Era sagrado porque cada número tenía significado esotérico; además, cada hilera, columna y diagonal suma 15, que si a su vez se suma, se reduce al número 6.»
—Seis-seis-seis —dije, mirando por encima de mi hombro a Vartan.
Me soltó y juntos acercamos más el libro a la ventana, donde él continuó leyendo.
—«Sin embargo, fue al-Jabir al-Hayan, el padre de la alquimia islámica, quien hizo famoso este cuadrado, en
El libro de la balanza
, por sus otras importantes propiedades de las "proporciones correctas" que llevan al equilibrio. Si se separan los cuatro cuadrados de la esquina sudoeste tal como se muestra en la imagen, los números suman 17, lo que da la serie 1:3:5:8 de proporciones musicales pitagóricas perfectas según las cuales, y de acuerdo con al-Jabir, "todo existe en el mundo". El resto de los números de esta cuadrícula mágica (4, 9, 2, 7, 6) suman 28, que es el número de "mansiones" o estaciones de la luna, y también de letras del alfabeto árabe. Estos son los números más importantes para al-Jabir: 17 suma 8, el camino esotérico, que proporciona el "Cuadrado Mágico de Mercurio", de mayor tamaño, compuesto por 8 cuadrados de lado. Ese es también el diseño de un tablero de juego con 28 cuadrados alrededor del perímetro externo: el camino exotérico o exterior.»
—El tablero tiene la clave —le dije a Vartan—. Exactamente como dijo mi madre.
Vartan asintió.
—Pero aún hay más: «Al-Jabir confirió esta sabiduría ancestral al símbolo de Mercurio. Mercurio es el único símbolo tanto astronómico de "arriba" como alquímico de "abajo" que contiene los tres importantes sigilos de ambos: el círculo, que representa el sol; la media luna, que representa la luna del espíritu, y la cruz o el signo de "más", que representa los cuatro aspectos de la materia: cuatro direcciones, cuatro esquinas, cuatro elementos, cuatro aspectos (fuego, tierra, agua, aire), calor, frío, húmedo, seco…».
—Si los unes —dije—, obtienes las matemáticas vascas: «cuatro más tres igual a uno». El cuadrado de la tierra más el triángulo del espíritu es igual a «Uno». La Unidad. ¿No era ese el primer regalo de
Hestia
en el tapiz?
—Era la perfección —respondió Vartan.
—El concepto clásico griego de «perfección» o «compleción» —expliqué— proviene de la raíz
holos
-, como holístico, total, totalidad, unión, como Estados Unidos de América… todo significa «Unidad». «Para formar una Unión más perfecta.» Eso es lo que quería George Washington, y Tom Jefferson, Benjamin Franklin, lo que todos ellos querían: el matrimonio entre el cielo y la tierra, esos «hermosos cielos, con campos ámbar de ondulante cereal». Lo que al-Jabir ya había incorporado al ajedrez del
tarikat
. Esa es la iluminación que todos estaban buscando, esa Nueva Ciudad en la Colina. No se trata de poseer el poder, sino de crear el equilibrio.
—¿A eso es a lo que te referías antes —dijo Vartan— cuando dijiste que creías saber cuál era el mensaje? ¿Cuándo dijiste que no es el cuándo ni el dónde, sino el cómo?
—Exactamente —contesté—. No se trata de una cosa, algo que, una vez descubierto y utilizado, pueda proporcionarte armas atómicas, poder sobre tus demás congéneres, la vida eterna. .. Lo que al-Jabir incorporó a ese juego de ajedrez es en realidad un proceso, ni más ni menos. Por eso lo llamó el ajedrez del
tarikat
: la clave de la «Vía» Secreta. Estas son las instrucciones originales, como un reguero de pistas en un camino, tal como los sufíes, los chamanes y los piscataway han dicho desde siempre. Y si reunimos todas esas piezas y seguimos esas instrucciones, nada es imposible. Podemos colocarnos a nosotros mismos y al mundo en un camino mejor, una «senda» de felicidad e iluminación. Mis padres han arriesgado su vida para salvar este juego de ajedrez con el fin de que pudiera ser utilizado para ese propósito superior.
En el transcurso de todo esto, Vartan había soltado el libro. En ese momento volvió a estrecharme entre sus brazos.
—En mi caso, Xie, si es la verdad lo que hemos estado buscando… la verdad es que haré lo que sea que creas que es correcto. La verdad es que te quiero.
—Yo también te quiero —dije.
Y supe que, aunque sin duda recuperaríamos las piezas, en aquel momento no me importaba lo que quisieran ninguno de los demás, no me importaba el juego, el precio que otras personas hubiesen pagado por este en el pasado ni de qué pudiera llegar a servirnos en el futuro. No me importaba qué papeles pudiesen haber escogido otros para que Vartan y yo los representásemos, el de Rey Blanco o el de Reina Negra. No importaba cómo nos llamasen, porque sabía que Vartan y yo éramos los auténticos: el matrimonio alquímico que todos habían estado buscando durante mil doscientos años y que, pese a ello, eran incapaces de reconocer aunque lo tuviesen delante de sus propios ojos. Nosotros mismos en persona éramos las instrucciones originales.
Por primera vez en mi vida, me sentí como si todas las cuerdas que me habían mantenido atada durante tanto tiempo se hubiesen aflojado por completo y me hubiesen liberado al fin; sentí que podía surcar los cielos como si fuera un pájaro.
Un pájaro de fuego, proyectando luz.
El proceso de elaboración de un libro nunca ha sido un camino llano.
Como novelista incapaz de reconocer un camino llano aunque lo tuviera delante de sus propios ojos, creo que muchas veces, cuando te das con el pie contra una piedra, debajo de ella encuentras una olla de oro que jamás habrías descubierto de haber seguido el camino con menor número de obstáculos, tal como habías planeado de antemano. En estas páginas dedico mi gratitud a casi todas aquellas ollas de oro que me han proporcionado más pasión por su trabajo, sorpresas y conocimientos fascinantes de los que haya podido esperar incluir jamás en una de mis novelas.
Aparecen en orden alfabético por temas.
AJEDREZ: Doy las gracias al doctor Nathan Divinsky, antiguo presidente de FIDE, Canadá, por encontrar la partida de ajedrez en la que está basada este libro (jugada por un ruso de catorce años, campeón mundial de ajedrez con posterioridad) y también por haber encontrado esa partida anterior (fiel a período) que juego Rothschild en mi libro
Un riesgo calculado
; a Marilyn Yalom, por sus conversaciones sobre su libro
Birth of the Chess Queen
; A Dan Heisman, por ser un gran apoyo a la hora de relacionarme con los acontecimientos recientes dentro del mundo del ajedrez —y cuando la
Amaurosis Scriptio
(la ceguera del escritor) me tenía a oscuras con respecto a uno de mis personajes—, por presentarme a Alisa Melekhina (de doce años a la sazón), que me ayudó a conseguir una visión excepcional sobre la perspectiva de un contrincante infantil de ajedrez ante lo que se siente al participar en competiciones internacionales.
ALBANIA: Mi agradecimiento a Auron Tare, director del Albanian National Trust, por nuestra labor de discusión e investigación durante cinco años sobre Alí Bajá, Vasiliki, Haidée, Haci Bektaş Veli, y la orden de sufíes bektasíes, el arma secreta que Byron procuró para el bajá; a su colega el profesor Irakli Kocollari, por una sinopsis de última hora y traducción de su obra emblemática
The Secret Police of Ali Pascha
, basada en fuentes de archivos originales: a Doug Wicklund, conservador sénior del National Firearms Museum de la NRA, por dar con el rifle de repeción Kentucky, el candidato más probable para el «arma secreta» que Byron envió a Alí.
AVIACIÓN, ALEUTIANAS: Doy las gracias a Barbara Fey, mi amiga desde hace treinta años, miembro del Explorers Club y de la Silver Wings Fraternity (aquellos que llevan volando más de cincuenta años), quien ha sobrevolado en solitario el Atlántico Norte, África, Centroamérica y Oriente Próximo y ha viajado en heliesquí al Himalaya, por lo relacionado con el Bonanza y toda la información técnica de primera mano, fascinante, sobre áreas a través de las que he volado pero que en realidad nunca he visto, y por presentarme a Drew Chitiea, extraordinario piloto de avionetas-hidroavión e instructor en la National Outdoor Leadership School (cuya madre, Joan, corrió la Iditerod a la edad de sesenta y seia años), quien me convenció de que tenía que ser
Becky Beaver
y no
Ophelia Otter
, y me proporcionó toda la magnífica información técnica, sobre combustible y repostaje, y también sobre el vuelo en general y el aterrizaje en particular, que Key tan bien domina; a Cooper Wright, que trabaja en Attu, por los detallados mapas y descripciones de los vuelis en el entorno de las Aleutianas y por el estupendo libro de Brian Garfield
The Thousand-Mile War
, que describe las condiciones meteorológicas en la Segunda Guerra Mundial.
BAGDAD: Estoy en deuda de manera especial con Jim Wilkinson, jefe de gabinete del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, por haber mencionado por casualidad durante un almuerzo (justo cuando estaba en la recta final de la elaboración de este libro) que había aprendido a jugar al ajedrez en Bagdad, mientras servía en el ejército como miembro del grupo de avanzada en Irak en marzo de 2003. Lo que para otras personas no son más que casualidades, nosotros, los que trabajamos con la ficción, lo consideramos carteles luminosos para llamar nuestra atención en la investigación para la novela. Las valiosas aportaciones de Jim fueron una intervención decisiva tanto para mi heroína como para su autora. ¡Gracias también por esas direcciones de e-mail!
COCINA: Doy las gracias a la desaparecida Kim Young, quien se ganó el derecho a ser chef en la cocina de Talleyrand en una subasta benéfica (aparece como «la joven Kimberly») y que se convirtió en una amiga de por vida, enviándome montones de notas sobre cocinas históricas que había visitado, desde Brighton a Curaçao; a Ian Kelly, por las conversaciones sobre su libro
Cooking for Kings
y su fascinante monólogo sobre el chef de Talleyrand, Carême; a William Rubel, por su excelente presentación en la embajada francesa de Washington, sus consejos sobre cocina a la lumbre y su maravilloso libro,
The Magic of Fire
, el mejor tratado que conozco en inglés sobre el tema; y a mi amigo Anthony Lanier por renovar el Cady's Alley de Georgetown, y abrir un magnífico restaurante y un club que (por casualidad) se parece mucho al sótano secreto de Sutaldea.
INDIOS (nativos norteamericanos): Doy las gracias al antiguo presidente del Inter-Tribal Council y a mi amigo desde hace casi veinte años Adam Fortunate Eagle, por introducirme por primera vez en la realidad indígena; a Rick West, director fundador del National Museum of the America Indian (NMAI) y a su esposa, Mary Beth, por ponerme en contacto con las tribus del área de Washington; a Karenne Wood, director del Virginia Indian Heritage Trail, por ayudarme a refrescar diez mil años de historia preeuropea aquí en Virginia; y a Gabrielle Tayac (hija de Red Flame, nieta de Turkey Tayac), por pasear conmigo por los osarios de Piscataway y por presentarme a través de sus escritos y nuestras conversaciones a Mathew King, «Noble Red Man», y también las instrucciones originales.
ISLAM, ORIENTE PRÓXIMO, EXTREMO ORIENTE: Doy las gracias al profesor Fathali Moghaddam de la Universidad de Georgetown por nuestras numerosas charlas, sus valiosas opiniones y sus artículos en fase de preparación y libros sobre psicología terrorista pre y post 11-S en dichas zonas del mundo; al director de la Sección de Oriente Próximo y África de la Biblioteca del Congreso, a Mary Jane Deeb (también mi colega novelista y amiga), por conseguirme mi primer carnet de dicha biblioteca y ayudarme a localizar la recopilación de toda la correspondencia de Byron y toneladas de otras cosas extraordinarias; y a Subhash Kak, por su ayuda a lo largo de todos estos años sobre todo lo relacionado con Cachemira y, sobre todo, por
The Astronomical Code in the Rig Veda
, su relación entre la cosmología india y los altares de fuego.
MATEMÁTICAS, MITOLOGÍA Y ARQUETIPOS: Doy las gracias a Michael Schneider, por
The Beginner's Guide to Construct the Universe
y sus obras posteriores (si las hubiese leído de niña, hoy sería matemática) y muy especialmente por encontrar para mí los fénix islámicos que caben en los azulejos del «Aliento de Dios»; a Magda Kerenyi, por proporcionarme tantísima «ayuda mitológica» durante estos años y por sus consideraciones acerca del pensamiento de su difunto marido, el gran mitógrafo Cari Kerenyi; a Stephen Karcher, famoso por su
Eranos I-Ching
, por proporcionarme información sobre las profundas conexiones Oriente-Occidente y la adivinación; a Vicki Noble, por facilitarme los detalles de tres años de extensos viajes y de sus investigaciones acerca del chamanismo femenino, sobre todo en el este de Rusia; al profesor Bruce MacLennan, de la Universidad de Tennessee, quien siempre ha conseguido convertir, a lo largo de estos veinte años, todos y cada uno de los puzzles matemáticos que se me ocurren, no importa lo obtusos o esotéricos que sean, en algo que funciona de forma creíble en el contexto de una novela; y en especial, debo mi gratitud a mi amigo David Fideler, autor de
Jesus Christ Sun of God
, por haberme dicho, hace ya muchos años, que el 888 (mi número favorito) es el
gematria
griego (código numérico secreto) para el nombre de Jesús, al igual que el 666 es el
gematria
para «humanidad»; y a mi amigo Ernest McClain, por
The Pythagoream Plato
y
The Myth of Invariance
al analizar la armonía de dichos números en los nombres de los antiguos dioses de Egipto y Grecia.
MEMORIA Y PERCEPCIÓN: En primer lugar, debo dar las gracias al doctor Beulah McNab de los Países Bajos, por enviarme, en 1996, la obra de Groot & Gobet
Perception and Memory in Chess
, que sigue siendo el tratado definitivo, que abrió mi mente acerca de cómo los jugadores de ajedrez piensan de forma distinta a como lo hacemos los simples mortales; doy las gracias también a Galen Rowell, hijo, gran alpinista y fotógrafo, por sus reflexiones, en una carta privada (agosto de 1999), sobre un proceso intuitivo similar en la escalada en roca; y vaya mi gratitud especial para mi colega, el doctor Karl Pribram, por explicarme (a menudo bajo coacción) lo que sabemos sobre la memoria y la percepción a través de los estudios sobre el cerebro y cómo el pasado y el futuro están interrelacionados en nuestros procesos de pensamiento.
RUSIA: Gracias a Elina Igaunis por ayudarnos a todos los estadounidenses a escapar de los monjes de Zagorsk (y por prestarnos unos suéteres en el «veranillo de San Martín» a bajo cero); y también estoy en (relativa) deuda con Richard Pritzker por escoger aquel restaurante de Moscú donde, mientras nos tomábamos unos margaritas, presenciamos un apuñalamiento entre miembros de los bajos fondos mafiosos. Mi agradecimiento al artista Yuri Gorbachev, por mi mágico cuadro del «Ave del Cielo», y a su marchante, Dennis Easter, por el icono ruso y el libro de David Coomler
Russian Icon
. Y debo una gratitud especial al desaparecido Alexandr Romanovich Luria y al profesor Eugene Sokolov, por llevar juntos a Karl Pribram a la primera Exposición de Arte Palej Soviético en Moscú en 1955 y por regalarle la caja de grabados del arte lacado que inspiró la primera escena de este libro.