El jinete del silencio (65 page)

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Authors: Gonzalo Giner

BOOK: El jinete del silencio
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Desde hacía años, el caballo era su más fiel compañero.

Había sabido encontrar la maravillosa energía interior que fluía en ellos, una energía que solo se podía percibir cuando se establecía la adecuada comunicación, y a él no le costaba apenas lograrla.

Cuando compartían esa fuerza, todo se podía conseguir de ellos; hacerlos vibrar con sus propios movimientos, enseñarles a transformar algo tan normal como era un paso en un acto hermoso, en pura expresividad. En sus muchas veladas nocturnas, junto a un caballo, Yago se dio cuenta de que era capaz de emocionar, tanto a los propios caballos como a todo aquel que presenciara sus evoluciones. Pero también a él mismo, porque muchas veces terminaba llorando aferrado a su cuello, con la caricia de sus crines.

—Quiero sentir a los caballos… porque… conozco… su al.. alma —expresó en voz alta sus más hondos sentimientos.

Miguel Ángel detuvo su pincel y se quedó pensativo.

—Me sorprendes, hijo. Pero el camino que quieres emprender me parece excitante y hermoso. La belleza que esos animales poseen está esperando a unas manos como las tuyas. Belleza, solo tienes que saber verla, primero, y sacarla al exterior después. Si lo haces, vas a sentirte partícipe de la creación, como el Dios que ves allí en el techo, el que lo ha generado todo; los astros, el sol, la luna… Ese es el regalo que Él ofrece a quienes nos ha donado una parte de su virtud creadora. Ese gozo, esa maravillosa sensación que se siente al ejercer de transmisor de la creación, convierte nuestro trabajo en algo único. Por eso, no me importa dejar de dormir, no comer, o apenas salir de esta capilla. Me seduce tanto lo que hago que lo de fuera me resulta vacío.

Yago memorizaba cada momento que vivía dentro de su corazón, reposando sus palabras para poder buscarlas allí cuando las necesitara más adelante, consciente de que estaba viviendo uno de los momentos más grandes de su vida.

Pasaron más de cuatro horas hablando, compartiendo.

Miguel Ángel le reveló sus reglas más secretas, las que empleaba para convertir en únicas cada una de sus obras.

El destino los había unido unas pocas horas, durante ese día, pero la confianza que se estableció entre ellos más bien parecía la propia de quien se ha conocido desde siempre.

—¿Sois diferente?

Yago se lo preguntó, sin poder dejar de pensar en su propia realidad.

Necesitaba su consejo.

El artista frunció el ceño y recordó su pasado. Le explicó que así se había sentido antes, incluso desde la más nefasta soberbia cuando se llegó a ver superior a los demás, sin poder soportar que alguien le hiciera sombra. Viajó en su memoria a sus primeros años artísticos, en su amada Florencia, cuando conoció a Leonardo y tuvo que competir con él en la representación de una misma batalla, la de Anghiari. Ahora lo veía absurdo, pero por entonces envidiaba su maestría y trataba de ridiculizarlo en cuanto tenía oportunidad. Eran tiempos de letras, de poesía, de rozar el cielo en cada cosa que emprendía.

—No somos diferentes, aunque los demás lo vean y hasta se lo crean… Tan solo hemos sido bendecidos antes de tiempo; esa es nuestra verdad. Sin haber alcanzado el cielo, como los demás lo hacen una vez que hallan la muerte, a nosotros se nos ha dado parte de la gloria en vida, un poco antes, sí; lo que supone una gran responsabilidad. Para mí es como un deber maravilloso que noto en cuanto inicio una nueva obra; me sucede con cada escultura, cuando mis pinceles acarician el yeso y dibujo hombres, santos o cielos. Pero ese regalo tiene un alto precio que no es otro que compartirlo con los demás. Tus talentos han de llegar a muchos… Nuestro pecado sería guardárnoslos para nosotros, no; nunca debería ser así. Tenemos la obligación de explorarlos y que los demás sientan el maravilloso trocito de gloria celestial que nos ha regalado a través de nosotros, que sientan la hermosura de lo puro, que te disfruten.

—¿Qué he de hacer?

—Tu capacidad de emocionar se ha de exhibir, y la virtud de leer en el interior del alma de un caballo también… Ese es el precio de tu bendición anticipada, de que te hayan regalado un poco de cielo antes de tiempo, antes que a los demás. Somos un poco como las manos de Dios. —Suspiró volviendo a su paleta cargada de color—. Lo somos, Yago. Sí lo somos.

XI

La noticia del robo del oro de las Indias por parte de las huestes de Barbarroja vapuleó el orgullo de toda Europa, que se veía cada vez más expuesta a los ataques de aquel bárbaro, pero hizo especial mella en su Emperador al ver desaparecer de un plumazo el pago de una parte importante de su deuda.

Nadie se pudo explicar cómo habían podido dar con el convoy que transportaba el oro, y sobre todo que lo hicieran en el único lugar del trayecto donde su defensa estaba fatalmente comprometida. Se decidió investigar los posibles fallos en la organización del envío y a los responsables de la misma, pero de momento no se había avanzado gran cosa.

Mientras, el noble metal rodaba por los mercados más turbios del continente en pequeñas cantidades para no llamar demasiado la atención, porque el montante principal, casi tres cuartas partes, llegó a Francia, lo que se tradujo en un alza de la moneda, la incomprensión de quienes no acertaban a dar una autoría clara al enorme movimiento de fondos, y una gruesa comisión para quien había mediado y a la vez ejercía como administrador general de los dineros públicos.

Pero, además, había un hombre, el verdadero cerebro del robo, que gracias a aquel comercio conseguía aumentar su riqueza de una forma desproporcionada.

—Nuestra banca se hará cargo de repartir tus ingresos por diferentes cuentas y ciudades para que una cantidad como la tuya pase más desapercibida a mis propios empleados, a pesar de que tu situación la lleve yo personalmente. —Enrico Masso brindó con Luis Espinosa en una pequeña posada donde se habían citado a pocas millas de la ciudad de Gante, donde Luis acompañaba al emperador Carlos.

—¿A cuánto asciende el saldo actual?

—Antes de pagar a vuestros amigos de Berbería y una vez separada mi parte, dispones de dos millones de escudos. Te has convertido en mi mejor cliente, quizá el más poderoso entre los genoveses, pero también en un sobrino que tiene a su mujer preguntando por él todo el tiempo. Quiere saber cuándo vas a volver y me ha pedido que te lo diga.

—Siento dejarla sola, lo reconozco —mintió—. Cada vez que he de salir de nuestra casa me cuesta un disgusto, pero se ha de comprender que debo atender al Emperador.

Enrico lo entendía, pero a la vez le habían llegado ciertos rumores sobre una viuda, heredera de una gran fortuna, y de media población de Maastricht, a la que Luis parecía estar frecuentando. Titubeó si debía o no preguntar por el incómodo asunto, pero se decidió por dejarlo y cambiar de tema. Tampoco era él quién para poner en duda su honorabilidad, y además se jugaba demasiado dinero si por meterse en medio tensaba su actual buena relación sin ningún motivo probado.

—¿Tenéis suficientes ducados ya para alcanzar vuestro objetivo?

—Me temo que no. Aún he de pagar un favor en Jamaica que no será barato y como recordaréis, todavía he de devolveros el préstamo que os solicité para comprar el palacete de Génova. Calculo que todavía me hará falta el doble de mi saldo actual para conseguir ganarme el favor del Emperador.

—¿Pensáis entonces en una nueva misión?

—En efecto; para la primavera del año cuarenta y dos. Pronto obtendré los detalles necesarios para que volvamos a tener el mismo éxito.

Brindaron por ello.

Una vez comentados los asuntos más urgentes, Enrico recordó el desagradable suceso que tuvo a la hija de Domenico Bartelli como protagonista en su casa de Nápoles, cuando esta tachó a Luis de criminal. Al comentárselo, notó que la noticia le afectaba.

—Vaya… no me gusta nada saber que hago tratos con alguien que permite a su hija jugar con mi honor de ese modo. Tal vez deberíamos descartar a Domenico para nuestro siguiente envío. ¿No os parece?

—Os entiendo, pero lo conozco bien y no debéis preocuparos; amonestó a su hija con firmeza y, desde luego, hizo oídos sordos a lo que ella afirmaba.

Luis Espinosa no quiso insistir, pero se quedó intranquilo. El hecho de que Carmen supiera que mantenía tratos con su padre podría convertirse en un serio problema. Se prometió estudiar una solución.

* * *

A muchas millas de Gante, en Jerez de la Frontera, en ese mismo momento su nombre estaba en boca de dos personas que compartían comida y un objetivo: conseguir su desgracia.

Fabián Mandrago elogió el faisán después de haber degustado con Laura Espinosa unos espárragos frescos de la propia hacienda. La comida tenía como objetivo actualizar la información que uno y otro habían podido reunir sobre Luis.

—Por fin traigo buenas noticias… —Fabián se limpió la boca después de haber probado el vino—. Por suerte, y a pesar de mi destierro, conseguí recuperar la buena relación que desde siempre mantenía con un jurado de Sanlúcar y con uno de los guardas que trabajaron durante mucho tiempo bajo mis órdenes. Cada uno de ellos, desde su facultad, entendió lo que buscábamos y ha trabajado todo este tiempo para sacar a la luz una pista que podría sernos de mucho interés. Os explico. —Tomó mejor acomodo en la silla y apoyó los cubiertos en su plato—. Desde mi vuelta de Jamaica, no dejaba de darle vueltas a un comportamiento de Luis que no terminaba de entender, pero por fin ayer pude encontrarle una posible respuesta.

—Estoy ansiosa de novedades. Contadme.

—Me preguntaba una y otra vez qué otras razones podían haberle movido para ir a Jamaica. Según vuestra explicación, Blasco era la causa, su mejor cliente de caballos en las Indias, y el objetivo de su viaje: reforzar y aumentar las relaciones comerciales que ya mantenían. Pero ese siempre me pareció un objetivo algo corto para su habitual forma de actuar. Después de invertir un año tras los pasos de la famosa Christine, y lamento tener que nombrarla en vuestra presencia, mi jurado ha sabido que en su familia hay importantes cargos afines al poder imperial, muchos y conocidos nobles y algún renombrado banquero, y me refiero en concreto a un tal Enrico Masso, al que parece ser que le acompaña una relativa fama de oscuridad en sus negocios.

—Mi anterior marido nunca ha dado un paso sin motivo.

—Eso pensé yo, sobre todo al saber que al tal Masso se le relaciona con el mercado negro de oro… —Bebió un poco de agua—. Y también que no hace mucho tiempo, como bien sabréis, se produjo el famoso robo del preciado metal procedente de las Indias por obra de unos corsarios, oro que había salido de Jamaica. —La miró con un expresivo gesto—. ¿No os parece una extraña coincidencia?

Laura reconoció que sus deducciones tenían sentido y encajaban. Le rogó que continuase.

—Pero lo mejor ha sido lo que mi antiguo compañero en la Alcaldía de la Saca ha podido descubrir. Por fin tenemos un nombre. Gracias a las investigaciones de un segundo agente de la Saca, que ha sido enviado a Jamaica por la institución y es íntimo de mi amigo, hemos ido casándolo casi todo. El hombre sobre el que ahora recaen nuestras sospechas es un alto responsable cercano al gobernador. Todo lo que hoy os cuento nos ha llevado muchísimo tiempo de investigación e incontables correos de ida y vuelta entre aquella isla y Jerez, dando instrucciones en uno y otro sentido. El agente que me ayuda desde aquí se llama Tomás, como os digo, un viejo colaborador, y el que está desplazado a la isla, Jorge. Este último, en respuesta a mi expresa voluntad, se puso a averiguar si había alguna posibilidad de que Luis conociera al sospechoso. Y no solo consiguió probar que así era, sino que además pudo saber que el individuo tiene como encargo nada menos que la organización de los convoyes de oro a España u otros destinos.

—Y Luis está en medio de todo… —apuntó Laura.

—Eso parece, sí. Falta entender qué hacen esos corsarios por medio, y sobre todo cómo le llega la información a vuestro marido desde Jamaica. Ese es uno de los puntos que todavía hemos de descubrir.

Ella no pudo contener la alegría al ver los esperanzadores derroteros que había tomado su investigación y explotó en agradecimientos.

—Mi querido Fabián, he de felicitaros. No era nada fácil llegar hasta donde lo habéis hecho; admiro de verdad vuestra sagacidad y aprecio el tiempo que estáis empleando en ello.

Él agradeció la inestimable ayuda financiera que estaba aportando ella, gracias a la cual había avanzado su investigación y le había permitido dedicarse por completo a ello.

Recuperó el cuchillo y el tenedor y empezó a pelearse con un hueso de su faisán para despegarle su sabrosa carne.

—Siempre he tratado de mantener viva mi red de informadores; es la base del éxito. Sin embargo, y para nuestra desgracia, esta no llega hasta el entorno corsario, que es uno de los puntos más oscuros en toda esta trama. La relación que pueda tener Luis con esos bárbaros me confunde. Necesitamos saber más en ese sentido. Si vuestro marido estuviese metido de lleno en el robo, de lo que estoy casi seguro, me falta saber cómo ha conseguido hacerlos participar, y en qué puede consistir el acuerdo. Para empezar, nos vendría muy bien saber si en alguna ocasión ha mantenido relaciones con ellos, y se me ha ocurrido que Martín Dávalos podría servirnos…

—Capto la idea y me pondré a ello. Soy muy amiga de su mujer y tengo excusa para visitarlos con frecuencia. Ya veré de qué modo me entero, pero creedme que lo intentaré.

Fabián se quedó convencido y dio paso al resto de sus averiguaciones.

—Ha de haber algo, o alguien, que le haga llegar la información exacta de cada expedición de oro con suficiente tiempo. Sabemos que cada seis meses se organiza un convoy, y por tanto que el próximo tendrá lugar dentro de cuatro. Si fuera a repetir su latrocinio, Luis debería recibir los detalles del mismo casi en estos momentos para que le diera tiempo a organizarse. Por eso, mi siguiente paso consistirá en investigar el pasaje de todos los barcos que hayan llegado en las últimas semanas, o arriben durante las próximas desde aquella isla.

Laura pidió que les sirvieran más vino, y el suyo lo bailó en la copa.

Su bodega estaba ganando prestigio en muchos mercados, pero quería conseguir un blanco más suave y no terminaba de acertar con ello. Lo comentó con Fabián justo antes de pasar a exponerle los avances que había conseguido por su parte.

—También yo tengo novedades, en mi caso, sobre el hijo que tuvo con mi dama de compañía. —Laura había dado con la vinatería, y aunque estaba cerrada desde hacía años, preguntando a los vecinos pudo confirmar que el chico había pasado varios años en esa casa—. Al parecer, la hermana de Isabel lo maltrató sin piedad y lo encerró en los sótanos de su comercio durante años, hasta que ella murió de forma accidental. Después del percance, se hicieron cargo del niño, pero terminaron por dejarlo en la cartuja de la Defensión, donde estuvo otra temporada. Como en esa institución me conocen desde hace años, su prior me dio el resto de los detalles de su azarosa vida hasta saber que ahora está viviendo en Nápoles al cargo de un capitán de la guardia de su virrey.

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