Se interrumpió y levantó la cabeza con nerviosismo. La voz de Dancer acababa de sonar en el aparejo:
—¡Atención, cubierta! ¡Una vela por la amura de barlovento!
Con el último eco de su grito tocaron las ocho campanadas del castillo de proa. Todo ese tiempo habían navegado tras el velero sin alcanzar a divisarlo.
No podía ser otro que el
Virago
. Por fuerza. Unos minutos más, y el
Avenger
hubiera virado hacia puerto, y su presa habría logrado escapar para siempre.
Pyke y el cabo de cañones Truscott alcanzaron a toda prisa la popa. Venían con sus cuerpos inclinados hacia barlovento, como marinos borrachos que luchasen por mantener el equilibrio. Sus ropas estaban surcadas por las marcas blancas de la sal.
—¡Subiré a la cofa para asegurarme, señor! —ladró Pyke mostrando toda su dentadura. No quería cederle la responsabilidad a otro.
Pero Hugh Bolitho alargó su sombrero a un marinero y sentenció:
—No. Quiero comprobarlo yo mismo.
Los demás le observaron en silencio. De no ser por Dancer, habrían dado la vuelta y se habrían marchado hacia Plymouth sin saber nada. Los flancos de la casaca de Hugh Bolitho se agitaron al viento y golpearon su pantalón blanco cuando se detuvo a descansar junto al guardiamarina. Un momento después, el comandante continuó la ascensión, hasta que su cuerpo se borró entre la lluvia y la calima. Se detuvo de nuevo al alcanzar la verga de gavia; rodeó con sus brazos la madera que vibraba con fuerza y oteó hacia proa.
Dos minutos después volvía a estar en cubierta. Su cara se mostraba serena al hablar.
—Es el
Virago
. Sin duda alguna. Dos mástiles, aparejo de
sloop
, enorme superficie vélica.
Sólo sus ojos se veían activos, brillantes como ascuas, mientras pensaba en voz alta.
—Nos lleva algo de barlovento, por supuesto, pero no importa.
Dio unos pasos hacia el compás y miró luego las velas, una a una.
—Haga izar el foque, señor Pyke, y luego mande gente a la verga para desplegar las alas de la gavia. Con ellas conseguiremos atrapar a ese
ketch
. —Sus ojos brillaron más intensamente al terminar la orden—: ¡De lo contrario, se las verán ustedes conmigo!
Un marino experimentado subió a la cofa para sustituir a Dancer. El guardiamarina alcanzó la cubierta sin aliento y empapado por la lluvia.
—¡Un golpe de suerte, señor! —exclamó.
Hugh Bolitho apretó la mandíbula.
—¡En un día como hoy vamos a necesitar habilidad, señor Dancer, pero tampoco rechazaré la ayuda de la suerte!
Golpeando la mar, flexando bajo la presión del aparejo, con las velas prietas por la fuerza de la brisa, el
Avenger
respondió a la combinación de esfuerzos. Las alas de gavia fueron desplegadas a ambos lados de la gavia, sostenidas por sus vergas adicionales. Su superficie multiplicaba la potencia del
Avenger
, que presentaba al viento una tremenda pirámide de trapo.
La sensación era extraña y a veces terrorífica, reflexionó Bolitho. El cúter se abría camino por entre las crestas, cayendo entre ellas con violencia, rodeado de una nube de espuma casi continua que brotaba de la amura de barlovento y barría como una cascada toda la cubierta.
No se veía aún el
Virago
. Según lo explicado por Dancer, costaba divisarlo incluso desde lo alto del aparejo. Su casco se confundía en la calima levantada sobre el nivel del agua, aunque sus velas sobresalían como alerones afilados y facilitaban la tarea al vigía encargado de seguirlo.
Difícilmente el piloto a las órdenes de Vyvyan iba a sospechar que iban tras él, habiendo zarpado en secreto y tras alcanzar ya aquellas aguas. Vyvyan disponía de informes sobre el tráfico de la zona del Lizard, sin duda más precisos que los del Almirantazgo; debía imaginarse al
Avenger
refugiado en un puerto o, acaso, regresando hacia Plymouth con la cola entre las piernas y preparándose para sufrir la furia del almirante.
Lo más fácil era que las gentes de ahí delante estuviesen en plena celebración. La Navidad, la derrota de los agentes de Su Majestad, y, bien estibado en la bodega, un botín que a Bolitho se le hacía difícil de imaginar.
¿Acaso no había Vyvyan logrado todo lo que quería? Tras superar el obstáculo del Lizard se hallaba ya en aguas seguras; pronto dejaría atrás las islas Scilly, y penetraría en el vasto desierto del océano Atlántico.
—¿Se sabe de qué artillería disponen, señor? —oyó que preguntaba Truscott.
Hugh Bolitho respondió sin dejar de examinar las velas, siempre en busca de algún punto débil o un posible peligro. Su voz sonaba preocupada.
—Probablemente la misma que nosotros. Aunque imagino que sir Henry Vyvyan nos prepara alguna sorpresa extraordinaria; o sea que no baje la guardia, señor Truscott. No consentiré que se pierda ni un disparo en la lucha. —Su tono se endureció al terminar la sentencia—: Lo de hoy no es una batalla entre barcos, sino una cuestión de honor.
Bolitho le oyó. Su hermano hablaba así cuando se preparaba para batirse en duelo. Se había producido una ofensa, y no había más que una forma de limpiarla. Aunque quizá en esa ocasión tuviese razón.
—¡Amaina la lluvia, señor! —avisó Gloag.
Bolitho no acertó a notar la diferencia. La espuma del barco era más cegadora que la lluvia. Las bombas de achique se oían funcionar sin parar, por lo que dedujo que mucha agua hallaba la forma de penetrar en el casco.
La luz del cielo había cambiado; no brillaba nada parecido a un auténtico sol, pero las agitadas crestas tenían más reflejos y los senos profundos se veían más sombreados.
—¡Así derecho, señor! —gritó el timonel—. ¡Oeste—Suroeste!
Bolitho contuvo el aliento. Era increíble. A pesar del intenso viento, Gloag había logrado ceñir tres cuartas más que antes. Todas las vergas y jarcias del aparejo retumbaban crujiendo en una especie de batalla en miniatura.
Hugh Bolitho, leyendo la expresión de su cara, afirmó con energía:
—Te lo dije, Richard. ¡Ese cascarón navega!
Una voz del vigía interrumpió sus consideraciones.
—¡Atención cubierta! ¡Un velero por la amura de sotavento!
El maestro velero Peploe, que se agrupaba con sus asistentes listo para abalanzarse y reparar la primera vela que cediese al esfuerzo, se dirigió al piloto con cara de satisfacción:
—¡Ya lo tenemos! ¡Hemos ganado barlovento sobre ese canalla!
—¡Nos han visto! —avisó el vigía.
Contemplaron con fascinación el tamaño creciente del otro barco, parecido a un espectro entre las ráfagas de lluvia que aún caían. Navegaba con toda la arrancada de que era capaz. La masa de espuma escupida por su tajamar desfilaba, sin interrupción alguna, formando un enorme bigote blanco.
Alguien soltó un grito al ver una nube de humo blanco que brotaba de la popa del enemigo. Volaba aún la humareda en el aire cuando una bala perforó el aparejo del
Avenger
, dejando sendos agujeros en la vela de ala de estribor y en la mayor.
—¡Como hay Dios! ¡Ese viejo zorro no baja la guardia!
Hugh Bolitho se volvió para observar el camino que el proyectil trazaba sobre las olas. Se encaminó hacia la borda de sotavento y apuntó su anteojo hacia el adversario.
—Hagan el favor de cargar las piezas y asomarlas. No hace falta lanzar ningún aviso de combate. ¡Ellos han empezado!
Dejó la batería al cargo de Truscott y continuó en tono más calmado:
—Era una bala de gran calibre. Por lo menos nueve libras. Deben de haber embarcado cañones grandes previendo algún ataque.
Sonó otra explosión, y enseguida un nuevo proyectil pasó rozando el trancanil y se hundió, en medio de un gran surtidor de espuma, cerca de la aleta de babor.
—Icen el pabellón —ordenó con genio Hugh Bolitho.
Desde proa el cabo de cañones hizo una señal. Los cañones estaban listos y asomaban ya en sus portas. La escora de la cubierta facilitaba la maniobra de avance de los cañones, pero hacía más difícil dispararlos con precisión. El agua del mar quedaba a poca distancia y remojaba los pies de los servidores a cada embestida del casco.
—¡Cuando alce la proa!
Cinco manos negruzcas se alzaron a lo largo de la borda, cada una con su mecha de humeante, acercándose a las cinco llaves de fuego.
—¡Fuego!
Las agudas explosiones salieron casi al unísono en una inmensa sacudida de la cubierta, taladrando los tímpanos de todo el mundo. Animados por gritos y hurras, los servidores tiraron hacia dentro los cañones para limpiar sus ánimas y recargar con el mínimo retraso.
Más arriba otros hombres bailaban como simios entre las jarcias, atareados en la reparación de cordajes segados por la bala enemiga. Había que desenvergar la vela de ala alcanzada por el impacto, destrozada en jirones por el fuerte viento. Un único disparo la había roto así.
¡Crash!
El cúter sufrió una fuerte sacudida, y Bolitho dedujo que por fin una bala había, alcanzado el casco. Probablemente en un lugar cercano a la flotación.
Bolitho apuntó su anteojo hacia el otro barco. Sus mástiles y velas cobraron vida en la lente de cristal. Minúsculas figuras circulaban por la cubierta y se agrupaban en las maniobras de las brazas y las drizas, como también lo hacían los hombres del
Avenger
.
La segunda andanada escupida por los cañones de estribor, inesperada, le hizo dar un paso atrás. Vio las balas que se estrellaban en la estela del Virago, algunas cercanas a su bello espejo de popa. Los cañones aún no apuntaban directamente al blanco. Para ello Hugh necesitaba ceñir aún más al viento, lo que haría perder distancia y aumentaría el margen. Vio un destello breve y violento que brotaba de la popa del adversario; imaginó el redondo proyectil negro que acertó en la borda y abrió la cubierta como si fuese una inmensa sierra. Los hombres se habían arrojado al piso entre aullidos, pero uno de los timoneles recibió de lleno la bala y casi quedó partido en dos.
Las voces de las órdenes sonaban a la vez; los pies resbalaban en la espuma manchada de sangre; nuevos hombres se acercaban a atender a los heridos y tomar el control del timón.
El
Virago
ganaba ahora distancia. A través de la lente, Bolitho vio una mancha de tela verde que asomaba por su popa. Debía de ser Vyvyan, abrigado en la casaca larga que usaba a menudo para montar a caballo.
—¡No hay forma, señor! —gritó Gloag—. ¡Si continuamos así perderemos el mástil!
Cuando terminaba de decir eso un nuevo proyectil silbó por los obenques e hizo venirse abajo la segunda vela de ala junto con su verga. El manojo de cabos, maderas y trapos quedó enredado, cayó y quedó colgando del costado como un ancla de capa. Varios hombres se abalanzaron, provistos de hachas, y cortaron los cabos que la aprisionaban y frenaban el avance del
Avenger
.
Hugh Bolitho había desenvainado su espada. Ordenó con voz queda:
—Mande una señal, señor Dancer: enemigo a la vista.
Dancer, acostumbrado por la disciplina del navío de línea a cumplir las órdenes sin cuestionarlas, alcanzó la driza junto a sus hombres y sus gallardetes antes de comprender el significado del mensaje. No había otro barco a quien avisar. Pero eso Vyvyan no lo sabía.
A la vista de las banderas de señales que ondeaban junto a la verga, el piloto del
Virago
tenía que reaccionar de inmediato. Aconsejaría a Vyvyan virar de bordo y dirigirse hacia el sur para evitar caer en Mounts Bay, que con dos barcos persiguiéndoles podía convertirse en una gran trampa.
—¡Ha funcionado!
Dancer miraba estupefacto a Bolitho.
Las velas del
Virago
flameaban en desorden sobre el casco que viraba acercando su proa al lecho del viento. Sus vergas, braceadas al máximo, parecían dispuestas en la crujía en vez de contra los mástiles. Aún tuvo tiempo de disparar una nueva andanada. Cabos y motones cayeron del aparejo y se reunieron a las piezas rotas acumuladas sobre la cubierta del
Avenger
.
Un nuevo estampido zarandeó el casco, y un coro de aullidos y advertencias acompañó a los marinos que se apartaban; el mastelero, junto con sus vergas y sus estays, descendió de golpe. Se astilló casi por completo antes de alcanzar la cubierta y desapareció por la borda.
Hugh Bolitho agitó su sable.
—¡Timón a la banda, señor Gloag! ¡Ciñamos tanto como podamos!
Mientras los marineros tiraban con toda su fuerza de la escota, y el timón caía para hacer orzar la embarcación, Hugh añadió dirigiéndose a Truscott:
—¡Ahora! ¡Cuando alce la proa!
Estaban casi al límite de la distancia. Los servidores de los cañones, conscientes del peligro que corrían, dispararon sin esperar más órdenes.
Bolitho apretó los dientes tratando de no escuchar los gemidos de los heridos que se apilaban bajo el mástil. Concentró todas las fibras de su cuerpo en la contemplación de la andanada del
Avenger
.
Y así oyó el crujido. Sonó claramente por encima del fragor de las olas, y el desorden de la batalla. Enseguida supo que uno de los cañones de seis libras había hecho diana.
Con uno bastaba. El dos mástiles, todavía con todo su trapo arriba, pero navegando en un rumbo peligrosamente cercano al viento para tratar de esquivar al invisible aliado del
Avenger
, tembló como si hubiese colisionado con algo sumergido. El palo mayor caía: velocidad lenta al principio, ya más rápido después, el juego completo de sus velas empezó a inclinarse hacia atrás. El mastelero de juanete, el mastelero, las vergas y todos sus cables se derrumbaron sobre la cubierta empujados por el viento y la tensión a que trabajaban. En unos segundos el
Virago
dejó de ser el pura sangre que era y quedó hecho un derelicto.
Hugh Bolitho agarró una bocina. Sin dejar de mirar ni un instante el velero adversario chilló sus instrucciones:
—¡Listos para aferrar velas! ¡Señor Pyke, prepare el abordaje!
Un nuevo sonido surgió de las entrañas del
Avenger
y recorrió toda su cubierta. Eran las voces de su dotación, una mezcla de gruñidos y hurras de los hombres que agarraban sus armas y se colocaban en posición para el abordaje.
—¡Somos mucho más numerosos que ellos! —dijo Dancer.
Hugh Bolitho alzó su espada y observó el filo de acero como quien apunta una pistola.