–¿Y ahora qué? –suspiró Boruelal–. Discúlpenme...
Dejó distraídamente su bebida y el canapé que había estado mordisqueando sobre la lisa parte superior de Chamlis Amalk-Ney y se fue abriendo paso entre el gentío dando codazos y pidiendo disculpas. Gurgeh vio cómo se alejaba en dirección al origen de la perturbación.
El aura de Chamlis emitió un breve destello gris blanquecino de incomodidad. La unidad dejó la copa sobre la mesa haciendo bastante ruido y arrojó el canapé a una papelera.
–Estoy seguro de que todo es culpa de Mawhrin-Skel. Esa máquina es insoportable –dijo Chamlis con irritación.
Gurgeh alargó el cuello intentando ver algo por encima de la multitud.
–¿De veras? –preguntó–. ¿Crees que toda esta conmoción es obra suya?
–Francamente, no comprendo qué encuentras de atractivo en ella –dijo la vieja unidad.
Volvió a coger la copa de Boruelal y derramó el vino de color oro encima de un campo dejándolo suspendido en el aire como si flotara en el interior de un recipiente invisible.
–Me divierte –replicó Gurgeh, y se volvió hacia Chamlis–. Boruelal dijo no sé qué de que había encontrado una rival digna de mí... ¿Estabais hablando de eso cuando llegué?
–Sí. Acaba de matricularse en la universidad... Tengo entendido que se ha pasado la vida en un VGS, y parece tener un don natural para el Acabado.
Gurgeh enarcó una ceja. El Acabado era uno de los juegos más complejos de su repertorio, y también uno de los que sabía jugar mejor. Había otros jugadores humanos en la Cultura que podían vencerle –aunque todos eran especialistas en el juego, no generalistas como él–, pero ni uno solo de ellos estaba en condiciones de garantizar que saldría triunfador de una partida, y aparte de eso eran muy pocos y se encontraban esparcidos por toda la Cultura..., probablemente sólo habría unos diez en toda la población.
–Bien, ¿quién es ese bebé que parece tener tanto talento?
Los ruidos que llegaban del otro extremo de la sala habían ido debilitándose poco a poco.
–Es una recién llegada –dijo Chamlis. Manipuló el campo que sostenía el vino y dejó que fuese goteando a lo largo de esbeltos haces huecos de energía invisible–. Acaba de desembarcar del
Culto del cargamento
, y creo que aún está terminando de instalarse.
El Vehículo General de Sistemas
Culto del cargamento
había llegado al Orbital Chiark hacía diez días y se había marchado hacía sólo dos. Gurgeh había estado en él para dar unas cuantas exhibiciones múltiples (y se había llevado la secreta alegría de haber ganado limpiamente en todas, ya que no le habían derrotado en ninguno de los varios juegos que componían la exhibición), pero no había jugado al Acabado. Algunos de sus oponentes habían hecho vagos comentarios sobre una jugadora supuestamente muy brillante (aunque bastante tímida) que viajaba en el Vehículo, pero la jugadora no había dado la cara –o, al menos, Gurgeh no se había enterado de que hubiera decidido hacerlo–, y acabó suponiendo que los informes sobre el talento de aquella joven prodigio habían sido groseramente exagerados. Los habitantes de las grandes naves tendían a sentirse extrañamente orgullosos de sus moradas. Les gustaba pensar que el hecho de que hubieran sido vencidos por el gran jugador no quería decir que en algún lugar de su habitáculo no hubiese alguien capaz de enfrentarse a él y derrotarlo (naturalmente, la nave sí habría podido vencerle con suma facilidad, pero eso no contaba; los que tanto presumían de su VGS se referían a seres humanos o a unidades cuyo valor fuera de 1 o superior).
–Eres un artefacto insoportable que siempre está armando jaleo –dijo Boruelal mirando fijamente a la unidad Mawhrin-Skel.
La unidad flotaba sobre su hombro con el aura teñida por el brillo anaranjado del bienestar, pero el campo estaba aureolado por motitas purpúreas que indicaban una contrición avergonzada no demasiado convincente.
–Oh –dijo Mawhrin-Skel con animación–, ¿de veras lo cree?
–Hable con esta máquina imposible, Jernau Gurgeh –dijo la profesora.
Se volvió hacia Chamlis Amalk-Ney, frunció el ceño al ver que la copa había desaparecido y cogió otra. (Chamlis echó el vino con el que había estado jugando en la copa que Boruelal dejó abandonada al marcharse y volvió a colocarla sobre la mesa).
–¿Qué has hecho ahora? –preguntó Gurgeh.
Mawhrin-Skel se acercó hasta quedar flotando junto a su cabeza.
–Acabo de dar una lección de anatomía –dijo la unidad, y sus campos se convirtieron en una mezcla de seriedad azulada y marrón sardónico.
–Alguien encontró un chirlip en la terraza –explicó Boruelal, lanzando una mirada acusatoria a la pequeña unidad–. Estaba herido. No sé quién tuvo la idea de llevarlo dentro de la sala y Mawhrin-Skel se ofreció a tratarlo.
–No tenía nada urgente que hacer –dijo Mawhrin-Skel con mucha calma.
–Lo mató y lo diseccionó delante de todo el mundo. –La profesora suspiró–. Los que lo vieron... Bueno, quedaron bastante afectados.
–De todas formas habría muerto a causa del shock –dijo Mawhrin-Skel–. Los chirlips son unas criaturas muy interesantes... esos encantadores plieguecitos de la piel ocultan un sistema de huesos muy complejo colocado a varios niveles y las ramificaciones del sistema digestivo son realmente fascinantes.
–Pero no cuando la gente está comiendo –dijo Boruelal escogiendo otro canapé de la bandeja–. Aún no había dejado de moverse –añadió con expresión lúgubre.
Engulló el canapé.
–Capacitancia sináptica residual –explicó Mawhrin-Skel.
–O «mal gusto», como lo llamamos las máquinas –dijo Chamlis Amalk-Ney.
–Eres todo un experto en ese tema, ¿verdad, Amalk-Ney? –preguntó Mawhrin-Skel.
–Me inclino ante la superioridad de tus talentos en ese campo –respondió secamente Chamlis.
Gurgeh sonrió. Chamlis Amalk-Ney era un viejo amigo y, aparte de eso, una auténtica antigüedad. La unidad había sido construida hacía más de cuatro mil años (Chamlis afirmaba haber olvidado la fecha exacta, y hasta el momento nadie había cometido la descortesía de buscar en los archivos para dar con ella). Gurgeh le había conocido toda la vida. La unidad era amiga de la familia desde hacía siglos.
Su relación con Mawhrin-Skel era mucho más reciente. La irascible y diminuta máquina de pésimos modales había llegado al Orbital Chiark hacía tan sólo unos doscientos días. Era otra personalidad fuera de lo corriente que se había sentido atraída por la exagerada reputación de excentricidad del planeta.
Mawhrin-Skel había sido diseñado como unidad de Circunstancias Especiales para la sección de Contacto de la Cultura, lo cual quería decir que en sustancia era una máquina militar con una amplia gama de sistemas sensoriales y de armamento tan sofisticados como potentes que habrían resultado totalmente innecesarios y carentes de objetivo en la mayoría de unidades. Su carácter y personalidad no habían sido definidos con anterioridad a la construcción, al igual que ocurría con todos los artefactos conscientes fabricados por la Cultura, y se había permitido que fueran desarrollándose libremente durante la estructuración de su mente. La Cultura consideraba que ese factor impredecible incorporado a su producción de máquinas conscientes era el precio que había que pagar a cambio de la individualidad, pero el resultado era que no todas las unidades a las que daba existencia podían considerarse totalmente adecuadas a las tareas para las que habían sido diseñadas en un principio.
Mawhrin-Skel era uno de esas unidades. Se decidió que no tenía la personalidad adecuada para Contacto, y ni siquiera para Circunstancias Especiales. Mawhrin-Skel era inestable, díscolo y carente de sensibilidad. (Y no había que olvidar que ésos eran los aspectos en que había decidido revelar su fracaso, y que podía haber unos cuantos más que seguían siendo ignorados por todos.) Se le había dado a escoger entre una alteración radical de la personalidad en la que tendría poco o nada que decir acerca del carácter que acabaría teniendo una vez finalizado el proceso o una vida fuera de Contacto con su personalidad intacta, pero con el armamento y los sistemas sensoriales y de comunicación más complejos eliminados para dejarlo a un nivel más cercano al de la unidad promedio.
Mawhrin-Skel había escogido la segunda opción y había puesto rumbo al Orbital Chiark con la esperanza de encontrar un sitio en el que pudiera encajar.
–Sesos de carne –dijo Mawhrin-Skel bailoteando delante de Chamlis Amalk-Ney.
La pequeña unidad salió disparada hacia la hilera de ventanas abiertas. El aura de la vieja unidad se encendió con un parpadeo blanco de ira y la ondulación de luz irisada que la recorrió reveló que estaba utilizando el haz de su transceptor para comunicarse con la máquina que acababa de alejarse. Mawhrin-Skel frenó en seco y giró sobre sí mismo. Gurgeh contuvo el aliento y se preguntó qué podía haberle dicho Chamlis y qué podía replicar la otra unidad. Sabía que Mawhrin-Skel no se tomaría la molestia de mantener sus observaciones en secreto como había hecho Chamlis.
–Lo que más me molesta no es lo que he perdido –dijo Mawhrin-Skel hablando muy despacio desde un par de metros de distancia–. No, lo que me irrita es aquello que he ganado durante el proceso de asemejarme aunque sólo sea remotamente a un caso de fatiga geriátrica como el tuyo al que los años han desgastado de tal forma que ni siquiera tiene la miserable decencia humana de morir cuando el tiempo le deja anticuado. Eres un desperdicio de materia, Amalk-Ney.
Mawhrin-Skel se convirtió en una esfera, alteró la superficie de ésta hasta volverla tan reflectante como un espejo y abandonó la sala para esfumarse en la oscuridad exhibiendo su ostentosa negativa a seguir comunicándose.
–Cretino –dijo Chamlis con los campos congelados en un frío resplandor azulado.
Boruelal se encogió de hombros.
–Confieso que me da un poco de pena.
–A mí no –dijo Gurgeh–. Creo que se lo está pasando en grande. –Se volvió hacia la profesora–. ¿Cuándo podré conocer a esa joven genio suya que juega tan bien al Acabado? No estará escondiéndola para que pueda entrenarse en paz, ¿verdad?
–No, sólo le estamos dando el tiempo necesario para que se adapte a su nueva situación. –Boruelal se hurgó entre los dientes con el palillo del canapé–. Por lo que me han contado de ella, esa chica ha crecido en un ambiente muy limitado. Parece ser que apenas si ha salido del VGS y todo esto debe resultarle bastante extraño. Aparte de eso, no ha venido aquí para estudiar la teoría de los juegos, Jernau Gurgeh, y creo que debo dejarlo bien claro. Quiere estudiar filosofía.
Gurgeh puso la cara de sorpresa que se esperaba de él.
–¿Un ambiente muy limitado? –exclamó Chamlis Amalk-Ney–. ¿En un VGS?
Su aura gris metálico indicaba perplejidad.
–Es bastante tímida.
–Sí, supongo que debe serlo.
–Tengo que conocerla –dijo Gurgeh.
–La conocerá –dijo Boruelal–, y puede que muy pronto. Dijo que quizá vendría conmigo a Tronze para el próximo concierto. Hafflis siempre celebra una partida allí, ¿no?
–Sí, tiene esa costumbre –dijo Gurgeh.
–Quizá juegue con usted en Tronze. Pero no se sorprenda demasiado si lo único que consigue es que le mire con cara de susto.
–Seré el epítome de la afabilidad y los buenos modales –le aseguró Gurgeh.
Boruelal asintió con expresión pensativa mientras recorría la multitud de invitados con la mirada. Un estallido de gritos procedente del centro de la sala pareció distraerla.
–Disculpe –dijo–. Creo haber detectado el comienzo de una nueva conmoción.
Se apartó de él. Chamlis Amalk-Ney se hizo a un lado para evitar el que volviera a utilizarle como mesa y la profesora se llevó su copa con ella.
–¿Viste a Yay esta mañana? –preguntó Chamlis.
Gurgeh asintió con la cabeza.
–Me hizo poner un traje especial y me dio un arma para que disparara contra proyectiles de juguete que se desmantelaban a sí mismos mediante explosiones controladas.
–Y no te gustó.
–En lo más mínimo. Tenía grandes esperanzas para esa chica, pero si continúa abusando de esa clase de tonterías... Bueno, creo que su inteligencia acabará sufriendo un proceso de desmantelamiento explosivo.
–Esa clase de diversiones no son para todos. Yay intentaba ayudarte, nada más... Dijiste que te sentías inquieto y que andabas buscando algo nuevo.
–Sí, pero parece que no se trataba de eso –dijo Gurgeh, y sintió una tan repentina como inexplicable oleada de tristeza.
Él y Chamlis observaron cómo los invitados empezaban a desfilar junto a ellos dirigiéndose hacia la hilera de ventanas que daban a la terraza. Gurgeh sintió una especie de zumbido ahogado dentro de su cabeza. Había olvidado que utilizar
Azul fuerte
requería un cierto grado de control y vigilancia interna si se querían evitar los desagradables efectos de la resaca. Vio pasar a los invitados con una ligera sensación de náuseas.
–Debe faltar poco para que empiecen los fuegos artificiales –dijo Chamlis.
–Sí... ¿Qué te parece si salimos a tomar el aire?
–Es justo lo que necesito –dijo Chamlis.
Su aura se había vuelto de un color rojo oscuro.
Gurgeh dejó su copa sobre la mesa. Él y la vieja unidad se unieron a los grupos de invitados que abandonaban el bien iluminado salón adornado con tapices para salir a la terraza que daba a las oscuras aguas del lago.
Las gotas de lluvia se estrellaban contra las ventanas con un ruido que recordaba el chisporroteo de los leños que ardían en la chimenea. La vista desde la casa de Ikroh –la pendiente boscosa que bajaba hasta el fiordo y las montañas que se alzaban al otro lado de él–, quedaba ligeramente distorsionada por los hilillos de agua que se deslizaban sobre los cristales, y de vez en cuando un grupo de nubes bajas pasaba velozmente enredándose en las tórrelas y cúpulas del hogar de Gurgeh como si fueran hilachas de humo mezcladas con vapor de agua.
Yay Meristinoux cogió un enorme atizador de hierro labrado que colgaba junto a la chimenea, apoyó una bota en las complejas tallas de las piedras que servían de marco a la chimenea y hundió la punta del atizador en uno de los troncos que crujía y siseaban mientras se consumían sobre la rejilla. Un chorro de chispas salió disparado hacia arriba y se esfumó por la chimenea para reunirse con la lluvia que caía del cielo.
Chamlis Amalk-Ney flotaba cerca de la ventana observando las nubes de un gris oscuro.