El Cuaderno Dorado (72 page)

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Authors: Doris Lessing

BOOK: El Cuaderno Dorado
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James conoce a Rupert y le odia. Rupert es blandengue, apático, histérico, homosexual, inteligente.

Semana de Pascua.

Las puertas de la iglesia ortodoxa rusa de Kensington daban directamente a la calle mid-Twentieth Century. Dentro, sombras temblorosas, incienso, figuras arrodilladas e inclinadas de la piedad inmemorial. El suelo era vasto y estaba desnudo. Unos pocos sacerdotes absortos en el ritual. Los escasos fieles permanecían de rodillas sobre la madera dura, inclinándose hacia adelante hasta tocar él suelo con la frente. Escasos, sí; pero
reales
. Esa era la realidad, y yo tenía conciencia de ella. Después de todo, la mayoría de la humanidad está inmersa en la religión, en tanto que los paganos son minoría. ¿Paganos? ¡Oh, qué palabra tan acertada para expresar la aridez del hombre moderno, al que Dios le es ajeno! Me quedé de pie, mientras los demás se arrodillaban. Yo, terca de mí, sentía que las rodillas se me doblaban debajo la falda; yo, la única testaruda que permanecía de pie. Los sacerdotes, graves, armoniosos,
masculinos
. Un grupito de chicos pálidos y encantadores, graciosamente afectados por la piedad. Las oleadas atronadoras, plenas y
viriles
de los cánticos rusos, Mis rodillas, débiles... De pronto, me encontré de rodillas. ¿Dónde estaba la pequeña individualidad que normalmente afirmaba sus principios? No me importaba. Me daba cuenta de cosas más profundas. Vi las graves figuras de los sacerdotes que temblaban, borrosas, a través de las lágrimas de mis ojos. Aquello era
demasiado
. Me levanté a trompicones y huí de aquel suelo que no era el mío, de aquella solemnidad que no era la mía... ¿Debería considerarme agnóstica, y no atea? ¡Hay algo tan estéril en la palabra ateo cuando pienso (por ejemplo) en el majestuoso fervor de aquellos sacerdotes!
¿Suena
mejor agnóstico? Llegaba tarde al cóctel. No importaba; la condesa ni siquiera lo notó. Qué triste, pensé, como lo pienso siempre, ser la condesa Pirelli... Una degradación, seguro, después de haber sido la amante de cuatro hombres famosos. Pero imagino que todos necesitamos de una careta contra la crueldad del mundo. Las salas estaban abarrotadas, como siempre, con la crema del Londres literario. Vislumbré en seguida a mi querido Harris. ¡Me gustan tanto estos ingleses altos, de frente pálida y rasgos equinos! ¡Son tan
notables
! Hablamos, tratando de ignorar el absurdo murmullo del cóctel. Me sugirió que escribiera una pieza teatral basada en
Las fronteras de la
guerra
. Una pieza que no tomara partido, sino que acentuara la tragedia esencial de la situación colonial, la tragedia de los blancos. Sí, claro..., porque ¿qué son la pobreza, el hambre, la mala alimentación, el no tener casa, las degradaciones
pedestres
(lo dijo con esta palabra: ¡qué sensibles, qué imbuidos de la
verdadera
sensibilidad están un determinado tipo de ingleses, realmente mucho más intuitivos que las mujeres!), comparadas con la realidad, la realidad humana del dilema blanco? Al oírle hablar comprendí mejor mi propio libro. Y pensé en cómo, a un solo kilómetro de distancia, las figuras arrodilladas sobre la piedra fría de la iglesia rusa inclinaban las cabezas reverenciando una verdad más profunda. ¿Mi verdad? ¡Por desgracia, no! Sin embargo, decidí que en lo sucesivo me calificaría de agnóstica, no de atea, y que a la mañana siguiente almorzaría con mi querido Harry y hablaríamos de la pieza. Al irnos, él —sumamente delicado— estrechó mi mano con un apretón helado, esencialmente poético. Luego me marché a casa, más cercana a la realidad —creo— de lo que nunca había estado. Y, en silencio, me acosté en mi limpia y estrecha cama. ¡Es tan esencial, me parece a mí, tener cada día las sábanas limpias! ¡Oh, qué placer de los sentidos (que no sensual) deslizarse, después de haber tomado un baño, entre el lino fresco y
limpio
, y quedar a la espera de que llegue el sueño! ¡Ay, qué condenada suerte la mía...!

Domingo de Pascua

Almorcé con Harry. ¡Qué encantadora era su casa! Había hecho ya un esbozo de cómo pensaba que debía ser la pieza. Dijo que su amigo íntimo, Sir Fred, podría hacer el papel principal, y entonces, naturalmente, no tendríamos ninguna de las dificultades habituales para encontrar a un patrocinador. Sugirió un pequeño cambio en el argumento. Un joven granjero blanco se fija en una joven africana de rara belleza e inteligencia, y trata de influir en ella para que se eduque, para que mejore su condición, pues su familia es de groseros nativos de una reserva. Pero ella comprende mal sus motivos y se enamora de él. Entonces, cuando él le explica (¡Oh, con cuánta gentileza!) el verdadero interés que le mueve a ayudarla, ella se transforma en un virago y le insulta. Se lo reprocha. Paciente, él lo soporta todo. Pero ella va a la policía y denuncia que él ha intentado violarla. El joven granjero sufre en silencio el oprobio social. Va a la cárcel acusándola sólo con la mirada, mientras ella le vuelve la espalda, avergonzada. ¡Podría resultar un drama real, fuerte! Simboliza, según Harry, el superior estado espiritual del hombre de raza blanca, prisionero de la historia y arrastrado al lodo del África. ¡Tan cierto, tan penetrante, tan
nuevol
El valor auténtico consiste en nadar
contra
corriente. Cuando abandoné la casa de Harry para volver a la mía, caminando, la realidad me tocó con sus alas blancas. Avanzaba con pasos cortos y lentos, para no perderme nada de aquella
hermosa
experiencia. Y me acosté en mi cama, bañada y
limpia
, a leer la
Imitación de Cristo
, que Harry me había dejado.

Yo opino que todo esto es un poco crudo, pero James dice que no, que se lo tragaría. Luego ha resultado que James tenía razón; pero, desgraciadamente, mi preciosa sensibilidad ha terminado por ser más fuerte y he decidido preservar mi intimidad. Rupert me ha enviado una nota diciendo que lo comprendía muy bien, que algunas experiencias eran demasiado personales para ser publicadas.

[En este punto, al cuaderno negro se le había adjuntado una copia mecanográfica de un cuento de James Schaffer, que lo escribió cuando le pidieron que hiciera la crítica de una docena de novelas para determinada revista literaria. Cuando Schaffer mandó el cuento sugiriendo que se lo dieran a conocer en lugar de la recensión, el redactor jefe contestó que estaba entusiasmado con el cuento y le pedía permiso para publicarlo en la revista:

—Pero ¿dónde está su recensión, señor Schaffer? La esperábamos para este número.

Fue entonces cuando James y Anna decidieron que estaban derrotados, que algo había pasado en el mundo para que la parodia se hiciera imposible. James escribió una recensión seria de las doce novelas, considerándolas una por una y usando las mil palabras prescritas. Anna y él no escribieron ya más chapuzas.]

Sangre en las hojas de los bananos

Frrrrr, frrr, frrr, le dicen los mágicos bananos a la vieja y cansada luna del África, acechando el viento. Duendes. Duendes del tiempo y de mi dolor. Alas negras de las cigarras, alas blancas de las mariposas nocturnas, cortad, acechad la luna.

Frrrr, frr, dicen los bananos, y la luna se desliza pálida de dolor sobre las hojas que se balancean al viento. John, John, canta mi chica, morena, con las piernas cruzadas en la oscuridad de los aleros de la cabaña y la misteriosa luna en las pupilas de sus ojos.

Ojos que he besado en la noche, ojos de víctima de la tragedia impersonal, que ya no serán impersonales nunca más. ¡Oh, África! Pronto las hojas de los bananos serán seniles, de un rojo oscuro, y el polvo rojo será todavía más rojo, rojo como los labios recién pintados de mi oscuro amor, traicionado por la codicia comercial del mercader blanco.

—Estáte quieta y duerme, Noni. La luna está armada de cuatro cuernos amenazadores, y yo voy a labrar mi destino y el tuyo, el destino de nuestro pueblo.

—John, John —dice mi chica, y en su voz oigo el mismo suspiro de añoranza de las hojas incandescentes que cortejan a la luna.

—Duerme ahora, mi Noni.

—Pero mi corazón está negro como el ébano por causa de la intranquilidad y del pecado de mi destino.

—Duerme, duerme... No siento odio hacia ti, Noni mía. A menudo he visto al hombre blanco lanzando sus ojos como flechas contra el balanceo de tus caderas, Noni mía. Lo he visto. Lo he visto como veo las hojas de los bananos respondiendo a la luna, y las lanzas blancas de la lluvia asesinando el sucio golpe del caníbal sobre nuestra tierra. Duerme.

—Pero John, mi John. Me repugna saber que te he traicionado, mi hombre, mi amante... Pero se me llevaron a la fuerza, porque el hombre blanco del almacén no consiguió mi ser auténtico.

Frrrrr, frrr, dicen las hojas de los bananos, y las cigarras claman el asesinato del negro a la luna encanecida por el disgusto.

—Pero John, mi John. Sólo fui a comprar un lápiz de labios, un pequeño lápiz de labios para embellecer mis labios sedientos de ti, amor mío... Y cuando lo estaba comprando vi sus ojos fríos sobre mis caderas de virgen... Yo corrí, corrí, amor mío, salí de la tienda para ir contigo, contigo mi amor. Mis labios rojos para ti, para ti, mi John, mi hombre...

—Duerme, Noni. No te sientes ya más con las piernas cruzadas en las sombras sonrientes de la luna. No llores más por tu dolor, por ese dolor tuyo que es mi dolor y el dolor de nuestro pueblo que implora mi compasión, una compasión que tú tienes ya para siempre, Noni mía, mi chica.

—Pero tu amor, John mío, ¿dónde está tu amor por mí?

Ay, anillos oscuros de la serpiente roja del odio, que os desenrolláis junto a las raíces del banano, que os enroscáis en las ventanas enrejadas de mi alma.

—Mi amor es para ti, Noni, y para nuestro pueblo, y para la serpiente del capuchón rojo del odio.

—¡Ay, ay, ay, ay! —grita mi amor, mi amada Noni, con su vientre de misterio y generosidad traspasado por la lujuria del blanco, por su lujuria de poseer, por su lujuria de comerciante.

Y «Ay, ay, ay» aúllan las viejas desde sus cabañas al oír mis designios en el viento y en la señal de las maltratadas hojas del banano.
¡Voces del viento, clamad mi
dolor por el mundo libre! ¡Serpiente del polvo eterno, muerde por mí el talón del
mundo desalmado!

—Ay, ay, mi John. ¿Qué será del niño que voy a tener? ¡Cómo pesa en mi corazón el niño que te entrego a ti, amor mío, hombre mío, y no al odiado blanco de la tienda que me hizo la zancadilla cuando huía velozmente de él, derribándome sobre el polvo ciego a la hora en que se pone el sol, a la hora en que el mundo entero es traicionado por la noche eterna!

—Duerme, duerme, mi niña, mi Noni. El niño será para el mundo, con el peso de su destino, y estará marcado por el misterio de las sangres mezcladas. Será el hijo de las sombras vengativas, el hijo de la serpiente acechante de mi odio.

—Ay, ay —grita mi Noni, retorciéndose profunda y místicamente en las sombras del alero de la cabana.

—Ay, ay —gritan las viejas al oír mis designios, esas viejas que escuchan la corriente de la vida, con los vientres secos para la vida, y que escuchan en sus cabañas los gritos silenciosos de los vivos.

—Duerme ahora, Noni mía. Volveré dentro de muchos años. Ahora voy en busca de mis designios de hombre. No me detengas.

Azules y verde oscuro son los duendes a la luz de la luna, los duendes subdivididos por mi odio. Y rojo oscuro es la serpiente en el purpúreo polvo acumulado a los pies del banano. Entre una miríada de respuestas, la respuesta. Detrás de un millón de designios, el designio. Frrrrr, frrr, dicen las hojas del banano, y mi amor canta: «John, ¿dónde vas, que te alejas de mí? Te esperaré siempre, con el vientre lleno de deseo».

Ahora voy a la ciudad, a las calles retorcidas y grises como el metal de las armas. Allí me encontraré con mis hermanos, en cuyas manos colocaré la serpiente roja de mi odio; y juntos iremos en busca de la lujuria del hombre blanco, y la mataremos, para que el banano no dé más frutos extraños, para que el suelo de nuestro violado país y el polvo de las almas lloren pidiendo lluvia.

—¡Ay, ay! —gritan las viejas.

En la noche de luna amenazadora suena un grito, el grito del asesinado anónimo.

Mi Noni se arrastra, doblada, hacia el interior de la cabana, y las sombras verdes y purpúreas de la luna están vacías, como vacío está mi corazón, salvo por su designio de serpiente.

La luz de ébano odia las hojas. La jacarandá mata a los árboles. Suaves globos de
paw-paw
reciben venganza índigo. Frrr, frr, le dicen las mágicas hojas del banano a la vieja y cansada luna del África. Tengo que irme, tengo que decírselo a las hojas del banano. Multitud de escalofríos pervertidos rasgan la encrucijada de sueños del bosque destruido.

Camino con pies predestinados, y los ecos del polvo son negros en el telar del tiempo. He dejado atrás el banano, y las rojas serpientes del odio amoroso cantan conmigo: «
Ve, hombre, ve en busca de venganza a la ciudad. Y la luna es escarlata sobre las hojas del banano, que cantan Frrrr, frr, y gritan, y lloran, y murmuran. ¡Oh, mi dolor es rojo, y escarlata mi tortuoso dolor! ¡Oh, el rojo y él escarlata gotean sobre la eterna luna de las hojas de mi odio!
».

[Aquí se incluía el recorte de una recensión de
Las fronteras de la guerra
, publicada en
Soviet Writing
, con fecha de agosto de 1952.]

La explotación existente en las colonias británicas es realmente terrible, según se pone de manifiesto en esta valiente primera novela, escrita y publicada bajo los mismos ojos del opresor... ¡para revelar al mundo la auténtica verdad escondida detrás del
imperialismo británico!
Sin embargo, nuestra admiración por el valor de la joven escritora que lo arriesga todo por fidelidad a su conciencia social, no debe impedirnos ver que su enfoque de la lucha de clases en África es incorrecto. Se trata de la historia de un joven aviador, un auténtico patriota dispuesto a morir por su país en la gran guerra antifascista, quien se ve involucrado en un grupo de autodenominados socialistas que, en realidad, sólo son blancos colonizadores y decadentes, aficionados al juego de la política. Lleno de repugnancia por la experiencia con esta banda de ricos miembros de la buena sociedad cosmopolita, acude al pueblo, a una sencilla chica negra que le enseña las realidades de la auténtica vida de la clase obrera. Y aquí, precisamente, surge el punto débil de esta novela bien intencionada pero mal encaminada. Pues ¿qué clase de contacto puede tener un joven miembro de la clase alta inglesa con la hija de un cocinero? Lo que el escritor ha de proponerse en el calvario de su búsqueda de la auténtica veracidad artística es lo típico. Y esta situación no es, no puede ser la típica. Imaginemos que la joven escritora, arriesgándose a escalar el mismísimo Himalaya de la verdad, hubiera hecho de sus protagonistas un joven obrero blanco y una organizada obrera africana de una fábrica. En una situación como ésa es posible que hubiera encontrado una solución, política, social o espiritual, mediante la que habría llegado a esclarecer la lucha por la libertad que se avecina en África. ¿Dónde están ahora, en el libro, las masas trabajadoras? ¿Dónde están representados quienes conscientemente llevan a cabo la lucha de clases? Simplemente, no se les ve por ninguna parte. Sin embargo, ¡no se desanime la joven y talentosa escritora! ¡Las cimas artísticas son para los grandes espíritus! ¡Adelante, en beneficio de la salvación del mundo!

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