Al dejar el depósito de cadáveres había ido a un fotógrafo y había pagado el cuádruple de lo normal para que le revelaran las películas de inmediato. El hombre del mostrador miró con recelo su aspecto desaliñado pero aceptó el dinero; Danny esperó mientras hacían el trabajo. El hombre le dio las fotos y negativos una hora después, comentando: «¿Esas paredes es lo que llaman arte moderno?» Danny no había parado de reír mientras volvía a casa. Las carcajadas se desvanecieron cuando clavó las fotos en un panel de corcho que había instalado junto a sus archivos.
En reluciente blanco y negro, la sangre resultaba perturbadora, antinatural. Las fotos eran pruebas que nunca podría mostrar a nadie, aunque lograra resolver los homicidios combinados. Encontraba reconfortante pensar que le pertenecían sólo a él; pasó horas mirando, viendo dibujos dentro de dibujos. Las manchas goteantes se convirtieron en extraños apéndices corporales; las salpicaduras eran como cuchillos cortantes. Las asociaciones visuales se volvieron tan ilógicas que volvió a su manual: ejemplos de salpicaduras de sangre. Los casos presentados eran alemanes y europeos del Este, psicópatas que representaban fantasías vampíricas, rociando ciertos objetos con la sangre de la víctima, afirmando su locura mediante la creación de imágenes de escaso o nulo significado. Nada parecido a esa letra G; nada relacionado con dentaduras postizas.
Dentaduras postizas.
La única pista sólida ofrecida por las víctimas dos y tres. Inhumano.
Podían ser dientes de acero, de plástico, dientes arrancados de cadáveres de animales. El próximo paso era una investigación sobre el papel: hombres capaces de fabricar postizos cotejados con «alto, maduro», «canoso», «cero positivo», y oportunidad.
Agujas en un pajar.
El día anterior había dado el primer paso, examinando las listas de talleres dentales de las Páginas Amarillas de la ciudad y el condado de Los Ángeles. Había un total de 349, más 93 tiendas de taxidermistas, si se tenía en cuenta la posibilidad del uso de animales. Una llamada a un taller escogido al azar y una larga charla con un servicial encargado le brindaron esta información: la cifra 349 era baja; Los Ángeles era el centro de la industria dental. Algunos talleres no se anunciaban en las Páginas Amarillas; algunos dentistas tenían mecánicos dentales en el consultorio. Si un hombre trabajaba en dentaduras postizas humanas podía aplicar la misma habilidad a dientes de animales o de plástico. Él no conocía ningún laboratorio que se especializara en dientes de animales. Buena suerte, agente Upshaw, ahora le resultará más fácil.
Se dirigió a la oficina. Karen Hiltscher acababa de entrar de servicio; le llevó bombones y flores para aplacar su curiosidad sobre Tamarind y su irritación ante el diluvio de trabajo que le arrojaba: examinar todos los archivos individuales de la Hollywood Oeste y la Oficina del sheriff en busca de hombres con antecedentes en talleres dentales, cotejar con el tipo sanguíneo y la descripción física; llamadas a los talleres dentales de la lista para obtener información sobre empleados con la misma descripción física. La muchacha recibió el encargo mientras un grupo de agentes reunidos en la sala reía a carcajadas; ella pareció herida y enfadada, no mencionó el 2307 y, con una mueca maligna a lo Bette Davis accedió a hacer las averiguaciones en su «tiempo libre». Danny no insistió; ella supo que había ganado la partida.
Danny terminó su trabajo de clasificación, pensando en la calle Tamarind como territorio virgen para averiguaciones, preguntándose si el socio que mencionaba Leo Bordoni estaría relacionado con el caso, si tendría algo que ver con ese chico de cara quemada del pasado de Martin Goines. Sus datos cubrían cincuenta y pico de páginas; había pasado quince de las últimas veinticuatro horas escribiendo. Se había resistido a recorrer Tamarind, esperar, mirar, charlar con los vecinos, alertar al Departamento de Policía. Si Niles tuviera una pista sobre el lugar, el doctor Layman lo habría llamado; lo más probable era que la calle siguiera su ritmo habitual, mientras los vecinos olvidaban pequeños incidentes que podrían resolver el caso. ¿Telefonear a Dietrich para mencionar lo del hospital de Lexington, fingiendo que había recibido la llamada en casa, e informar a Karen sobre la mentira? ¿O hacerlo después, sin riesgo de que el capitán le diera el trabajo a su colega de la Policía, en una acción conjunta que él había solicitado?
Prefirió no arriesgarse. Fue a Hollywood, a la calle Tamarind.
El lugar, en efecto, seguía su ritmo habitual. Hacía más calor que dos días atrás, había peatones en la acera, gente sentada en el porche, o podando el césped y los arbustos. Danny aparcó e hizo averiguaciones hasta media tarde. Nada: ningún episodio extraño en el vecindario, ningún vehículo raro, ninguna información sobre Martin Goines, nada inusitado en el apartamento del garaje del 2307 de Tamarind. Ningún curioso, ningún ruido extraño, nada. Y nadie mencionó su Chevy marrón claro aparcado en la calle. Empezaba a impacientarse cuando una anciana que paseaba a un pequeño
schnauzer
respondió afirmativamente a su pregunta.
Tres noches atrás, alrededor de las diez, había sacado a Wursti a pasear y vio a un hombre alto de hermoso pelo plateado enfilando hacia el garaje del 2307 en compañía de dos «borrachos tambaleantes», uno a cada lado. No, nunca había visto a ninguno de esos tres hombres; no, no hubo ruidos raros en el apartamento; no, ella no conocía a la propietaria de la casa; no, los hombres no conversaban, y dudaba que pudiera identificar al hombre de pelo plateado si lo veía de nuevo.
Danny dejó ir a la anciana, regresó al coche, se dispuso a vigilar el 2307. El instinto le decía algo:
Sí, el asesino vigilaba el lugar para ver si aparecían polizontes. Sí, ya tenía planeado arrojar los cuerpos al Griffith Park. El nombre de Goines no había llegado a los periódicos, era un simple vagabundo, el asesino sabía que la escena del crimen no estaba afectada por la publicidad del caso Goines. Los únicos conocidos de Goines que estaban al corriente de su muerte eran los músicos que él había interrogado, lo cual los eliminaba como sospechosos. Con Goines identificado por la ley, ningún asesino listo llevaría futuras víctimas al apartamento de ese hombre. Lo cual significaba que si nadie aparecía en la calle Tamarind, el asesino podría llevar más víctimas allí. Si evitaba que se enterase el Departamento de Policía, si mantenía su vigilancia, rogando que el asesino no hubiera presenciado su irrupción ni la de Bordoni, ni sus interrogatorios de hoy, era posible que el hombre cayera en sus manos cuando llevara al número cuatro.
Danny esperó, los ojos clavados en la casa, el espejo retrovisor orientado para reflejar la calzada. El tiempo transcurrió despacio; pasó un hombre de aspecto raro, luego dos ancianas empujando carritos de compras y un grupo de muchachos con chaquetas de cuero de la escuela Hollywood. Sonó una sirena, acercándose. Danny pensó en un problema código tres Boulevard abajo.
Luego todo sucedió deprisa.
Una anciana abrió la puerta de la casa del 2307; un coche de la Policía sin insignias frenó en seco en la calzada. El sargento Gene Niles se apeó, miró enfrente y vio a Danny: había reconocido el coche. Niles iba a cruzar cuando la mujer lo detuvo señalando el apartamento del garaje. Niles se detuvo; la mujer le aferró las mangas de la chaqueta; Danny trató de urdir mentiras. Niles se dejó arrastrar por la calzada. Danny se puso nervioso y decidió ir a Hollywood Oeste para inventar pretextos.
Dietrich fumaba un cigarrillo en la entrada de la oficina, Danny le cogió el brazo y lo guió hacia su cubículo. Dietrich se dejó llevar. Dio media vuelta cuando Danny cerró la puerta.
—El teniente Poulson me acaba de llamar. Gene Niles lo telefoneó porque recibió una llamada de la señora que le alquilaba el apartamento a Martin Goines. Sangre y ropas ensangrentadas en todo el piso, a un kilómetro del Griffith Park. Nuestra víctima, y las dos del Departamento de Policía, fueron liquidadas allí, no hay duda. Te vieron vigilando el lugar y te largaste. ¿Por qué? Dame una buena respuesta para que no tenga que suspenderte.
Danny la tenía preparada.
—Un hombre del Hospital Estatal de Lexington me llamó esta mañana a casa y me dijo que había recibido una carta de Martin Goines dirigida a otro paciente. El remitente era Tamarind Norte 2307. Pensé en nuestra charla, en arreglar las cosas con Poulson, en colaborar a pesar de la actitud de Niles. Pero no confiaba en que ellos investigaran a conciencia, así que decidí interrogar a los vecinos por mi cuenta. Estaba descansando en mi coche cuando Niles me vio.
Dietrich cogió un cenicero y apagó el cigarrillo.
—¿Y no me llamaste? ¿Con semejante pista?
—Me adelanté, señor. Lo lamento.
—No estoy seguro de creerte —dijo Dietrich—. ¿Por qué no hablaste con la propietaria antes de interrogar a otros? Poulson comentó que según Niles la mujer era un buen testigo. Fue ella quien descubrió la carnicería.
Danny se encogió de hombros, tratando de quitarle importancia.
—Llamé un poco más temprano, pero tal vez la anciana no me oyó.
—Poulson dijo que parecía una dama muy avispada. Danny, ¿fuiste al vecindario para una función matinal?
Danny no captó la pregunta.
—¿En el cine?
—No, en la cama. Tu amiga tiene un piso cerca de esa tienda donde ayer captaste ese mensaje, y Tamarind está cerca. ¿Estabas follando en horas de trabajo?
El tono de Dietrich era más blando; Danny puso sus mentiras en orden.
—Interrogué, después follé. Estaba descansando en mi coche cuando apareció Niles.
Dietrich sonrió torciendo el gesto; sonó el teléfono del escritorio. Dietrich atendió.
—Sí, Norton, está aquí. —Escuchó y añadió—: Una pregunta. ¿Sabe quiénes son los dos hombres?
Un largo silencio. Danny se quedó junto a la puerta, inquieto; Karen Hiltscher la abrió, arrojó un montón de papeles en el escritorio del capitán y salió con la mirada baja. Danny pensó: que el capitán no le diga que salgo con una mujer; que Karen no le diga que ella recibió la llamada del hospital.
—Un momento, Norton —dijo Dietrich—. Primero quiero hablarle yo. —Puso la mano sobre el micrófono y le dijo a Danny—: Han identificado los dos cuerpos. Son basura, así que te lo advierto: no habrá investigación conjunta, y tienes cinco días más con Goines antes de dejar el caso. Esta mañana asaltaron el Sun-Fax Market. Si para entonces no lo tenemos resuelto, quiero que trabajes en eso. Olvidaré que no comunicaste la dirección de Goines, pero óyeme bien: no te metas con el Departamento de Policía. Tom Poulson es un amigo íntimo. Conservamos nuestra amistad de Mickey y Brenda, y no quiero que tú lo eches a perder. Ahora ten. Norton Layman quiere hablar contigo.
Danny cogió el teléfono.
—Sí, doctor.
—Habla tu contacto con la ciudad. ¿Tienes un lápiz?
Danny sacó libreta y pluma de los bolsillos.
—Escucho.
—El hombre más alto es George William Wiltsie, nacido el 14/9/13. Dos arrestos por prostitución masculina, echado de la Marina en el 43 por depravación moral. El otro hombre compartía el domicilio con Wiltsie, tal vez era su amante. Duane Lindenaur, nacido el 5/12/16. Un arresto por extorsión en junio de 1941. No fue juzgado porque el denunciante retiró los cargos. No sabemos en qué trabajaba Wiltsie; Lindenaur trabajaba como corrector de guiones en Variety International Pictures. Ambos vivían en Ventura Boulevard 11768, motel Leafy Glade. El Departamento de Policía está trabajando allí, así que no te acerques. ¿Son buenas noticias?
Danny contó las mentiras.
—No lo sé, doctor.
Desde su cubículo, Danny llamó a Registros y a Circulación y obtuvo informes completos sobre las víctimas dos y tres. George Wiltsie tenía arrestos por solicitar actos indecentes en bares en el 40 y el 41; el fiscal de distrito había retirado los cargos en ambas ocasiones por falta de pruebas, y el hombre contaba con una larga lista de infracciones de tránsito. Duane Lindenaur no tenía problemas con Circulación, y sólo tenía esa acusación retirada que había mencionado el doctor Layman. Danny pidió al empleado de Antecedentes que le detallara los arrestos de las víctimas; los de Wiltsie eran en la jurisdicción de la ciudad, el de Lindenaur en la zona sudeste del condado, patrullada por la División Firestone. Pidió un vistazo a los antecedentes de Lindenaur y obtuvo el nombre del policía que lo había arrestado: el sargento Frank Skakel.
Danny llamó a Personal y supo que Skakel aún trabajaba en Firestone. Una nueva llamada, y desde la centralita le pusieron con la oficina.
—Skakel. Hable.
—Sargento, habla el agente Upshaw de Hollywood Oeste.
—Escucho, agente.
—Estoy trabajando en un homicidio relacionado con dos 187 hallados en la ciudad, y usted arrestó a una de las víctimas en el 41. Duane Lindenaur. ¿Lo recuerda?
—Sí —dijo Skakel—. Un homosexual que intentaba extorsionar a un rico abogado llamado Hartshorn. Siempre recuerdo las extorsiones. Liquidaron a Lindenaur, ¿eh?
—Sí. ¿Recuerda usted el caso?
—Bastante bien. El denunciante se llamaba Charles Hartshorn. Le gustaban los chicos, pero estaba casado y tenía una hija que era la niña de sus ojos. Lindenaur conoció a Hartshorn a través de un servicio de presentación para homosexuales, se acostó con él y amenazó con contarle a la hija que era invertido. Hartshorn nos llamó, arrestamos a Lindenaur, Hartshorn no quiso atestiguar en el juicio y retiró la acusación.
—Sargento, ¿Hartshorn era alto y canoso?
Skakel rió.
—No, bajo y calvo. ¿Cómo anda su trabajo? ¿Tiene pistas?
—Lindenaur está en la jurisdicción de la ciudad, y todavía no hay buenas pistas. ¿Qué opina de Hartshorn?
—No es un asesino, Upshaw. Es rico, tiene influencia y no se digna ni a dar la hora. Además, no vale la pena molestarse por estos casos de maricas, y Lindenaur era un indeseable. En mi opinión,
c'est la vie
, y allá ellos.
De vuelta a la ciudad, con discreción. No quería más problemas que lo obligaran a mentir. Danny se dirigió a Variety International Pictures, esperando que Gene Niles pasara mucho tiempo en el motel Leafy Glade. Solucionado el asunto Goines, las víctimas dos y tres eran la perspectiva más interesante, y Lindenaur como guionista y extorsionador parecía más interesante que Wiltsie con su prostitución masculina.