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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

El fantasma de Harlot (60 page)

BOOK: El fantasma de Harlot
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También me abrumaba el sentimiento, sordo y primario, de que debía apresurarme en regresar al apartamento. La vista de mi calle aumentó mi ansiedad, porque en la acera, a una distancia respetuosa de la entrada, estaban los mismos dos hombres que me habían estado esperando frente al Departamento de Defensa. Por supuesto, no había nada que hacer al respecto, excepto subir a mi apartamento.

Cinco minutos después, sonó el teléfono.

—Me alegra que estés en casa —dijo Harlot—. Hace media hora que estoy llamando.

—Estaba en el water. El teléfono no se oye desde allí.

—Bien, enviaré un coche por ti. El conductor se llama Harry. Harry recogerá a Harry. En veinte minutos.

—Se supone que no debo salir de aquí —le dije.

—En ese caso —dijo Harlot—, te autorizo a que bajes. Sé puntual.

Y colgó.

15

Esperé unos veinte minutos, demasiado consciente de cómo, en ocasiones, las películas que uno ha visto condicionan una parte considerable de la mente, igual que la familia y la educación. Esperaba que en cualquier momento llamaran a mi puerta los dos hombres de abrigo gris. Esperaba que apareciera Bill Harvey. También podía visualizar a Dix Butler entrando en la sala, acompañado por Wolfgang. Luego Ingrid ingresó en la película de mi mente con el claro anuncio de que había abandonado a su marido por mí. Entretanto, prestaba mucha atención a los gritos de un borracho que llegaban a mis oídos provenientes de la calle. Eso era todo. Sólo los gritos de un gamberro. Pasó el tiempo. Cuando hubieron transcurrido los veinte minutos, cogí la transcripción de C. G. y bajé.

Harlot apareció conduciendo un Mercedes.

—Sube —dijo—. Soy Harry. —Avanzó un par de metros y se detuvo ante los hombres de vigilancia—. Está bien —les dijo—. Podéis iros a casa. Os llamaré cuando os necesite.

Después, aceleramos calle abajo.

—Estoy preguntándome si podemos hablar en mi hotel —dijo—. Es razonablemente seguro y no saben exactamente quién soy, aunque en Berlín nunca conviene subestimar a nadie, como supongo que ya habrás descubierto.

Anduvimos en silencio un rato.

—Sí, vayamos allí —decidió finalmente Harlot—. Podemos beber algo en el salón. No hay posibilidad de que la administración acepte que se instalen micrófonos. El enmaderado es demasiado precioso. En los dormitorios, sí, pero nunca en el salón del hotel Am Zoo. Un lugar extraño, muy bien reconstruido. El
portier
es un tío excepcional. La última vez que estuve, no había plaza en ningún avión comercial. Por razones que no te conciernen, no quería viajar en un avión de las Fuerzas Aéreas. No esa semana. De modo que le pedí al
portier
que viera qué podía hacer. Dos horas después, pasé por su escritorio. Estaba radiante. «Doctor Taylor —me dijo—, le he conseguido el último asiento en Lufthansa, para esta tarde. En Hamburgo conecta con Scandinavian Airlines directamente a Washington.» Se lo veía tan satisfecho que no pude por menos que preguntarle cómo lo había hecho. «Le dije a la compañía que usted, el doctor Taylor, es el famoso poeta estadounidense, y que es esencial que asista al concierto que Gisenius da en Hamburgo esta noche.

El resto fue fácil. Scandinavian Airlines tiene cantidad de vuelos a los Estados Unidos. Y buenos asientos, en los que podrá estirar las piernas.» Como lo oyes. Sí, esta clase de eficiencia está ya desapareciendo.

—¿Tu nombre tapadera era doctor Taylor?

—Obviamente. —Pareció fastidiado por que yo no hubiera disfrutado más de su historia—. ¿Por qué te impresiona la elección de ese nombre?

—Porque tanto
schneider
como
taylor
quieren decir sastre. ¿Estás tan íntimamente relacionado con Gehlen?

Harlot pareció perdido, lo que era extraño en él.

—¿Sabes? —dijo—. Puede haberse tratado de una coincidencia.

Yo no dije nada. No estaba seguro de lo que sentía.

—Bien —agregó—, Gehlen es espantoso, y no soporto esa especie de complacencia melosa de los ex nazis que se han librado del castigo. Tienen una carga tan sutil de autocompasión... Pero aun así, Harry, trabajo estrechamente con Gehlen. Es bueno en su oficio, lo cual, debes admitirlo, es de respetar. Esta tarea es propia de Sísifo por sus dificultades.

—No estoy seguro de que siga siendo tan bueno en su trabajo —dije—. En mi opinión, ya no puede con Harvey.

—Oh, Dios, siempre serás leal para quien trabajas. Así es Cal Hubbard. Un verdadero bulldog. Sólo que estás equivocado. He revisado la transcripción que me envió Gehlen y te aseguro que, dado que cada uno de los hombres tenía algo que ganar y algo que perder, Gehlen salió bien parado. Harvey se mostró como un imbécil impetuoso al cargar las tintas sobre Wolfgang.

—Sigo sin entender cómo puedes soportar a Gehlen.

—Verás, cualquier otro con su pasado no tendría ninguna cualidad redentora. Prefiero apreciar la chispa de humanidad que encuentro en ese pequeño alemán.

Habíamos llegado al hotel. Harlot le dejó el coche al portero y me llevó directo al salón. Apenas nos sentamos, empecé a hablar.

—Tuve una charla con la señora Harvey. Está aquí, en esta transcripción. Creo que era lo que necesitabas.

Guardó los papeles y la cinta sin mirarlos. Eso me molestó. Aun cuando me había mostrado poco deseoso de hacer el trabajo, quería recibir un elogio por la manera en que lo había logrado.

—Es leal a su marido —dije—. De modo que no sé si encontrarás lo que buscas.

El sonrió (¿con condescendencia?), sacó las páginas que acababa de guardar y empezó a leerlas, dando aquí y allí un golpecito con el índice.

—No —dijo al terminar—, es perfecta. Confirma todo. Una flecha más en el carcaj. Gracias, Harry. Buen trabajo.

No obstante, tuve la sensación de que si yo no hubiera atraído su atención a la transcripción, él no la habría mirado por un tiempo.

—¿Es de utilidad para ti? —insistí.

—Bien —dijo—. He tenido que moverme sin ella. En esa situación, dada la urgencia del caso, he tenido que proceder en base a la suposición de que C. G. diría aproximadamente lo que ha dicho. De modo que estamos bien. Bebamos nuestra copa ahora. Dos Slivovitz —ordenó al camarero que se acercaba.

Por descontado que no se le ocurrió pensar si me gustaba la bebida que había pedido.

—Quiero que te prepares para el siguiente paso —me dijo una vez que el camarero se hubo retirado.

—¿En qué dificultades estoy?

—En ninguna —afirmó.

—¿Seguro?

—En un noventa y nueve por ciento. —Asintió—. Mañana mantendré una charla con Bill Harvey.

—¿Estaré presente?

—Por supuesto que no. Pero todo irá como espero, y al caer la tarde, tú y yo tomaremos el avión a Frankfurt que conecta con el vuelo nocturno de Pan American a Washington. Ya tengo hechas las reservas. Serás uno de mis asistentes hasta que decidamos qué harás después. Felicitaciones. Te arrojé al foso y has sobrevivido.

—¿Sí?

—Por supuesto. No sabes cuánto se oponía tu padre a que vinieras a Berlín. Pero le dije que has salido ileso, y mejor preparado. Claro está que no podrías haberlo hecho sin mi ayuda, aunque tampoco te habrían cocinado de no haber sido yo el chef.

—Aún no estoy seguro de haber salido.

Mi gonorrea me dio una punzada burlona. Mientras sorbía mi trago, recordé que, supuestamente, el alcohol era contraproducente para la penicilina. Al diablo con eso. El Slivovitz proporcionaba un calor inesperado.

—Te conseguiré una habitación en el Am Zoo esta noche —dijo Harlot—. ¿Tienes muchas cosas en tu apartamento?

—Sólo un poco de ropa. No he tenido tiempo de comprar nada.

—Ve por tus cosas mañana, después de mi entrevista con Harvey. Si Harvey se entera esta noche de que has abandonado el apartamento, puede mandar un par de gorilas para que te busquen.

—Sí —dije.

Me sentía anestesiado por el alcohol. Los buenos sentimientos que en algún momento había abrigado hacia Bill Harvey y C. G., habían dejado de existir. No conocía el comienzo de lo que estaba haciendo, ni conocería el final. El trabajo de Inteligencia no parecía ser un teatro, sino la negación de un teatro. Chejov dijo una vez que si el autor incluía una escopeta sobre el hogar en el primer acto, esa escopeta debía ser disparada antes del último. Para mí esa esperanza no existía.

—¿Por qué te opones a CATÉTER? —pregunté.

Echó un vistazo alrededor. CATÉTER seguía siendo un tema sobre el cual era mejor no hablar en un lugar público.

—Se está produciendo un movimiento —dijo— que abomino. Un equipo aborda una pared lisa que no ofrece lugar donde asirse. Pero llevan un taladro y con él hacen un agujero y meten un perno en la roca. Logran subir un palmo y taladran otro agujero para el próximo perno. Tardan semanas en hacer algo importante, pero cualquier campesino capaz de soportar la lentitud se convierte en un escalador importante. He ahí tu CATÉTER —concluyó en un susurro.

—A tu amigo el general Gehlen no le gustó la información que nos provee CATÉTER. Especialmente lo que revela acerca de los inconvenientes de la red ferroviaria de Alemania Oriental.

Yo también hablaba ahora en un susurro.

—El comunismo no tiene nada que ver con el estado de los ferrocarriles de Alemania Oriental —replicó Harlot.

—Pero ¿no es nuestra prioridad en Europa saber cuándo podrían atacar los soviéticos?

—Esa era una cuestión apremiante hace cinco o seis años. El ataque rojo ha dejado de ser un tema militar prioritario. Aun así, seguimos presionando para que se construya una enorme defensa. Porque, Harry, una vez que declaremos que los soviéticos son militarmente incapaces de lanzar un gran ataque, el público estadounidense perderá el sentido del peligro comunista. En cada estadounidense medio está escondido un cachorrito. Que te lame los zapatos, que te lame la cara. Si los dejáramos, en seguida se harían amigos de los rusos. De modo que no conviene hacer circular noticias referidas a la dejadez de la maquinaria militar rusa.

—Bill Harvey me dijo prácticamente lo mismo.

—Sí. Los intereses de Bill son contradictorios. No hay nadie más anticomunista que él, pero, por otra parte, tiene que salir en defensa de CATÉTER incluso cuando nos dice lo que no queremos oír.

—Estoy confundido —dije—. ¿No dijiste una vez que nuestro verdadero deber es convertirnos en la mente de los Estados Unidos?

—Bien, Harry, pero no una mente que simplemente verifica qué es verdad y qué no lo es. El objetivo es desarrollar una mentalidad teleológica. Una mente que esté por encima de los hechos, que nos conduzca a propósitos superiores. Harry, el mundo está siendo atravesado por convulsiones excepcionales. El siglo veinte es terriblemente apocalíptico. Hay instituciones históricas que tardaron siglos en desarrollarse y que ahora se deshacen en lava. Los bolcheviques de 1917 fueron la primera insinuación. Luego vinieron los nazis. Por Dios, muchacho, eran una verdadera exhalación del infierno. La parte superior de la montaña explotó. Ahora la lava ha empezado a bajar. No pensarás que necesita buenos sistemas de ferrocarril, ¿no? La lava es entropía. Reduce todos los sistemas. El comunismo es la entropía de Cristo, la degeneración de formas espirituales superiores en formas inferiores. El oponerse a ella debe, por necesidad, originar una ficción: que los soviéticos son una poderosa maquinaria militar que nos dominará a menos que seamos más poderosos. La verdad es que nos dominarán si la pasión para resistirlos no se regenera, mediante un acto de voluntad, cada año, cada minuto.

—Pero, ¿cómo sabes que estás en lo cierto?

Se encogió de hombros.

—Uno vive de acuerdo con sus sospechas y sus creencias.

—¿De dónde las sacas?

—En las rocas, compañero, de lo alto del peñasco. Bien por encima del llano. —Terminó su Slivovitz—. Vámonos a dormir. Mañana debemos viajar. —Se despidió en el ascensor—. Harvey y yo tomaremos el desayuno muy temprano. Tú duerme hasta que te llame.

Lo hice. Mi fe en su habilidad era lo suficientemente grande para permitírmelo. Y si estaba confundido cuando apoyé la cabeza en la almohada, bien, la confusión, cuando es profunda, también es una ayuda para quedarse dormido. No me desperté hasta que sonó el teléfono. Era mediodía. Un largo sueño había sido el resultado del alivio temporal.

—¿Estás despierto? —dijo la voz de Harlot.

—Sí.

—Haz las maletas. Te recogeré en tu apartamento dentro de una hora exactamente. La cuenta del hotel está pagada. El año próximo aprenderás unas cuantas cosas.

Mi educación comenzó menos de un minuto después de regresar al apartamento. Dix Butler estaba solo, paseándose malhumorado.

—¿Qué le ha ocurrido a Harvey? —me preguntó—. Tengo que verlo, pero ni siquiera coge el teléfono.

—Yo no sé nada —dije—, excepto que me voy a casa, libre y limpio.

—Dale mis saludos a tu padre —dijo.

Asentí. No había necesidad de explicarle que ese día tal vez fuera necesario tomar en cuenta también a mi padrino.

—Pareces molesto por algo —dije.

—Bien —replicó, y éste fue todo el preámbulo que ofreció—, Wolfgang ha muerto.

Pensé que me había quedado sin voz, pero no fue así.

—¿Una muerte violenta? —logré decir al fin.

—Lo mataron a golpes.

El silencio cayó sobre ambos.

Procedí a hacer las maletas. Varios minutos después, salí de mi dormitorio para preguntarle: —¿Quién crees que lo hizo?

—Algún ex amante.

Volví a mi maleta.

—O —dijo Butler— ellos.

—¿Quiénes?

—BND.

—Sí —dije yo.

—O —dijo Butler— nosotros.

—No.

—Seguro —dijo Butler—. Fue la orden de Harvey, y este brazo. Yo lo hice.

—Te enviaré mi nueva dirección en Washington —dije.

—O —dijo Butler— fue el SSD. En asuntos como éste, uno acude
a
Vladimir Ilich Lenin. Él preguntaba: «¿Quién? ¿A quién beneficia?».

—No sé a quién —dije yo—. Ni siquiera sé qué estaba pasando.

—¿No es ésa la verdad de Dios? —preguntó a su vez Butler.

16

En el vuelo sobre el Atlántico, Harlot se mostró muy animado.

—Debes saber —dijo con el tono confidencial con que un decano da un discurso el día de graduación— que la reunión con tu amigo BOZO fue inolvidable.

Sin embargo, por el brillo de su mirada tuve la sospecha de que lo que revelaría no sería de mi agrado. Una luz de alegría en el ojo de Harlot por lo general significaba una basurilla en el mío.

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