El jardín de las hadas sin sueño (28 page)

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Authors: Esther Sanz

Tags: #Infantil y Juvenil, Romántica

BOOK: El jardín de las hadas sin sueño
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Bosco arrugó la frente por el peligro que aquello implicaba.

Él también sabía que los okupas se habían esfumado de la Dehesa. Había tenido ocasión de verlo esa misma tarde, cuando se había presentado en el viejo torreón conmovido por el olor de mi miedo.

—Será mejor que me vaya a echar un vistazo por el bosque. Los chicos de la farmacéutica no conocen nuestra vinculación con la semilla.

Su objetivo son los hombres de negro. Pero no hay que subestimar al enemigo… Todavía no sabemos quién es «la pelirroja» y qué sabe ella de todo este asunto.

—Iré contigo.

—Debes quedarte aquí, con Robin. Hay que controlar su fiebre y darle estas hierbas para evitar la infección. De todas formas, no pienso dejarte a solas con él sin tomar precauciones…

Sus «precauciones» consistieron en atar a Robin de pies y manos. Le bastó una única soga para inmovilizarlo. Aun así, dejó la cuerda holgada para que no estuviera muy incómodo. Me sorprendió que no se despertara, pero Bosco me explicó que seguía bajo el efecto de las plantas, y que podría tardar incluso horas en hacerlo. Mi misión consistiría en darle a beber el preparado que olía a rata muerta.

Estaba tan cansada que me tumbé en una esquina de la cueva y me quedé dormida.

Me desperté poco después debido a los temblores de Robin. Tenía frío y estaba helado. No encontré más mantas en la cueva, así que le eché por encima mi chaqueta y le di un poco del brebaje de Bosco»

Sus labios estaban empezando a ponerse morados cuando recordé el método que usaba mi ermitaño para subir la temperatura corporal.

Me sacudí esa idea de la cabeza. ¡No estaba dispuesta a darle calor con mi cuerpo!

—Tengo mucho frío… —murmuró con un hilo de voz.

Su aspecto pálido, tembloroso y desvalido, con aquella soga alrededor de su cuerpo, me recordó a mí misma semanas atrás. Lejos de culparle por lo que había ocurrido en Londres, por primera vez me sentí en paz con él. Como si de aquella manera pagara en parte lo que me había hecho padecer en su sótano. En el fondo, los dos éramos víctimas de la misma historia.

Levanté la manta y me tumbé vestida a su lado. Su torso estaba desnudo y tenía el hombro cubierto con un vendaje. Me acerqué y rodeé su cintura con mi brazo. El calor de nuestros cuerpos unidos tuvo el efecto deseado: unos segundos después, dejó de temblar.

—Gracias, Clara —susurró antes de que nos quedáramos de nuevo dormidos.

El amanecer me sorprendió abrazada a Robin. Él estaba despierto y miraba en silencio.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunté apartándome de su lado.

—Vivo. —Sonrió.

Sonreí.

Me senté cerca de él, rodeando mis rodillas con los brazos. Robin había recuperado el color de su tez: seguía siendo blanca, pero había perdido el tono mortecino de la noche anterior. Un color rosado emergió en sus mejillas. La fiebre había ganado la batalla a la infección.

—Aparte de eso, es como si una apisonadora hubiera pasado por encima de mi cabeza.

—Será por el alcohol.

—Espero que me emborracharas con buenas intenciones dijo arqueando una ceja—. En cuanto a por qué me has atado y has dormido abrazada a mí… prefiero no hacer preguntas.

Me sorprendió que tuviera ganas de bromear después de lo que había vivido. Podía imaginar el dolor que suponía sacar una bala incrustada en la carne o coser a alguien sin anestesia. Después recordé el efecto analgésico que producían las medicinas de Bosco. Había probado aquella misma infusión tras caer en la trampa, y aún recordaba lo a gusto que me había sentido al despertar a pesar de las contusiones.

Sin embargo, el tono burlón de Robin logró irritarme y le respondí de forma mordaz:

—Qué extraño. Creí que lo tuyo era hacer preguntas… Sobre todo, después de drogar a tus víctimas.

—¿Aún sigues enfadada por eso? —me preguntó con condescendencia.

¡Pues claro que lo estaba! Recordé sus preguntas íntimas y mi confesión de amor hacia él. Me avergonzaba reconocer que aquello me había molestado incluso más que haberle revelado el paradero de la semilla. Al fin y al cabo, esa información tenía un sentido noble: protegerme. «El secreto a cambio de tu vida… Ese era el trato», me había dicho entre delirios.

—¡No tenías ningún derecho a arrebatarme el secreto! —exclamé—. Ni a preguntarme todo lo demás… He escuchado las grabaciones de tu iPod.

Esbozó una ligera sonrisa antes de responder:

—Necesitaba saber la verdad.

—¿La verdad? No sé qué diablos me diste, pero te aseguro que la mitad de lo que dije no era cierto.

Nos miramos un segundo en silencio.

Estaba tendido en el suelo, atado y herido, pero aun así su mirada gris logró intimidarme.

—Sé que me quieres. El resto de tu confesión me trae sin cuidado.

—¡Te equivocas! No me importas lo más mínimo.

Me levanté y le di un empujón en el hombro bueno. Su rostro se contrajo de dolor y profirió un alarido.

Arrepentida, me arrodillé a su lado para ver cómo estaba. La expresión de sufrimiento se borró de su cara al instante y en sus labios se dibujó una sonrisa. ¡Me había tomado el pelo!

—Entonces, ¿por qué te preocupas por mí?

Le miré con rabia, pero a medida que sus ojos se teñían de dulzura esta se fue apagando.

—Supongo que lo hago por Grace —respondí sorprendida de mis propias palabras—. Se lo debo.

Aunque no era muy consciente de ello, esa respuesta encerraba varios sentidos. Por un lado, aquella niña había sido el motivo por el que Robin me había protegido: «No quería que se derramara más sangre en su nombre». Por otro, al negarle la semilla a su padre, le había privado de una oportunidad para curarse. En cierto modo, yo era responsable de su muerte.

—No es culpa tuya.

Bajé la mirada.

—Mi padre la adoraba, hizo lo imposible por salvarla, pero aun así no era bueno para ella.

—¿Qué quieres decir?

—Le negó lo más importante: el amor de su madre.

Recordé a Hannah y me vino a la mente la tierna escena en la que un Robin adolescente se abrazaba a ella llorando en una de mis visiones.

—¿Por qué hizo eso?

—Después de dar a luz, la repudió. La culpaba de la enfermedad de su propia hija. Mi padre se quedó con el bebé, pero jamás perdonó a Hannah.

—¿Ni siquiera cuando murió en el accidente?

—Hannah está viva.

—Pero en Londres dijiste que…

—Entonces la creía muerta. —Tomó aire antes de seguir hablando—. Sufrió un accidente hace dos años y mi padre nos dijo que había fallecido. Pero ahora creo que tal vez él mismo lo provocó.

—Pobre Hannah… ¿Y cómo has sabido que estaba viva?

Sus ojos se tiñeron de tristeza antes de responder:

—Porque fue ella quien me disparó en el bosque.

La Aldea de los Inmortales

R
obin enmudeció durante unos segundos. La expresión desgarrada de su rostro reflejaba un dolor profundo, que nada tenía que ver con las heridas de su cuerpo.

Hannah era su madre. Que el óvulo fecundado en su vientre fuera de otra mujer —de su propia hermana— no cambiaba el hecho de que lo hubiera gestado en su interior y criado con amor durante su infancia.

Debía de ser terrible para él que su propia madre hubiera intentado matarle.

—¿Cómo ha podido hacerte algo así? —murmuré.

Recordé aquella visión en la que madre e hijo se abrazaban justo antes de que les separaran para llevarse a Robin a la Organización.

—Supongo que por venganza.

—Pero eres su hijo…

—También soy el hijo de Henry Stuart. El hombre que la repudió y la apartó de su hija enferma. Mi padre la culpaba y le decía cosas horribles, como que sus genes eran defectuosos y que era una vergüenza para la comunidad científica. Se avergonzaba de haber engendrado a Grace con ella.

—Tú no tienes nada que ver con todo eso… Aunque sea tu padre, tú eres distinto.

—Soy su viva imagen.

Me acordé del profesor atractivo, de aspecto joven y ojos grises, y me pregunté si también habría heredado de él su inteligencia. Robin tenía el coeficiente intelectual de un superdotado y el físico de un guerrero. El hijo perfecto para alguien obsesionado con la ciencia y los genes.

Supuse que, para Hannah, la Organización había transformado a su dulce chico en un despiadado hombre de negro. Pero le había criado hasta que lo reclutaron a los quince años… ¿No hubiera sido más lógico que abrazara a su hijo en lugar de dispararle? Y, además, ¿había venido hasta el bosque solo para vengarse?

De pronto, las piezas empezaron a encajar solas y todo cobró un nuevo sentido. ¡Hannah era «la pelirroja»! La misteriosa mujer de la que había oído hablar Bosco a los okupas.

Me pareció increíble que aquel enfrentamiento entre dos organizaciones tan peligrosas se redujera a una simple disputa de pareja, a un desencuentro familiar. Aun así, murmuré:

—Hannah está detrás de la República del Bosque. Ella es quien maneja a los okupas y les da órdenes. Por eso te la encontraste en el monte.

Me miró un instante sorprendido de que estuviera al corriente de todo.

—Lo sé, iba con Román cuando me disparó. Él me lanzó la estrella ninja para evitar que escapara. Y ella remató el trabajo.

—Lo siento… —murmuré sin saber qué decir.

—Creo que llegó ayer al bosque. Supongo que alertó al resto de que yo era un infiltrado, y por eso han salido esta mañana a darme caza.

—¡Pero si no os habéis visto hasta ese momento! ¿Cómo te ha descubierto?

—Los okupas ya debían sospechar de mí… Gala me hizo una foto la otra noche, así que imagino que se la enseñaron a su líder en cuanto llegó al caserón.

Recordé la cámara de Gala y cómo nos había intentado fotografiar también a nosotros la noche de la cena.

—Hannah no parará hasta que encuentre lo que busca —continuó Robin—: la semilla. Tal vez sus pasos se hayan cruzado ya con los de Henry…

—Me cuesta creer que tus padres estén al frente de dos organizaciones enemigas y que ambos estén dispuestos a todo por conseguir la semilla.

—No es nada extraño. Los dos son científicos y durante años trabajaron juntos para dar con el elixir de la juventud. Los dos perseguían lo mismo. Al principio sus investigaciones se centraban en los telómeros y en la manipulación genética con ratones… Hasta que alguien de la

Organización contactó con mi padre y le habló de la semilla. ¿Imaginas lo que supuso para él saber que existía en el mundo una simiente con el secreto de la inmortalidad en su código genético?

—Supongo que se emocionó y decidió compartirlo con su mujer.

—Era el sueño de ambos.

—¿Sabe tu padre que Hannah está aquí?

—Él la cree muerta… y solo Dios sabe qué puede ocurrir cuando se encuentren. —Enmudeció un instante con la mirada perdida en el horizonte.

—Pero sí sabe que hay una farmacéutica que les pisa los talones… —tanteé.

—Sí. Tras tu fuga, le llamé para explicarle dónde estaba la semilla. Temía que te matara si te veía antes por el bosque. —Clavó su mirada en la mía antes de continuar—: Él hacía semanas que andaba por la sierra, siguiendo la pista de Bosco. Mientras tanto, había tenido ocasión de observar a los okupas, así que me pidió que me infiltrara entre ellos y averiguara qué se proponían.

—Y llegaste aquí un día antes que nosotros…

—Es lo bueno de viajar en avión y no en una chatarra con ruedas de los setenta.

Abrí la boca al darme cuenta de que, una vez más, había seguido nuestros pasos desde el principio.

—No tardé en averiguar que andan tras la Organización y reciben instrucciones de una potente farmacéutica.

—Y corriste a decírselo a tu padre.

—Sí. Regresaba de su escondite en las montañas cuando Hannah me disparó. No supe que ella estaba detrás hasta ese momento. Los okupas hablaban de una pelirroja y supuse que era su líder, pero ni en mis peores pesadillas hubiera imaginado que era ella…

—Aún no entiendo cómo pudo dispararte. ¿Cuánto hacía que no os veíais? Tal vez no te reconoció.

—Unos siete años, justo después de que naciera Grace… Pero sabía perfectamente a quién disparaba; pronunció mi nombre antes de apretar el gatillo.

La cara angustiada de Robin mostraba lo doloroso que le resultaba hablar de aquello. Imaginé que para él tampoco era fácil encontrar una explicación. ¿No hubiera sido más lógico que corriera a abrazar a su único hijo?

—En realidad no me disparó a mí —dijo con la expresión abatida-—, lo hizo a un soldado más de la Organización. Supongo que no soporta la idea de verme convertido en uno de ellos. Antes, prefiere verme muerto…

Según él, al matar al hombre de negro en el que se había transformado su hijo, liberaba su alma y lo redimía.

Visto así, parecía incluso un acto de amor. Aquella explicación me pareció demasiado simple e indulgente, pero no quise rebatírsela.

Entendía que era su manera de justificar a su madre y hacer más soportable su drama personal.

Para mí, la única explicación posible era que Hannah había perdido la cabeza. Su corazón dormido, o lleno de odio, le había hecho cometer el acto más terrible que podía imaginar en una madre.

—¿Cuántas personas conocen el secreto? —pregunté cambiando de tema de forma intencionada.

—Aunque la Organización está formada por más de un centenar de personas, por motivos de seguridad solo cuatro sabían de la semilla. Y dos de ellas murieron tras el ataque de las abejas.

Eso significaba que solo quedaban dos: Adam y Henry. Aunque Hannah también estaba al corriente de la semilla, ella nunca había pertenecido a la Organización.

—Ni siquiera yo sabía exactamente lo que estábamos buscando el otoño pasado cuando llegamos aquí de misión —continuó Robin— Teníamos órdenes de encontrar al ermitaño. Solo eso.

—¿En serio?

—La noche que Adam y Bosco se encontraron en el bosque fue cuando me enteré. Justo antes de que las abejas de tu padre nos atacaran.

—Me sorprende que tus padres no te lo explicaran antes.

—Recuerda que solo tenía quince años cuando me reclutaron en la Organización… A partir de ese momento, mi mundo se desmoronó. Nació Grace y todo cambió. Mi padre quiso alejar a Hannah de nuestras vidas para siempre, pero ella le amenazó con contar el secreto a una importante farmacéutica. Fue entonces cuando intentó matarla. Y creyéndola muerta, no se percató de que le seguían los pasos muy de cerca…—dijo frotándose las manos—. No imagino nada más rentable para una farmacéutica que conseguir el elixir de la eterna juventud y patentar la fórmula a precio de oro.

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