El fin del mundo cae en jueves (16 page)

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Authors: Didier Van Cauwelaert

Tags: #Ciencia Ficción, Humor, Infantil y juvenil,

BOOK: El fin del mundo cae en jueves
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Vigor se vuelve de pronto hacia mí, le sonrío vagamente, con modestia.

—¿Y tú, oyes tú la voz de mi hija?

—No, señor ministro. Bueno, sí, cuando sale de mi oso. Pero primero tendría que devolverme a mi padre. —¿Tu padre?

—Robert Drimm —precisa el profesor—, a quien la Seguridad hizo detener para obtener informaciones sobre mí. No finjas ignorarlo: conocías el nombre de Thomas, sabías que iba a ponerse en contacto contigo. Nox-Noctis está detrás de todo esto: lo veo en tus pensamientos.

Vigor mueve la cabeza, la pone entre sus manos. Un tenso silencio se instala en el salón rodante. Con todas mis fuerzas, intento acallar la voz interior que me repite que ese ministro es sólo una marioneta, que no tiene poder alguno sobre la policía, y que no volveré a ver a mi padre.

—Volviendo al Escudo de Antimateria, Boris —prosigue el oso—, es preciso que seas consciente de que el efecto del pictonium sobre…

—¡Alto! —aúlla el ministro de Energía levantando de pronto la cabeza.

Pulsa una tecla del interfono. La limusina frena en seco. Los dos motoristas que nos seguían nos evitan por los pelos.

—¡Bajen! —ordena Boris Vigor—. Necesito estar solo.

Brenda y yo contemplamos el paisaje, inquietos. La autopista cerrada a la circulación pasa sobre un arrabal más sórdido aún que el nuestro, sin estación de metro ni nada de nada. Brenda le pregunta con firmeza si tendría la amabilidad de dar un rodeo por la B45 de Nordville Norte.

—¡Bajen, he dicho! ¡Me quedo con el oso! —decide metiéndose a Pictone en el bolsillo de su abrigo.

—¡Eh! ¡Es mío!

El grito ha brotado de mi corazón y lo lamento de inmediato, pero el ministro me mira con lágrimas en los ojos.

—¿Me lo prestas? —pregunta con una vocecilla—. Tendrás a cambio lo que quieras, pero si mi hija vuelve a hablar ahí dentro, debo…

—¡Pero bueno, ahora los dos estáis desbarrando! —se indigna Pictone saliendo del bolsillo del ministro—. ¡Yo no pertenezco a nadie! Me he encarnado en este peluche por la supervivencia del género humano, soy el único capitán a bordo y nadie me tocará. Boris, si quieres reanudar esta conversación con Iris, no tienes elección: nos llevas de inmediato a nuestra casa, regresas al ministerio para recuperarte de tus emociones, haces que liberen al padre de Thomas y, mañana, te pones en contacto con nosotros. ¿Queda claro? Lo mejor será pasar por la señorita Logan. Prefiero no tener entre las patas a la madre de Thomas, que es más pesada aún que mi viuda.

Boris Vigor traga saliva, se pasa las manos por el pelo, asiente, da al chófer mi dirección, que se sabe de memoria. Lo que confirma las sospechas de Pictone y también el poder de su chantaje. De pronto vuelvo a tener esperanzas.

Vigor pregunta a Brenda sus números de teléfono. Sin decir una palabra, ella saca su móvil y lo pega al del ministro. Aprietan la tecla azul para que sus teléfonos intercambien sus números. Cuando el beso de los móviles se interrumpe, aprovecho para colocar el mío contra el de Brenda. Ella me contempla como si fuera algo banal pero, para mí, memorizarla es como una especie de juramento. Dentro de un rato, en casa, le atribuiré el número 4 en mi menú de números abreviados. Justo después del buzón y de mis padres.

La limusina abandona la autopista y se detiene diez minutos más tarde en la esquina de nuestra casa. Le doy las gracias, de antemano, al ministro por lo de mi padre. No responde, con aire abatido.

—Confía, Boris —le susurra el oso escalándome para repesar a mi cazadora—. Todo el bien que hagas, lo harás por tu hija. Y ella siente los efectos, créeme.

—¿Pero por qué no me habla directamente, desde un jubete suyo? —suelta de pronto.

A causa de tu chip, que enmaraña las conexiones con el más allá. E Iris no tiene energía bastante para actuar sobre la materia, como hago yo. Los niños muertos están librados a ellos mismos. No pueden recibir la ayuda de las almas ancestrales, bloqueadas en los planos superiores por el Escudo de Antimateria, ni de los fallecidos recientes que son prisioneros del uso que se hace de su chip. Sólo un espíritu autónomo, como el mío, puede captar las señales que manda Iris.

—¡Pero hace un rato la he oído!

—Yo imitaba su voz.

—¿Cómo?

—Reproducía las frecuencias que ella emite para que tú la reconocieses, sólo eso. No puedes prescindir de mi mediación, Boris. Hasta mañana. Te dictaré las condiciones concretas de nuestro acuerdo. Pero quiero que sepas, de entrada, que deberás comprometerte a destruir el Escudo, si quieres reanudar tu conversación con Iris.

El ministro empuña súbitamente mi cazadora para llevar el hocico de Pictone hasta su nariz.

—¿Y qué me demuestra que se trata realmente de ella? Si has imitado su voz, has podido inventar el resto. ¡Todos los periodistas hablaron del roble al que trepaba! ¡No hay mérito alguno! ¡Me has tomado el pelo, cabrón! ¡Ni siquiera eres Pictone!

Protesto, aterrado:

—Claro que sí, señor ministro, se lo juro, tengo pruebas…

—¡Tú has montado esta sucia jugarreta! —grita empujándome—. ¡Y todo para que haga soltar a tu padre!

Brenda se interpone:

—Un niño dispuesto a todo por amor a su papá, debe usted comprenderlo, señor ministro, ¿no?

La mira, con la mandíbula temblando, y baja los ojos.

—¡Largaos! —dice con voz sorda.

Aprieta un botón que abre la portezuela opuesta y añade sin mirarnos:

—Si la justicia lo absuelve, su padre será liberado, de lo contrario purgará su pena. Eso es todo lo que puedo prometer. ¡Fuera!

—Sólo me permito recordarle —le susurra Brenda con amenazadora dulzura— que soy testigo de lo que acaba de pasar. La inmunidad ministerial no cubre la agresión a un menor de trece años, ¿verdad? Como médica, iré a prestar testimonio mañana por la tarde ante la Comisión de Protección a la Infancia. Salvo si el señor Drimm regresa a su casa antes de las Jos de la tarde.

Boris la mira de arriba abajo, con una estupefacción que, de pronto, se vuelve casi admirativa.

—Digamos que no he oído nada, señorita. —Y yo lo olvidaré todo a partir de las dos de la tarde. Tanto sus violencias pedófilas como las declaraciones póstumas del profesor Pictone. Bien vale eso la liberación de un inocente inofensivo, ¿no?

—Lárguense —dice entre dientes.

Ella me empuja al exterior. Entre los motoristas en posición de firmes, salgo diciendo gracias señor ministro, buenas noches y hasta pronto.

Agito maquinalmente la mano, en la acera, viendo desaparecer la limusina. Luego me vuelvo hacia Brenda Logan, que me mira, con las manos en las caderas y un aire extrañamente gélido.

—Afortunadamente estabas ahí —digo para relajar la atmósfera—. ¿No es verdad, profesor? ¡Qué bien hemos hecho contratándola!

Las dos manos de Brenda caen sobre mis hombros.

—Thomas Drimm, olvidé decirte una cosa cuando nos encontrarnos. Me gustan los cuentos de hadas y los delirios de los mocosos, pero soy una racionalista obtusa. ¿Sabes qué es eso?

—No.

—Quiere decir que lo paranormal no existe y que, cuando tengo la impresión de que sí, hago de modo que sea no. Para mí un peluche es un peluche, un muerto es un muerto, y un ministro es un odrido materialista, serio y fiable. De lo contrario, toda mi vida sería cualquier cosa. Mejor que me arrojara por la ventana.

—Pero, Brenda, yo era como tú hasta ayer por la noche…

—¡Cállate!

Arranca la falda de Pictone, vuelve a anudarse el fular mientras prosigue:

—No me molesta que un oso dialogue sin sonido con un ministro que hace el acróbata, siempre que yo tenga dos botellas de whisky encima, y no es el caso. Moraleja: entras en tu casa, nunca te he conocido y yo me mudo mañana.

—Pero acabas de decir a Vigor que has oído al profesor…

—He dicho cualquier cosa para salvar a tu padre, ¡pedazo de Meg! Y ahora me van a detener por descarriada, ¡gracias!

Abrumado, miro que cruza la calle.

—Te había avisado —suspira Pictone por el cuello de la cazadora, limpiándose el carmín en mi jersey—. Sentía venir el golpe bajo, con esta moza. Pero vas a ver. La ventaja de una pena de amor es que absorbe las grasas. Conjugado con la acción de la ubiquitina que has programado hace un rato, será perfecto para tu consulta con el doctor Macrosi. Ahora, por lo que se refiere a tu padre, espero que la lamentable estrategia de tu Brenda no haya torpedeado la mía…

Sin responder, me dirijo hacia el canalón y lo escalo como si nada. Arrojo el oso al pie del baúl de los juguetes y me acuesto, muerto de deseo, esperando que mi pena de amor sea tan eficaz que me reabsorba por completo y que, mañana por la mañana, bajo este cobertor, ya no quede nada de mí.

MARTES

EL AMOR NO ES ANTIMATERIA

26

Ministerio de Energía, 12.30 de la noche

Boris Vigor ha regresado a sus aposentos privados, con la espalda encorvada, la pierna rígida. Se detiene en el umbral del salón. La silueta tendida en el sofá blanco, frente a la televisión apagada, nada tiene que ver con las curvas fluidas de Lily Noctis.

—¿Qué está haciendo aquí?

Olivier Nox apoya la cabeza en el brazo del sofá y le sonríe.

—La sustituyo. Variemos los placeres. Con mi hermanastra, experimenta usted el deseo censurado por la culpa. Conmigo, experimenta el sentimiento de inferioridad ante una inteligencia que le fascina. Masoquista como es, adora usted ese tipo de complejos, ¿no?

—He perdido —dice en un penoso esfuerzo de dignidad—. He perdido el primer partido de mi vida.

Se derrumba en un sillón, prosigue con voz átona:

—Y me importa un bledo. Ya nada tiene importancia.

Olivier Nox se incorpora lentamente con un suspiro, cruza las piernas y toma una fruta confitada de la cesta que está ante él.

—Es la vida, querido Boris.

—He hablado con un oso de peluche.

—Lo sé.

El ministro se levanta de un brinco.

—¿Cómo que lo sabe? ¿Estoy bajo vigilancia?

—No, he seguido la escena a través de sus ojos.

—Habría podido avisarme.

—Habría estado usted menos natural.

—En todo caso, he estado a punto de dejar que me la dieran con queso. Ya lo ha visto usted. Era una emboscada.

—¿Desde qué punto de vista?

—¿Se ha perdido usted el principio o qué? El tal Thomas Drimm tiene cómplices, sin duda gente de su familia con un emisor a distancia. Para que libere a su padre, ha intentado hacerme creer que Pictone estaba en su oso con mi hija.

—No es una emboscada, Boris, es la verdad. Y, para usted, es una pista a seguir.

El ministro palidece.

—Aguarde… ¿No estará pensando, a fin de cuentas, que he mantenido un verdadero contacto con Iris?

—Sí, claro está. Ella le ha pedido socorro por el único medio que tiene a su alcance. Y ahora tiene usted que responderle. Pero sin caer en manos de Pictone.

Boris Vigor se muerde una uña, superado por la velocidad con la que su cerebro debe procesar unas informaciones contradictorias.

—Bueno —concluye al cabo de un rato en un tono muy grave—, debo plantar una bellota. —Ah.

—Para que crezca un roble.

El hombre de negocios se mete la mano en el bolsillo y, como si la situación hubiera sido prevista de antemano, saca una bellota. La tiende al ministro, quien, sin mostrar sorpresa alguna, la hunde profundamente en una jardinera, entre dos jazmines, con el rostro como en oración.

Olivier Nox deja que se recoja un instante, luego vuelve a cerrar la ventana soltando en tono burlón:

—¿Y ahora? ¿Espera a que crezca el árbol?

—Pido perdón al bosque que arrasé. Si es realmente la voluntad de Iris, la obedezco.

Nox hace una larga inspiración, con los dedos en uve ante su nariz.

—Está bien. Ha cumplido usted su última voluntad en la Tierra: paso a la continuación.

—¿La continuación?

La respiración de Nox se hace más profunda. El aire de la gran estancia se hace de inmediato irrespirable. Boris quisiera abrir la ventana, pero no puede, como hipnotizado por la voz acariciadora.

—Le ha pedido otra cosa, ¿no?, o eso me parece. Le ha pedido que se reúna con ella…

El ministro frunce el rostro, aparta los ojos, va a sentarse en medio del gran sofá blanco. Con un hilo de voz, prosigue:

—Tengo que hacerle una proposición, Boris. El único medio de encontrar a su hija en el más allá es que fallezca usted manteniendo su chip en el cerebro. Como hizo el profesor Pictone.

Boris aguarda un momento. Muy pronto, el estupor da paso a los escrúpulos.

—Es imposible —responde encogiéndose de hombros—. Un miembro del gobierno debe dar ejemplo, y con más razón el ministro de Energía. Con todo lo que gano en el juego, mi chip tiene un capital energético de 75.000 yods: por sí solo hará funcionar una central térmica. No tengo derecho a privar de ello a la sociedad.

—Y su pequeña Iris seguirá pidiéndole en vano socorro.

—¿Qué más puedo hacer? —suspira Vigor abriendo las manos, con los codos en las rodillas.

—Si mi proposición le interesa, me comprometo a hacer que muera otro ganador de 75.000 yods, y a presentar su chip como si fuera el suyo.

—¿De qué me sirve eso?

—Se encontrará en la situación errante de los fantasmas de menos de trece años. Podrá vivir en el mismo mundo parate-rrenal que su hija, para seguir educándola en el más allá.

—¿Y qué me pide usted a cambio?

Nox une las manos bajo su nariz, con un intenso fulgor en sus ojos fríos.

—Es increíble cómo se encienden las luces cuando se acerca la noche… La inteligencia le llega por sorpresa, Boris, cuando decide usted sacrificarse.

El ministro se levanta, con un gesto nervioso.

—¿Qué debo sacrificar? Me importa un bledo seguir ganando, me importa un bledo la celebridad, la riqueza, el poder… lo que cuenta es encontrar a mi hija, eso es todo. Pero un negociante cabrón, como usted, no hace nada por nada.

Olivier Nox, apaciblemente, suelta una risita sarcástica echando sus largos mechones negros hacia atrás.

—Exacto. Quiero saber dónde se oculta el cadáver de Pictone, para deschiparle y que este viejo reaparecido no esté en condiciones de hacer daño.

—¿Y, poderoso como es, no tiene medios para saberlo por sí solo?

Olivier Nox amplía su sonrisa. Sus ojos verdes brillan fijos, con fulgor.

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