo, maestro. No hay tiempo.

CAPITULO 18

Edouard llegó a la dirección que le había indicado su mentora, la Vieja Daphne, y lo hizo a la hora exacta, muy cerca en realidad del lugar donde la vidente tenía su local, en el histórico distrito de Le Marais. Lo que quedaba ante la vista del chico era un palacio muy antiguo enclavado entre otras casas. La fachada de piedra de la construcción se veía ennegrecida por siglos de suciedad acumulada, que no habían logrado sepultar por completo la solemnidad inoculada al edificio gracias a la propia arquitectura empleada, diferente, perturbadoramente insólita con sus techos curvilíneos y sus esferas de piedra.

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