El jardín olvidado (59 page)

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Authors: Kate Morton

BOOK: El jardín olvidado
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Él le sonrió, sosteniendo su mirada por un momento antes de apartarla.

—Ya me conoces. Siempre feliz de poder ayudar.

Cassandra sonrió en respuesta, volviendo su atención a la superficie de la mesa mientras se arrebolaban sus mejillas. Algo en Christian hacía que volviera a sentirse como si tuviera trece años. Y era un sentimiento tan fresco, tan nostálgico —el desplazarse a un tiempo y a un lugar teniendo toda la vida por delante—, que ansió aferrarse a él. Hacer a un lado el sentimiento de culpa de que estar disfrutando de la compañía de Christian era, de alguna manera, ser desleal a Nick y a Leo.

—Pero ¿por qué Eliza iba a esperar hasta 1913 —Christian miró a Ruby y a Cassandra— para llevarse a Nell? Quiero decir, ¿por qué no lo hizo antes?

Cassandra pasó la mano lentamente por la superficie de la mesa. Miró la luz de la vela salpicar su piel.

—Creo que lo hizo porque Rose y Nathaniel murieron en el accidente ferroviario. Mi suposición es que a pesar de sus sentimientos encontrados, estaba dispuesta a mantenerse al margen mientras Rose fuera feliz.

—Pero una vez que Rose murió…

—Exactamente. —Lo miró. Algo en la seriedad de su expresión le dio escalofríos—. Una vez que Rose murió, ella no pudo tolerar que Ivory permaneciera en Blackhurst. Creo que tomó a la pequeña e intentó devolvérsela a Mary.

—Entonces ¿por qué no lo hizo? ¿Por qué la puso en el barco rumbo a Australia?

Cassandra suspiró y la llama de la vela cercana tembló.

—Todavía no he resuelto esa parte.

Tampoco tenía claro cuánto de la historia sabía William Martin cuando conoció a Nell en 1975. Mary era su hermana. ¿No llegó a saber que estaba embarazada? ¿Que había dado a luz a una criatura y luego no la había criado? Y seguramente si supo que estaba embarazada, si hubiera sabido el papel que Eliza jugó en la adopción extraoficial, ¿no se lo habría dicho a Nell? Después de todo, si Mary era la madre de Nell, entonces William era su tío. Cassandra no podía creer que el marino hubiera permanecido en silencio si una sobrina perdida largo tiempo atrás aparecía en su puerta.

Sin embargo, no había mención alguna de ningún tipo de reconocimiento por parte de William en la libreta de Nell. Cassandra había revisado las páginas, en busca de pistas que podía haber pasado por alto. William no había dicho ni hecho nada para sugerir que Nell era pariente suya.

Era posible, claro, que William no hubiera sabido que Mary estaba embarazada. Cassandra había oído de tales hechos, en revistas y en los programas televisivos estadounidenses, muchachas que ocultaban su embarazo durante nueve meses. Y tenía sentido que Mary lo hubiera hecho. A fin de que el intercambio funcionara, Rose debía de haber insistido en la discreción. Ella no podía permitir que la pequeña aldea estuviera al tanto de que el bebé no era suyo.

Pero ¿era posible que una muchacha se quedara embarazada, se comprometiera con su novio, perdiera su trabajo, entregara la criatura, volviera a su vida de siempre, y que nadie supiera de ello? Había algo que Cassandra estaba pasando por alto, sin duda.

—Es como el cuento de hadas de Eliza, ¿no?

Cassandra miró a Christian.

—¿El qué?

—Todo el asunto: Rose, Eliza, Mary, el bebé. ¿No te recuerda a «El huevo de oro»?

Cassandra negó con la cabeza. El nombre no le resultaba familiar.

—Está en
Cuentos mágicos para niñas y niños
.

—No en mi copia, debemos de tener ediciones distintas.

—Hubo sólo una edición. Por eso son tan escasos.

Cassandra se encogió de hombros.

—Nunca lo he visto.

Ruby sacudió la mano.

—¿Qué más da? ¿A quién le importa cuántas ediciones hubo? Cuéntanos la historia, Christian. ¿Qué te hace pensar que trata sobre Mary y el bebé?

—La verdad es que «El huevo de oro» es un cuento raro; siempre me lo pareció. Diferente a los otros cuentos de hadas, más triste y con una estructura moral más endeble. Es sobre una reina malvada que obliga a una joven dama a entregar su huevo de oro mágico para sanar a la princesa enferma. La dama, al principio, se resiste, porque cuidar del huevo es el trabajo de su vida —su derecho de nacimiento, creo que dice— pero la reina insiste hasta disuadirla, porque está convencida de que, si no lo hace, la princesa sufrirá de tristeza eternamente y el reino se verá maldito con un invierno perpetuo. Hay un personaje que hace de intermediario en la transacción, la criada de la dama. Ella trabaja para la princesa y la reina, pero cuando llega el momento trata de convencer a la dama de que no entregue el huevo. Es como si se diera cuenta de que el huevo es parte de la dama, y que sin él la dama no tendrá propósito, motivo para vivir. Que es lo que sucede, exactamente: ella entrega el huevo y arruina su vida.

—¿Tú crees que la criada de la dama era Eliza? —dijo Cassandra.

—Casa con la historia, ¿no crees?

Ruby apoyó su mentón en el puño.

—Déjame ver si lo entiendo, ¿dices que el huevo era la niña? ¿Nell?

—Sí.

—¿Y Eliza escribió la historia como modo de expiar su culpa?

Christian sacudió la cabeza.

—No tanto culpa. La historia no parece lidiar con la culpa, sino más bien con la tristeza. Por ella y por Mary. Y de alguna manera, por Rose. Los personajes de la historia hacen todos lo que consideran correcto, es sólo que no puede haber final feliz para todos.

Cassandra se mordió el labio, pensativa.

—¿De veras crees que un cuento de hadas para niños puede
ser
autobiográfico?

—No exactamente autobiográfico, no en sentido literal, a menos que haya tenido algunas experiencias muy locas. —Alzó las cejas al pensarlo—. Supongo que Eliza se basó en fragmentos de su propia vida al volverlos ficción. ¿No es eso lo que hacen los escritores?

—No lo sé. ¿Eso hacen?

—Traeré «El huevo de oro» mañana —dijo Christian—. Así podrás juzgar por ti misma. —La cálida luz ocre de la vela acentuaba sus mejillas, haciendo que brillara su piel. Sonrió con timidez—. Sus cuentos de hadas son la única voz que le quedaba a Eliza. ¿Quién sabe qué otra cosa estará intentando decirnos?

* * *

Después de que Christian se marchara de regreso al pueblo, Ruby y Cassandra prepararon sus sacos de dormir sobre los colchones de gomaespuma que él les había traído. Habían decidido quedarse en el piso inferior para aprovechar el calor del horno todavía tibio, apartando a un lado la mesa para hacer sitio. El viento marino soplaba gentilmente a través de las rendijas de las puertas, sobre los zócalos. La casa olía a tierra húmeda, más de lo que Cassandra había notado durante el día.

—Ésta es la parte en la que nos contamos mutuamente historias de fantasmas —susurró Ruby, girándose pesadamente para mirar a Cassandra. Sonrió, su rostro en sombras bajo la luz parpadeante—. Qué divertido. ¿Te he dicho lo afortunada que eres por tener una cabaña con fantasmas en el borde de un acantilado?

—Una o dos veces.

Sonrió con algo de atrevimiento.

—¿Y qué me dices de lo afortunada que eres por tener un «amigo» como Christian, guapo, inteligente y amable?

Cassandra se concentró en la cremallera de su saco de dormir, y la cerró con una precisión y cuidado que sobrepasaba en mucho a la tarea.

—Un «amigo» que obviamente cree que tú haces que el sol brille.

—Oh, Ruby. —Cassandra sacudió la cabeza—. No piensa así. Es que le gusta ayudar en el jardín.

Ruby enarcó las cejas, divertida.

—Claro, claro, le gusta el jardín. Por eso se ha pasado estas semanas trabajando por nada.

—¡Es verdad!

—Por supuesto que lo es.

Cassandra se tragó una sonrisa y adoptó un tono levemente indignado.

—Lo creas o no, el jardín oculto es muy importante para Christian. Solía jugar en él de pequeño.

—Y la intensa pasión por el jardín es la causa por la que quiere llevarte a Polperro mañana.

—Está siendo amable, simplemente; es una persona amable. No tiene nada que ver conmigo, o con cómo se siente respecto a mí. En verdad, yo no le gusto.

Ruby asintió con aspecto de sabiduría.

—Tienes razón, por supuesto. Quiero decir, ¿qué puedes tener tú que pueda gustarle?

Cassandra la miró de reojo, sonriendo a pesar de sí misma.

—Entonces —dijo, mordiéndose el labio inferior—, ¿crees que es atractivo?

Ruby sonrió.

—Dulces sueños, Cassandra.

—Buenas noches, Ruby.

Cassandra apagó la vela de un soplido, pero la luna llena hacía que el cuarto no estuviera completamente a oscuras. Una fina lámina plateada cubría todas las superficies, suave y opaca como la cera fría. Permaneció tumbada en la semipenumbra acomodando las piezas del rompecabezas en su mente: Eliza, Mary, Rose, y de vez en cuando, fuera de lugar, Christian, mirándola antes de volver a apartar la vista.

En un par de minutos, Ruby estaba roncando suavemente. Cassandra sonrió. Hubiera asegurado que a Ruby le costaba conciliar el sueño. Cerró sus ojos y sintió cómo cada párpado se volvía pesado.

Mientras el mar se agitaba a los pies del acantilado, y los árboles en su cima susurraban en el viento de la medianoche, Cassandra también se entregó al sueño…

…Estaba en el jardín, el jardín oculto, sentada bajo el manzano en la suave hierba. El día era muy cálido y una abeja zumbaba en torno a las flores del manzano, acercándose antes de retirarse flotando en la brisa.

Tenía mucha sed, deseaba un sorbo de agua, pero no había nada cerca. Extendió la mano, intentó ponerse en pie pero no pudo. Su estómago era enorme e hinchado, la piel tirante, escociéndole bajo el vestido.

Estaba embarazada.

Tan pronto como se dio cuenta, la sensación se volvió familiar. Podía sentir el corazón latiendo pesadamente, la tibieza de su propia piel, luego el bebé comenzó a patalear…

—Cass.

…a patalear con tanta fuerza que su estómago se distendió hacia un lado, se llevó la mano al pequeño bulto, intentando tomar el piececillo…

—Cass.

Abrió los ojos. La luz de la luna en las paredes. El ruido del horno.

Ruby estaba apoyada sobre un brazo, tocándole el hombro.

—¿Estás bien? Estabas gimiendo.

—Estoy bien. —Cassandra se sentó de golpe. Se tocó el vientre—. ¡Dios mío! He tenido un sueño de lo más extraño. Estaba embarazada, muy embarazada. Mi estómago era enorme y estaba tenso, y todo era terriblemente vivido. —Se frotó los ojos—. Estaba en el jardín amurallado y el bebé comenzó a patalear.

—Debe de ser consecuencia de toda la charla de antes, del bebé de Mary, y Rose, y los huevos de oro, todo mezclado.

—Por no mencionar el vino. —Cassandra bostezó—. Pero era tan real, lo sentía exactamente como si fuera real. Estaba tan incómoda y acalorada y cuando el bebé pateó fue doloroso.

—Pintas una encantadora imagen sobre el embarazo —dijo Ruby—. Haces que me alegre de no haberlo intentado nunca.

Cassandra sonrió.

—Los últimos meses no son muy divertidos, pero al final vale la pena. El momento en el que por fin tienes una nueva vida entre tus brazos.

Nick había llorado en la sala de partos, no así Cassandra. Ella había estado demasiado presente, demasiado consciente de ese momento poderoso, para reaccionar de ese modo. Llorar hubiera necesitado otro nivel de sentimientos, la capacidad de desplazarse a un lado de los eventos y verlos en un contexto mayor. La experiencia de Cassandra había sido demasiado inmediata para eso. Se sentía encendida por dentro con un embriagante júbilo. Como si pudiera oír mejor, ver mejor que nunca. Podía sentir el latido de su propio pulso, las luces zumbando sobre ella, la respiración de su bebé.

—Lo cierto es que estuve embarazada
una vez
—dijo Ruby—. Pero sólo cinco minutos.

—Oh, Ruby. —Cassandra se sintió desbordada por la empatía—. ¿Perdiste el bebé?

—Por decirlo de alguna manera. Era joven, fue un error, él y yo coincidimos en que era estúpido seguir adelante. Me imaginé que habría tiempo suficiente más adelante para todo eso. —Se encogió de hombros, luego alisó el saco de dormir sobre sus piernas—. El único problema fue que para cuando yo estuve lista no tuve los ingredientes necesarios a mano.

Cassandra inclinó la cabeza hacia un lado.

—Esperma, querida. No sé si me pasé los treinta con síndrome premenstrual, pero por el motivo que fuera la mayoría de la población masculina y yo no veíamos las cosas del mismo modo. Para cuando conocí a un tío con quien podía vivir, el barco de los bebés ya había zarpado. Lo intentamos un tiempo pero… —Se encogió de hombros—. Bueno, no se puede luchar contra la naturaleza.

—Lo siento, Ruby.

—No lo sientas. Estoy bien. Tengo un trabajo que amo, buenos amigos. —Le guiñó un ojo—. Y, bueno, ya has visto mi apartamento. Todo un logro. No hay espacio para columpiar un gato, pero, ¡eh!, no tengo gato que columpiar.

Cassandra sonrió.

—Organizas tu vida con lo que tienes, no con lo que te falta. —Ruby se acostó nuevamente y se acomodó en su saco de dormir. Se lo estrechó en torno a los hombros—. Buenas noches.

Cassandra continuó sentada un rato, mirando las sombras bailar en los muros, mientras pensaba en lo que Ruby le había dicho. Sobre la vida que ella, Cassandra, había construido de las cosas, de las personas que no estaban. ¿Era eso también lo que había hecho Nell? ¿Rechazar la vida y la familia recibida y concentrarse en cambio en la que no tenía? Cassandra se acostó y cerró los ojos. Dejó que los sonidos de la noche ahogaran sus agitados pensamientos. La respiración del mar, las olas estrellándose contra la gran roca negra, los árboles susurrando al viento…

La cabaña era un lugar solitario, aislado durante el día, pero aún más con la caída de la noche. El camino no se extendía hasta la cima del acantilado, la entrada del jardín oculto había sido cerrada, y más allá había un laberinto cuya ruta era difícil de seguir. Era el tipo de lugar en el que uno podía vivir sin ver nunca un alma viviente.

Un pensamiento repentino y Cassandra respiró hondo. Se sentó.

—Ruby —llamó. Luego en voz más alta—. Ruby.

—Dormida —fue la farfullada respuesta.

—Pero acabo de darme cuenta…

—Sigo dormida.

—Sé por qué construyeron el muro, por qué Eliza se marchó. Es por eso por lo que tuve el sueño… mi inconsciente se dio cuenta y estaba tratando de hacérmelo saber.

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