El Cortejo de la Princesa Leia (55 page)

BOOK: El Cortejo de la Princesa Leia
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La Ta'a Chume había contemplado aquella breve batalla por el rabillo del ojo.

—Recapacita, madre —dijo Isolder—. En una ocasión me dijiste que no quisiste correr el riesgo de que nuestros antepasados fueran gobernados por una oligarquía de lectores de auras y dobladores de cucharillas. Pero si tomo por esposa a Teneniel, hay bastantes prohabilidades de que nuestros nietos sean esos dobladores de cucharillas...

La Ta'a Chume titubeó y contempló a Teneniel durante un momento que se hizo muy largo.

—Quizá mi juicio ha sido apresurado —dijo por fin sin excesiva convicción—. Sospecho que Teneniel Djo, princesa de Dathomir, será una Reina Madre muy adecuada. Asegúrate de vestirla correctamente antes de traerla a casa.

Giró sobre sí misma para marcharse, pero Isolder aún no había terminado de hablar.

—Una cosa más, madre —dijo clavando la mirada en su espalda—. Vamos a unirnos a la Nueva República... ¡Y lo haremos ahora mismo!

La Ta'a Chume volvió a titubear, acabó inclinando la cabeza en un gesto de asentimiento y salió a toda prisa de la gran sala.

A la mañana siguiente, Luke estaba en el parapeto de la sala de guerra bañado por los primeros rayos del sol y contemplaba cómo las lanzaderas despegaban en la lejanía transportando a los últimos refugiados de la prisión.

Augwynne salió al balcón y se puso a su lado para ver partir las diminutas naves.

—¿Estáis seguras de que no preferís iros con ellos? —preguntó Luke—. Este sector sigue siendo peligroso.

—No —respondió Augwynne—. Dathomir es nuestro hogar, y aquí no hay nada que alguien pueda desear..., excepto tú, naturalmente. Tenemos algo que quieres, y puedo sentirlo en ti. ¿Qué es lo que deseas?

—Unos restos que hay en el desierto —respondió Luke—. Hubo un tiempo en los que fueron una nave espacial llamada
Chu'unthor,
y los Jedi se adiestraban a bordo de ella. Me gustaría volver algún día, y examinar los restos para averiguar si queda algún registro intacto y salvar lo que se pueda de ellos.

—Ah, sí... Nuestras antepasadas libraron una gran batalla con los Jai en ese lugar.

—Y vencisteis —dijo Luke.

—No —replicó Augwynne apoyando la espalda en el muro de piedra de la fortaleza y cruzando los brazos delante del pecho—. No vencimos... Al final, los dos bandos se sentaron a hablar y lograron negociar un acuerdo.

Luke se echó a reír.

—Así que os quedasteis con la nave, y luego ha pasado trescientos años pudriéndose en el desierto... ¿Qué obtuvisteis pues de ese acuerdo?

—No lo sé —dijo Augwynne—. De todas nosotras, sólo la Madre Rell estaba allí y su mente ya no funciona muy bien.

—¿La Madre Rell? —preguntó Luke.

Se sintió invadido por una extraña sensación de paz. Augwynne le lanzó una mirada interrogativa, y Luke cruzó corriendo la sala y fue a la habitación de Rell. La anciana estaba sentada sobre su almohadón en el cubo de piedra tal como la había visto antes, y los mechones de su blanca cabellera brillaban a la luz de las velas. La Madre Rell alzó su vacua mirada hacia Luke.

—Madre Rell... Soy yo, Luke Skywalker —dijo Luke.

La anciana le miró fijamente con sus ojos legañosos.

—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Y las Hermanas de la Noche? ¿Están todas muertas? ¿Las mataste?

—Sí —respondió Luke.

—Entonces nuestro mundo ha terminado y acaba de empezar uno nuevo, tal como profetizó Yoda. —Luke descubrió que estaba temblando de excitación—. Supongo que has venido a por los registros, ¿no?

—Sí —respondió Luke.

—Queríamos quedarnos con ellos, ¿sabes? —dijo Rell—. Pero los Jai nunca nos proporcionaron la tecnología necesaria para leerlos... Dijeron que las enseñanzas eran demasiado poderosas, y que mientras hubiera Hermanas de la Noche en nuestro mundo nunca podríamos disponer de ella. Yoda prometió que algún día las compartirías con nuestros descendientes.

Se levantó haciendo un gran esfuerzo, se volvió hacia el cubo de piedra, apartó el almohadón e intentó abrirlo.

—Échame una mano —dijo.

Luke levantó la tapa del cubo. Dentro había una caja de seguridad de metal corroído, con un panel de control de acceso muy antiguo incrustado en él. La luz verde de funcionamiento aún brillaba. Luke estudió la caja y tecleó los dos símbolos que formaban el nombre de Yoda. Un siseo brotó de la cerradura mientras la tapa subía unos centímetros y el aire entraba en la caja. Luke acabó de levantarla.

La caja de seguridad estaba repleta de discos lectores. Había centenares, y contenían más volúmenes llenos de información de los que cualquier ser humano podía tener la esperanza de estudiar en toda una vida.

Una lanzadera hapaniana llegó al mediodía para recoger a Isolder y Teneniel. Luke, Han, Chewie, Leia y los androides fueron a despedirles. Isolder descubrió que le costaba un poco marcharse del planeta. Leia les abrazó a los dos y les deseó felicidad, y lloró sin tratar de disimular sus lágrimas hasta que Teneniel le recordó que sus caminos se cruzarían de vez en cuando, ya que Hapes se había unido a la Nueva República.

Han le estrechó la mano a Teneniel, y le dio un puñetazo amistoso en el brazo a Isolder.

—Ya nos veremos, Basura —dijo—. Y cuidado con los piratas...

Isolder le devolvió la sonrisa mientras contemplaba a Han. Las brujas y Luke habían hecho cuanto estaba en sus manos para curar la pierna rota y las muelas de Han, aunque aún llevaba una abrazadera metálica de soporte en la pierna. Han parecía un pirata. No había perdido aquel aire fanfarrón y el leve contoneo de su caminar. Han era capaz de contonearse incluso con una abrazadera en la pierna.

—Ya nos veremos, Atontado —dijo Isolder, pero el deseo de añadir algo más acabó imponiéndose—. Bueno, ¿dónde habéis planeado pasar vuestra luna de miel?

Han se encogió de hombros.

—Había esperado pasarla aquí, en Dathomir, pero la situación se ha calmado tanto durante los dos últimos días que me temo que resultaría un poco aburrida.

—Quizá te gustaría recorrer los mundos de Hapes —sugirió Isolder—. Estoy seguro de que en esta visita encontrarías más hospitalidad que durante la anterior.

—Bueno, es una promesa que no os costará mucho cumplir —replicó Han—. Basta con que no empiecen a dispararme en cuanto me vean.

—No haremos eso —le prometió Isolder—, aunque quizá haga que mi gente inspeccione tu equipaje en busca de bienes robados antes de que te marches.

Han se rió y le dio una palmada en la espalda. Chewbacca y Cetrespeó se despidieron, y después le tocó el turno a Luke. El Jedi se había mantenido un poco alejado de los demás y les había estado observando con mucha atención. Su despedida careció de lágrimas. Luke cogió la mano de Teneniel, la sostuvo durante un momento y la miró a los ojos..., no, en realidad miró más allá de sus ojos.

—Tu primer bebé será una niña —le dijo—, y será fuerte y virtuosa como tú. Cuando sientas que ha llegado el momento adecuado, quizá me la envíes para que la adiestre.

Teneniel sonrió y le abrazó. Luke tomó la mano de Isolder entre sus dedos y la estrechó.

—Acuérdate de que debes servir al lado luminoso de la Fuerza —le dijo—. Llevarás algo de luz dentro de ti aunque nunca empuñes una espada de luz o cures a los enfermos. Sé fiel a esa luz.

—Lo seré —le prometió Isolder, y se preguntó hasta qué punto había cambiado su vida durante los últimos días. En una fracción de segundo había decidido seguir a Luke hasta aquel planeta, y mientras se despedía comprendió que pasaría el resto de su vida siguiendo el camino de Luke—. Lo haré —repitió, y abrazó al Jedi.

Permanecieron inmóviles durante un momento mirándose los unos a los otros, y después Isolder volvió a contemplar el valle, las cabañas en los campos, la oscura fortaleza que se alzaba sobre ellos, los rancors que chapoteaban en el estanque, y el sol que brillaba sobre los valles del sur, las montañas y los desiertos que había más allá de ellas. Aspiró una bocanada de aquella atmósfera limpia y fragante y saboreó por última vez el aroma de Dathomir, y sintió una quemazón casi imperceptible en sus senos nasales. Isolder comprendió que debía de ser alérgico a algo del planeta.

Cogió a Teneniel de la mano y subió a la lanzadera con su prometida para llevarla a otros mundos y otras estrellas.

Seis semanas después Luke se encontraba bajo los cielos azules de Coruscant. Acababa de bañarse y se había vestido con una túnica gris de fina tela. Era el padrino de la boda de Leia y planeaba llegar temprano, pero el piloto de la lanzadera se equivocó de destino y le dejó en el consulado de Aldereenia en vez de en el de Alderaan, con lo que Luke se encontró en un edificio ocupado por una raza de insectos de los que no había oído hablar nunca, y que se hallaba a casi doscientos kilómetros de distancia del consulado de Alderaan.

Luke llegó al consulado una hora más tarde de lo que había planeado, y cuando logró cruzar el umbral echó a correr por un pasillo muy largo cuyas paredes estaban adornadas con grandes paneles de lustrosa madera vieja de uwa y que llevaba a la Sala Blanca. Dobló una esquina, y vio a Cetrespeó corriendo frenéticamente delante de él.

Luke consiguió alcanzar al androide.

—Eh, Cetrespeó, ¿qué ocurre? —le preguntó.

—¡Oh, amo Luke, no sabe cómo me alegra verle! —exclamó Cetrespeó—. ¡Me temo que os he metido a todos en un lío terrible! ¡Ah, todo es culpa mía...! ¡Debemos detener la boda inmediatamente!

—¿Qué sucede? —preguntó Luke—. ¿De qué estás hablando?

—Acabo de hacer una visita al ordenador de la ciudad y me he enterado de algo horrible. El ordenador estaba haciendo un cruce de verificación entre varios ficheros, ¡y descubrió que Han no pertenece a la realeza!

—¿No es de sangre real? —preguntó Luke.

—¡No! Korol Solo, su bisabuelo, sólo era un pretendiente al trono... ¡Y acabó siendo ahorcado por sus crímenes! ¡Debemos advertir a todo el mundo!

—Por eso se sintió tan avergonzado y se fue de la reunión del Consejo de Alderaan cuando anunciaste su linaje —dijo Luke—. ¡Siempre ha sabido que su bisabuelo no llegó a sentarse en el trono!

—¡Por supuesto! —dijo Cetrespeó—. ¡Hay que detener la boda!

—¡Muy bien, muy bien! —dijo Luke mientras ponía la mano sobre el hombro de Cetrespeó—. No te preocupes. Yo me ocuparé de todo.

—Oh, qué amable y bueno es usted, amo Lu...

Luke desactivó al androide, lo llevó a rastras hasta un despacho vacío, cerró la puerta con llave y después fue a la Sala Blanca y abrió una de sus muchas puertas.

La estancia tenía un gigantesco techo abovedado que había sido minuciosamente tallado a partir de una sola piedra monolítica, y las luces se reflejaban en la cúpula bañándolo todo con una suave claridad celestial. Mil invitados procedentes de muchos planetas estaban sentados en filas de bancos para asistir a la ceremonia, y algunos de ellos se volvieron hacia Luke. Teneniel Djo y el príncipe Isolder estaban sentados en la primera fila al lado de Erredós y Chewbacca, que ofrecía un aspecto impecable después de un concienzudo baño con champú y un largo cepillado. El príncipe tenía una planta sobre el regazo, una flor de aralute purpúrea con forma de trompeta.

Luke se quedó unos momentos al fondo de la sala y contempló el altar de mármol en el que Han y Leia estaban arrodillados el uno enfrente del otro, cogidos de las manos a través del altar. El oficiante de la ceremonia estaba ante ellos vestido con la suntuosa túnica verde esmeralda de su cargo, y ya había empezado a hacer recitar sus votos a Leia.

Leia se volvió y miró a Luke, y las diademas de su velo reflejaron la luz con un sinfín de destellos, y Luke percibió que no estaba enfadada con él por haber llegado tarde y que su única emoción era la gratitud al ver que Luke estaba allí; y en ese momento Leia se sentía más serena y satisfecha de lo que jamás había estado en toda su vida, y quizá nadie pudiera llegar a sentir más alegría de la que ella estaba sintiendo en ese instante.

Notas del traductor

[1]
«Skywalker» significa «caminante del cielo».

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