El encantador de perros (8 page)

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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Ensayo

BOOK: El encantador de perros
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Gracias a Jada también avancé enormemente con el inglés. Estaba más emocionado con mi nueva y nítida misión: como suelo decir, «rehabilitar perras y adiestrar a las personas». Puse en marcha un programa de autoeducación, leyendo todo cuanto caía en mis manos acerca de psicología canina y comportamiento animal. Dos de los libros que más me influyeron y confirmaron lo que ya conocía instintivamente fueron
The Dog’s Mind
, del Dr. Bruce Fogle, y
Dog Psychology
, de Leon F. Whitney. Obtuve muchos conocimientos de ellos y de otros libros (algunos de ellos aparecen en la bibliografía al final de este libro), y también me aseguré de incorporar esa información a lo que ya había aprendido por experiencia. Según mi opinión y observaciones la Madre Naturaleza es la mejor profesora del mundo. Pero estaba aprendiendo a pensar de forma crítica de un modo que no había hecho antes, y lo más importante es que estaba encontrando formas de articular las cosas que entendía por intuición. Y, por último, realmente podía expresar aquellas nuevas ideas con claridad y en inglés.

Para aquel entonces yo ya había conocido a mi futura esposa, Ilusión, que sólo tenía 16 años cuando empezamos a salir. Cuando un amigo mío me comentó que en Estados Unidos había una ley que prohibía que un mayor de edad saliera con una chica tan joven, aluciné. Me aterraba la idea de ser deportado y rompí con ella al momento. Quedó destrozada. Convencida de que yo era el «único», llamó a mi puerta el día que cumplió 18 años. Nuestra relación fue un tanto inestable durante los primeros años de matrimonio y después de que naciera nuestro hijo Andre. Yo seguía pegado a mis modales mexicanos, anticuados y machistas. Creía que lo único que importaba era yo —mi sueño, mi carrera— y más le valía a ella resignarse o cerrar la boca. No hizo ninguna de las dos cosas. Me abandonó. En cuanto se hubo ido y yo comprendí que iba en serio, tuve que mirarme al espejo por primera vez en mi vida. No quería perderla. No quería verla casada de nuevo: y ver cómo otro hombre educaba a nuestro hijo. Ilusión sólo volvería conmigo con dos condiciones: que acudiéramos a terapia de pareja y que yo me comprometiera sinceramente a ser un compañero completo en la relación. Acepté de mala gana. No creía que tuviera mucho que aprender. Me equivoqué. Ilusión me rehabilitó del mismo modo que yo rehabilito a una perra desequilibrada. Me hizo ver qué gran regalo es contar con un compañero y una familia fuertes, y que cada miembro de la familia tiene que arrimar el hombro. Hoy considero que Ilusión, Andre y Calvin son mis mayores bendiciones en la Tierra.

Mientras peleaba por convertirme en un mejor compañero en mi matrimonio, tenía más trabajo del que podía afrontar, gracias a gente como mi jefe en el alquiler de limusinas y a clientes como Jada. Las organizaciones de salvamento habían empezado a llamarme para que las ayudara a salvar a sus casos «perdidos» de una muerte segura, y súbitamente me encontré con una manada de perras recién rehabilitadas pero huérfanas. Necesitaba más espacio, así que alquilé un almacén destartalado en un polígono industrial al sur de Los Ángeles. Ilusión y yo lo reformamos y lo convertimos en el Centro de Psicología Canina, una especie de punto intermedio permanente o centro de «terapia de grupo» para perras. Durante todo el proceso seguí trabajando para encontrar formas de explicar mis métodos y filosofía al propietario medio de una perra.

Los norteamericanos y las perras: humanos que dan demasiado amor

Cuando de niño veía en México las series de
Lassie
y
Rin Tin Tin
, siempre me divertía con las aventuras de aquellos perros superestrellas, ¡pero pensaba que, por supuesto,
todo el mundo que los viera
también comprendería que esas series no eran sino fantasías de Hollywood! Cuando Lassie ladraba cuatro veces y Timmy decía: «¿Qué pasa, Lassie? ¿Fuego? ¿La casa… no, el granero está en llamas? ¡Gracias, chica, vamos!», sabía —y suponía que todos los demás también— que una perra de verdad no actúa así. Cuando llegué a Norteamérica me sorprendió descubrir que muchos propietarios de perras creían, de forma inconsciente, ¡que Lassie realmente entendía lo que Timmy le estaba diciendo! Aprendí que aquí la percepción generalizada que se tenía de las perras era que todas eran como Lassie: básicamente, seres humanos disfrazados de perras. Tardé un tiempo en procesar aquello, pero después de una temporada por aquí vi que la mayoría de los propietarios de mascotas creían, hasta cierto punto, que sus animales —ya fueran perros, gatos, pájaros o peces de colores— eran de hecho humanos en todo menos en su apariencia. Y los trataban consecuentemente.

Cuando ya llevaba unos cinco años en Estados Unidos por fin lo entendí: ¡ése era el problema! Las perras en Norteamérica tenían tantos problemas porque sus dueños pensaban que eran humanas.
¡No se les permitía ser animales!
En el país de la libertad —donde se supone que todo el mundo puede alcanzar su ilimitado potencial— ¡a aquellas perras no se les permitía! De acuerdo, recibían todo tipo de mimos: tenían la mejor comida, las mejores casetas, los mejores cuidados y grandes raciones de amor. Pero eso no era todo lo que querían.
¡Sencillamente querían ser perras!

Pensé en lo que había aprendido en México, donde me pasaba horas sin fin observando a los mejores adiestradores caninos del mundo: las propias perras. Recapacitando sobre mi relación natural con ellas, empecé a ver cómo podía ayudar a las perras de Estados Unidos a ser criaturas más felices y saludables: y, además, ayudar a sus dueños. Mi método no es la neurocirugía. Yo no lo creé: lo hizo la Madre Naturaleza. Mi fórmula de la satisfacción es sencilla: para tener una perra equilibrada y saludable, un humano ha de compartir el ejercicio, la disciplina y el afecto. ¡Y en ese orden! El orden es vital, y lo explicaré más detalladamente más adelante.

Desgraciadamente la mayoría de los propietarios norteamericanos de perras no pillan correctamente el orden de la satisfacción. Sitúan el afecto en el primer lugar. ¡De hecho muchos propietarios no dan a sus perras más que afecto, afecto y más afecto! Por supuesto sé que lo hacen con la mejor intención. Pero sus buenas intenciones realmente pueden hacer daño a sus perras. A esos propietarios los llamo «humanos que dan demasiado amor».

Puede que usted esté leyendo esto y piense: «¡Le doy a mi perra toneladas de afecto porque es mi nena! ¡Y está bien! No tengo problemas de conducta con ella». De hecho es muy posible que tenga una perra de naturaleza pasiva, con una actitud despreocupada y puede que nunca tenga el menor problema con ella. Puede abrumarla con un exceso de cariño y obtener a cambio tan sólo ese maravilloso e incondicional amor de perra. Puede que se considere el propietario de perra más afortunado del mundo, con la perra más perfecta del mundo. Gracias a su perra usted es feliz y su vida está plena. Y me alegro por usted. Pero, por favor, abra su mente a la posibilidad de que su perra se esté perdiendo cosas que podría necesitar en su vida para sentirse feliz y satisfecha
como perra
. En el peor de los casos espero que este libro lo ayude a ser más consciente de las necesidades realmente específicas de su perra y le inspire a encontrar formas creativas que lo ayuden a satisfacerlas.

Lo que estoy a punto de compartir es la verdad de mis experiencias vitales. Éstas son las cosas que he aprendido, experimentado y observado personalmente, trabajando con miles de perras durante veinte largos años. Creo desde lo más profundo de mi corazón que mi misión consiste en ayudar a las perras y a pasarme la vida aprendiendo todo cuanto ellas tengan que enseñarme. Veo mi carrera entre perras como una educación eterna. Yo soy el estudiante y ellas mis profesoras. Que le enseñen también a usted lo que me enseñaron a mí. Me han ayudado a comprender que lo que las perras necesitan no siempre es lo que nosotros queremos darles.

2
Si pudiéramos hablar con los animales
El lenguaje de la energía

¿Qué estilo de comunicación emplea usted con su perro? ¿Le implora que vaya con usted, mientras él se niega y sigue corriendo calle abajo tras una ardilla del vecindario? Si su perro le roba su zapatilla preferida, ¿le habla como si fuera un bebé para tratar de que se la devuelva? ¿Grita con todas sus fuerzas para que su perro se baje de un mueble, mientras él se queda allí sentado, mirándola fijamente como si usted estuviera loca? Si cualquiera de estos ejemplos le suena familiar, sé que es consciente de que las técnicas que utiliza no funcionan. Comprende que no puede «razonar» con un perro, pero sencillamente no conoce otra forma de comunicarse con él. Estoy aquí para decirle que hay una forma mucho mejor.

¿Recuerda la historia del Dr. Dolittle, el hombre que podía hablar y entender el lenguaje de cualquier animal? Desde los libros de Hugh Lofting hasta la película muda de 1928, pasando por los seriales radiofónicos de la década de 1930, el musical cinematográfico de 1967, los dibujos animados de la década de 1970 y las taquilleras comedias de Eddie Murphy, este maravilloso relato y su protagonista han atraído a niñas y adultas generación tras generación. Piense en los infinitos mundos que se nos abrirían si viéramos las cosas como las ven los animales. Imagine observar la tierra desde el cielo a través de los ojos de un pájaro, moverse por la vida en tres dimensiones, como una ballena, o «ver» el mundo a través de ondas sonoras, como los murciélagos. ¿Quién no ha soñado con unas posibilidades tan emocionantes? El atractivo de la historia del Dr. Dolittle es que da vida a los animales en la pantalla grande, a todo color.

¿Qué me diría si le contara que el secreto del Dr. Dolittle era algo más que ficción creativa?

Tal vez se esté imaginando este secreto desde una perspectiva humana. Se preguntará si le estoy diciendo que existe una forma
verbal
de hablarle a su perro, quizá con el empleo de un libro de expresiones que traduzca su lenguaje al suyo. ¿Se pregunta qué aspecto tendría ese lenguaje, cómo sonaría? ¿Incluiría las palabras
sit
,
quieto
,
ven
y
sígueme
? ¿Tendría que gritar las traducciones, o podría susurrarlas? ¿Tendría que aprender a gemir y ladrar? ¿Olisquear el trasero de su mascota? ¿Y cómo le respondería su perro? ¿Cómo traduciría usted lo que le está diciendo? De hecho, como puede ver, crear un libro de expresiones perro-ser humano —del modo que se crea, digamos, un libro de expresiones inglés-español— sería una tarea muy complicada.

¿No sería más sencillo si hubiera un
lenguaje universal
que pudieran entender
todas
las especies? «Imposible —dirá usted—. ¡Ni siquiera todos los seres humanos hablamos el mismo idioma!». Cierto, pero eso no ha impedido que la gente haya
tratado
durante siglos de encontrar un lenguaje común. En el mundo antiguo las personas de las clases superiores, educadas, aprendían griego. De ese modo, todas podían leer y entender los documentos más importantes. En la era cristiana todo aquel que era alguien importante sabía leer y escribir en latín. Hoy en día el inglés está en lo más alto de la cadena alimenticia del lenguaje. Esto lo aprendí con sangre cuando llegué a Norteamérica hace catorce años. Créame, si no lo habla de nacimiento, el inglés es un idioma monstruoso para aprenderlo a partir de cero: a pesar de ello, todo el mundo, desde los chinos hasta los rusos, lo acepta como el idioma internacional para los negocios. El ser humano ha buscado otras formas de romper la barrera idiomática. Da igual qué idioma hable usted, si es ciega puede emplear el Braille. Si es sorda, puede entender a cualquier otra persona sorda mediante el Lenguaje Internacional de Signos. Los lenguajes matemáticos e informáticos rompen muchas barreras lingüísticas y permiten a los seres humanos de distintas lenguas conversar fácilmente entre sí, gracias al poder de la tecnología.

Si los seres humanos hemos conseguido diseñar estos lenguajes colectivos, ¿acaso no podemos crear una forma de conversar con las demás especies del planeta? ¿No existe lenguaje alguno, que podamos aprender, en el que algo signifique lo mismo para toda criatura?

¡Buenas noticias! Me alegra informarles de que el lenguaje universal del Dr. Dolittle ya existe. Y no lo inventó el ser humano. Es un lenguaje que todos los animales hablan sin tan siquiera saberlo, incluyendo el animal humano. Es más, todos los animales
nacen
sabiendo este lenguaje de forma instintiva. Incluso los seres humanos nacemos hablando fluidamente esta lengua universal, pero tendemos a olvidarlo porque desde niñas se nos adiestra para creer que
las palabras
constituyen la única forma de comunicación. Lo irónico es que, aunque creemos que ya no sabemos hablar ese idioma, la verdad es que lo hablamos todo el tiempo. ¡Sin saberlo, estamos radiando en esta lengua las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana! Otras especies animales aún pueden
entendernos
, aunque quizá no tengamos ni idea de cómo entenderlas a ellas. ¡Nos interpretan nítidamente, aunque no seamos conscientes de que nos estamos comunicando!

Este lenguaje auténticamente universal, que llega a todas las especies, se llama
energía
.

Energía en la naturaleza

¿Cómo puede ser un lenguaje la
energía
? Permítame exponer unos cuantos ejemplos. En la naturaleza, las distintas especies animales se entremezclan sin esfuerzo alguno. Por ejemplo, tomemos la sabana africana o una selva. En una charca de una selva podríamos ver monos y pájaros en los árboles, o, en una sabana, distintos herbívoros, como las cebras o las gacelas, paseando y bebiendo felizmente de la misma poza de agua cristalina. Todo es pacífico, a pesar de que son especies muy diferentes compartiendo el mismo espacio. ¿Cómo es que conviven tan armoniosamente?

¿Qué tal un ejemplo menos exótico? En su propio jardín trasero puede que usted tenga ardillas, pájaros, conejos, incluso zorros, conviviendo felizmente. No hay problema hasta que pone en marcha su segadora. ¿Por qué? Porque todos esos animales se están comunicando con la misma energía relajada, equilibrada y nada agresiva. Cada animal sabe que los demás están dando una vuelta, ocupándose de sus cosas: beben agua, buscan comida, se relajan, se acicalan unos a otros. Todos están tranquilos y nadie ataca a nadie. A diferencia de nosotros no les hace falta
preguntar
a los demás cómo se sienten. La energía que proyectan les dice todo lo que necesitan saber. En ese sentido
están todo el tiempo hablando unos con otros
.

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