Read El Cortejo de la Princesa Leia Online
Authors: Dave Wolverton
El aerodeslizador se detuvo y dos hombres salieron de él disparando. Leia sabía que el escudo personal de Isolder no podría aguantar más de un par de segundos. Los escudos personales siempre tendían a proporcionar una protección mínima, porque no se podía ir provisto de una fuente de energía lo suficientemente potente como para desviar el fuego enemigo y que funcionase más de un instante. El segundo peligro procedía del mismo escudo: el campo de energía se calentaba hasta tal extremo que quienes lo utilizaban corrían el riesgo de freírse a sí mismos si lo tocaban por accidente. Isolder mantuvo el escudo delante de él y avanzó hacia sus atacantes.
Dos rayos más pasaron silbando sobre su cabeza, y Astarta disparó. Leia volvió la mirada justo a tiempo de ver cómo el único disparo de la amazona acertaba al androide asesino en el centro del torso. Pequeños fragmentos de metal salieron despedidos en todas direcciones y volaron por los aires, y fueron seguidos por una potente explosión cuando la unidad energética del androide estalló.
El príncipe movió su escudo como si fuese un arma, y el campo de energía obligó a retroceder a sus atacantes. Hubo una erupción de chispas azules en el aire al establecerse el contacto. Un atacante gritó y dejó caer su desintegrador para taparse el rostro quemado con las manos. Isolder alzó el escudo sobre su cabeza, lo hizo girar y lo lanzó contra el segundo atacante. El escudo golpeó al asesino en el pecho, atravesándole con tanta limpieza como si fuera una espada de luz, y un instante después Isolder era el único de los tres que seguía en pie y apuntaba con su desintegrador al asesino superviviente, el cual lanzaba gritos de agonía mientras se aferraba el rostro. Leia pensó que debía haber sido un hombre muy apuesto. De hecho, demasiado apuesto... El asesino era un hapaniano.
—¿Quién te ha contratado? —preguntó Isolder.
—
¡Llarel! ¡Remarme!
—gritó el asesino.
—
¿Teba illarven?
—le preguntó Isolder en la lengua de su cúmulo.
—
¡At! ¡Remarme!
—suplicó el asesino.
Isolder siguió apuntando al asesino con su desintegrador un segundo más, y el hombre volvió a gritar. Un fragmento de carne quemada se desprendió de su rostro. El asesino saltó hacia la cuneta en busca de su arma, y el príncipe vaciló. El asesino cogió el desintegrador, apuntó el cañón hacia su rostro y apretó el gatillo.
Leia se dio la vuelta. Un instante después la guardaespaldas de Isolder estaba tirando de su brazo y le gritaba «¡Adentro, adentro!», y el príncipe agarró a Leia del brazo y la hizo entrar en el edificio. Junto a la puerta había una pequeña habitación en la que los invitados podían colgar sus abrigos o capas. Isolder llevó a Leia hasta la habitación y se quedó junto a ella, protegiéndola. Estaba jadeando y no apartaba la mirada del vestíbulo. Astarta, la guardaespaldas, había cerrado la puerta con llave. Como casi todos los consulados, la puerta del de Leia consistía en un fragmento de ultraplaca antigua, y podía resistir incluso un ataque prolongado. La guardaespaldas estaba volviendo a gritar por su comunicador portátil. Leia no entendía su idioma, pero Astarta estaba haciendo mucho ruido.
—¿Quién les ha enviado? —preguntó Leia.
—No quiso decirlo —respondió Isolder—. Me suplicó que le matara, y no dijo nada más.
Leia ya podía oír los gritos de las fuerzas de seguridad de la Nueva República a través de las paredes mientras intentaban controlar la zona.
Isolder estaba jadeando y parecía haber concentrado toda su atención en el sentido del oído. Probablemente estaba intentando escuchar al mismo tiempo a su guardaespaldas y a los agentes del exterior, y asegurarse de que Leia no corría ningún peligro. Había abrazado a Leia con delicada suavidad para protegerla, y Leia pudo sentir el palpitar ensordecedor de la sangre en sus venas.
—Gracias por salvarme —le dijo mientras le empujaba suavemente para que la soltara.
El príncipe Isolder estaba tan absorto en los sonidos de los alrededores que al principio pareció no darse cuenta de que Leia le estaba apartando. Después bajó la vista y la miró a los ojos. Le levantó el mentón y la besó imperiosa y apasionadamente, y se acercó un poco más a ella de tal manera que Leia sintió todo su cuerpo unido al de él.
Su mente pareció quedar en blanco, y tuvo la sensación de que una poderosa descarga eléctrica la recorría desde la cabeza hasta los pies. Le temblaba la mandíbula, pero le besó despacio y sin pensar en el tiempo, y los segundos fueron transcurriendo mucho más despacio que el palpitar en su pecho. Con cada segundo que pasaba Leia sólo podía pensar que estaba traicionando a Han y que no quería hacerle daño, pero un instante después la voz de Isolder resonó en su oído hablándole en un susurro apremiante.
—¡Ven conmigo a Hapes! —le dijo—. ¡Ven a ver los mundos que gobernarás!
Leia descubrió que estaba llorando. Nunca había imaginado que sería capaz de permitir que algo semejante llegara a ocurrir, pero en ese momento lo que hubiera sentido por Han —fuera lo que fuese— pareció convertirse de repente en algo tan insustancial como la niebla, como una hilacha impalpable de calina blanca, y el príncipe Isolder era el sol que la quemaba y la disipaba haciéndola desaparecer para siempre.
—¡Vendré contigo! —le prometió mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, y rodeó a Isolder con sus brazos.
—No sé por qué te he pedido que vinieras aquí —dijo Han mirando a Cetrespeó mientras movía la mano como queriendo abarcar todo lo que les rodeaba.
Estaban sentados en un reservado de una cantina de Coruscant, un local tranquilo y selecto en todos los aspectos: la atmósfera estaba limpia, y había unas cuantas parejas bailando lentamente al son de unas flautas de nariz ludurianas.
Chewbacca alzó la cabeza apartándola de su bebida, le miró con ojos entre cansados y melancólicos y gruñó. Chewie sabía que Han estaba mintiendo, y también sabía por qué había pedido a Cetrespeó que fuera allí.
Cetrespeó les miró, y su circuito lógico le indicó que debía obtener más datos sobre la situación.
—¿Puedo ayudarle en algo, señor?
—Bueno, verás... Durante los dos últimos días tú has estado más cerca de Leia que yo —dijo Han encorvando los hombros—. No parece sentirse muy a gusto conmigo..., y está pasando todo el tiempo con ese príncipe, y después de lo que les ocurrió esta mañana, están rodeados por tal cantidad de guardaespaldas que apenas se los puede ver. Y... Bueno, Leia acaba de dejarme un holomensaje en el que me dice que quizá vaya a Hapes.
Cetrespeó analizó y sopesó las palabras de Han durante 3’12 segundos, examinando todas sus capas de tono, matices y significados no verbales.
—¡Comprendo! —exclamó en cuanto hubo terminado—. ¡Ustedes dos están teniendo problemas diplomáticos! —Como traductor, Cetrespeó contaba con algunos de los programas más soberbios existentes en la galaxia, pero sus amigos humanos rara vez recurrían a sus talentos cuando tenían que vérselas con sus complejos enredos emocionales. Cetrespeó percibió inmediatamente que Han estaba colocando una nada usual cantidad de confianza en sus capacidades. Era una rara oportunidad de demostrar su valía—. ¡Puede tener la seguridad de que ha acudido al androide adecuado! ¿Cómo puedo ayudarle?
—No sé... —dijo Han—. Tú les ves juntos con mucha frecuencia. Me preguntaba... En fin, ya sabes... Me preguntaba qué tal van las cosas. ¿Es verdad que están intimando tanto? ¿Están empezando a..., a acercarse el uno al otro?
Cetrespeó accedió inmediatamente a todos los registros visuales en los que había visto a Isolder y Leia juntos durante los dos últimos días: cenas durante tres noches seguidas, reuniones del consejo en las que los dos examinaron las dificultades que podían surgir a la hora de negociar un acuerdo entre los verpines y los barabels, simples paseos, bailes en una fiesta celebrada en honor de un dignatario menor...
—Bien, señor, durante el primer día que estuvieron juntos, el príncipe Isolder mantuvo una distancia promedio de cero coma cinco seis dos decímetros entre él y Leia —dijo Cetrespeó—, pero esa distancia está disminuyendo rápidamente. Sí, yo diría que los dos se están acercando a gran velocidad...
—¿Hasta qué punto? —preguntó Han.
—Durante las últimas ocho horas estándar, ha existido algún tipo de contacto físico durante casi el ochenta y seis por ciento de ese período de tiempo. —Los sensores ópticos infrarrojos de Cetrespeó captaron un ligero aumento de luminosidad en esa longitud de onda cuando la sangre afluyó al rostro de Han, y el androide se apresuró a disculparse—. Lamentaría mucho que el saberlo le afectara, señor.
Han apuró de un trago su vaso de ron corelliano. Era el segundo que se había tomado durante los últimos minutos, por lo que Cetrespeó calculó rápidamente la masa corporal de Han y el contenido de alcohol del ron, y llegó a la conclusión de que Han empezaba a estar bastante bebido; pero a pesar de ello la manifestación primaria de la intoxicación parecía limitarse a que hablaba un poco más despacio que antes.
Han puso una mano sobre el brazo metálico de Cetrespeó.
—Eres un buen androide, Cetrespeó. Sí, eres un buen androide... No hay muchos androides que me caigan tan bien como tú, créeme. Yo... Bueno, ¿qué harías si un príncipe androide lleno de músculos estuviera intentando conquistar a la mujer que amas y te estuviera echando a patadas del escenario?
Los sensores de Cetrespeó captaron considerables emanaciones de alcohol procedentes del aliento de Han, y el androide se echó un poco hacia atrás para evitar cualquier peligro de corrosión de sus procesadores.
—Lo primero que haría sería evaluar la oposición a la que me enfrentaba, y averiguar qué podía ofrecer que no pudiera ofrecer la parte contraria —dijo—. Cualquier buen androide asesor le diría lo mismo, señor.
—Ya —dijo Han—. Bueno, ¿qué puedo ofrecerle a Leia que Isolder no pueda ofrecerle?
—Bien, veamos... Isolder es extremadamente rico, generoso, cortés, educado y atractivo, al menos según los patrones humanos. En consecuencia, ahora lo único que debemos hacer es averiguar qué puede ofrecer usted qué él no esté en condiciones de ofrecer.
Cetrespeó examinó sus archivos durante unos momentos con tanto entusiasmo que acabó produciendo un recalentamiento en sus circuitos de memoria.
—¡Oh, vaya! —gimió por fin—. ¡Ya veo en qué consiste su problema, señor! Bien, supongo que siempre está la relación emocional... ¡Estoy seguro de que Leia no le olvidará meramente porque un hombre mucho mejor que usted haya aparecido de repente en su vida!
—La amo —declaró enfáticamente Han—. La amo más que a mi propia vida, más que al aire que respiro... Cuando me toca siento como si... No sé cómo expresarlo, Cetrespeó.
—¿Se lo ha dicho? —preguntó Cetrespeó.
—Bueno, tal y como acabo de decirte, la verdad es que no sé muy bien cómo decírselo —murmuró Han, y suspiró—. Tú eres un androide asesor. —Se sirvió otro ron y después lo contempló en silencio durante unos momentos sin tomar ni un sorbo—. ¿Sabes cómo decírselo? ¿Conoces alguna canción, algún poema que...?
—¡Desde luego que sí! Mis bancos de memoria contienen obras maestras de cinco millones de culturas. Voy a recitarle una de mis favoritas, procedente del mundo natal de los tchuukthais:
Shah rupah shantenar
shan erah pathar
thulath entarpa
Utah, emarrah spar thane
arratha urr thur shaparrah
Uta, Uta, sahvarahhhh
harahn sahvarauul e thutha
res tarra hah durrrr...
Han escuchó en silencio la delicada música de las palabras, el suave gorgoteo de los gruñidos guturales y su retumbar apagado como de trueno lejano.
—Sí, suena bastante bien —admitió cuando Cetrespeó hubo terminado—. ¿Qué significa?
Cetrespeó le proporcionó una traducción lo más aproximada posible.
Cuando el rayo galopa sobre las llanuras del atardecer,
vuelvo a mi fría madriguera
con una rata thula entre mis fauces.
Cuando llego allí, huelo la fragancia de tus excrementos
esparcidos sobre los huesos que hay junto a la entrada de la cueva.
Después las aletas de mi cabeza empiezan a temblar,
y mi cola ondula majestuosamente mientras mi aullido de apareamiento
llena el vacío de la noche...
Han le hizo callar con un gesto de la mano.
—De acuerdo, de acuerdo. Ya me hago una idea...
—Hay mucho, mucho más —le aseguró Cetrespeó—. Ah, no cabe duda de que es un poema épico maravilloso... ¡No hay ni una sola de sus quinientas mil líneas a la que pueda encontrársele un defecto!
—Vale, vale, muchas gracias —dijo Han.
Parecía más abatido y triste que nunca. Siguió sentado escuchando a un cuarteto de recién llegados que acababa de sentarse en otra mesa, y Cetrespeó se dio cuenta de que durante el último minuto Han había estado concentrando su atención en ellos. Cetrespeó accedió a sus registros auditivos y escuchó la grabación de la conversación de la mesa contigua para averiguar qué era lo que tenía tan intrigado a Han.
PRIMERA MUJER: «¡Oh, mira, es el general Solo!»
SEGUNDA MUJER: «Vaya, qué mal aspecto tiene... Fíjate en esas bolsas debajo de sus ojos.»
PRIMER HOMBRE: «Bueno, si queréis saber mi opinión, creo que no le iría nada mal lavarse y cambiarse de ropa.»
SEGUNDA MUJER: «Desde luego... Me pregunto qué vio Leia en él.»
PRIMERA MUJER: «Ese príncipe de Hapes, en cambio... ¡Es tan apuesto! Los comerciantes callejeros de Coruscant han empezado a vender pósters con su cara.»
SEGUNDO HOMBRE: «Sí, he comprado uno para mi hermana.»
PRIMER HOMBRE: «Pues sus guardaespaldas tampoco están nada mal.»
PRIMERA MUJER: «Mataría a quien fuese para convertirme en guardaespaldas del príncipe. Con un cuerpo como el suyo...»
SEGUNDA MUJER: «Bueno, puedes proteger ese cuerpo todo lo que quieras... Yo prefiero ser su masajista. ¿Te imaginas lo qué sería pasarse el día entero amasando y acariciando todos esos músculos?»
—Oye, Cetrespeó, ¿te importaría vigilar discretamente a Leia en todo momento? —preguntó Han con voz irritada—. Si pregunta por mí, dile que la echo de menos. ¿De acuerdo?
Cetrespeó archivó la petición en sus bancos de memoria.