Estaba preparando el plato de pasta que había querido hacer la tarde en que habían ido todos a cenar. Las macetas de albahaca que había comprado en Butte estaban floridas. Mientras trituraba las hojas, él se acercó a ella por detrás, apoyó levemente las manos en sus caderas y la besó en el cuello. El roce de sus labios le cortó la respiración.
—Huele bien —dijo él.
—¿Yo o la albahaca?
—Las dos.
—¿Sabías que en la antigüedad utilizaban la albahaca para embalsamar a los muertos?
—¿Te refieres a las momias?
—Y a los momios también. Impide la necrosis de la carne.
—Pensaba que era para evitar la lujuria.
—Sí, también sirve para eso, así que no comas mucho.
Añadió la albahaca a la sartén donde había echado ya los tomates y la cebolla y luego se volvió. Su frente estaba a la altura de los labios de él, y Tom la besó allí dulcemente. Ella bajó la vista e introdujo sus pulgares en los bolsillos delanteros de su pantalón. Y en la quietud compartida de aquel instante Annie supo que no era capaz de abandonar a aquel hombre.
—Oh, Tom. Te quiero tanto.
—Yo también te quiero.
Encendieron las velas que ella había comprado para la fiesta y apagaron los fluorescentes para comer en la mesa pequeña de la cocina. La pasta estaba excelente. Cuando terminaron de comer, él le preguntó si había adivinado el truco del cordel. Ella dijo que según Joe no era un truco pero que, de todos modos, no lo había logrado.
—¿Todavía lo tienes?
—¿Tú qué crees?
Lo extrajo del bolsillo, se lo dio a Tom y éste le dijo que levantara el dedo y se fijara bien porque sólo iba a enseñárselo una vez. Annie siguió los intrincados movimientos de su mano hasta que el lazo se cerró y pareció atrapado por las puntas de sus dedos en contacto. Luego, mientras él estiraba lentamente el lazo, un momento antes de que quedase suelto, ella se dio cuenta de repente de cómo lo hacía.
—Déjame probar —dijo. Advirtió que podía imaginar exactamente los movimientos que había hecho con las manos y traducirlos por imagen especular en sus propios movimientos. Y cuando tiró del cordel, efectivamente, el lazo se deshizo.
Tom se retrepó en la silla y le dedicó una sonrisa a la vez triste y amorosa.
—Bien —dijo—. Ahora ya sabes el truco.
—¿Tengo que quedarme el cordel?
—Ya no lo necesitas —respondió Tom, y se lo guardó en el bolsillo.
Todos estaban allí y Grace deseó que no fuese así. Pero habían hecho tanta propaganda que no podía esperarse más que una nutrida concurrencia. Miró los rostros expectantes en torno al gran ruedo: su madre, Frank y Diane, Joe, los gemelos con sus gorras de los estudios Universal, hasta Smoky había acudido. ¿Y si todo salía mal? Interiormente se decía con firmeza que saldría bien. No iba a dejar que fuese de otro modo.
Pilgrim
estaba ensillado en mitad del ruedo mientras Tom ajustaba los estribos. El caballo tenía un aspecto magnífico, aunque Grace no se acostumbraba aún a verlo con aquella clase de silla de montar. Había acabado prefiriéndola a la silla inglesa después de haber montado a
Gonzo.
Hacía que se sintiese más segura, de modo que había decidido emplearla para esa ocasión.
Por la mañana ella y Tom habían conseguido desenredar los últimos nudos de sus crines y cola, y habían cepillado a conciencia el pelaje. Cicatrices aparte, pensó Grace, parecía un caballo de competición.
Pilgrim
siempre había sabido estar a la altura. Hacía casi un año, recordó, que había visto su primera fotografía, enviada desde Kentucky.
Habían visto cómo Tom lo hacía dar unas vueltas al ruedo. Grace había permanecido al lado de su madre, intentando, a fuerza de profundas inspiraciones, controlar los vahídos que sentía en el estómago.
—¿Y si sólo se deja montar por Tom? —dijo en un susurro.
Annie le dio un abrazo.
—Cariño, ya sabes que si no fuera seguro Tom no dejaría que lo hicieses.
Era verdad. Pero eso no mitigaba su nerviosismo.
Tom había dejado solo a
Pilgrim
y ahora caminaba hacia ella. Grace se acercó. La nueva pierna ortopédica le encajaba a la perfección.
—¿Todo listo? —dijo él. Ella tragó saliva y asintió. Temía que su voz la traicionara. Él vio que estaba preocupada y al llegar a su altura dijo de forma que nadie más pudiera oír—: ¿Sabes, Grace?, no tenemos por qué probar ahora. A decir verdad, yo no me esperaba esta especie de circo.
—No pasa nada. Es igual.
—¿Seguro?
—Sí.
La rodeó con su brazo y fueron hasta donde
Pilgrim
estaba esperando. Grace advirtió que el animal aguzaba las orejas al verlos acercarse.
A Annie le latía con tanta fuerza el corazón que pensó que Diane, de pie a su lado, debía de estar oyéndolo. Costaba decir cuántos de aquellos latidos eran por Grace y cuántos por sí misma. Pues lo que estaba en juego en aquella franja de tierra rojiza era sumamente decisivo. Era a la vez un principio y un final, aunque de qué y para quién, no lo sabía a ciencia cierta. Era como si todo estuviera girando en una enorme y culminante centrifugadora de emociones, y sólo cuando ésta se detuviera sabría qué consecuencias había tenido para todos y qué iba a ser de ellos a partir de entonces.
—Esa hija suya es una chica muy valiente —dijo Diane.
—Lo sé.
Tom hizo detener a Grace a escasa distancia de
Pilgrim,
como para no atosigarlo. Recorrió los últimos pasos él solo, se detuvo a su lado y alargó la mano para sujetarlo. Lo cogió de la brida y colocó la cabeza junto a la de
Pilgrim
mientras acariciaba su cuello con la palma de la otra mano. El caballo no quitaba ojo de encima a Grace.
Aunque estaba lejos, Annie comprendió que algo andaba mal.
Cuando Tom intentó hacerlo avanzar,
Pilgrim
se resistió, levantó la cabeza y miró a Grace dejando ver el blanco de sus ojos. Tom se lo llevó aparte y le hizo dar unas vueltas, tal como ella lo había visto hacer antes con un ronzal, obligándolo a ceder a la presión y girar las ancas. Eso pareció tranquilizarlo. Pero tan pronto lo llevó de nuevo hacia donde estaba Grace,
Pilgrim
se mostró otra vez esquivo.
Grace estaba mirando hacia el otro lado, de modo que Annie no pudo verle la cara. Pero no le hacía falta. Desde donde estaba podía notar la inquietud y el dolor que se habían apoderado de su hija.
—No sé si esto es muy buena idea —dijo Diane.
—Todo irá bien —dijo Annie con un tono de voz que sonó brusco.
—Eso espero —dijo Smoky. Pero ni él parecía muy seguro.
Tom se llevó a
Pilgrim
y le hizo dar más vueltas, y al darse cuenta de que eso no funcionaba lo montó y recorrió el ruedo a medio galope. Grace fue girando lentamente, siguiéndolos con la mirada. Miró brevemente a Annie e intercambiaron una sonrisa que ninguna de las dos consiguió que resultase convincente.
Tom no hablaba ni se preocupaba de nadie más que de
Pilgrim.
Estaba ceñudo, y Annie no supo decir si era de pura concentración o si en ello también había inquietud, aunque sabía que él nunca se mostraba inquieto cuando estaba con caballos.
Tom se apeó y guió a
Pilgrim
nuevamente hacia Grace. Y el caballo se repropió otra vez. Grace giró sobre sus talones y a punto estuvo de caer al suelo. Mientras regresaba a donde estaban los espectadores, la boca le temblaba, y Annie se dio cuenta de que pugnaba por no llorar.
—Smoky —llamó Tom.
Smoky trepó a la baranda y fue hacia él.
—Todo irá bien, Grace —dijo Frank—. Tú espera unos minutos. Tom lo arreglará, ya lo verás.
Grace asintió e intentó sonreír, pero no fue capaz de mirar a nadie, y menos a Annie. Annie quiso abrazarla pero se contuvo. Sabía que Grace no podría aguantarlo y acabaría llorando y que luego se avergonzaría y se enfadaría por las dos cosas.
Cuando la muchacha estuvo lo bastante cerca, le dijo quedamente:
—Frank tiene razón. Todo irá bien.
—
Pilgrim
ha visto que estaba asustada —susurró Grace.
Tom y Smoky estaban en el ruedo hablando de forma que sólo
Pilgrim
podía oírlos. Al rato Smoky dio media vuelta y caminó lentamente hasta la puerta que había al fondo del ruedo. La abrió y entró en el establo. Tom dejó a
Pilgrim
donde estaba y fue hacia los espectadores.
—Bueno, Gracie —dijo—. Vamos a hacer una cosa que yo confiaba en parte no tener que hacer. Pero todavía le ronda algo por la cabeza que no puedo solucionar de otra manera. Smoky y yo vamos a intentar hacer que se tumbe. ¿De acuerdo?
Grace asintió. Annie vio que la chica no tenía una idea clara de qué significaba aquello, y ella tampoco.
—¿Qué supone eso? —preguntó Annie. Él la miró y ella tuvo una súbita visión de sus cuerpos unidos.
—Pues más o menos lo que parece. Sólo que es algo que no siempre resulta agradable de presenciar. A veces el caballo planta cara y se niega. Por eso no me gusta hacerlo a menos que no quede otra salida. El caballo ya nos ha enseñado que le gusta pelear. De modo, Grace, que si prefieres no mirar, te sugiero que vayas a la casa; cuando hayamos acabado te avisaré.
Grace negó con la cabeza.
—No —dijo—. Quiero mirar.
Smoky volvió al ruedo con las cosas que Tom lo había enviado a buscar. Habían tenido que hacer eso mismo en un cursillo allá en Nuevo México varios meses atrás, y Smoky sabía muy bien de qué iba el asunto. En voz baja, y apartados de los que estaban mirando, Tom le hizo repasar una vez más todo el proceso para que no hubiera ningún error y nadie saliera herido.
Smoky lo escuchó muy serio, asintiendo de vez en cuando con la cabeza. Cuando Tom creyó que le había quedado claro, fue con él a donde estaba
Pilgrim.
El caballo se había retirado al fondo del ruedo y por el modo en que movía las orejas era fácil adivinar que presentía que estaba a punto de pasar algo no muy divertido. Dejó que Tom se le acercara y le frotara el cuello, pero no le quitó ojo de encima a Smoky, que estaba a unos cuantos metros con todas aquellas cuerdas en la mano.
Tom desenganchó la brida y en su lugar colocó el ronzal que Smoky le pasó. Luego, de uno en uno, Smoky le pasó los cabos de dos cuerdas largas que llevaba arrolladas al brazo. Tom aseguró un extremo debajo del ronzal y el otro en la perilla de la silla.
Sus ademanes eran pausados para no dar motivo de temor a
Pilgrim.
La estratagema hacía que se sintiese mal, pues sabía qué vendría a continuación y cómo la confianza que había logrado establecer con el caballo tendría que romperse antes de ser restablecida. Tal vez, se dijo, no lo había hecho bien. Tal vez lo que había sucedido entre él y Annie lo había afectado en algo que el caballo percibía. Lo más seguro era que
Pilgrim
hubiese percibido el miedo de Grace y no otra cosa. Pero nadie, ni siquiera él, podía afirmar con absoluta claridad qué pasaba por sus mentes. Tal vez en lo más íntimo de su ser Tom estaba diciéndole al caballo que no quería que saliera bien, porque si salía bien significaría el final y Annie se marcharía.
Le pidió la maniota a Smoky. Estaba hecha con un trozo de arpillera vieja y cuerda. Pasando suavemente la mano por la pata delantera izquierda de
Pilgrim,
le levantó la pezuña. El caballo sólo se movió un poco. Tom lo tranquilizaba todo el tiempo con la mano y con la voz. Cuando
Pilgrim
se quedó quieto, Tom deslizó la eslinga de arpillera por encima de la pezuña y se aseguró de que le quedara cómoda. Con el extremo de cuerda procedió a alzar el peso de la pezuña levantada y anudó el cabo rápidamente en la perilla.
Pilgrim
era un animal de tres patas. Sólo había que esperar que explotara.
Y explotó, como Tom sabía que ocurriría tan pronto se apartó y le cogió el ronzal a Smoky.
Pilgrim
trató de moverse y advirtió que estaba inválido. Saltó y se tambaleó sobre su mano derecha y se asustó de tal manera que saltó y se agitó de nuevo y se asustó todavía más.
No podía andar, pero tal vez pudiese correr, de modo que probó, y al sentirse paralizado una expresión de pánico apareció en sus ojos. Tom y Smoky tiraron de sus respectivas cuerdas obligándolo a dar vueltas en círculo en un radio de unos cuatro o cinco metros. Y así estuvo dando vueltas, como un caballo de tiovivo con una pata rota.
Tom dirigió la mirada hacia las caras que observaban desde la baranda. Vio que Grace estaba pálida y que Annie la tenía abrazada, y se maldijo por haberles dado a escoger y no haber insistido en que volvieran a la casa y se ahorrasen la angustia de aquel lamentable espectáculo.
Annie tenía las manos sobre los hombros de Grace. Los nudillos se le habían puesto blancos. Los músculos de sus respectivos cuerpos estaban totalmente crispados y daban un respingo con cada agónico brinco de
Pilgrim.
—¡Por qué hace eso! —exclamó Grace.
—No lo sé.
—Todo irá bien, Grace —dijo Frank—. Se lo he visto hacer en otra ocasión.
Annie lo miró y forzó una sonrisa. La expresión de Frank contradecía sus palabras de ánimo. Joe y los gemelos parecían tan preocupados como la propia Grace.
—Quizá sería mejor que la llevara dentro —susurró Diane.
—No —dijo Grace—. Quiero mirar.
Pilgrim
ya estaba bañado en sudor. Pero no se rendía. Mientras daba vueltas su pata maneada hendía el aire como una aleta deforme y enloquecida. Su convulsa andadura despertaba un volcán de tierra a cada paso, dejándolos a los tres envueltos en una tenue neblina roja.
A Annie aquello le parecía muy impropio de Tom, muy poco acorde con su carácter. Lo había visto mostrarse firme con los caballos, pero nunca hacerlos sufrir o maltratarlos. Todo lo que había trabajado con
Pilgrim
tenía como único fin ganarse su confianza. Pero ahora estaba haciéndole daño. No conseguía entenderlo.
Por fin, el caballo se detuvo. De inmediato, Tom le hizo una señal a Smoky y ambos aflojaron las cuerdas. Entonces el caballo echó a andar otra vez y ellos tensaron las cuerdas, manteniendo la presión hasta que se detuvo. Se las aflojaron otra vez. El caballo se quedó donde estaba, mojado y jadeando como un fumador asmático en situación crítica, y el sonido era tan áspero y horrible que Annie quiso taparse los oídos.
Ahora Tom estaba diciéndole algo a Smoky. Este asintió y le pasó su cabo y después fue a coger el lazo arrollado que había dejado antes en el suelo. Volteó en el aire un lazo amplio y al segundo intento lo hizo caer sobre la perilla de la silla de
Pilgrim.
Tiró con fuerza y llevó el otro cabo al fondo del ruedo, donde lo ató a la baranda inferior. Smoky volvió al centro del ruedo y cogió los otros dos cabos de manos de Tom.