El lobo de mar (37 page)

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Authors: Jack London

BOOK: El lobo de mar
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El medio de que nos valíamos para entendernos había desaparecido. En algún sitio de aquella tumba de carne habitaba todavía el alma de aquel hombre. Emparedada en aquella arcilla viviente ardía la inteligencia, pero ardía en el silencio y las tinieblas. El mundo no existía ya para ella. Se conocía únicamente a sí misma y para ella sólo tenían valor la extensión y profundidad del silencio y las tinieblas.

CAPITULO XXXIX

Llegó el día de nuestra partida. Ya no había nada que nos retuviese en la isla. Los mástiles recortados del Ghost estaban en su sitio, y las velas, también reducidas, se hinchaban.

Mi obra no era hermosa, pero era segura.

—¡Yo lo he hecho! ¡Yo lo he hecho! —deseaba gritar en voz alta.

Fue Maud quien, adivinando mi pensamiento, exclamó:

—¡Y pensar, Humphrey, que usted lo ha hecho todo con sus propias manos!

—Pero había otras dos —respondí—, muy pequeñas.

Ella se rió, sacudió la cabeza y levantó las manos para mirárselas.

—Nunca más volveré a vérmelas limpias —deploró.

—Ese será su mejor galardón —dije estrechándole las manos, y las hubiese besado de no haberlas retirado ella rápidamente.

Después nos dispusimos a zarpar.

—Por ser el espacio tan reducido, no podremos subir el áncora una vez que haya dejado el fondo —dije—, pues iríamos a chocar contra las rocas.

—¿Y qué hará usted?

—Abandonarla. Y cuando empiece a maniobrar tendrá usted que ayudarme. Yo tendré que correr en seguida al timón, y al mismo tiempo, usted habrá de izar el foque.

Esta maniobra de la partida la había estudiado yo y ejecutado una veintena de veces. En la ensenada se había iniciado un vientecillo, y aunque las aguas estaban tranquilas, era menester un trabajo rápido para salir sin tropiezos.

Cuando solté el perno de la cadena, ésta cayó tronando al mar por el escobén. Corrí entonces a popa, haciendo rodar el volante. El Ghost pareció renacer a :a vida, poniéndose a la banda en cuanto se llenaron sus velas. El foque empezó a subir y al hincharse, la proa del Ghost saltó hacia delante, teniendo que echar mano del timón para imprimirle el rumbo.

Había inventado yo una escota automática, que pasaba a través del foque mismo a fin de que Maud no tuviese necesidad de atender a esto, pues estaba todavía izando la vela, cuando yo tuve que acudir al timón. Fue un momento de verdadera ansiedad, porque el Ghost se lanzaba directamente sobre la playa, de la cual distaba tan sólo un tiro de piedra, más el barco viró sobre la quilla con el viento.

Maud, al terminar su tarea, vino a mi lado con una gorrita sobre el alborotado cabello, las mejillas coloreadas por el ejercicio y las aletas de la nariz palpitantes por el choque del aire fresco y salado. Había en sus ojos una mirada impetuosa y aguda como nunca había visto. Tenía los labios entreabiertos, con el aliento suspendido, cuando el Ghost cargó sobre la pared de roca de la ensenada interior, voló con el viento y salió a mar abierto.

Mi empleo de segundo, cuando cazábamos focas, me fue de mucha utilidad para estas maniobras. Di otra vuelta, y el Ghost puso la proa al piélago inmenso. La goleta bogaba a impulsos de la corriente submarina, respirando el ritmo de la misma cuando se deslizaba blandamente montada sobre las olas que llevaban dirección contraria. El día había empezado nuboso y triste; pero ahora, el sol, irrumpiendo a través de las nubes, brillaba como un presagio de buen agüero en la curva de la playa. Toda la isla resplandecía bajo la caricia del sol. El mismo promontorio sudoeste aparecía menos cefiudo; aquí y acullá, donde las salpicaduras de las olas humedecían su superficie, surgían chispas luminosas que parpadeaban a la luz del sol.

—Recordaré siempre esto con orgullo —dijo Maud—. ¡Querida isla, siempre te amaré!

—Y yo también —repuse rápidamente.

Parecía que nuestros ojos habían de encontrarse, y sin embargo, esquivaron la mirada y no se encontraron. Dejando el timón, corrí a proa, aflojé la vela mayor y el trinquete, afiancé las jarcias en el botalón y lo orienté todo al viento que teníamos en nuestro cuadrante. Era un viento fresco, muy fresco, y resolví correr mientras me lo permitiese. Desgraciadamente, cuando se boga con todas las velas es imposible soltar el timón, por lo que se me presentaba una guardia de toda una noche. Maud insistió en relevarme, pero había dado pruebas de no tener la fuerza suficiente para gobernar con una mar gruesa, aun cuando hubiese conseguido tener la maestría necesaria para desenvolverse en tales circunstancias. Parecía descorazonada, pero recobró pronto su ánimo al recoger las jarcias, drizas y todas las cuerdas esparcidas.

Además, había que preparar la comida, hacer las camas, atender a Wolf Larsen y limpiar la cabina y la bodega.

No pude descansar en toda la noche gobernando el timón, pues el viento aumentaba y el mar se ponía cada vez más encrespado. A las cinco de la mañana me trajo Maud café caliente con bizcochos, que ella había preparado, y a las siete un sustancioso almuerzo, que me devolvió las fuerzas perdidas.

El Ghost seguía corriendo y devorando las distancias, hasta el extremo de que llegué a tener la certeza de que su velocidad no bajaba de nueve nudos. Al anochecer estaba yo agotado. Aunque mi estado de salud era inmejorable, treinta y seis horas de trabajo incesante habíanme conducido al límite de resistencia. Maud me suplicaba que virásemos, y yo comprendía que si el mar y el viento seguían aumentando en la misma proporción durante la noche, me sería imposible hacerlo. Así, pues cuando hubo oscurecido, llevé el Ghost, no sin recelo, contra el viento.

No había calculado la colosal tarea que representaba esto para un hombre solo. Mientras corríamos a favor del viento no había apreciado su fuerza; pero cuando cesamos de correr con él, dime cuenta, por mi desgracia y también para mi desesperación, de la violencia con que soplaba. El viento frustraba todos mis esfuerzos, arrancándome la lona de las manos y deshaciendo en un instante lo que había ganado en diez minutos de dura lucha. A las ocho sólo había conseguido poner el segundo rizo al trinquete. A las once no había adelantado más. De la punta de los dedos goteaba sangre y las uñas estaban rotas hasta sus raíces. De dolor y puro agotamiento lloré en la oscuridad, secretamente, a fin de que Maud no se enterase.

Después, desesperado, abandoné la tentativa de rizar la vela mayor, intentando al propio tiempo virar con el trinquete bien rizado. Necesité tres horas para plegar la vela mayor y el foque, y a las dos de la madrugada, desfallecido, casi muerto, apenas pude darme cuenta de que la maniobra había sido un éxito. El trinquete rizado trabajaba. El Ghost tomó ansiosamente la querencia del viento y no mostró ninguna propensión a inclinarse sobre el abismo.

Yo estaba muerto de hambre, y sin embargo, Maud trató en vano de hacerme comer. Me hubiese dormido seguramente al llevarme a la boca el alimento. Estaba tan rendido de sueño, que ella se vio obligada a hacerme sentar para que no cayese al suelo con las violentas sacudidas de la goleta.

No recuerdo cómo pasé de la cocina a la cabina, era un sonámbulo que Maud guiaba y sostenía. En realidad, no me di cuenta de nada hasta que desperté, tendido en mi litera y descalzo. Era de noche. Estaba entumecido y lloraba de dolor cada vez que las ropas de la cama tocaban la punta de los dedos.

Evidentemente no había amanecido aún, por lo que cerré los ojos y pude alcanzar el sueño nuevamente. Yo no me había enterado, pero había dormido toda una vuelta de reloj y volvía a ser de noche.

Desperté disgustado porque no podía seguir durmiendo. Encendí una cerilla y miré el reloj. Marcaba medianoche. ¡Y yo había dejado la cubierta a las tres! Adiviné lo que aquello significaba. Había dormido veintiuna horas. El buque marchaba perfectamente, estuve atento un instante al ruido de las olas y al trueno del viento sobre cubierta, y después me volví de lado y me dormí tranquilamente hasta la siguiente mañana.

Cuando me levanté, a las siete, no vi a Maud por ningún sitio, y presumí que estaría en la cocina preparando el desayuno. Una vez en la cubierta, observé que el Ghost trabajaba espléndidamente con su trozo de vela; pero en la cocina, aunque había fuego encendido y agua hirviendo, no encontré a Maud.

La hallé en la bodega junto a la litera de Wolf Larsen, que había caído desde la cumbre de la vida para quedar enterrado vivo, peor en realidad que la misma muerte. En su rostro sin expresión había un extraño relajamiento. Maud me miró y comprendí.

—Su alma ha volado durante la tormenta —dijo.

—La fuerza —dijo Maud— no le sujeta a la vida. Es un espíritu libre.

—Seguramente, es un espíritu libre —respondí, y cogiéndola de la mano la conduje a cubierta.

La tormenta había calmado aquella noche, lo cual quiere decir que había desaparecido con la misma rapidez con que había empezado. Después del desayuno, a la mañana siguiente, cuando subí a cubierta el cuerpo de Wolf Larsen para el sepelio, el viento volvía a soplar duramente y el mar estaba agitado.

—Sólo recuerdo la primera parte del servicio fúnebre —dije—, que es ésta: "Y el cuerpo será arrojado al mar."

Maud me miró sorprendida y extrañada; pero el espíritu de algo que había visto antes obraba con fuerza sobre mí y me impulsaba a practicar con Wolf Larsen el mismo triste servicio que él había prestado a otro hombre. Levanté la tapa de la escotilla, y el cuerpo envuelto en lona se hundió en el mar con los pies delante. El peso del hierro le arrastró al fondo. Todo había concluido.

—Adiós, Lucifer, orgulloso espíritu —murmuró Maud en voz tan baja, que fue ahogada por el ruido del mar; pero yo vi el movimiento de sus labios y lo comprendí.

Cuando con mucha dificultad nos trasladamos a popa, cogidos de la barandilla, dirigí casualmente una mirada a sotavento. El Ghost había montado sobre una ola, y sorprendí claramente un pequeño vapor que se balanceaba viniendo hacia nosotros. Estaba pintado de negro y a juzgar por lo que había oído decir a los cazadores, lo reconocí como un cúter de los Estados Unidos destinado a perseguir el contrabando. Se lo señalé a Maud y me disponía a bajar en busca de una bandera, pero pensé que me había olvidado de esto.

—No necesitamos hacer ninguna señal pidiendo socorro —dijo Maud—; les bastará con vemos.

—Estamos salvados —dije con una alegría desbordante, y añadí—: No sé si debo mostrarme satisfecho.

Nuestros ojos se encontraron fácilmente. Nos inclinamos el uno hacia el otro, y antes de que me hubiese dado cuenta, la había rodeado con mis brazos. Sus labios avanzaron al encuentro de los míos.

—¡Mi mujer, mi mujercita! —dije, y con mi mano libre le acariciaba el hombro como saben hacerlo los amantes sin haberlo aprendido en la escuela.

—¡Mi hombre! —repuso Maud, mirándome un instante con los párpados temblorosos, que se bajaron y velaron sus ojos cuando inclinó la cabeza sobre mi pecho con un suspiro de felicidad.

Miré hacia el cúter, que estaba muy cerca y arriaba un bote.

—¡Un beso, amada mía!... —murmuré—. ¡Otro, antes que vengan!

—Y nos salven de nosotros mismos —completó ella, con una sonrisa adorable, henchida de amor.

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