El lobo de mar (21 page)

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Authors: Jack London

BOOK: El lobo de mar
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A grandes zancadas, Wolf Larsen se dirigió a popa desde el centro del barco, donde había estado hablando con los hombres recién salvados. La elasticidad felina de sus pasos era un poco más pronunciada que de costumbre, y en sus ojos había un brillo mordaz.

—Tres fogoneros y un maquinista —dijo a guisa de saludo—. A toda costa hemos de convertirles en marineros. ¿Y qué tal la dama?

No supe explicarme la causa, pero al nombrarla tuve la sensación de una punzada como si me hubiesen herido con un cuchillo. Lo atribuí a una susceptibilidad estúpida; mas persistió a pesar mío, y sólo le contesté con un encogimiento de hombros.

Wolf Larsen frunció los labios con un silbido zumbón y prolongado.

—¿Cómo se llama? —preguntó.

—No lo sé —repuse—. Estaba muy cansada. Precisamente espero que usted me dé informes. ¿Qué barco era?

—Un vapor correo —respondió brevemente—. El City o f Tokio, que hacía la travesía desde San Francisco a Yokohama. Era una barrica vieja y el tifón lo destrozó. Se llenó de agujeros como un tamiz y hacía cuatro días que estos náufragos vagaban a la ventura. ¿Tú no sabes quién es ella? ¿Si es soltera, casada o viuda? Bien, bien.

Sacudió la cabeza con gesto burlón y me miró risueño.

—¿Va usted...? —comencé.

Estuve a punto de preguntarle si llevaríamos los náufragos a Yokohama.

—¿Voy a qué? —preguntó.

—¿Qué piensa usted hacer con Leach y Johnson?

Movió la cabeza.

—Realmente no lo sé, Hump. Con estos aumentos ya tengo aproximadamente toda la tripulación que necesito.

—Y han huido, que es lo que deseaban –dije—. ¿Por qué no les trata usted de otra manera? Tómeles a bordo y pórtese mejor con ellos. Por grande que haya sido su delito, en el mismo pecado han encontrado el castigo.

—¿Y tengo yo la culpa?

—Usted —respondí con firmeza—. Y le advierto, Wolf Larsen, que soy capaz de olvidar el apego a mi propia vida y dejarme llevar del deseo de matarle si persiste en maltratar a esos pobres diablos.

—¡Bravo! —exclamó—. ¡Estoy orgulloso de ti, Hump! Con una venganza has encontrado tus piernas. Eres un individuo completo. Era una lástima que tu vida no saliera de los moldes usuales; pero ahora te desenvuelves y por ello me gustas más.

Su voz y su expresión habían cambiado. Estaba serio.

—¿Tú crees en los juramentos? —preguntó—. ¿Son cosas sagradas?

—Por supuesto —respondí.

—Pues hagamos un pacto —prosiguió, como un actor consumado que era—. Si yo te juro no poner mis manos sobre Johnson y Leach, ¿me jurarás tú, en cambio, no hacer ninguna tentativa para matarme?... ¡Oh, no creas que te tengo miedo, no creas que te tengo miedo! —se apresuró a añadir.

Apenas podía dar crédito a mis oídos. ¿Qué cambio se había operado en él?

—¿Convenido? —preguntó, Impaciente —Convenido —contesté.

Su mano solicitó la mía y al estrechársela cordialmente hubiese jurado que por un momento había brillado en sus ojos el diablo de la burla.

Atravesamos la popa hacia el lado de sotavento. El bote estaba muy cerca ahora y en una situación desesperada. Johnson gobernaba y Leach achicaba el agua con un cubo. Pasamos por su lado casi a dos pies de distancia. Wolf Larsen ordenó a Louis que se alejara un Poco, y nos lanzamos por delante del bote a menos de veinte pies a barlovento. El Ghost les resguardaba del viento. La cebadera aleteó vacía, y el bote, enderezándose sobre una quilla llana, hizo cambiar rápidamente de posición a los dos hombres, El bote avanzaba, y cuando nosotros nos elevamos a lomos de una ola altísima, se inclinó por la proa y cayó en la síma.

En este momento fue cuando Leach y Johnson levantaron la vista hacia el rostro de sus camaradas, que se alineaban sobre la barandilla del centro del barco. Nadie les saludó. Sus compañeros les consideraban como muertos, y entre ellos se abría el abismo que separa a la vida de la muerte.

Un momento después se hallaron detrás de la popa, donde estábamos Wolf Larsen y yo. Nos hundíamos y ellos se elevaban sobre una ola. Johnson me miró, y su rostro reflejaba la fatiga y el extravío. Le saludé con la mano y él contestó con otro saludo, pero su gesto era desesperado. Parecía más bien una despedida. En los ojos de Leach, que estaba mirando a Wolf Larsen, no vi la antigua expresión de odio implacable flotar con la intensidad de antes.

Iban quedándose atrás. La cebadera se hundió de pronto con el viento, inclinando de tal manera la frágil embarcación, que parecía seguro iba a zozobrar. Una ola blanca de espuma se alzó sobre ellos y se rompió en una lluvia de color de nieve. Después volvió a emerger el bote medio inundado. Leach achicaba el agua, mientras Johnson, pálido y angustiado, se cogía al timón.

Wolf Larsen se rió con una risa breve que parecía un ladrido y se alejó de aquel lado de la popa. Yo esperaba que diese órdenes para virar; más el Ghost siguió avanzando sin que Wolf Larsen hiciera ninguna señal. Louis continuaba empuñando el timón, imperturbable, pero noté que los marineros agrupados a proa volvían hacia nosotros sus rostros disgustados. El Ghost siguió avanzando, hasta quedar el bote reducido a una mancha, cuando la voz de Wolf Larsen resonó dando una orden y pasó a estribor.

Estábamos a dos millas más a barlovento de la vale. rosa cáscara de caracol, cuando fue arriado el foque y viró la goleta. Los botes que se dedican a la caza de focas no están construidos para trabajar a barlovento. Su única esperanza estriba en conservar una posición que les permita correr delante del viento en cuanto sople un poco para ir en busca de la goleta. Pero en aquel desierto enfurecido no había más refugio para Leach y Johnson que el Ghost y resueltamente emprendieron la lucha a barlovento. Con aquel mar tan embravecido era difícil el avance. Estaban expuestos a que de un momento a otro les sumergieran aquellas olas imponentes. Una y otra ves vimos el bote orzar sobre las enormes masas de agua, avanzar y retroceder como un corcho.

Johnson era un gran marinero, que dominaba tan bien los barcos pequeños como los grandes. Al cabo de hora y media estaba casi a nuestro lado, muy cerca de la popa, y haciendo esfuerzos inauditos por arribar.

"Parece que habéis cambiado de opinión —oí murmurar a Wolf Larsen hablando para sí, pero como si ellos pudieran oírle—. Queréis venir a bordo, ¿eh? Bueno, pues preparaos a subir."

—¡Duro con el timón! —ordenó a Oofty—Oofty, el kanaka, que durante este intervalo había relevado a Louis.

Las órdenes se sucedían incesantemente. La goleta adelantaba y el trinquete y la vela mayor se izaron aprovechando el viento favorable. Y cuando Johnson soltó su vela con peligro inminente y cortó nuestra estela un centenar de pies más allá, nosotros corríamos y saltábamos viento en popa Otra vez volvió a reír Wolf Larsen, indicándoles al mismo tiempo por señas que siguieran. Evidentemente intentaba jugar con ellos, darles una lección, aunque peligrosa, en lugar de una Paliza, así al menos lo pensé yo pues la frágil embarcación estuvo a punto de desaparecer.

Johnson se avino prontamente y corrió en pos de la goleta. No podía hacer otra cosa. La muerte acechaba por todas partes y no pasaría mucho tiempo sin que una de aquellas altísimas olas cayera sobre el bote lo volcara y hundiera para siempre.

—En sus corazones anida el horror a la muerte —murmuró Louis a mi oído cuando pasé a proa para ver de acortar el contrafoque y la vela del estay.

—¡Oh, dentro de poco virará y les recogeremos! —contesté alegremente—. Se propone darles una lección y nada más.

Louis me miró con malicia.

—¿Lo cree así? —preguntó.

—Naturalmente —respondí—. ¿Tú no?

—Yo no pienso estos días en nada más que en mi propio pellejo —fue lo que me contestó—. Y me pregunto extrañado la manera cómo acabará todo esto. Para mí, el whisky de San Francisco es algo exquisito, como lo será para ustedes la mujer que han recogido. ¡Ah, yo sé que harán ustedes alguna tontería!

—¿Qué quieres decir? —le dije.

—¿Qué quiero decir? —exclamó—. ¡Y me lo pregunta usted! No es lo que yo pienso, sino lo que piensa Wolf Larsen. ¡El lobo, el lobo!

—Si ocurre algo, ¿nos ayudaréis? —le interrogué impulsivamente, porque aquel hombre acababa de expresar mis propios temores.

—¿Ayudarles? Yo sólo ayudaré al viejo Louis, y disgustos no faltarán. Ahora estamos aún al principio, le digo a usted que al principio nada más.

—Nunca te hubiese creído tan cobarde —repuse en tono burlón.

El me favoreció con una mirada desdeñosa. —¿Cree usted que tengo ganas de que me rompan la cabeza por una mujer a quien no he visto hasta ahora? Le volví la espalda con desprecio y me fui a popa.

—Convendría, míster Van Weyden —insinuó Wolf Larsen al verme llegar—, que se recogieran las gavias.

Sentí alivio por lo que a los dos hombres se refería Era evidente que no quería alejarse demasiado de ellos. Con este pensamiento volvió a renacer en mí la esperanza, y ejecuté al momento la orden. Apenas había abierto yo la boca para pronunciar las disposiciones necesarias, cuando ya los hombres, impacientes, habían saltado a las drizas y traveseras, pugnando por ver quién llegaba antes a lo alto. Esta impaciencia no pasó desapercibida a Wolf Larsen y sonrió horriblemente.

Todavía seguimos ganando terreno, y cuando el bote quedó varias millas atrás, viramos y nos quedamos esperando. Todos los ojos le miraban acercarse hasta los del mismo Wolf Larsen, pero él era el único de los de a bordo que no estaba emocionado. Louis, con la vista fija, revelaba una pena que difícilmente podía contener.

El bote se acercaba cada vez más y se precipitaba por aquel hervidero como una cosa viva, elevándose, hundiéndose y saltando sobre las crestas altísimas de las olas o desapareciendo tras ellas para volver a salir y lanzarse cara al cielo. Parecía imposible que pudiese seguir, y sin embargo, con cada uno de aquellos saltos vertiginosos realizaba lo imposible. Cayó un chubasco y el bote surgió de entre la lluvia casi encima de nosotros.

—¡Firme ahí! —gritó Wolf Larsen saltando sobre el timón y haciéndole dar la vuelta.

El Ghost corrió otra vez delante del viento y Johnson y Leach nos siguieron durante dos horas. Virábamos y volvíamos a correr, y así continuamente, teniendo siempre a popa aquel pedazo de vela que luchaba, se lanzaba hacia el cielo y caía entre las olas impetuosas. Estando a un cuarto de milla de distancia, un fuerte chubasco lo ocultó a nuestra vista y nunca más volvió a emerger. El viento despejó de nuevo la atmósfera, pero ya ningún trozo de vela rompió la atormentada superficie. Por un momento creí ver la negra carena del bote sobre la cresta de una ola y eso fue todo. Para Johnson y Leach habían concluido las rudas fatigas de la existencia.

Los hombres permanecían agrupados en el centro del barco. Nadie había bajado ni nadie hablaba, ni siquiera cambiaron miradas entre sí. Todos parecían asombrados; meditaban profundamente, como si no estuviesen seguros, tratando de comprender lo que acababa de ocurrir. Wolf Larsen les dejó poco tiempo para pensar. En seguida marcó su rumbo al Ghost, rumbo que significaba el rebaño de focas y no el puerto de Yokohama. Los hombres ya no mostraron impaciencia al efectuar las maniobras, y les oí lanzar maldiciones que se extinguieron en sus labios, quedándose tristes y desanimados. Con los cazadores no fue así. El incorregible Smoke relató una historia, y bajaron a la bodega riendo a carcajadas.

Al pasar a sotavento de la cocina, cuando me dirigía a popa, se me acercó el maquinista que habíamos rescatado. Estaba pálido y le temblaban los labios.

—¡Dios mío! ¿Pero qué clase de barco es éste, señor? —exclamó.

—Si tiene usted ojos, ya ha podido verlo —respondí casi brutalmente, a causa del dolor y del espanto que había en mi propio corazón.

—¿Y su promesa? —dije a Wolf Larsen.

—Cuando hice la tal promesa, no hacía cuenta de tomarles a bordo —contestó—. Y de todos modos, habrás de convenir en que no les he puesto la mano encima.—. —añadió riendo.

No repliqué. Había demasiada confusión en mis ideas para poder contestarle. Sabía que necesitaba tiempo para reflexionar. Aquella mujer que dormía ahora en la cabina era para mí una responsabilidad, y el único pensamiento razonable que cruzó mi mente fue que no debía precipitarme si quería serle útil.

CAPITULO XX

El resto del día transcurrió sin más contratiempos. Después de habernos mojado sin compasión, el temporal empezó a perder fuerza. El maquinista y los tres fogoneros, tras una discusión acalorada con Wolf Larsen, fueron equipados en el bazar, se les asignaron sitios como a los cazadores en los diversos botes y en las guardias del barco y pasaron al castillo de proa. Pro— testaron, pero sin levantar mucho la voz. Estaban amedrentados con lo que ya habían visto del carácter de Wolf Larsen, y las narraciones dolorosas que no tardaron en oír en el castillo de proa les quitaron los últimos deseos de rebelión.

Miss Brewster (el maquinista nos había dicho su nombre) seguía durmiendo. A la hora de cenar supliqué a los cazadores que no gritaran y así no la molestarían, y hasta el día siguiente por la mañana no hizo su primera aparición— Mi intención había sido servirle las comidas aparte, pero Wolf Larsen se opuso a ello. ¿Quién era esta mujer, para que la mesa y la sociedad de la cabina no fuesen dignos de ella? Fue lo que me preguntó.

Su presencia en la mesa tenía en sí algo de divertido. Los cazadores estaban silenciosos como ostras. Jock Horner y Smoke eran los únicos que no se sentían intimidados, mirándola a hurtadillas de vez en cuando y hasta tomando parte en la conversación. Los otros cuatro convergían los ojos en el plato y masticaban firmemente, moviendo las orejas al mismo tiempo que las mandíbulas, como hacen muchos animales.

Al principio, Wolf Larsen hablaba poco, no haciendo más que contestar cuando se le dirigía la palabra— No es que estuviese cohibido, muy lejos de ello, sino que esta mujer era un tipo nuevo para él, de raza distinta a todas las que había conocido hasta entonces, y sentía curiosidad. La estudiaba y sus ojos se apartaban raras veces de su cara, a no ser para seguir los movimientos de las manos y los hombros. Yo también la estudiaba, y a pesar de ser quien mantenía la conversación, reconozco que me mostré un poco reservado, que no fui bastante dueño de mí. El poseía el equilibrio perfecto, la suprema confianza en sí mismo que nada podía hacer vacilar, y tan poco le intimidaba una mujer, como un temporal o un combate.

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