Read El jardín de las hadas sin sueño Online
Authors: Esther Sanz
Tags: #Infantil y Juvenil, Romántica
Bosco se acercó a un tronco robusto y alto, y se encaramó a él con la agilidad de una ardilla. Al alcanzar la rama más baja miró hacia abajo y me hizo un gesto con la mano para que esperara. Observé cómo trepaba de rama en rama hasta perderle de vista entre la espesa copa de aquel árbol.
Unos segundos después, una red cayó desde las alturas y se desplegó a mis pies. Era una escalera de cuerda. Trepé por ella sin mirar atrás. Aunque se balanceaba con mi peso, subí con la seguridad de una trapecista. Me sentía afortunada y poderosa, como si estuviera bajo los efectos del placebo de Berta.
Al final de la escalera había una choza construida con ramas. Solo una pequeña parte tenía por techo un cobertizo de helechos, el resto era un entablado imposible de divisar desde el suelo.
—¿No eres un poco mayorcito para tener una cabaña en el árbol? bromeé, ayudándome con su mano a vencer el último peldaño de cuerda.
—Si solo tengo cien años… —respondió con una sonrisa picara.
Acostumbrada a sus madrigueras, aquel nuevo escondite en las nubes me fascinó. Sobre nuestras cabezas cientos de estrellas brillaban como luceros.
Intuí que de día aquel refugio era también un mirador perfecto para divisar una buena parte del monte sin ser descubierto. Me asomé al vacío. Pude ver la zona pantanosa que había descrito Bosco rodeándonos en forma de herradura antes de que él me apartara con suavidad del borde.
—Hay mucha altura, Clara. Es peligroso —me dijo con el semblante contraído.
A mí no me asustaban las alturas, así que su preocupación me sorprendió al principio. Luego recordé la historia de Flora, la niña madrileña que había muerto tras pasear por las azoteas de la ciudad con Bosco un siglo atrás, y lo entendí todo. Bosco me había confesado sentirse muy culpable de aquella muerte, desde la cual arrastraba una profunda pena.
Tomé su mano y nos tumbamos en el centro del entablado sobre un colchón de helechos y ramas.
Alcé la cabeza y contemplé fascinada el cielo estrellado, que en aquel momento dejó escapar una estrella fugaz. Cerré los ojos y formulé un deseo: quería estar a su lado para siempre, y que no volviéramos a separarnos jamás.
El viento hizo silbar los pinos y me estremecí al contacto de la ligera brisa. Bosco se incorporó y me dijo en un susurro:
—¿Tienes frío?
Asentí con la cabeza y temblé al recordar su manera de hacerme entrar en calor.
Mi piel se erizó al sentir el roce de sus hábiles manos, despojándome de las prendas mojadas. Después cubrió nuestros cuerpos con una manta y me atrajo hacia él con delicadeza hasta acomodarme en su pecho. El contacto con su piel cálida y suave me hizo temblar de placer.
Después frotó mi cuerpo. A medida que mi piel recuperaba el calor, sus manos se volvieron más traviesas y las caricias más intensas. Pude ver el deseo apremiante en sus ojos. Había visto un destello similar no hacía mucho en otra mirada… El recuerdo de Robin me obligó a separarme de Bosco con delicadeza.
No hicieron falta palabras. Captó mi mensaje con elegancia y buscó mi mano para besarla con dulzura.
Aunque yo también le deseaba con todas mis fuerzas, no me sentía pura como para entregarme a él en aquel momento. Todavía no era digna de su amor. No hasta que le contara lo que había pasado con mi captor. Me avergonzaba confesarle que le había besado y nos habíamos acariciado desnudos. ¡Había estado a punto de acostarme con él!
Para que pudiera pasar algo de nuevo con mi ermitaño tenía primero que ser honesta conmigo misma y descubrir si lo había hecho solo por supervivencia. No tenía claro que el síndrome de Estocolmo hubiera afectado tanto como para revolucionar de esa manera sentimientos.
Amaba a Bosco, pero también sentía algo por Robin… aunque amor por él estuviera teñido de odio. Traté de sacudírmelo con una pregunta que sonó desesperada:
—¿Por qué has tardado tanto?
—No he dejado de pensar en ti ni un solo día. Estos meses han sido los más largos de toda mi existencia. Cuando os vi la otra mañana a Berta y a ti en el lago de las Princesas estuve a punto de descubrirme… Pero no podía, no era seguro… Además, estaba ese chico… ¿Quién es?
Abrazados bajo las estrellas, le hablé de mi vida en Londres. Le expliqué la soledad que había vivido en aquella ciudad y cómo había conocido a James siendo Alicia. También le hablé de mi secuestro y de cómo él y Berta me habían rescatado de las garras de la Organización.
Mientras todavía intentaba entender lo que había sucedido, decidí no hablarle de Robin. Ni siquiera estaba segura de que supiera el nombre del más joven de los hombres de negro que nos habían atacado el otoño pasado. Aún no estaba preparada para explicarle cómo habían transcurrido mis días de cautiverio…
—¿Te hirieron daño?
Su rostro se volvió duro como la piedra. Entendí que era la expresión de alguien capaz de castigar con rigidez a quienes me hubieran lastimado.
—Pasé mucho miedo, pero mi captor me trató bien.
—Me alegro de que James te ayudara a escapar. También he podido comprobar lo mucho que aprecia a Berta. —Tosió un instante dejando entrever que estaba al corriente de su relación—. Pero ¿estáis seguras de que es de fiar?
—Sí —dije convencida.
No tenía ninguna duda sobre la nobleza de nuestro amigo inglés.
Supe que habías confesado el paradero de la semilla y por eso la cambié de lugar.
Antes de que pudiera preguntarle cómo se había enterado, me explico:
—Escuché una conversación en el bosque. Estaban buscando la cascada. Aunque andaban muy perdidos, pensé que ya no estaba segura en aquel lugar.
—Lo siento mucho… Me sedaron y me sonsacaron toda la información cuando estaba dormida. Confesé sin ser consciente.
—No te preocupes. Lo importante es que estás bien, Clara… Si te hubiera ocurrido algo, yo… Durante este tiempo no he dejado de pensar en lo egoísta que fui al compartir con vosotras mi secreto y haceros partícipes de una misión como esta. Solo sois unas niñas…
—No digas eso. —Sellé sus labios con mis dedos—. ¡Somos abejas guerreras! No imagino un destino mejor que defender la semilla.
Siempre a tu lado.
—Te equivocas, Clara… —Su voz se inundó de tristeza—. Os he condenado a una vida llena de peligros, lejos de vuestras familias, de vuestro hogar…
Me incorporé levemente para ver su rostro. Luché contra el deseo de permitir que nuestras almas se reencontraran en un ritual ardiente, borrando las penas y la angustia vivida.
—Yo ya no tengo hogar… —dije finalmente acordándome de la República del Bosque— Unos okupas se han instalado en la Dehesa.
—Tenéis que alejaros de ellos, Clara. —Sus ojos brillaron alarmados en la oscuridad de la noche—. Esa gente no es lo que os han hecho creer.
E
l tiempo se detuvo en aquel limbo entre el cielo y la tierra. Sobre nuestras cabezas, el firmamento estrellado me hacía sentir que nada malo podía pasamos si permanecíamos juntos. A nuestros pies, la ciénaga me recordaba que estábamos sobre arenas movedizas y que un paso en falso podía acabar con todos nuestros sueños.
Las palabras de Bosco resonaron con misterio bajo la bóveda infinita:
—La República del Bosque cumple órdenes de una importante farmacéutica suiza. Buscan la fórmula de la eterna juventud. Supongo que para patentar el elixir y comercializarlo a precio de oro.
Tardé unos segundos en procesar esa información. No podía creer que Koldo y sus secuaces fueran en realidad otro frente enemigo.
—Créeme, son mercenarios y tienen una misión muy clara en esta guerra.
No era el primero que mencionaba la palabra «Guerra». Robin también había definido así la situación. Mi captor había llegado a decirme que me retenía para protegerme de una muerte segura.
Sentí un escalofrío de pánico.
El rostro contraído de Bosco me obligó a serenarme.
—Lo siento… —vacilé tratando de frenar un temblor incipiente.
Aunque su mirada se tornó dura, se esforzó por esbozar una sonrisa Pensé en aquellos okupas, con sus pintadas de anarquía y paz, sus perros y sus extravagancias caras. Me habían parecido muy raros desde el principio, pero no llegué a imaginar la amenaza que suponían.
Quise saber más sobre ellos:
—¿Son tan peligrosos como los hombres de negro?
—Puede que más. Están dispuestos a ejecutar todo lo que se les pida por dinero, y están armados.
—¿Cómo sabes todo eso?
—Les he espiado. Me he comportado como un fantasma desde que llegaron y he escuchado sus conversaciones.
Recordé mis primeros días en la Dehesa, cuando yo también había creído que Bosco era de otro mundo. Me preguntaba quién estaría al mando de los chicos del Walden3. Ni Koldo ni la sofisticada Gala me encajaban en ese papel.
—¿Quién es su líder?
—Hablan de «la pelirroja», pero todavía no he averiguado de quién se trata. No hay nadie en la casa que responda a esa descripción.
Le expliqué nuestra cena en la Dehesa y los lujos con los que vivían. También le conté mi conversación con Gala y lo que había descubierto de ella,
—Viven a cuerpo de rey mientras aguardan el momento.
—Pero no lo entiendo… —dije confusa—. Koldo te vio en el lago y cree que eres un fantasma. Si quieren la semilla, ¿cómo es que no te buscan a ti?
Respiró hondo, con la mirada perdida en el firmamento, antes de responder:
—Para ellos es una batalla entre dos rivales: la farmacéutica suiza contra la Organización. No creo que la República del Bosque sepa de nuestra existencia. Su estrategia es observar a su adversario y esperar.
—¿A qué?
—A que los otros encuentren lo que buscan para arrebatárselo.
—Eso nos da cierta ventaja.
—Sobre ellos sí, pero no sobre la Organización.
Parecía tranquilo, pero creí atisbar un poso de preocupación en el fondo de sus ojos. Aunque el miedo empezaba a vencer mi resistencia, traté de transmitirle calma:
—Desde que llegamos no hemos visto ni rastro de los hombres de negro.
—Son como las ratas. Saben dónde esconderse… De todas formas, esta vez solo hay tres de ellos en el bosque. —Su cara se ensombreció—. Y dos son viejos conocidos.
—¿Qué quieres decir?
—Adam no murió.
Aquella noticia me impresionó tanto que no pensé en preguntarle quién era el otro «conocido».
El rostro del mayor de los hombres de negro, con aquella cicatriz que cruzaba su mejilla de lado a lado, invadió mi mente. Sentí un escalofrío al recordar la crueldad de sus ojos negros y cómo había torturado a Berta en el bosque. Evoqué las palabras de mi padre, justo antes de irme a Londres, cuando me explicó que uno había muerto y dos estaban muy graves en el hospital. Había dado por hecho que no se salvarían. ¡Era imposible que hubiera sobrevivido al ataque de sus abejas!
—Es como si hubiera regresado del mismísimo infierno —prosiguió con la vista fija en el horizonte—. Ahora está buscando con los suyos la cascada.
—¿Qué pasará cuando descubran que allí no está la semilla?
—Tal vez para entonces la República del Bosque haya perdido la paciencia y pase a la acción. Lo mejor que puede ocurrir es que se maten entre ellos…
Había algo que no acababa de entender…
—¿Y a qué estamos esperando para huir? Tú tienes la semilla, ¿verdad?; entonces, ¿por qué no nos la llevamos lejos de aquí?
Me miró con ternura.
—No es tan fácil, Clara. La semilla eterna es muy poderosa pero tremendamente frágil. No es algo que podamos ocultar en un bolsillo.
Necesita unas condiciones muy específicas de humedad, oscuridad, temperatura… que la cueva de la cripta reunía a la perfección. Fuera de allí, no sobreviviría.
—¿Y no hay ningún otro sitio donde la semilla pueda conservarse? —pregunté alarmada.
—Existe un lugar… pero me temo que también está en la Sierra de la Demanda.
Entendí lo que aquello suponía. No podíamos dejar la semilla sin vigilancia en su escondite mientras la amenaza continuara en el monte.
Debíamos permanecer allí hasta que terminara aquella pesadilla.
Mantuve la mirada fija en el cielo, esperando a que otra estrella fugaz lo cruzara. Quería que el universo se aliara con mis sueños y me concediera aquel deseo…
Me dormí antes de que eso ocurriera.
Cuando abrí los ojos, una luz todavía clara se abría paso entre las ramas de aquel pino y jugaba a deslumbrarme. Me tapé la cara con un brazo y extendí el otro buscando a Bosco. Mi mano chocó contra el suelo de madera.
Me incorporé.
Mi ángel había volado de mi lado.
En su lugar hallé una nota:
Volveré pronto.
«Pronto». Suspiré resignada mientras me preguntaba si la brevedad de aquel adverbio tendría el mismo sentido para alguien medio inmortal como él.
Lamenté haber perdido el iPhone en el lago. Aunque lo más probable era que se hubiera estropeado, si el móvil de James lo detectaba bajo el agua, mis amigos se llevarían un buen susto. En cuanto Bosco apareciera, volvería a la furgoneta para decirles que estaba bien.
El viento había secado mi ropa. Me vestí y curioseé bajo el cobertizo. Había comida y agua para varios días. Imaginé que su constructor habría pasado días allí, escondiéndose y escudriñando el bosque. Mientras devoraba una manzana, me asomé al vacío. Las alturas ofrecían una buena vista panorámica del monte, que se extendía a mis pies como un enorme vergel esmeralda. Durante un instante, sentí como una
Jane que espera feliz a que su Tarzán se descuelgue en cualquier momento de una rama.
El ruido de un helicóptero borró la sonrisa de mi cara y me heló la sangre.
Corrí a esconderme bajo el techo de ramas, con la esperanza de que se alejara enseguida, pero el sonido de sus aspas sonaba cada vez más cercano.
Sabía lo que aquello significaba.
Agazapada, observé cómo viraba en dirección al lago… Me pregunté si habrían detectado mi presencia con algún radar de calor humano y si venían a por mí.
No podía esperar a ver qué sucedía. La amenaza que tanto había temido estaba llamando a mi puerta.
Desplegué la escalera de cuerda y descendí como un rayo. Junto al estanque, las plantas acuáticas y el lodo me recordaron que había un humedal y que no podía pasar a pie.
Si quería escapar de allí no había opción: tenía que atravesar las aguas subterráneas hasta el lago.