Read El Cortejo de la Princesa Leia Online
Authors: Dave Wolverton
—¡Dalla, viejo ladrón! —exclamó Han con falso entusiasmo—. Necesito tu ayuda. Verás, me gustaría conseguir un préstamo con el
Halcón Milenario
como garantía, y quiero que me introduzcas en una partida de cartas esta noche..., y quiero que se trate de una partida donde las apuestas sean muy altas.
La capitana Astarta, la guardaespaldas personal del príncipe, fue al dormitorio de Isolder y le despertó. Era una mujer asombrosamente hermosa de largos cabellos rojo oscuro y ojos tan azules como los cielos de Terefon, su planeta natal.
—
¿Flarett a reliaren?
(«¿Estaba bien condimentada la cena?») —le preguntó en un tono casi despreocupado.
Isolder la observó desde la cama, y vio cómo los ojos de Astarta se movían de un lado a otro sometiendo a la habitación a una inspección más concienzuda que de costumbre. El escrutinio pasó del vestidor a la cama primero y a los armarios después. Los movimientos de la capitana Astarta eran fluidos y casi felinos.
—La cena estaba bien condimentada —respondió Isolder—. Descubrí que la princesa es encantadora, y su compañía me resultó muy agradable. ¿Qué ocurre?
—Hace una hora recibimos un mensaje codificado. Fue enviado a todas las naves de nuestra flota. Sospechamos que era una orden de asesinato.
—¿La señal vino de Hapes?
—No. Fue enviada a nuestra flota desde Coruscant.
—¿Quién ha de ser asesinado?
—La orden no daba el nombre del objetivo, ni el tiempo o el lugar —respondió la capitana Astarta—. El texto completo del mensaje es el siguiente: «La tentadora parece demasiado interesada. Actuad». Ya sé que suena un poco críptico, pero me parece que el significado está muy claro.
—¿Has notificado al Departamento de Seguridad de la Nueva República que Leia corre peligro?
Astarta titubeó unos momentos antes de responder.
—No estoy convencida de que la princesa Leia sea el objetivo.
Isolder no dijo nada. Si moría, el linaje real pasaría a la hija de su tía Secciah. Isolder había tenido una prometida, la dama Elliar, y había sido asesinada. La habían encontrado ahogada en un estanque espejo. Isolder nunca pudo obtener pruebas de lo que creía había sucedido, pero estaba seguro de que su tía Secciah se encontraba detrás del asesinato, al igual que estaba seguro de que su tía había pagado a los piratas que asesinaron a su hermano mayor después de haber atacado y saqueado el navío insignia real. Los piratas tenían que estar enterados del inmenso valor que el Chume'da poseía para su madre, y aun así habían matado al chico sin tratar de obtener un rescate por él.
—¿Y crees que esta vez el objetivo soy yo?
—Eso creo, mi señor —respondió Astarta—. Vuestra tía podría culpar a algún agente del exterior: una facción interna de la Nueva República, algún caudillo guerrero que temía la unión matrimonial..., incluso podría culpar al general Solo.
Isolder se irguió en la cama, cerró los ojos y empezó a pensar. Sus tías y su madre... Todas eran mujeres temibles, astutas y llenas de argucias y engaños. Isolder había albergado la esperanza de que contraer matrimonio fuera del linaje real de Hapes le permitiría encontrar a alguien como Leia, alguien que no estuviera contaminado por la plaga de la avaricia que hacía estragos en todas las mujeres de su familia. Le dolía terriblemente pensar que alguien había conseguido introducir asesinos en su propia flota.
—Advertirás a la Nueva República de la amenaza —dijo por fin—. Si mi tía ha conseguido introducir un asesino en esta nave, quizá puedan ayudar a descubrir su identidad. Ah, y también quiero que la mitad de mi guardia personal se dedique a proteger a Leia.
—¿Y quién os protegerá a vos, mi señor? —preguntó Astarta.
Isolder captó el brillo dolorido de la traición en los ojos de Astarta. La capitana le amaba, y no podía dejarle expuesto al peligro. Isolder siempre lo había sabido. Era lo que hacía que fuera tan buena en su trabajo. Astarta quizá incluso albergaba una débil esperanza de que Leia muriese, pero Isolder sabía que la capitana Astarta obedecería sus órdenes. Por encima de todo, Astarta era una soldado excelente.
Sacó un desintegrador de debajo de la sábana, y vio el fugaz destello de sorpresa en los ojos de Astarta al comprender que no había sido capaz de detectar la presencia de un arma apuntada hacia su pecho.
—Yo vigilaré mi propia espalda, como siempre —dijo Isolder.
La noche encontró a Han en un local de bastante mala reputación del submundo de Coruscant, un casino que literalmente no había visto la luz del sol desde hacía más de noventa mil años porque se habían ido edificando capa tras capa de edificios y calles por encima de él, hasta que el casino acabó quedando tan atrapado como un fósil incrustado en su capa de sedimentos. El aire húmedo que se respiraba a aquellas profundidades olía a podredumbre, pero había muchas razas de la galaxia, sobre todo aquellas que habían ido evolucionando con vistas a vivir debajo de la superficie, a las que el submundo proporcionaba un habitat en el que podían encontrarse muy a gusto. Han pudo distinguir muchos pares de ojos enormes que le observaban furtivamente desde la penumbra un poco amenazadora del casino.
Han había solicitado tomar parte en una partida de cartas con apuestas muy altas y había ido abriéndose paso, poco a poco, hacia ella a través de tres partidas de menor categoría, pero en ningún momento había estado preparado para enfrentarse a algo semejante. A su izquierda estaba sentado un consejero columiano, provisto de un arnés antigravitatorio, cuya cabeza era tan grande que las palpitantes venas azules parecidas a gusanos que serpenteaban alrededor de su cerebro eran mucho más largas que sus flacas piernas, que no le servían de nada. El vasto intelecto del columiano lo había convertido en uno de los más temibles oponentes de los juegos de azar que podían encontrarse en toda la galaxia. Enfrente de Han estaba sentada Omogg, una señora de la guerra drackmariana conocida por su increíble riqueza. Sus escamas azul pálido habían sido frotadas hasta conseguir que brillaran, y las nubes de metano que flotaban dentro de su casco ocultaban su hocico y sus temibles dientes. El asiento de la izquierda de Omogg estaba ocupado por el embajador de Gotal, a quien Han había visto el día anterior, una criatura de piel grisácea y barba canosa que jugaba con los ojos cerrados, confiando en los dos enormes cuernos sensoriales que coronaban su cabeza para que captaran e interpretaran las emociones de los otros jugadores, con la esperanza de poder leer así sus pensamientos.
Han nunca había jugado al sabacc con adversarios como aquellos. De hecho, Han llevaba años sin jugar al sabacc, y el sudor había empezado a brotar de su cuerpo y estaba empapando su uniforme. Jugaban a una variación del sabacc que ya tenía varios milenios de antigüedad, y que era conocida con el nombre de sabacc de la Fuerza. En el sabacc normal, un sistema de aleatoriedad incorporado a la mesa alteraba periódicamente los valores de las cartas, con lo que proporcionaba una intensidad y una emoción que habían mantenido vivo al juego durante generaciones. Pero las reglas del sabacc de la Fuerza eran distintas, y no se utilizaba ningún sistema de aleatoriedad. En esa variante, eran los otros jugadores los que proporcionaban la dosis de aleatoriedad. Después de haber sacado la primera carta para una mano, cada jugador tenía que anunciar si su mano iba a ser de luz u oscura. El jugador que tuviera la mano de luz o la mano oscura más potente ganaría, pero sólo en el caso de que la potencia combinada del bando que hubiera escogido ganara también. Por ejemplo, si Han decidía jugar una mano oscura mientras todos los demás jugaban manos de luz, perdería con toda seguridad. Han clavó la mirada en sus cartas. Le había tocado una mano mixta compuesta por el dos de espadas, el Maligno y el Idiota. En conjunto era una mano oscura bastante débil y Han no creía que sus cartas fueran lo suficientemente buenas, y había ganado las últimas manos jugando cartas de los arcanos de la luz. Quizá fuese meramente superstición, pero Han tenía la vaga sensación de que aquél no era el momento más recomendable para pasarse al bando de la oscuridad. A pesar de ello, no le quedaba más remedio que aceptar las cartas que le habían entregado.
—Veo tu apuesta —le murmuró el gotaliano a Han sin abrir sus ojos ribeteados de rojo— y subo a cuarenta millones de créditos.
Chewbacca dejó escapar un gemido a espaldas de Han, y Cetrespeó se inclinó sobre él.
—Señor, ¿me permite recordarle que las probabilidades de que alguien gane seis manos seguidas son de una entre sesenta y cinco mil quinientas treinta y seis? —le susurró al oído.
No tuvo que decirlo en voz alta, pero Han se encargó de terminar por él. «Y son significativamente inferiores cuando tienes estas cartas», pensó.
—Los veo —dijo, y empujó hacia adelante la concesión de los derechos de explotación minera de un sistema estelar muerto cuyo nombre sólo podía ser pronunciado por un columiano—. Y subo a ochenta millones.
Empujó hacia adelante una ficha de memoria que contenía un considerable porcentaje de interés en las minas de especias de Kessel. El nerviosismo de Han debió de resultar abrumador para el gotaliano, porque el embajador se tapó de repente el cuerno sensorial izquierdo con una mano.
Los otros jugadores captaron la manera en que el gotaliano había reaccionado a lo que era pura desesperación por parte de Han, y se apresuraron a igualar la apuesta.
—¿Alguien quiere ver las cartas ahora? —preguntó Han.
Tenía la esperanza de que esperaran hasta que se hubiese repartido otra mano.
—Yo quiero verlas —dijo el gotaliano.
Cada jugador puso sus cartas sobre la mesa. El gotaliano estaba jugando una mano oscura, pero hasta el momento la suya era más débil que la de Han. Los otros dos jugaban manos de luz y podían vencer a Han. Todos esperaron a que el androide que repartía las manos, que estaba atornillado al techo y suspendido encima de la mesa, entregara una última carta a cada uno.
Los engranajes chirriaron sobre sus cabezas cuando los brazos del androide, un modelo ya muy antiguo, giraron para colocar una carta delante del columiano. El columiano la tocó. El calor de su cuerpo activó los microcircuitos de la carta haciendo que ésta mostrara su figura, y faltó muy poco para que el corazón de Han dejara de latir. El señor de las monedas, el señor de las vasijas y la reina del aire y la oscuridad... Eso daba veintidós puntos, con el resultado de una mano casi invencible. La única esperanza que le quedaba a Han era que la potencia combinada de las manos oscuras fuese capaz de superarla.
El androide entregó la última carta a la drackmariana. Una imagen de un caballero jedi apareció bajo sus dedos: la Moderación, cabeza abajo. El hecho de que el androide hubiera entregado la carta de la Moderación cabeza abajo invertía la mano de luz de la drackmariana, alterándola de manera radical con el resultado de que su potencia quedaba añadida a las manos de Han y el gotaliano. Han sintió que el corazón le daba un vuelco. Sí, aquello podía cambiar el curso de toda la partida... Pero las reglas de la variante del sabacc a la que estaban jugando eran muy claras, y la drackmariana tenía la opción de rechazar una carta. La drackmariana apartó la carta de la Moderación cabeza abajo, con lo que mantuvo su mano de luz en un total de dieciséis puntos.
Los brazos mecánicos se movieron hacia el gotaliano y dejaron caer un siete de báculos delante de él. Era una carta menor, pero servía para reforzar la mano oscura. El gotaliano tenía la reina del aire y la oscuridad, el Equilibrio y la Eliminación. El total de su mano era de diecinueve puntos negativos. Han sintió un nuevo júbilo, y comprendió que las manos oscuras probablemente iban a ganar. El gotaliano debió captar el alivio de Han, y lo malinterpretó pensando que Han creía haber obtenido una victoria personal. El gotaliano contempló las ganancias de Han con evidentes celos, y después rechazó su siete de báculos. El nuevo total de su mano oscura quedaba por debajo de los veintitrés puntos negativos, por lo que fue declarada fallida. Eso significaba que los arcanos oscuros perderían automáticamente..., a menos que Han tuviera la suerte de obtener un veintitrés, ya fuera positivo o negativo.
Han volvió a estudiar sus cartas. El Idiota no valía nada y el dos de espadas valía dos puntos, mientras que el Maligno valía quince puntos negativos. Su mejor probabilidad de ganar sería un despliegue de idiota: podía conservar la carta del Idiota, más el dos de espadas más un tres de cualquier palo, con lo cual conseguiría un veintitrés literal. Han supuso que las probabilidades de obtener un tres eran bastante reducidas, aproximadamente una entre quince, pero era la única salida.
Los brazos mecánicos giraron sobre la cabeza de Han y su chirriar se volvió repentinamente más estridente. Los manipuladores cogieron la primera carta del mazo y la colocaron sobre la mesa, y Han extendió la mano con vacilante lentitud hacia ella y la tocó. La imagen de la segunda carta de Resistencia apareció bajo sus dedos. Ocho puntos negativos. Han contempló sus cartas con incredulidad, y dejó las dos sobre la mesa. Tenía un veintitrés negativo, lo cual quería decir que había obtenido un sabacc natural.
—¡Ha ganado! —gritó Cetrespeó.
El embajador de Gotal se derrumbó sobre la mesa y empezó a emitir una especie de ladridos ahogados que Han supuso sólo podían ser sollozos. El columiano contempló a Han con sus enormes ojos negros de mirada gélida e impasible.
—Felicitaciones, general Solo —dijo secamente—. Lamento que este juego se haya vuelto demasiado caro para mi gusto.
Los motores de su unidad antigravitatoria se activaron y el columiano empezó a maniobrar cautelosamente para salir de la sala, moviéndose con todas las precauciones posibles para impedir que su gigantesco cerebro chocara con algún adorno.
El embajador de Gotal se levantó de la mesa y se perdió entre las sombras del submundo.
—Errrres rrrrrico, humano —dijo la voz siseante y gutural de la drackmariana desde el sistema de comunicación de su casco mientras ponía dos manazas gigantescas encima de la mesa, y sus garras chirriaron al deslizarse sobre el viejo metal negro—. Demasiaaaaaa-do rrrrico. Quizáaaaa no consigaaaaas salirrrr del submundo con vi-daaaaa.
—Correré ese riesgo —dijo Han.
Dio una palmada al desintegrador que colgaba de la funda de su costado y clavó la mirada en el casco de la drackmariana. Podía distinguir unos ojos oscuros que relucían como guijarros mojados por entre las nubes de gas verdoso. Han recogió todas sus fichas de crédito, certificados de acciones, derechos y concesiones formando un enorme montón con sus ganancias. Más de ochocientos millones de créditos, más créditos de los que jamás había soñado poseer... Y sin embargo seguía sin ser suficiente.