El Cortejo de la Princesa Leia (3 page)

BOOK: El Cortejo de la Princesa Leia
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Dos mujeres modestamente vestidas de negro con anillos de plata adornando sus oscuras cabelleras salieron de la nave flanqueando a un hombre. El hombre llevaba una tiara de plata que sostenía un velo negro delante de su rostro, y su larga cabellera rubia caía en libertad sobre sus hombros. Llevaba el pecho desnudo salvo por una pequeña media capa de seda sujeta con broches de plata, y sus musculosos brazos sostenían una gran caja de ébano adornada con complejas incrustaciones de plata.

El hombre avanzó con la caja hasta el estrado y la dejó en el suelo. Después dobló las rodillas y se sentó sobre las piernas con las manos apoyadas en las rodillas, y las mujeres apartaron su velo negro. Debajo de él había el rostro masculino más increíblemente apuesto que Han había visto en toda su vida. Sus ojos de mirada profunda y escrutadora eran de un azul grisáceo, como el color del mar en el horizonte, y prometían ingenio, humor y sabiduría, y sus poderosos hombros y su firme mandíbula estaban llenos de fuerza. Han comprendió que debía ser algún alto dignatario de la casa real de Hapes.


Hapesah, rurahsen Ta'a Chume, elesa Isolder Chume'da
(«De Hapes, la Reina Madre ofrece a su mayor tesoro, su hijo Isolder, el Chume'da, cuya esposa gobernará como reina.») —dijo la embajadora.

Chewbacca gruñó, y en la multitud que se extendía debajo de ellos todo el mundo pareció hablar al mismo tiempo, creando una conmoción que resonó en los oídos de Han como el primer retumbar de una tormenta.

Mon Mothma se quitó los auriculares y observó a Leia con expresión pensativa, uno de los generales del palco lanzó un juramento y sonrió, y Han retrocedió apartándose del ventanal.

—¿Qué...? —preguntó Han—. ¿Qué significa eso?

—La Ta'a Chume quiere que Leia se case con su hijo —respondió Mon Mothma en voz baja.

—Pero Leia no lo hará, ¿verdad? —preguntó Han.

Y de repente su seguridad inicial de que no lo haría empezó a vacilar. Sesenta y tres de los planetas más ricos de la galaxia. Gobernar como matriarca a miles de millones de personas, con aquel hombre a su lado...

Mon Mothma alzó la mirada hacia los ojos de Han como si le estuviera evaluando en silencio.

—Con la riqueza de Hapes para ayudar a financiar la guerra, Leia podría acabar rápidamente con los últimos restos del Imperio, y de paso evitaría que se perdieran miles de millones de vidas —le dijo—. Sé lo que ha sentido por ella en el pasado, general Solo, pero aun así, creo que hablo por todos en la Nueva República cuando digo que espero que Leia acepte la oferta por el bien de todos nosotros.

Capítulo 2

Luke captó la proximidad de las ruinas del hogar del antiguo Maestro Jedi antes de que el wífido que le servía como guía le llevara hasta ellas. Al igual que el mismo paisaje de Toóla —una llanura árida y desolada donde los raquíticos líquenes purpúreos brotaban de las delgadas láminas de hielo invernal—, las ruinas emitían una sensación de limpieza refrescante y, al mismo tiempo, de vacío, casi como si jamás hubieran sido visitadas por seres humanos. Esa sensación de limpia pureza garantizaba a Luke que las ruinas habían sido la morada de un Jedi bueno.

El inmenso wífido avanzaba sobre el musgo purpúreo sosteniendo una vibro-hacha en su manaza mientras las brisas primaverales agitaban su pelaje color marfil. De repente se detuvo y alzó su largo hocico de tal forma que las puntas de sus enormes colmillos quedaron enfiladas hacia un distante sol púrpura, y después emitió un silbido trompeteante y escrutó la lejanía con sus ojillos negros.

Luke echó hacia atrás la capucha de su traje para la nieve y pudo distinguir el peligro del horizonte. Una bandada de demonios de las nieves estaba descendiendo desde el refugio de las nubes, y sus alas peludas se movían con destellos grises bajo los rayos del sol que caían siguiendo una trayectoria oblicua. El wífido silbó un grito de batalla temiendo que les atacaran, pero Luke extendió su mente y captó el hambre de los demonios de las nieves. Estaban persiguiendo a un rebaño de motmots de hirsuto pelaje que avanzaban como colinas heladas en el horizonte, buscando una cría lo suficientemente pequeña como para poder matarla.

—Paz —dijo Luke y extendió la mano para rozar el codo del wífido—. Muéstrame las ruinas.

Luke intentó utilizar la Fuerza para calmar al guerrero, pero el wífido se estremeció y apretó con más fuerza la empuñadura de su vibro-hacha anhelando la batalla.

El wífido silbó una larga réplica mientras señalaba el norte, y Luke tradujo lo que había dicho mediante el poder de la Fuerza. «Busca la tumba del Jedi si debes hacerlo, pequeño, pero yo he de ir a cazar. He divisado a un enemigo, y mi honor exige que lo ataque. Esta noche mi clan se dará un banquete de demonio de las nieves...» El wífido llevaba un cinturón de armas como única prenda, y escogió una maza a la que iba unida una bola de pinchos de hierro ennegrecido del despliegue de armamento que colgaba de su cinturón. Después se lanzó a la carga sosteniendo un arma en cada puño enorme, moviéndose más deprisa de lo que Luke jamás hubiese creído posible en una criatura de su tamaño.

Luke meneó la cabeza y compadeció a los demonios de las nieves. Erredós silbó a su espalda pidiendo a Luke que no avanzara tan deprisa mientras el pequeño androide se deslizaba sobre una lámina de hielo particularmente traicionera. Luke y Erredós siguieron avanzando en dirección norte hasta llegar a las tres grandes rocas en forma de losa que surgían del suelo para formar el techo y los lados de un túnel. El túnel olía a sequedad, y Luke cogió una minilinterna de su cinturón de herramientas y empezó a avanzar por él. El túnel se había derrumbado a poca distancia de la superficie, y un peñasco gigantesco obstruía el camino. El hollín que manchaba el peñasco indicaba el lugar en el que un detonador térmico lo había desprendido hacía muchísimo tiempo, ocultando lo que hubiera al otro lado.

Luke cerró los ojos y envió su mente hacia adelante hasta que la Fuerza se canalizó a través de él. Movió la roca, la levantó y la mantuvo flotando en el aire.

—Adelante, Erredós —susurró Luke.

El androide avanzó a toda velocidad y lanzó un silbido de preocupación al pasar por debajo de la roca suspendida. Luke se encogió para pasar por debajo del peñasco, y volvió a dejar que se posara en el suelo detrás de él.

Descubrió huellas dejadas por las botas de las tropas de asalto imperiales en el suelo de tierra inmediatamente detrás de la roca, perfectamente conservadas a pesar de todos los años que habían transcurrido desde que fueron hechas. Luke estudió las huellas y se preguntó si alguna de ellas pertenecería a su padre. Darth Vader probablemente habría tenido que estar presente, ya que era el único capaz de matar al Maestro Jedi que había vivido en aquellas cavernas; pero las huellas no le dijeron nada.

El túnel iba bajando en un continuo serpenteo a través de cámaras de almacenamiento abiertas a gran profundidad por debajo del suelo. La atmósfera estaba impregnada por el olor a rancio de los excrementos y el pelaje de los roedores. Un androide de suministro energético no muy grande y de forma cuadrada yacía muerto en un pasadizo, su energía agotada por completo hacía ya mucho tiempo. Otra cámara estaba casi totalmente ocupada por un calentador térmico, cuyos cables de alimentación habían sido roídos por los dientes de pequeñas alimañas. Luke fue siguiendo el túnel dirigiéndose hacia la sensación de limpieza que había dejado el Jedi, y acabó llegando a la habitación del Maestro muerto. El cuerpo había desaparecido, disipado tal como había ocurrido con los de Yoda y Ben, pero Luke pudo sentir el residuo de la fuerza del Maestro Jedi, y descubrió un traje para la nieve lleno de tajos y quemaduras cerca del que había una espada de luz. Luke cogió la espada y la conectó. Un chorro de energía opalescente brotó de la empuñadura cuando la espada cobró vida con un zumbido.

Luke pensó durante unos momentos en el hombre al que había pertenecido la espada, y la desconectó. Sabía muy poco sobre él aparte de que el Maestro Jedi había servido a la Vieja República durante sus últimas horas. Luke llevaba meses siguiendo su pista. El Maestro Jedi había sido conservador de archivos de los Jedi en Coruscant y, como tal, parecía no ser más que un funcionario subalterno que no merecía atraer la atención de los imperiales que invadieron el planeta, pero había huido de Coruscant con los archivos de un millar de generaciones de Jedi.

Luke albergaba la esperanza de que esos archivos serían algo más que un mero catálogo de los actos de los Jedi. De hecho, cabía la posibilidad de que contuvieran la sabiduría de los antiguos Maestros Jedi, sus pensamientos y sus aspiraciones. Como joven Jedi que no había sido educado a fondo en las peculiaridades de la Fuerza, Luke esperaba poder descubrir en ellos los misterios más profundos de cómo los Jedi habían adiestrado a sus guerreros, sus videntes y sus médicos.

La mirada de Luke recorrió la habitación iluminada por la débil claridad de su minilinterna, buscando cualquier cosa que pudiera proporcionarle una pista. Erredós se había metido en un pasadizo lateral y estaba abriéndose paso a través de la oscuridad gracias a sus focos. Un instante después Luke le oyó lanzar un silbido quejumbroso y le siguió por el pasadizo.

El pasadizo llevaba a cámaras de paredes ennegrecidas que habían sido abiertas en la roca viva y en las que se habían almacenado hilera tras hilera de células de holovídeos, pero las grabaciones habían sido reducidas a cenizas. Los cilindros de ordenador se habían convertido en montones de escoria a medio fundir, y sus núcleos de memoria estaban calcinados. Los detonadores térmicos habían derretido las grabaciones, pero Luke también encontró fragmentos de granadas de pulso electromagnético. Quien destruyó los holovídeos había hecho cuanto estaba en sus manos para borrar los datos que contenían antes.

Luke fue por el túnel y dejó atrás docenas y docenas de células, echando un rápido vistazo a cada una cuando pasaba junto a ella. No quedaba nada. Todo había desaparecido. El conocimiento y las obras de un millar de generaciones de Jedi se habían esfumado.

—Es inútil, Erredós —dijo Luke.

Sus palabras parecieron ser engullidas por la oscuridad y el silencio de los túneles vacíos. Erredós lanzó un silbido melancólico y siguió rodando por el pasadizo, levantándose sobre sus ruedas para echar un vistazo por encima del borde de cada célula.

Ya no quedaba nada. Luke comprendió que todo había desaparecido. El Emperador no se había conformado con perseguir y matar a los Jedi. Quería obtener el control absoluto de la galaxia, y le había parecido necesario no sólo extinguir su fuego eliminándolo del universo, sino aplastar sus ascuas y dispersar sus cenizas para que los Jedi no volvieran a surgir jamás de ellas. La consecuencia era que después de meses de búsqueda, Luke sólo había encontrado cenizas.

Luke se sentó en el suelo y se tapó los ojos con una mano mientras se preguntaba qué debía hacer a continuación. No cabía duda de que habían existido otros archivos y otras copias, desde luego. Tendría que volver a Coruscant e iniciar la búsqueda allí.

De repente Erredós empezó a lanzar nerviosos silbidos desde el otro extremo de la cámara, cerca del final del túnel.

—¿Has encontrado algo? —preguntó Luke.

Se puso en pie, se limpió las cenizas que se habían adherido a su traje para la nieve y se obligó a caminar despacio. Erredós había encontrado una célula en la que los registros no estaban derretidos.

El detonador térmico había fallado, y aún estaba encima de ella. La granada de pulso electromagnético se había fragmentado, pero Luke se preguntó hasta qué punto habría sido efectiva. Cogió un cilindro de ordenador de la parte superior de la célula y lo introdujo en Erredós. El androide silbó y se inclinó hacia adelante preparándose para proyectar el holograma, pero pasado un momento expulsó el cubo con un siseo ahogado.

—Vamos, vamos... —murmuró Luke con voz esperanzada.

Hurgó en el fondo del montón y extrajo de él un segundo cilindro que introdujo en el androide, y Erredós le mostró el holograma de un hombre que vestía una túnica verde pálido muy holgada cuyos pliegues ondulaban a su alrededor; pero la interferencia estática era tan considerable que la imagen holográfica no tardó en disgregarse. Erredós expulsó el cilindro y la luz de sus faros volvió a brillar sobre la célula, apremiando a Luke a que hiciese un nuevo intento.

—De acuerdo —suspiró Luke.

Buscó un cilindro que estuviera lo más alejado posible de la granada de pulso electromagnético. Hurgó en el montón y encontró uno en una esquina de la cámara, y se disponía a sacarlo cuando sintió que la Fuerza tiraba de él en otra dirección. Siguió buscando a tientas entre los cilndros hasta que sus dedos rozaron uno de ellos, y de repente experimentó una clara e inconfundible sensación de paz.

—«Éste, éste... —pareció susurrar una voz—. Éste es el que andas buscando.»

Luke lo cogió, lo sacó del montón y retrocedió un par de pasos. No hubiese podido explicar cómo lo sabía, pero tenía la seguridad de que continuar registrando las cavernas no serviría de nada. Si había alguna respuesta que encontrar allí, la tenía en la mano.

Introdujo el cilindro en Erredós y éste captó una señal casi inmediatamente. Las imágenes aparecieron en el aire delante del androide mostrando una antigua sala del trono en la que los Jedi se iban presentando uno por uno delante de su gran maestro para exponer sus informes. Pero el holograma estaba fragmentado, y había sufrido un borrado tan concienzudo que Luke sólo obtuvo briznas y pequeños fragmentos de información: un hombre de piel azulada dando detalles sobre una terrible batalla espacial contra unos piratas, un twi'lek de ojos amarillos y coletas ondulantes que contaba cómo había descubierto la existencia de una conspiración para asesinar a un embajador... Una fecha y una hora parpadeaban durante unos momentos en la imagen antes de cada informe. El holograma tenía casi cuatrocientos años estándar de antigüedad.

Y de repente Yoda apareció en la imagen y alzó la mirada hacia el trono. Su color era más vibrantemente verde de lo que recordaba Luke, y no utilizaba su bastón. El Yoda de la madurez tenía un aspecto casi jovial y despreocupado, y no se parecía en nada al Jedi viejo y encorvado que Luke había conocido. Casi toda la banda de audio estaba borrada, pero Luke pudo oír con toda claridad unas cuantas palabras a través del siseo de fondo.

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