Facciones sindicales rivales formaban piquetes frente a la entrada; Danny aparcó enfrente, puso un letrero de «Vehículo policial» en el parabrisas, se apeó y se abrió paso entre un laberinto de personas que blandían pancartas. El guardia de la entrada estaba leyendo un periódico sensacionalista que presentaba una truculenta columna sobre los tres asesinatos. Los detalles sórdidos provenían de una «fuente fiable» del depósito de cadáveres de Los Ángeles. Danny miró media página mientras sacaba la insignia. El guardia, enfrascado, mascaba un puro. Ahora los dos casos estaban vinculados en letras de molde _aunque fuera en el
Tattler
— y eso significaba la posibilidad de más artículos, radio y televisión, confesiones y pistas falsas, patrañas.
Danny golpeó la pared; el hombre dejó el periódico y miró la placa.
—Sí. ¿A quién busca?
—Quiero hablar con la gente que trabajó con Duane Lindenaur.
El guardia no se alteró ante el nombre; el periódico no lo había publicado. Miró una hoja sujeta a una tablilla.
—Plató 23 —dijo—, la oficina que está junto al interior de
Matanza salvaje
.
Apretó un botón y señaló. El portón se abrió y Danny avanzó za por un largo pasaje atestado de actores disfrazados. La puerta del plató 23 estaba abierta de par en par; adentro había tres mexicanos sacándose pintura de guerra de la cara. Miraron a Danny con fastidio; Danny vio una puerta donde decía CORRECCIÓN, fue hasta allí y llamó.
—Está abierto —dijo una voz. Danny entró. Un joven enclenque con tweeds y gafas de concha guardaba unas páginas en un maletín—. ¿Es usted el sustituto de Duane? Hace tres días que no aparece y el director necesita un diálogo adicional, deprisa.
Danny fue al grano.
—Duane está muerto, y su amigo George Wiltsie también. Asesinados.
El joven soltó el maletín; le temblaban las manos y se ajustó las gafas.
—¿A… as… asesinado?
—En efecto.
—¿Y es us-us-usted policía?
—Agente del sheriff. ¿Conocía bien a Lindenaur?
El joven recogió el maletín y se dejó caer en una silla.
—N-no, bien no. Sólo por el trabajo, superficialmente.
—¿Lo veía fuera del estudio?
—No.
—¿Conocía a George Wiltsie?
—No. Sabía que él y Duane vivían juntos, porque Duane me lo contó.
Danny tragó saliva.
—¿Eran amantes?
—Prefiero no pensar en la relación que mantenían. Sólo sé que Duane era reservado, que era un buen corrector de guiones y que cobraba poco, lo cual es una gran ventaja en este campo de trabajos forzados.
Hubo un ruido de pasos frente a la puerta. Danny giró y vio una sombra que se alejaba. Mirando hacia fuera, vio a un hombre de espaldas que caminaba deprisa hacia un grupo de cámaras y focos. Lo siguió; el hombre se detuvo allí, las manos en los bolsillos, la clásica postura del «no tengo nada que ocultar».
Danny lo abordó y se decepcionó al ver que era joven, de talla mediana y no tenía cicatrices de quemaduras en la cara. A lo sumo era un camello de segunda fila.
—¿Qué hacías escuchando detrás de esa puerta?
El hombre parecía un muchacho: huesudo, con marcas de acné, voz aguda y susurrante.
—Trabajo aquí. Soy escenógrafo.
—¿Y eso te da derecho a inmiscuirte en una investigación policial?
El chico se acarició el pelo.
—Te he hecho una pregunta —apremió Danny.
—No, eso no me da…
—Entonces, ¿por qué lo hiciste?
—Oí que usted decía que Duane y George habían muerto, y yo los conocía. ¿Sabe…?
—No, no sé quién los mató. De lo contrario no estaría aquí. ¿Los conocías bien?
El chico jugó con su peinado Pompadour.
—Almorzaba con Duane, y saludaba a George cuando venía a buscarlo.
—Supongo que los tres teníais mucho en común, ¿verdad?
—Sí.
—¿Veías a Lindenaur y Wiltsie fuera de aquí?
—No.
—Pero hablabas con ellos, pues los tres teníais muchas cosas en común. ¿Verdad?
El chico bajó la mirada, trazando ochos con el pie.
—Sí, señor.
—Entonces, dime qué hacían y con quién más, porque si alguien lo sabe aquí eres tú. ¿Verdad?
El muchacho se apoyó en un reflector, dando la espalda a Danny.
—Habían estado juntos mucho tiempo, pero les gustaba salir con otros. George era más brusco, y en general vivía de Duane, pero a veces trabajaba para una agencia de servicios. No sé nada más. ¿Puedo irme, por favor?
Danny pensó en la llamada a la oficina de Firestone. Lindenaur había conocido al hombre que le extorsionaba a través de un «servicio de presentación para homosexuales».
—No. ¿Cómo se llamaba la agencia?
—No lo sé.
—¿Con quién más salían Wiltsie y Lindenaur? Quiero más nombres.
—¡No lo sé, y no tengo nombres!
—No chilles. ¿Qué me dices de un hombre alto, canoso, maduro? ¿Mencionaron a un sujeto así Lindenaur o Wiltsie?
—No.
—¿Aquí trabaja alguien que se ajuste a esa descripción?
—En Los Ángeles hay un millón de hombres que se ajustan a esa descripción, así que…
Danny aferró al chico por la muñeca, comprendió lo que estaba haciendo y lo soltó.
—No me grites, sólo responde. Lindenaur, Wiltsie, un hombre alto y canoso.
El chico se volvió y se frotó la muñeca.
—No conozco a ningún hombre así, pero Duane prefería los tipos de cierta edad, y me confesó que le agradaba el pelo canoso. ¿Está satisfecho ahora?
Danny no pudo mirarlo a los ojos.
—¿A Duane y a George les gustaba el jazz?
—No sé, nunca hablamos de música.
—¿Alguna vez hablaron de robar casas o de un hombre de unos treinta años con quemaduras en la cara?
—No.
—¿A alguno de ellos le gustaban los animales?
—No, sólo los hombres.
—Lárgate de aquí —dijo Danny, y él mismo se marchó mientras el chico lo miraba sin moverse. El pasillo ahora estaba desierto. Atardecía. Se dirigió hacia la entrada. Una voz lo llamó desde la garita del guardia.
—Oiga, agente. ¿Tiene un minuto?
Danny se detuvo. Un hombre calvo con suéter de cuello alto y pantalones de golf salió y extendió la mano.
—Soy Herman Gerstein. Soy jefe de este lugar.
Territorio de la ciudad. Danny estrechó la mano de Gerstein.
—Mi nombre es Upshaw. Soy detective del Departamento del sheriff.
—Oí decir que buscaba al tipo que corregía guiones. ¿Es verdad?
—Duane Lindenaur. Lo han asesinado.
—Es una pena. No me gusta que la gente se vaya sin avisarme. ¿Qué le pasa, Upshaw? ¿Por qué no se ríe?
—No me ha parecido gracioso.
Gerstein se aclaró la garganta.
—Cada cual en lo suyo, y yo no necesito ser gracioso. Para eso tengo cómicos. Antes de que se vaya, quiero decirle algo. Estoy colaborando con una investigación sobre la influencia comunista en Hollywood, y no me gusta que polizontes extraños anden haciendo preguntas por aquí. ¿Entiende? La seguridad nacional es más importante que un guionista muerto.
Danny ahondó en esos principios generales.
—Un guionista muerto y maricón.
Gerstein lo miró de hito en hito.
—Pues eso sí que no es gracioso, porque yo jamás permitiría que un invertido trabajara en mi estudio. Jamás. ¿Está claro?
—Muy claro.
Gerstein sacó tres largos puros de los pantalones y los puso en el bolsillo de la camisa de Danny.
—Desarrolle su sentido del humor si quiere llegar lejos. Y si tiene que volver al estudio, llámeme primero. ¿Comprende?
Danny arrojó los puros al suelo, los pisoteó y cruzó la entrada principal.
Un vistazo a los periódicos locales y más llamadas.
Danny fue hasta Hollywood y Vine, compró los cuatro diarios de Los Ángeles, aparcó en una zona prohibida y se puso a leer. El
Times
y el
Daily News
no decían nada sobre el caso; el
Mirror
y el
Herald
le dedicaban unas líneas en la última página: «Cuerpos mutilados hallados en Griffith Park», «Vagabundos muertos descubiertos al alba». Seguían descripciones asépticas de las mutilaciones; Gene Niles hacía declaraciones sobre la naturaleza azarosa del homicidio. No se mencionaba la identificación de las víctimas ni su relación con la muerte de Martin Goines.
Había un teléfono público cerca del quiosco de periódicos. Danny llamó a Karen Hiltscher y obtuvo lo que esperaba: las averiguaciones en los talleres eran lentas, diez negativas desde que le había hecho el encargo; las llamadas a otras oficinas del Departamento del sheriff y la Oficina de Detectives para pedir datos sobre ladrones con antecedentes de técnicos dentales arrojaban un resultado nulo: esos hombres no existían. Las llamadas a un par de taxidermistas aclararon que todos los animales embalsamados tenían dientes de plástico; en las dentaduras postizas no había dientes de animales, sólo en la boca de las criaturas aún vivas. Danny pidió a Karen que siguiera averiguando, le dijo adiós enviándole besos y marcó el número del Moonglow Lounge.
Janice Modine no trabajaba esa noche, pero John Lembeck estaba tomando una copa en la barra. Danny trató amablemente al hombre a quien había ahorrado una tunda; el chulo-ladrón de autos le devolvió la amabilidad. Danny sabía que podría sonsacarle información gratuita y le pidió datos sobre contactos entre homosexuales y servicios de presentación. Lembeck dijo que el único servicio para homosexuales que conocía era caro, discreto y estaba a cargo de un hombre llamado Felix Gordean, un inteligente empresario con una oficina en el Strip y una suite en el Chateau Marmont. Gordean no era homosexual, pero proveía de efebos a la crema de Hollywood y a los ricachones de Los Ángeles.
Danny advirtió a Lembeck que fuera prudente y decidió consultar al servicio nocturno de Antecedentes y Circulación. Dos llamadas, dos historiales limpios y tres domicilios distinguidos: la oficina en Sunset 9817, el apartamento en el Chateau Marmont, en el 7941 del Strip, y una casa de playa en Malibú: Carretera de la Costa del Pacífico 16822.
Le quedaban una moneda de diez y otra de cinco en el bolsillo, así que optó por seguir una corazonada. Llamó a la estación de Firestone, se comunicó con el sargento Frank Skakel y le preguntó el nombre del «servicio de presentación para homosexuales» donde el extorsionador Duane Lindenaur había conocido al extorsionado Charles Hartshorn. Skakel gruñó y dijo que lo llamaría al teléfono público; diez minutos después llamó diciendo que había buscado el informe original. Lindenaur había conocido a Hartshorn en una fiesta organizada por un hombre que dirigía un servicio de citas, Felix Gordean. Skakel le dio su propia advertencia: mientras hurgaba entre los archivos, un amigo del escuadrón le había comentado que Gordean pagaba un buen porcentaje a Antivicio.
Danny enfiló hacia el Chateau Marmont, un ostentoso hotel con forma de fortaleza renacentista. El edificio principal estaba festoneado de torres y almenas, y había un patio interior con bungalows del mismo estilo conectados por senderos, todos ellos rodeados por setos altos y bien podados. Postes de hierro forjado con faroles de gas en la punta arrojaban luz sobre unos letreros; Danny siguió una serpeante hilera de números hasta el 7941, oyó música detrás del seto y echó a andar hacia la puerta. Una ráfaga de viento abrió un claro en el cielo y la luz de la luna sorprendió a dos hombres en esmoquin besándose y meciéndose en el oscuro porche.
Danny observó, más nubes eclipsaron la luna, la puerta se abrió y los hombres entraron. Risas, un brusco crescendo, un momento de luz. Danny sintió un hormigueo. Apretado entre el seto y la pared se dirigió hacia una gran ventana con cortinajes de terciopelo. Había una estrecha rendija entre las dos cortinas rojas, y una franja de luz permitía ver esmóquines girando en el parqué, tapices, copas chispeantes. Danny apretó la cara contra la ventana y miró al interior.
Tan cerca tuvo una distorsión, problemas en la Cámara Humana. Retrocedió para captar un cuadro más amplio, vio esmóquines entrelazados, tangos arrimados, todos varones, las caras tan cerca que no se distinguían unas de otras; Danny alejó y acercó su Cámara Humana hasta quedar apretado contra el cristal, el hormigueo localizado entre las piernas mientras sus aguzados ojos captaban medios y primeros planos, rostros.
Más distorsiones, imágenes de brazos y piernas, un carro de bebidas, un hombre de blanco llevando un cuenco de ponche. Afuera, adentro, afuera, mejor encuadre, ningún rostro, luego Tim y Coleman, el saxo alto, juntos, bailando al son de una pieza de jazz. El hormigueo se hacía doloroso. Tim se esfumó y un efebo rubio lo reemplazó. Luego las sombras le taparon la visión. Dio un paso atrás y su lente captó una toma perfectamente encuadrada de dos gordos feos de piel grasienta e inflamada y pelo brillante que no bailaban. Se daban besos en la boca.
Danny regresó a casa, evocando San Berdoo en el 39: Tim frunciendo el ceño cuando él se negó a acostarse con Roxie. Encontró su botella de I. W. Harper, empinó los cuatro tragos habituales y vio algo peor. Tim enfadado, diciendo: sí, nos manoseamos en broma, pero a ti te gustó en serio. Dos tragos más, el Chateau Marmont a todo color, gente atractiva con el cuerpo de Tim.
Bebió directamente de la botella, y el buen
sourmash
le quemó como el peor aguardiente. La Cámara Humana captó mujeres, mujeres, mujeres. Karen Hiltscher, Janice Modine, chicas de cabaret a quienes había interrogado por un asalto en el Club Largo, exhibiendo pechos y sexos en el vestuario, habituadas a que las miraran los hombres. Rita Hayworth, Ava Gardner, la muchacha de guardarropía de Dave's Blue Room, su madre saliendo de la bañera antes de engordar y hacerse testigo de Jehová. Todas feas y distorsionadas, como los dos gordos del Marmont.
Danny bebió de pie hasta que se le aflojaron las piernas. Al desplomarse, arrojó la botella contra la pared. La botella se estrelló contra una ampliación de los dibujos sanguinolentos de Tamarind 2307.
Mal ordenó sus mentiras en el umbral y llamó al timbre. Se oyó un taconeo en el interior de la casa; Mal se estiró el chaleco para disimular que el pantalón le iba ancho en la cintura: demasiadas comidas olvidadas. La puerta se abrió y apareció la Reina Roja, perfectamente peinada, elegantemente vestida en seda y tweed, a las nueve y media de la mañana.