Ahora que tiene en su mente esta pacífica visión, imagínese esto: de repente, un nuevo animal entra en su jardín trasero, o se acerca a nuestra imaginaria charca de la selva, proyectando una energía totalmente diferente. Esta nueva energía podría ser algo tan insignificante como una ardilla que tratara de robarle el alijo a otra, o una gacela que pugna a la carrera con otra por lograr un lugar mejor para beber en el oasis. También podría ser algo tan grave como un hambriento depredador que busca sojuzgar a su próxima presa. ¿Se han fijado cómo un grupo de pacíficos animales puede asustarse o ponerse a la defensiva en un instante, a veces incluso antes de que un depredador haya aparecido en escena? Probablemente les haya llegado algo de su olor: pero también es probable que hayan percibido la energía que el depredador estaba proyectando.
Lo que siempre me resulta fascinante del reino animal es que incluso si hay un depredador cerca los demás animales normalmente saben si es seguro quedarse en el lugar o no. Imagine que le presentan a un hombre y usted sabe que es un asesino en serie. ¿Podría estar relajado ante él? ¡Claro que no! Pero si usted fuera otra clase de animal de este planeta, probablemente podría percibir si el asesino en serie estaba de caza o simplemente de retirada. Un animal reconoce inmediatamente si un depredador está proyectando una energía cazadora, a veces antes incluso de ver al propio depredador. Como seres humanos a menudo estamos tan ciegos antes estos matices de la energía animal: creemos que un tigre es peligroso en todo momento, cuando, en realidad, si acaba de comerse un ciervo de ciento cuarenta kilos probablemente tenga más cansancio que peligro. Sin embargo, en cuanto se le vacíe el estómago será un animal diferente: todo instinto, todo energía para sobrevivir. Hasta su ardilla del jardín captará esa sutil diferencia. Pero los humanos tendemos a estar ciegos ante lo que, en el reino animal, es un auténtico semáforo en rojo.
He aquí un ejemplo de energía animal con el que probablemente se sientan identificados los habitantes del sur de Norteamérica. En un soleado día en Florida, Louisiana o cualquiera de las dos Carolinas verá caimanes gigantes bañando al sol sus correosos cuerpos en la orilla de algún pantano: ¡en campos de golf tan caros como exclusivos! Mientras tanto, las golfistas golpean la bola a unos cuantos pasos. Garzas, grullas y tortugas toman felices el sol al lado de esos terribles reptiles. Ancianas rechonchas pasean a sus perritos, del tamaño de una taza de té, por senderos a centímetros de distancia del pantano de los caimanes. ¿Qué está pasando? Es muy sencillo. Los otros animales —desde las tortugas a los diminutos chihuahuas— son conscientes, instintivamente, de que esos temibles depredadores no están en ese momento en una actitud cazadora. Hay algo de lo que podemos estar seguras: en cuanto a esa enorme criatura empiecen a sonarle las tripas, y su energía cambie a una actitud cazadora, los demás animales habrán desaparecido en un abrir y cerrar de ojos. Menos, tal vez, las golfistas. Pero éstas constituyen una de las especies más extrañas de la naturaleza, y ni siquiera la ciencia moderna ha conseguido descifrarlas todavía.
Si hablamos de energía, los humanos tenemos mucho más en común con los animales de lo que habitualmente nos gusta admitir. Piense en una de las selvas más despiadadas del mundo humano: la cafetería del instituto. Imagínela como una charca donde distintas especies —en este caso, las pandillas de cachas, pardillas y colgadas— se entremezclan pacíficamente. Entonces, una matona choca «accidentalmente» contra la bandeja de comida de una tipa menos corpulenta. La energía liberada por esa relación se extenderá en oleadas por toda la sala. Pregunte a alguna adolescente cercana si esto no es cierto. Y, al igual que en el reino animal, este cambio de energía ni siquiera tiene que ser algo tan descarado como un empujón. Digamos que la chica bajita de la cafetería ha tenido un mal día. Ha suspendido dos exámenes seguidos y no está muy fuerte de ánimo. Sin querer, levanta la vista y su mirada se cruza con la de la matona. Tal vez ésta estaba pensando en sus cosas, pero en cuanto capta la energía reducida de la tipa más débil, la dinámica entre ellas cambia en un segundo. En el reino animal a eso se le llama la supervivencia del más apto.
Saquemos este concepto del comedor escolar y pensemos en nuestra sociedad como conjunto. Equivocados o no, en Norteamérica esperamos que nuestros líderes proyecten una energía dominante, poderosa, como la de un Bill Clinton o un Ronald Reagan. Algunos líderes poderosos proyectan una energía carismática que se contagia a los que los rodean, activándolos: piensen en Tony Robbins. Martin Luther King, Jr. proyectaba una energía «de firmeza tranquila», como la llamo yo: la energía ideal para un líder. Aunque Gandhi también fue un líder, su energía era de una naturaleza más compasiva.
Es interesante comprobar que el
Homo sapiens
es la única especie del planeta capaz de seguir a un líder sabio, amable, compasivo o adorable. El ser humano incluso seguiría a un líder inestable, ¡pero eso daría para otro libro! Por difícil que nos resulte comprenderlo, en el reino animal un Fidel Castro tendría más probabilidades de ser líder que una Madre Teresa de Calcuta. En el reino animal no hay moral, ni concepto del bien y del mal. Del mismo modo, un animal jamás hará trampas o mentirá para hacerse con el poder: no puede. Los demás animales lo descubrirían enseguida. Un líder en la naturaleza ha de proyectar la fuera más obvia e incontestable. En el reino animal sólo hay reglas, rutinas y rituales: basadas en la supervivencia del más fuerte, no del más listo o del más guapo.
¿Ha oído alguna vez hablar del «olor del miedo»? No es sólo una expresión. Los animales perciben vibraciones de energía, pero el olfato es su segundo sentido más desarrollado: y, en un perro, la energía y el olfato parecen estar profundamente conectados. De hecho un perro evacua sus glándulas anales cuando tiene miedo, emitiendo un olor distintivo no sólo para otros perros sino para la mayoría de los animales (incluidos los seres humanos). El sentido del olfato de un perro está conectado al sistema límbico, la parte del cerebro responsable de las emociones. En su libro
The Dog’s Mind
, el Dr. Bruce Fogle cita estudios de la década de 1970 que mostraban que un perro puede detectar el ácido butírico —uno de los componentes del sudor humano— en una concentración hasta un millón de veces menor de lo que nosotros podemos
[1]
. Pensemos en los sensores de un detector de mentiras que pueden captar insignificantes cambios en la sudoración de las manos de una persona cuando miente. ¡En esencia, su perro es un «detector de mentiras» andante!
¿Puede un perro realmente «oler el miedo» físicamente en nosotros? Evidentemente pueden percibirlo al instante. Numerosas corredoras y carteras pueden contarnos esta angustiosa experiencia: pasar corriendo o caminando por delante de una casa y hacer que el perro empiece a ladrar, gruñir o incluso lanzarse contra la valla o la puerta. Ahora bien podría tratarse de un perro que haya adoptado el papel de protector de la casa y se lo haya tomado muy en serio: y son demasiadas las carteras y corredoras cuyas cicatrices demuestran cómo puede descontrolarse un perro poderoso y agresivo —lo que yo llamo un perro en zona roja. (Un perro en zona roja es un asunto muy serio, y lo trataré a fondo en un capítulo posterior).
Con el fin de comprender cómo un perro percibe un estado emocional imagínese esto mientras pasa por delante de una casa en la que hay un perro en zona roja:
Tal vez ese perro ladrador tiene un secreto
. ¡Puede que esté más asustado de usted que usted de él! Sin embargo, en cuanto usted se paraliza aterrorizado el equilibrio de poder cambia instantáneamente. ¿Acaso el perro percibe el cambio de su energía con su «sexto sentido»? ¿O acaso huele algún cambio en la química de su cuerpo o de su cerebro? La ciencia aún no lo ha explicado en términos profanos, pero en mi opinión es una mezcla de las dos. Puedo garantizar esto después de décadas de atenta observación: no se puede «ir de farol» con un perro igual que se va de farol con una compañera de póquer borracha. En cuanto cambiamos a la emoción del miedo, el perro instantáneamente sabe que está en ventaja sobre nosotros. Estamos proyectando una energía débil. Y si el perro sale, es más probable que nos persiga o muerda que si hubiéramos desconectado de su ladrido y seguido con nuestras cosas. En el mundo natural, los débiles son eliminados rápidamente. No hay bien ni mal en todo ello: es sólo el modo en que la vida en la tierra ha funcionado durante millones de años.
Lo más importante que hay que entender sobre la energía es que es un
lenguaje de emociones
. Por supuesto, no hace falta que le diga a un animal que usted está triste, cansada, emocionada o relajada, porque ese animal ya sabe
exactamente
cómo se siente usted. Piense en algunas de esos preciosos relatos que ha leído en publicaciones como
Reader’s Digest
o la revista
People
: historias de mascotas que han reconfortado, incluso salvado, a sus propietarias cuando estaban enfermas, deprimidas o afligidas. Esas historias a menudo incluyen comentarios del tipo «era casi como si supiera por lo que su dueña estaba pasando». Estoy aquí para asegurarle que sí, que estos animales
sí
saben exactamente qué están sintiendo sus dueñas. Un estudio francés llegó a la conclusión de que un perro también puede utilizar su sentido del olfato para distinguir los diferentes estados emocionales del ser humano
[2]
. Yo no soy científico, pero después de toda una vida entre perros mi opinión es que, sin duda alguna, un perro puede percibir hasta los cambios más sutiles en la energía y las emociones de los humanos con los que está. Por supuesto, un animal no siempre puede comprender el
contexto
de nuestras dificultades; no puede distinguir si estamos destrozados tras un divorcio o por perder un trabajo o por haber perdido la cartera, porque estas situaciones tan humanas no significan nada para él. Sin embargo, tales situaciones crean emociones: y esas emociones son universales. Estar enfermo y triste es estar enfermo y triste, da igual a qué especie pertenezcamos.
Los animales no sólo viven en armonía con otros animales: también parecen poder interpretar la energía de la tierra. La historia está llena de anécdotas de perros que al parecer «predecían» terremotos, o gatos que se escondieron durante horas en la bodega antes de la llegada de un tornado. En 2004, medio día antes de que el huracán Charley golpeara las costas de Florida, catorce tiburones a los que se había puesto un chip electrónico, y que jamás habían salido de su territorio de Sarasota, de repente se dirigieron hacia aguas más profundas. Y pensemos en el terrible tsunami que azotó el sudeste asiático ese mismo año
[3]
. Según testigos oculares, una hora antes de que la ola alcanzara la costa en Indonesia, unos cuantos elefantes cautivos, de los «paseos en elefante» para turistas, empezaron a gemir e incluso rompieron sus cadenas para huir a tierras más altas. Por toda la región los animales de los zoos se escondieron en sus refugios y se negaron a salir, los perros no salían a la calle y cientos de animales salvajes en el Parque Nacional de Yala, en Sri Lanka —leopardos, tigres, elefantes, jabalíes, búfalos de agua y monos— también escaparon a zonas más seguras
[4]
. Éstos son algunos de los milagros de la Madre Naturaleza que siguen sorprendiéndome: son una brillante ilustración del poderoso lenguaje de la energía en funcionamiento.
Una de las cosas más importantes que hay que recordar es que todos los animales que la rodean —especialmente las mascotas con las que comparte su vida— están interpretando su energía en todo momento del día. Claro, puede decir lo primero que se le ocurra, pero su energía
no puede mentir
, y
no lo hace
. Puede gritarle a su perro que no se acerque al sofá hasta que se le ponga la cara azul, pero si no está proyectando la energía de un líder —si en el fondo sabe que va a dejarle subirse al sofá si se lo pide lo suficiente— él sabrá realmente hasta dónde puede llegar. Ese perro se sentará en el sofá mientras le apetezca. Ya sabe que usted no va a ir más allá de sus gritos. Dado que un perro a menudo percibe los chillidos de un humano en un estado de excitación emocional como una señal de inestabilidad, o bien su arrebato no le afectará o bien se confundirá y asustará. ¡Lo que está claro es que no lo relacionará con sus reglas en cuanto al sofá!
Ahora que ya entiende el poderoso «lenguaje» de la energía mi siguiente tarea consiste en ayudarla a entender cómo aprovecharla para favorecer una mejor comunicación con su perro. Un perro sólo tarda unos cuantos segundos en determinar qué tipo de energía está proyectando usted, por lo que es importante que sea coherente. Ante su perro le conviene proyectar en todo momento lo que yo llamo energía «firme y tranquila». Un líder firme y tranquilo está relajado, pero siempre sabe que tiene el control de la situación.
Ahora bien el término
firme
ha adquirido mala fama últimamente. Tal vez porque recuerde mucho al término
agresivo
, pero sus significados no tienen nada que ver. Pensemos en personas de la cultura popular. Da igual si usted se identifica políticamente con él o no, tendrá que admitir que Bill O’Reilly es furioso y agresivo. Grita «¡Cállese!», interrumpe y trata de salirse con la suya en plan abusón. En la mayoría de las situaciones cotidianas, el que usted sea furiosa y agresiva puede volvérsele en contra: sencillamente, no es una forma eficaz, en cuanto a la energía, de conseguir las cosas, y realmente no es muy buena para su presión sanguínea. Un perro furioso y agresivo no sería un buen líder de grupo porque los demás perros lo considerarían inestable.
En mi trabajo no he conocido mucha gente que fuera «firme y tranquila» aunque supongo que podríamos describir así a los malos de las películas de James Bond: siempre están tramando hacer volar el planeta sin que se les mueva un pelo ni se les derrame el martini. En cualquier caso «firme y tranquilo» no es un estado de energía natural para las criaturas no humanas del reino animal.
¿Pero las personalidades firmes y tranquilas? Son los líderes del mundo animal. En nuestro paisaje humano hay muy pocos, pero casi siempre son las personas más poderosas, impresionantes y triunfadoras. Oprah Winfrey —el principal modelo a imitar en cuanto a mi propio comportamiento profesional— es la personificación de la energía firme y tranquila. Está relajada, es ecuánime pero indudablemente poderosa, y siempre mantiene el control. Gente de todas partes responde a su magnética energía, que la ha convertido en una de las mujeres más influyentes —y una de las más adineradas— del mundo.