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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

El fantasma de Harlot (167 page)

BOOK: El fantasma de Harlot
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De todos modos, Harvey no sólo desobedeció las órdenes de Kennedy, sino que fue descubierto. Cuando Bobby lo enfrentó, el Salvaje Bill le envió el siguiente memorándum: «He obedecido sus directivas, pero tres miembros de mi equipo están más allá de toda posibilidad de regreso».

Eso produjo una discusión increíble en la siguiente reunión de la Comisión Ejecutiva. Harvey escribió un memorándum para su propio archivo y lo mostró a algunos miembros selectos de su escuadrón, yo entre ellos. Estaba tan agitado que deseaba una reacción de mi parte. El memorándum es extenso y delata el estado de perturbación en que fue escrito, pero, considerando que la situación de Harvey es algo más que delicada, puedo decir que respeto el relato escrupuloso que hizo de su intercambio de palabras con Bobby Kennedy.

KENNEDY: ¿Está tratando con vidas humanas, y prepara una operación de mierda como ésa? ¿Con qué autoridad envió sesenta hombres a Cuba en un momento en que la menor provocación podía causar un holocausto nuclear?

HARVEY: Estas misiones eran consecuentes con los requerimientos militares que se me habían hecho ante la eventualidad de contingencias de invasión.

KENNEDY: ¿Está diciendo que se lo encargó el Pentágono?

HARVEY: Dentro del espíritu de cooperación mutua en lo que atañe a proyectos coordinados, afirmativo.

KENNEDY: Chorradas.

En este punto, Bobby requirió la opinión de todos los militares presentes en la reunión. McNamara, Maxwell Taylor, el general Lemnitzer y Curtis LeMay estaban entre los que fueron consultados: ¿Estaban enterados de esto? Todos respondieron: Negativo.

KENNEDY: Señor Harvey, necesitamos una explicación más convincente. Cuenta usted con dos minutos.

HARVEY: Con el debido respeto a la alta jerarquía del personal presente, y sin el menor ánimo de contravenir la información a la que tienen acceso estos caballeros, debo aclarar que la disposición de las decisiones militares no cubre, en todos los casos, aquellas que tienen carácter urgente y las que son contradelegadas, ya que en la práctica las directivas a menudo contradicen las decisiones antecedentes.

KENNEDY: ¿Por qué no intenta hablar inglés?

HARVEY: Usted ordenó un alto inmediato de todas las operaciones contra Cuba. Yo hice una distinción clara entre operaciones y agentes. No inicié operaciones. Pero no deseaba que los Estados Unidos, en caso de guerra, se encontrasen sin la Inteligencia que podían necesitar.

Decidí, por lo tanto, hacer un último intento y obtener la infiltración de algunos agentes.

En este punto, el memorándum privado de Harvey declara:

Después de este intercambio de palabras, el Fiscal General recogió sus papeles y abandonó el recinto. Otros lo siguieron. John McCone, también presente, partió sin llevarme aparte para ofrecer su crítica acostumbrada de mis palabras. Más tarde, en virtud de cierta información que me fue transmitida por varios amigos de la Agencia y asociados cercanos, todos ellos muy preocupados, me entero de que el director McCone le dijo a Ray Cline, director adjunto de Inteligencia: «Hoy Harvey se autodestruyó. Su utilidad ha terminado».

La intercesión de Richard Helms y Hugh Montague ha retardado la puesta en práctica de esta posibilidad. Me inclino a interpolar aquí que la actual posición, muy favorable, del director McCone como principal detector de la instalación de misiles de alcance medio en Cuba, se debe a mis diligentes esfuerzos por mantenerlo informado acerca de la presencia de estas armas nucleares comunistas en nuestras aguas adyacentes.

Lo anterior ha sido escrito en un estado de perfecta rememoración dos horas después de la reunión de la Comisión Ejecutiva del Consejo Nacional de Seguridad el 26 de octubre de 1962, en el recinto de la Jefatura Conjunta del Personal de Guerra.

WKH

Esta mañana, Harvey podría alquilar su despacho como sala de velatorios. Siento lástima por él. Sin duda, estoy lejos de ser el hombre ideal para la Agencia: soy demasiado tolerante. Contradíceme, te lo ruego.

Recibe la devoción de mi cariño,

HERRICK

Al releer la carta, decidí omitir el relato sobre Rolando Cubela. En caso de que en el futuro hubiese algún intento de deshacerse de Castro, Cubela podría resultar de mucha utilidad. Esa noche, por lo tanto, escribí una versión sucinta de su historia, me referí a la posición actual de Cubela en el gobierno cubano, y la envié, no sólo a Harlot, sino también a Cal, en Tokyo. A cada uno le notifiqué que el otro también había recibido esa comunicación.

La primera respuesta que recibí fue la de Harlot. Decía así:

Buen olfato. Necesitamos esa clase de tipos. Tal vez te interese saber que el Buda está metiendo su enorme panza en la piscina de Cal. Te comunico, para su inmediata desaparición en la trituradora de papel, la siguiente comunicación de J. Edgar a Roben K., fechada el 29 de octubre. J. Edgar ni siquiera esperó que instalaran los misiles.

Un informante del FBI, perteneciente al mundo del hampa, me ha comunicado confidencialmente que puede arreglar el asesinato de Castro. Si bien coincido con el Fiscal General en que el complot de la CIA con la Mafia ha sido una estupidez, ahora estoy en condiciones, si así se desea, de ofrecer los buenos oficios del FBI. El informante, por supuesto, me dijo que su ofrecimiento está fuera de nuestra jurisdicción. En este punto no está en nuestros planes ir más allá con este asunto. No obstante, hemos protegido cuidadosamente nuestra relación con el informante, y nos sentiríamos obligados a volver a contactar con él si fuese necesario.

JEH

Por lo tanto, no digas más acerca de tu hallazgo. De ahora en adelante, refiérete a él como AM/LÁTIGO-VESÁNICO.

P. D. Siento lo de Harvey. Lo considero una pérdida irreparable. Repito: Destruye esta comunicación. EEA.

EEA significaba «en el acto». No obedecí. La guardé en mi caja de seguridad de Miami.

Al día siguiente, me llegó una breve carta de Cal por la saca de Tokyo:

Por una vez, Hugh y yo estamos de acuerdo. Nos pondremos en contacto con AM/LÁTIGO. (Un acrónimo muy torpe, aunque nosotros tenemos un agente colateral llamado AM/SANGRE. Hacemos lo mejor que podemos.)

Puede interesarte saber que McCone me ha dicho que me apreste a remplazar al Salvaje Bill, aunque recibiré una versión reducida y altamente discreta del Destacamento Especial W. Me sentiría muy feliz de volver a las trincheras, de no ser por Bill Harvey. Qué trágico error. Pobre hombre.

Tu

HALIFAX

22

15 de noviembre de 1962

Querida Kittredge:

Te quejas de haber encontrado mi última carta algo «extraña». Dices que te dejó «trunca». Te recuerdo que el informe prometido sobre el asunto de los misiles sigue sin materializarse. Por mucho que esperes, me temo que con el tiempo no será más que historia.

Mi breve permanencia en Cuba me dejó una intensa animosidad contra Castro. Esperaría lo peor de Kruschov, por más que haya madurado (si es posible que los nabos maduren), pero me siento traicionado por Castro. ¿Cómo pudo aceptar esa aventura sabiendo que ponía en peligro tanto a mi país como al suyo?

La otra noche tuve una pequeña aclaración sobre este asunto que quiero compartir contigo. Desde nuestra expedición, Butler y yo nos llevamos muy bien, al punto que salimos a menudo a comer y beber. Gran parte de la antigua tensión (con la que era tan fácil convivir como con el filo de una navaja) ha disminuido. De modo que me atreví a intentar un proyecto de reclamo. Hace unos meses Harvey le asignó a Chevi Fuertes, y puedes estar segura de que no se llevan nada bien. Yo creo que Fuertes es brillante y se supera cuando lo alaban, y trato de que Butler se dé cuenta de ello. La otra noche lo invité a comer con nosotros en un costoso restaurante de Fort Lauderdale donde es poco probable que uno se encuentre con los cubanos que conoce. Supuse que a Chevi le encantaría cenar con su antiguo oficial de caso y con su nuevo oficial, pero para que te des una idea de lo poco sutil que es Butler, te informo que lo primero que le dijo fue:

—Tú pagas tu parte, entiéndelo bien. Con lo que te pagamos, bien puedes hacerlo.

—Os invito a ambos —respondió Chevi, dándose aires, con lo que sólo consiguió que Butler se irritara aún más.

Según Dix, Chevi estaba compitiendo, y Dix es tan competitivo que comprendí su reacción. De lo contrario, uno creería que está loco. Se considera a sí mismo lo suficientemente monumental para ser presidente de los Estados Unidos. Desprecia a Jack Kennedy porque, según él, es un pretendiente rico. Si él participase alguna vez en política, lo haría sin ninguna ayuda.

De todos modos, no fue un buen comienzo. Me interesaba oír el análisis de Fuertes sobre la crisis de los misiles, porque su manera de interpretar las razones de Kruschov y de Castro difiere tanto del punto de vista de la Agencia como del de los exiliados. Pero Dix, en el mejor de los casos, tiene un solo oído. Le enfurece que Fuertes sepa más que él acerca de América Latina. Butler no carece de agudeza crítica, pero aborrece encontrarse con alguien que lo supere en el tema que sea. Chevi, a su vez, que debe soportar las bravatas de Butler cada vez que trabaja para él, no dejó de aprovechar la ocasión para desplegar sus alas intelectuales. Con mi ayuda, y el interés que le prestaba Butler a regañadientes, logró hacernos una exposición que resumiré, con interrupciones ocasionales de Butler.

La clave de todo el episodio, nos dijo Fuertes, es que, al principio, Castro no quería los misiles. Discutió con Kruschov, aduciendo que militarmente no tenían sentido. Los Estados Unidos siempre contarían con una superioridad abrumadora. No, dijo Castro. Dennos instructores sofisticados y armas modernas. Que los estadounidenses reconozcan que una guerra terrestre les ocasionaría muchas bajas.

—¿Cómo sabes todo eso? —le preguntó Butler.

—Tú estás al tanto de la naturaleza de mis fuentes.

Fuertes se refería a sus contactos de Miami con el DGI. Butler meneó la cabeza.

—No hay forma de que puedas saber esto de buena fuente.

—La cultura es una fuente fidedigna —replicó Fuertes—. Hace años que vengo estudiando a Castro. Entiendo la psicología comunista. Poseo un poder natural de síntesis.

—Nunca conocí a un hombre con un poder natural de síntesis —dijo Butler, enfatizando sus palabras— que no estuviese dispuesto a abusar de él.

—Digamos —interrumpí— que Chevi nos ofrecerá una hipótesis.

Hubo otras interrupciones de este tipo, pero sirva la anterior como ejemplo. Paso a transmitirte el concepto tal como resultó al final. Según Fuertes, Kruschov convenció a Castro de que aceptase los misiles, pero sólo apelando a su honor.

—Ése es el secreto para manipular a Fidel —dijo Chevi—. Le gusta imaginarse como una persona excepcionalmente generosa.

Hasta ese momento, sugirió Kruschov, era él quien había estado ayudando a Castro. Ahora, era Fidel quien podía brindarle su ayuda. El Politburó había criticado la política del Premier para con los Estados Unidos por considerarla demasiado tibia. Tal como ellos lo veían, el balance mundial era una parodia, pues los Estados Unidos habían instalado misiles en Turquía, a pocos kilómetros de la frontera con Rusia, mientras que los soviéticos no tenían nada comparable. Por eso, Kruschov quería cambiar radicalmente la forma en que el mundo percibía a las dos superpotencias. Le aseguró a Fidel de que los Estados Unidos jamás irían a la guerra por los misiles de Cuba. Él, Kruschov, lo sabía. Después de todo, los soviéticos habían visto que una confrontación en Turquía no sería algo práctico. Juntos, Fidel y él, podrían robarle la iniciativa a los imperialistas.

—¿De esto te enteraste por tus fuentes? —le preguntó Butler.

—Es lo que oí. De personas cercanas a Castro.

—A eso yo lo llamo chismorreo.

—No, señor Castle —replicó Fuertes—, son chismes respaldados por un escrutinio cuidadoso. Nadie es más importante para los habaneros que Fidel. Sus comentarios casuales, sus revelaciones privadas, sus estados de ánimo, todo está abierto al mundo de sus íntimos.

—Y en base a tu profundo entendimiento de Fidel Castro y de la cultura cubana, ¿estás preparado a decirme por qué piensas tú, personalmente, que Castro aceptó los misiles?

—Absolutamente preparado —respondió Fuertes—. En mi opinión, Castro cometió un error, moralmente hablando. Estaba en lo cierto al principio: Cuba no necesita misiles.

—¿Quieres decir que aceptó los misiles sólo por devolverle un favor a Kruschov? —preguntó Butler.

Fuertes tuvo la oportunidad que necesitaba para pronunciar su segunda conferencia. Lo que hay que entender, explicó, es lo enormemente atractivo que resulta poseer armas nucleares. En todo el Tercer Mundo no hay un solo líder que no ambicione tenerlas.

—Es igual que tener una relación sexual con una estrella de cine. Cuando Kruschov estuvo de acuerdo en retirar los misiles ante la promesa de los Estados Unidos de renunciar a una futura invasión a Cuba, Castro se enfureció. Se quedaba sin misiles.

—Había sido engañado —dijo Butler—. Primero, Kruschov le mintió a Kennedy; luego le mintió a Fidel. Todo lo que ese maldito ruso quiere es que saquemos los misiles de Turquía. Sabemos que la Casa Blanca lo complacerá. Tenemos a un marica por presidente.

—Oigo la democracia en acción —dijo Chevi.

—Puedes estar seguro de ello —dijo Dix—. Ahora dime. ¿Por qué tengo la impresión de que sientes afecto por Castro?

—Puedo trabajar para vosotros, pero no tengo por qué absorber vuestros prejuicios. Me gusta Fidel, sí. Es simpático. ¡Sí! Es igual a todos nosotros, los sudamericanos, que querríamos producir cambios fundamentales. Pero hay una diferencia. Él es más hombre.

Chevi no estaba cooperando con el objetivo que me había propuesto al organizar la reunión.

—Si admiras a Fidel —interrumpí—, ¿por qué no te unes a él?

—Porque detesto a los soviéticos. A diferencia de Fidel, yo pasé mi juventud en el partido comunista. Sé exactamente en lo que se ha metido. Y, si me permitís decirlo, es por vuestra culpa.

Butler dio un puñetazo en la mesa con tanta fuerza que muchos de los comensales se dieron vuelta para mirarlo.

—¿No has aprendido, Chevi, cómo hay que hablarle a un estadounidense? Debes poner una gota de aceite en un paño. Luego te limpias el culo con cuidado. Estoy cansado de oír los defectos de este país.

Mi misión había fracasado. Terminamos nuestro café, pagamos, y nos fuimos cada uno en su coche. Diez minutos más tarde estaba de vuelta en mi apartamento. Tocaron el timbre. Era Chevi.

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