El cadáver es vestido con lienzos blancos y cubierto con un sudario de seda. La capilla ardiente se instala en la modesta sala de su vivienda. Un oficial y cuatro marineros montan guardia. Los cirios iluminan el amado rostro al que una caravana incesante mira por última vez. Sobre la tapa del ataúd se graba una inscripción escueta que repara el viejo y prejuicioso agravio de extranjería: "Cenizas del brigadier: argentino don Guillermo Brown".
A la tarde arriba la comitiva oficial encabezada por Bartolomé Mitre, ministro de Guerra de Buenos Aires. Sobre el féretro de Brown resplandecen su uniforme de gala, la espada que le obsequió Robert Ramsay y lo acompañó en su periplo de gloria, las condecoraciones y la bandera del combate de Los Pozos.
La secesionista Buenos Aires detiene sus riñas preeleccionarias. Una multitud se aglomera en el largo corredor de Barracas y abre paso respetuosamente al jefe inolvidable. Las olas del Plata rompen contra los breves acantilados y penetran en las ensenadas como si intentaran aproximarse al cortejo que se desplaza paralelamente a sus orillas rumbo a la Recoleta.
En la capilla del cementerio, Antonio Fahy pronuncia el oficio de difuntos. Después lo depositan a la vera del general José María Paz. Los cañones de la Escuadra, a lo lejos, despiden al primer almirante de la República. Mitre pronuncia un discurso vibrante: "Brown en la vida —exclama—, de pie sobre la popa de su bajel, valía para nosotros por toda una flota".
El presidente Justo José de Urquiza, en Paraná, capital de la Confederación Argentina, también dispone honras fúnebres, en nombre de la nación, para "el héroe de las glorias navales argentinas". Como el Cid, Brown continúa luchando después de la muerte, en favor de la unión nacional: Buenos Aires y la Confederación cesan transitoriamente su guerra para unirse en el respeto a su figura.
No escribió testamento. Su fortuna —que nunca fue importante— queda reducida a la quinta del bañado de Barracas y las seis leguas que le donó la Legislatura de Buenos Aires. A menos de un año de su muerte, Elizabeth cede las seis leguas para cancelar deudas; no son deudas consignadas en documentos, sino confiadas al honor de la palabra. Las tierras no tienen demasiado valor y Elizabeth necesita desprenderse también del catalejo, el rapecero de carey y hasta los lentes. Tampoco le alcanza el dinero para costear la modesta columna que señala el lugar donde reposa y debe vender parte de la histórica quinta.
Décadas más adelante se lotea todo el solar. Picos, mazas y barrenos echan abajo la vivienda. Las herramientas de la demolición levantan cortinas de polvo. Los muros se abren como boquetes de una nave en combate. Se desploman los techos con estrépito de velámenes quebrados. La tierra profanada se retuerce ofendida. Al impulso depredador no le, interesa saber que allí vivió, meditó y sufrió una asombrosa y emblemática personalidad.
FIN
[1]
Éste es un gran país, pero ¡que lástima!, hay demasiados bellacos.
[2]
¿Qué barco es ése?
[3]
¿Qué le importa?
[4]
¡Almirante Brown! ¡Hoaaa!... ¡Deje la bandera, lo invito a tomar un té esta tarde en mi camarote!
[5]
¡No, no! Mi bandera está clavada; ¡así que sigamos el juego, que está caliente!
[6]
El British Packet del 5 de mayo de 1827 refleja la importancia de las acciones corsarias. "Aunque no somos insensibles a la impresión que se puede hacer sobre el frente terrestre del Brasil, ni lo consideramos invulnerable en este punto, nos parece que eso es lo mismo que cortar en carne sana, mientras que los efectos producidos por los corsarios, y especialmente por los de la Escuadra Nacional, hieren al Imperio rápidamente y afectan a la parte más delicada y tierna de la sensibilidad brasileña. No tenemos duda que la pérdida de la expedición naval a Carmen de Patagones ha hecho daño más efectivo al poder y planes del Emperador que la derrota de sus ejércitos en Ituzaingó."
En otro artículo expresa que" el daño infligido es inmenso. Muchos de los corsarios, o ciertamente todos, han hecho viajes felices a la costa del Brasil y, si la guerra continúa, el comercio de ese país será sacudido hasta sus fundamentos".
[7]
Se hará célebre en el combate de la Vuelta de Obligado.
[8]
Este decorado es repetido en la fiesta que se celebra al mes siguiente bajo una enorme inscripción: "Los federales amantes de nuestro ilustre Restaurador de las Leyes, reconocidos al vencedor de Costa Brava".