Read El jardín de las hadas sin sueño Online
Authors: Esther Sanz
Tags: #Infantil y Juvenil, Romántica
Antes de zambullirme, me llené los pulmones de aire y recé para que encontrara el conducto subterráneo que conducía al lago de las laureanas. Las reducidas dimensiones del estanque me ayudaron a localizarlo, pero gasté toda mi reserva de energía y oxígeno antes de alcanzar la salida.
A punto de desmayarme, salí a la superficie y me desplomé en la orilla. Mientras trataba de recuperar la respiración, me dije a mí misma que no había tiempo que perder. Intenté levantarme, pero no pude.
El pulso me atronaba en los oídos de tal manera que ni siquiera escuchaba el helicóptero.
Cuando logré ponerme en pie, un profundo silencio me sobrecogió.
El helicóptero había desaparecido.
C
orrí en dirección al lago de las Princesas. Me pregunté si James y Berta habrían visto el helicóptero antes de que desapareciera. De ser así, supuse lo preocupados que debían de estar por mí… Habían pasado muchas horas desde que me despidiera de ellos para acudir a la cita con Koldo.
Que la Organización sobrevolara el bosque era señal de que no habían encontrado lo que buscaban: la cascada. Otra posibilidad era que hubieran dado con ella y con el cofre de la semilla vacío. En ese caso, intentarían darnos caza para arrancarnos su paradero a latigazos.
Tenía que alertar a mis amigos.
Exhausta, me detuve un momento para mirar al cielo. Nada.
Me quedé inmóvil un instante y agucé el oído para localizar el sonido de su hélice. Silencio.
Llegué a dudar de mi visión. Lamenté que aquellos aparatos no dejaran la estela blanca de otras aeronaves para saber al menos la dirección que había tomado.
El cielo parecía habérselo tragado.
Mi recelo se transformó en estupor cuando llegué al lago y tampoco vi la furgoneta. Busqué algún rastro de su paso: las huellas de las ruedas marcadas en la tierra, las hierbas aplanadas en el lugar donde había estado aparcada… Nada. Era como si nunca hubiera estado allí.
Tampoco hallé indicios de Berta o James.
Confusa, seguí caminando sin rumbo. No entendía qué estaba sucediendo. A menos que hubiera ocurrido algo terrible, no les creía capaces de abandonar el bosque sin mí. Pero ¿adónde habrían ido?
Una corriente en la espalda, acompañada de un hormigueo en la nuca, confirmó mis temores. ¡De nuevo aquella señal que me avisaba del peligro! Hacía tanto que no la sentía que había llegado incluso a olvidarla. La última vez había sido en Londres, justo antes de que Robin me apresara…
Tuve que apoyarme en un tronco para recuperar la calma. La descarga había sido tan fuerte que aún sentía un cosquilleo en la columna y el corazón encogido.
Traté de pensar con claridad.
Aunque Bosco me había advertido sobre los chicos del Walden3, una voz en mi interior me incitaba a ir a la Dehesa. Tenía que averiguar qué había pasado con Berta y con James, y tal vez allí encontraría respuestas. Dirigí mis pasos apresurados hada d viejo torreón desoyendo su aviso. Mis amigos desconocían que se trataba de mercenarios armados. Si habían ido allí, era mi deber avisarles apeligro.
Busqué la furgoneta junto al estanque de los nenúfares, donde mi padre solía aparcar el Land Rover, pero no estaba. Tampoco la había visto por el camino ni escondida entre los arbustos de las inmediaciones. Después de rodear la casa y observarla desde varios ángulos, descarté que estuvieran allí…
Tampoco parecía que hubiera nadie. Las ventanas estaban tapiadas con los postigones de madera y el portón principal permanecía cerrado.
La casa estaba en silencio.
De pronto reparé en algo que me había pasado desapercibido hasta el momento: la bandera y las pintadas okupas de la fachada habían desaparecido. Tampoco estaban el huerto ni los perros que tan solo un día atrás se perseguían en círculos al ritmo de una música infernal junto a la entrada.
La República del Bosque se había esfumado. Más extraño aún, ¡parecía no haber existido nunca! Incluso el rótulo de la entrada había sido restaurado: ya no rezaba el nombre de sus ocupantes con pintura roja, sino las letras originarias de la Dehesa.
Aunque estaba muy confundida, aquello me animó a tomar otra vez posesión de mi casa.
Tras el ladrillo saliente de la fachada seguía la llave que meses atrás había descubierto mi amiga Paula, cuando vino a visitarme de Estados Unidos. La metí en la cerradura y me estremecí con el chirrido de las bisagras al abrirse la puerta.
Con el corazón en vilo, crucé el umbral y busqué a tientas el interruptor de la luz.
Petrificada, me quedé junto al quicio sin acabar de comprender lo que veían mis ojos…
El viejo torreón presentaba el mismo aspecto del otoño pasado. Todo estaba limpio y en su sitio. Las pintadas de las paredes la insignia de Walden3 habían sido borradas. No había nada a simple vista que delatara la reciente estancia de sus ocupantes.
No entendía nada. ¿Qué clase de okupas o de peligrosos mercenarios se tomaban la molestia de ordenar una casa ajena antes de marcharse?
Era como si al salir del lago el mundo hubiera cambiado por completo. Mi mente fantasiosa dio rienda suelta a varias hipótesis, a cuál más descabellada. ¿Y si al atravesar el estanque había cruzado alguna barrera extraña del tiempo y me hallaba en el pasado? O peor aún, ¿en alguna dimensión paralela? Aquello me hizo pensar en otra posibilidad aún más aterradora: tal vez había muerto ahogada y mi alma se resistía a aceptarlo.
«¡Basta!», me dije a mí misma tratando de recuperar la cordura.
Aunque estaba segura de que no lo encontraría allí, me adentré en el bosque con la intención de volver al árbol de Bosco. ¿Qué haría si él también había desaparecido?
Mientras caminaba me acordé de un libro que había leído hacía unos años en el instituto. Se titulaba
Mecanoscrito del segundo origen
.
Los protagonistas —Alba y Dídac, de catorce y nueve años— se salvaban de un ataque extraterrestre mientras buceaban en un lago. Al salir del agua, los dos chicos se habían convertido en prácticamente los únicos supervivientes de la Tierra. Recordé aquella sensación angustiosa de no hallar vida a su paso…
Yo también parecía estar sola en aquel bosque. Una luz primaveral se filtraba entre los árboles. Podía sentir el zumbido de las abejas revoloteando entre las flores silvestres, el murmullo del viento entre los pinos y el rumor del río resbalando impetuoso por las rocas… pero ni rastro de vida humana.
Estaba aterrada. Deseé con todas mis fuerzas que Bosco acudiera a mi encuentro, conmovido por el olor de mi miedo. Pero, por algún motivo, sabía que eso no ocurriría.
La belleza de aquel lugar me resultó incluso siniestra.
El sonido de unas pisadas cercanas me heló la sangre. El pulso me latía en los oídos y me hormigueaba en la nuca. Volví a sentir esa corriente en la columna. . Y justo entonces, alguien se acercó por mi espalda y me tapó los ojos con las manos.
Mi grito retumbó entre los pinos.
—¿Estás loca?
Traté de recuperar la respiración mientras los ojos de Koldo me observaban sorprendidos.
Me froté la frente entre confundida y aliviada. Inmediatamente después me puse a la defensiva. Durante un instante me había olvidado de que aquel chico pertenecía a esa facción tan peligrosa de la que me había hablado Bosco.
—Lo siento… —me disculpé—. Es que no esperaba… Vengo de la República del Bosque y al verla vacía… ¡No esperaba encontrarme contigo en el bosque!
—Yo sí lo esperaba. Hace rato que te busco…
—¿A mí? ¿Por qué?
—Quería disculparme. El otro día… todo aquello que me dijiste. .. Tenías razón. ¡Walden3 apesta! ¡No es posible aliarse con la naturaleza rodeado de lujos! Voy a construir mi propia cabaña en el bosque —dijo con entusiasmo—. Y viviré de lo que encuentre por el monte.
—Tú y el resto de la República del Bosque, supongo.
—¡Qué va! Esos mamarrachos me han abandonado… pero ¿sabes una cosa? No los necesito. Viviré como un auténtico Robinson. ¿Sigue en pie lo de visitarme cuando tenga mi chocita?
—¿Y adonde han ido tus amigos? —pregunté llena de curiosidad.
—¡No son mis amigos! Ya te lo dije: son unos vagos que solo piensan en divertirse. Lo único que han hecho bien desde que llegaron ha sido largarse y dejar la casa tal y como estaba.
—Han borrado incluso las pintadas —dije, esperando alguna explicación más por su parte.
—Y han dejado la casa más limpia que una patena… —susurró y miró a ambos lados antes de seguir hablando—. Antes de irse, me he cruzado con Gala y me ha dicho que si volvía al torreón me partiría las piernas. Tenían órdenes de borrar cualquier rastro de su paso por el bosque.
—¿Órdenes? ¿De quién?
—No tengo ni idea… pero ¿sabes qué? Me alegro de que se hayan largado. Eran muy raros. Tenían hasta rifles de larga distancia para cazar conejos y se pasaban el día lanzando estrellas ninja contra los troncos. Cuando les decía que me parecía mal que causaran ese sufrimiento innecesario a un árbol se reían de mí.
Sus palabras me cuadraban más con la versión de Bosco y acabaron de convencerme de que Koldo solo había sido un anzuelo. Su proyecto idealista había servido de reclamo para instalar en el bosque a un grupo de jóvenes mercenarios, disfrazados de hippies, con una misión oculta.
—¿Me dejas que te muestre algo más? —Su voz sonó tan misteriosa como la tarde anterior, cuando me había revelado el misterio del fantasma del lago.
Le seguí en silencio. Por la dirección de sus pasos deduje que quería mostrarme algo en la cabaña del diablo; tal vez había empezado con la labor de levantarla de sus cenizas.
Sin embargo, antes de adentramos en el sendero que conducía hacia ella, nos encontramos con una nueva sorpresa entre los matorrales del camino.
Había un cuerpo tendido en el suelo boca abajo escondido entre los zarzales.
Koldo y yo nos miramos sobrecogidos antes de agachamos para comprobar su respiración. Un mal palpito cortó la mía.
Antes incluso de verle el rostro, reconocí su pelo oscuro. No vestía de negro, pero supe enseguida que era uno de ellos… Aunque sus ojos permanecían cerrados, conocía la mirada gris que se escondía bajo aquellos párpados.
Era Robin.
E
staba inconsciente. Tenía una herida de bala en el hombro y había mucha sangre a su alrededor, pero respiraba.
—Hay que sacarlo de aquí cuanto antes —murmuró Koldo acercándose a él—. Esta herida tiene muy mala pinta. Debería verle un médico.
Un flash de recuerdos y sensaciones pasaron por mi mente. Primero, la angustia, el pánico y el desconsuelo de los primeros días de secuestro. Después, nuestras conversaciones, las partidas de backgammon, las confidencias, los besos…
Superado el desconcierto de reencontrarme con Robin, el corazón se me encogió al verle de esa manera: malherido e indefenso, tirado entre la maleza.
Me quedé inmóvil mientras Koldo trataba inútilmente de levantarlo. Pesaba demasiado.
Las piernas empezaron a temblarme.
De repente sentí mucho temor… Pero no por hallarme de nuevo frente a él sino por su vida. Era un miedo tan intenso, profundo y visceral, que todo mi ser se estremeció y mis ojos se llenaron de lágrimas.
Tenía miedo de que muriera.
—Algún cazador debe de haberle confundido entre la maleza con un animal —dijo Koldo, que se quitó la camiseta para presionar la herida con ella y cortar la hemorragia. ¡Pobre Robin!
Me sequé las lágrimas al escuchar cómo le llamaba por su nombre.
—¿Le conoces?
—Sí. Se unió a la República del Bosque el otro día.
¿Robin, un okupa más? Aquello no tenía ningún sentido.
—Llegó hace tres días —continuó Koldo recordando ese momento con una sonrisa—. Se presentó con unos espárragos silvestres, justo la noche antes de que vinierais vosotros a cenar, y preparó tortilla para todos. Es norteamericano. Un chico majísimo. A mí me cae muy bien, pero el resto no lo quisieron en el caserón.
—¿Por qué?
—Decían que no había sitio para nadie más, pero yo me puse tozudo… De todas formas, se ha pasado más tiempo buscando algo por el monte que en la casa. Salía incluso de noche; tal vez por eso no coincidisteis con él el otro día. Yo le llamo Robin de los Bosques.
—¿Y sabes qué buscaba?
—Ni idea… Plantas, supongo. Tal vez solo espárragos.
Al sujetarle por los pies, vi algo metálico y plateado que brillaba en su pantalón. Se lo señalé a Koldo y se acercó para ver de qué se trataba. Intentó quitárselo, pero estaba clavado a su pierna.
Era una estrella ninja.
Dos de sus puntas se habían incrustrado en su carne de tal manera que era imposible sacársela.
—¡Serán brutos! —exclamó Koldo horrorizado.
No hizo falta que me dijera a quiénes se refería. La estrella delataba a sus compañeros okupas…
—¿Por qué crees que le han hecho esto?
Se encogió de hombros al tiempo que palidecía.
Las lágrimas empezaron a resbalar de nuevo por mis mejillas.
—Cálmate, Clara. Lo llevaremos al caserón y avisaremos al médico de Colmenar.
Aunque los responsables del disparo ya no se alojaban en la Dehesa —y habían dado buena prueba de que no volverían al dejarlo todo como estaba—, no pude evitar preocuparme…
—Allí estará a salvo —insistió Koldo—. Se pondrá bien.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —sollocé perdiendo los nervios—. Va a desangrarse si no hacemos algo pronto. Y tú y yo no tenemos fuerzas para cargar con él.
—Quédate aquí —propuso—. Hay una carretilla en el cobertizo de la Dehesa. Iré a por ella.
Cuando Koldo se fue, apoyé con cuidado su cabeza en mi regazo y le mojé la frente con un trozo de tela que había rasgado de mi camisa y empapado en el río.
El contacto del agua fría sobre su piel ardiente le provocó un ligero espasmo. Después abrió los ojos y extendió el brazo hacia mi cara con una sonrisa. Tardó unos segundos en decir algo.
—¿Estás llorando por mí? —susurró con voz temblorosa.
—Claro que no… —Mi voz se quebró y me sequé las mejillas con el brazo.
—Mi hermosa hada… No sufras. La mala hierba del jardín nunca muere…
Contemplé apenada cómo perdía de nuevo el sentido y empezaba a temblar de forma compulsiva.
Koldo regresó un rato después y entre los dos lo llevamos a la Dehesa en carretilla.