Read El bastión del espino Online
Authors: Elaine Cunningham
Abundaban los juglares y, mientras paseaba por la calle, Bronwyn alcanzaba a oír su música como un agradable caleidoscopio de sonidos. Hacía ya rato que había pasado la hora de cenar y la mayoría de las tiendas habían cerrado sus puertas, pero en Aguas Profundas la diversión se prolongaba durante muchas horas. Las tabernas y las salas de fiesta permanecían abiertas hasta la hora del desayuno y se sucedían lujosas fiestas privadas y celebraciones más reducidas y clandestinas que mantenían a los privilegiados ciudadanos felizmente ocupados hasta el alba. Aquellos que se ganaban la vida con el trabajo duro y su habilidad como artesanos solían irse a dormir temprano y levantarse al amanecer, y Bronwyn deseó fervientemente ser uno de ellos.
No la sorprendió comprobar que las luces de su tienda seguían encendidas. Abrió la puerta y se introdujo en el cálido y atrayente amasijo de curiosidades y tesoros. Su ayudante, un gnomo hembra de cabellos blancos y mejillas sonrosadas, que respondía al nombre de Alice Hojalatera, estaba examinando un anillo de esmeraldas con una lente de aumento. Alzó la vista cuando oyó entrar a Bronwyn, pero no se molestó en quitarse la lente y el resultado, un ojo de talla normal gnomo en contraste con uno aumentado hasta el tamaño propio de un ser de talla normal y ojos azules, hizo frenar en seco a Bronwyn.
Alice soltó una alegre carcajada antes de quitarse la lente.
—Hemos tenido un día ajetreado, ¿verdad?
—Ajá —convino Bronwyn con un suspiro—. ¿Tuviste tiempo de bosquejar la pieza que te envié? —Se encontraba tan agotada que las palabras sonaban confusas hasta para sus propios oídos.
—Sí que lo hice. Contrasté el color con algunos fragmentos de ámbar que corrían por aquí y lo utilicé como guía para añadir los tintes apropiados mañana.
Bronwyn hizo un gesto de asentimiento. Mantenía un archivo de aquellos bocetos, un registro de las piezas raras que pasaban por sus manos, bajo llave y hechizo mágico a buen recaudo. Varios de los diseños los hacía ella misma, pero la mayor parte del trabajo recaía en las manos diminutas y capacitadas de Alice. Aquella gnoma era un tesoro. Mantenía la tienda y conseguía aumentar las ventas mientras Bronwyn salía en busca de aventuras y cerraba tratos. Las dos formaban un formidable equipo y el éxito de la tienda El Pasado Curioso se debía a ambas. A decir verdad, Alice tendía a tratar a su patrona como si fuera su hija crecida, pero Bronwyn no tenía inconveniente en perdonarle aquel único lapsus.
—Mañana será otro día —corroboró mientras se volvía hacia la escalera que conducía al aposento situado en la parte superior de la tienda.
—¡Oh, una cosa más! —la interrumpió Alice—. Ha venido hace un rato aquel joven bardo preguntando por ti. Dice que es importante que hable contigo lo antes posible. Algo referente a un collar.
Sin duda, debía de estar refiriéndose a Danilo. Bueno, mañana sería otro día.
—Bien, perfecto. —Bronwyn empezó a subir a trompicones los escalones.
Alice la siguió hasta el pie de la escalera y se quedó allí plantada con los brazos en jarras y los carrillos contraídos en una mueca de reproche maternal.
—¡Fíjate cómo vas, chiquilla! ¡Estás rendida! No paro de decirte que descanses una temporada, que estés unos días por la tienda.
Sin prestar atención a la retahíla habitual de la gnoma, Bronwyn subió hasta su habitación con la intención de dejarse caer de bruces sobre la cama y preguntándose si sería capaz de mantenerse despierta ese último tramo.
No obstante, en cuanto llegó a su alcoba, se desvanecieron todas las posibilidades de conciliar el sueño. En el centro de la estancia, recostado sobre su báculo y observándola con una mirada sombría y meditabunda, se encontraba el mago más temido y más poderoso de Aguas Profundas.
Bronwyn se quedó observando boquiabierta a Khelben Arunsun, el Maestro de Arpistas que recientemente dirigía sus actividades pero a quien nunca había conocido.
Se consideraba una persona versada en las costumbres y el protocolo de una docena de razas procedentes de los rincones más dispares, pero por primera vez en su vida se vio incapaz de decidir cuál de las tres acciones que se le ocurrían era la correcta: ¿debía hacer una reverencia, salir huyendo o desmayarse?
Dos hombres, ambos ataviados con las vestimentas púrpuras y negras de la clerecía de Cyric, atravesaban a grandes zancadas los jardines de la finca. Una luna resplandeciente iluminaba el sendero sembrado de guijarros blancos. A pesar de que empezaba a despuntar la primavera, el aire se veía envuelto en la fragancia de un puñado de tímidas flores. El agua de tres fuentes brincaba alegre sobre pozas de cerámica.
—He oído cosas interesantes sobre ti —comentó Malchior, observando de reojo al hombre que era su acólito más sabio y prometedor.
Dag Zoreth inclinó la cabeza a modo de reconocimiento, y en tono evasivo. Su mentor conocía demasiadas cosas sobre él, había hecho un estudio de la familia de la cual había sido arrancado Dag. Recientemente había llegado a compartir parte de esa información: la ubicación de la aldea de la que había sido robado Dag, los rumores del poder que conllevaba su herencia familiar, el cargo que mantenía su ilustre padre. A menudo se preguntaba qué más detalles conocía Malchior, y también se preguntaba cómo se había producido el sacerdote aquel corte lívido que le cruzaba la mejilla izquierda, mientras en secreto envidiaba al hombre que se había atrevido a hacerlo.
—Se diría que vos podéis relatar una aventura más intrigante —comentó Dag mientras levantaba un dedo para trazarse una línea en su propia mejilla.
El sacerdote de más edad se limitó a encogerse de hombros.
—Recientemente viajaste hasta el monte Jundar y cabalgaste a solas al pie de la ladera bordeando el Dessarin. Siento curiosidad por saber, hijo mío, qué te impulsó a arriesgarte de ese modo sólo para visitar la aldea que te vio nacer.
Bueno, así que era eso. La noticia había llegado a Malchior antes de lo que Dag esperaba.
—Yo también siento curiosidad —repuso—. Lo que me contasteis de mi pasado me intrigaba, pero existen muchas lagunas en mi propia historia y pretendía llenar algunas de ellas.
—¿Lo conseguiste?
—Una o dos. —Dag clavó una mirada pétrea en el sacerdote—. Me contasteis que la incursión fue obra de un ambicioso paladín rival, pero los hombres que atacaron la aldea eran soldados zhentarim, de eso me acuerdo perfectamente.
Aquello pareció sorprender a Malchior.
—¿Cómo es posible? Eras un chiquillo.
—Lo sé —afirmó Dag con simpleza—. El asunto es algo que concierne sólo a mí y a mi dios.
Poco podía decir Malchior para contrarrestar aquella afirmación. Caminaron durante unos minutos en silencio.
—Esta villa, tus nuevas responsabilidades —empezó—, las cosas que has conseguido... Tengo algo más para ti. Un regalo. —Hizo una pausa para hacer hincapié en sus siguientes palabras—. No eres el último descendiente de Samular. Tu hermana también sobrevivió al asalto, está viva y se encuentra bien.
Dag se quedó petrificado al oír aquella revelación. No se le ocurría poner en entredicho las palabras de Malchior y, además, a medida que asumía su significado le sorprendió incluso sentirse tan perplejo. Recordó la imagen que le había proporcionado Cyric: la chiquilla intrépida y curiosa que se lanzaba de cabeza por la ventana para investigar la partida de asalto que se aproximaba. Su hermana Bronwyn, apenas recordada como el resto de su experiencia infantil. Cierto era que si habían decidido no matarlo a él, ¿por qué iban a matar a la niña?
Una hermana. Tenía una hermana. Dag no estaba seguro de qué sentimientos le provocaba aquello. Recordaba vagamente la voz profunda y decepcionada de su padre que se lamentaba del carácter intrépido de la muchacha y se preguntaba por qué su hermano mayor no tenía ni la mitad de valentía.
—¿Cómo está? ¿Dónde está?
—En Aguas Profundas —respondió Malchior. Hizo una mueca y se frotó el corte lívido que tenía en el rostro—. Y, créeme, se las arregla bien. Me he encontrado con ella y hemos estado hablando esta misma noche.
Aquello había sido obra de Bronwyn. Los años habían pasado pero todavía tenía el coraje de actuar mientras que Dag se contenía. No le complacía admitirlo, pero la expresión desconcertada del rostro marcado de Malchior compensaba.
—Para ser hija de un paladín, es rápida con el cuchillo —comentó Dag con sombría ironía—. No soléis pasar por alto un arma oculta.
—Una mujer desnuda —gruñó Malchior—, con un estilete oculto entre los cabellos. Los hombres deben ser sumamente cautelosos en estos tiempos tan traicioneros.
Dag no pudo evitar soltar una carcajada.
—¡Oh, esto tiene un valor incalculable! ¡Cuán orgulloso se sentiría el gran Hronulf!
Malchior se encogió de hombros.
—Es una mujer interesante; se dedica a encontrar antigüedades perdidas y se gana la vida coleccionando piezas del pasado. Irónicamente, ha sido incapaz de recuperar su propio pasado, aunque lo desea con tanta desesperación que estaba dispuesta a cambiar una piedra preciosa por información. Podrías explotar esa posibilidad. Y deberías hacerlo. —Volvió a esbozar una mueca—. Me topé con cierta... interferencia. Si no hubiese estado preparado para aquella posibilidad y no hubiese importunado a Cyric antes de tiempo para que me enviara a través de la magia hasta este lugar, la noche habría acabado de forma mucho más desastrosa de lo que aconteció. Es evidente que no sólo nosotros disponemos de esa información. Tu hermana está siendo vigilada y protegida. Si no te apresuras a reclamar a esa mujer y al poder que pueda poseer, alguien más lo hará.
—Sí —convino Dag—. ¿Qué sugerís?
Malchior alzó las cejas. Habían pasado varios años desde la última vez que su alumno le había pedido consejo.
—Te he puesto en bandeja al hombre que traicionó a tu padre, y a ti. Utilízalo.
Deja que atraiga a tu hermana hasta un lugar donde tú puedas ejercer cierto grado de, digamos, influencia fraternal.
El joven sacerdote asintió.
—Bien dicho. ¿Y qué esperáis ganar vos con todo esto, si me permitís la osadía?
—¿Ganar? Hace muchos años que nos conocemos. Eres como un hijo —empezó Malchior, pero al ver que Dag chasqueaba la lengua, abandonó el intento y se encogió de hombros—. Hay poder en tu familia y, aunque no comprenda todavía su naturaleza precisa, creo que debes descubrirlo. Confío en que lo hagas y compartas conmigo tu descubrimiento.
—¿De veras? —Dag consiguió englobar en dos palabras una gran dosis de escepticismo. Malchior no era alguien en quien se pudiese confiar, y daba por supuesto que todos los demás hombres hacían los tratos a su modo.
—Digamos que habrá poder suficiente para los dos. Deseo con todas mis fuerzas que tengas éxito, porque significará un paso adelante para que yo también lo tenga.
Aquello sí que era capaz de creerlo Dag.
—Muy bien. Cuando Bronwyn esté bajo mi influencia, cuando comprenda el alcance de mi herencia, entonces vos y yo volveremos a hablar.
—Me satisfará esperar. —De repente, la expresión jovial del rostro del sacerdote desapareció y sus ojos se tornaron tan inexpresivos y hambrientos como los de un troll—. Supongo que comprenderás el precio del fracaso.
—Por supuesto —respondió Dag con suavidad—. ¿Acaso no lo he infligido con suma frecuencia? Preguntad a todos los hombres que han fracasado bajo mis órdenes..., pero, antes, preparaos a invocar a su espíritu.
Malchior parpadeó, pero luego se puso a reír.
—Bien, bebamos, pues, para sellar nuestro acuerdo.
Unió su brazo al de Dag y juntos echaron a andar hacia la oscuridad de la villa.
—Perdona la intrusión —se disculpó Khelben Arunsun con una voz profunda, con ligero acento—, pero las circunstancias exigían que nos encontrásemos para hablar. Por favor, siéntate.
Demasiado aturdida para pensar, Bronwyn se dejó caer en el único asiento que le quedaba cerca, el baúl que contenía sus pertenencias. El archimago se sentó en la única silla que había en la estancia. Con el báculo en la mano, parecía un magistrado a punto de dictar sentencia sobre algún crimen desconocido.
—Ha llegado a mi conocimiento que has aceptado un encargo de un sacerdote de Cyric, un hombre conocido como Malchior.
¿Cómo se había enterado tan pronto? Bronwyn procuró sobreponerse a aquella segunda sorpresa y mantener la compostura.
—Así es, lord Arunsun.
—¿Qué piensas de todo este asunto? ¿Acaso debo recordarte que el hecho de conspirar con los zhentarim difícilmente puede considerarse una actividad que aprueben los Arpistas?
—Eso es cierto, milord, pero forma parte de mi trabajo. Fui reclutada por los Arpistas gracias a mis contactos. Un amplio abanico de clientes reclaman mis servicios.
—Y la simple prudencia dicta que pongas tus propios límites. Corrígeme si me equivoco, pero ¿no era tu intención entregar piedras preciosas cargadas con un poder mágico significativo a Malchior de Cyric?
—Sí, pero...
—¿Qué sabes de ese hombre? ¿Qué clase de tratos tienes con él?
Antes de que Bronwyn pudiese argüir una defensa, un ligero golpeteo en la puerta que se había quedado abierta distrajo su atención, así como la de su visitante. Un hombre de rostro familiar y cabellos rubios estaba recostado contra el dintel y sostenía en las manos un collar de cuentas doradas engastadas en una filigrana de plata.
Los ojos de Bronwyn se abrieron de par en par al ver el collar de ámbar. Por un instante, olvidó la presencia amedrentadora del archimago.
—Maldita sea, Dan, ¿qué estás haciendo con eso?
—Yo también querría saberlo —intervino Khelben con gesto ceñudo al tiempo que se ponía de pie para encararse con el joven—. ¿Por qué traes el collar aquí?
—¿Por qué no iba a hacerlo? Pertenece a Bronwyn —se defendió Danilo.
—No, no es mío. Me pagaron por él. Se consumó el trato.
—¿Seguro? —El rostro por lo general alegre de su amigo lucía una expresión de honda preocupación. El joven se introdujo en la estancia y fue a sentarse junto a ella en el baúl—. Por lo que he oído, hubo un ligero contratiempo mientras se estaba cerrando el trato. Me contaron algo de un intento de secuestro y un salto desde el cuarto piso de un edificio... ¿Por qué te enoja tanto recibir un poco de ayuda, Bronwyn? Podrían haberte matado.
Aquella explicación no mermó en lo más mínimo la rabia de Bronwyn.