—«Tuvimos que destruir el pueblo para salvarlo», como decían en Vietnam.
—Tyler, ¿usted cree que los humanos cambiaremos de comportamiento? ¿De veras cree que seis mil millones de personas podríamos escoger el camino correcto cuando se trata de proteger este planeta?
—Si no lo hacemos, ¿quién lo hará por nosotros? ¿Un ente supremo que cree ser el único que sabe lo que conviene a los demás? —Tyler se aseguró de que comprendiera que el ente supremo a quien se refería era él, el propio Sebastian Ulric.
—Si no queda más remedio, tengo fe en que Dios haya escogido la mejor senda para la humanidad. Y ahora, querida —dijo Ulric a Petrova—, me he cansado de esta fiesta. Creo que deberíamos disfrutar de las distracciones que nos depara nuestra suite. Buenas noches a todos. Ha sido una fiesta maravillosa. Ah, y, Tyler, por si no volvemos a vernos —dijo con intención—, disfrute mucho del crucero.
Antes de volverse, le dedicó una última sonrisa, pero no había dado un paso cuando el ingeniero estiró el cuello para susurrarle al oído:
—Será mejor que rece para que no volvamos a vernos, Sebastian. Pero si lo hacemos, sabrá que ha fracasado y que yo he vencido.
Esas palabras lograron borrar de un plumazo la sonrisa de Ulric. El miedo cruzó de nuevo por sus facciones, fugazmente. Después chistó y se alejó caminando.
Con una mirada de puro odio, Dilara los vio alejarse.
—Ha sido necesaria toda mi capacidad de contención para no darle un puñetazo en la cara a esa mujer —dijo.
—Entiendo cómo te sientes. Pero al menos sabemos algo.
—¿Qué? ¿Que Ulric es un psicópata?
—Eso ya lo sabía —repuso Tyler—, y a juzgar por su expresión de desprecio también sé que cree que llegamos tarde. Sea lo que sea lo que tiene planeado, ha venido a ponerlo en marcha.
—Pero no lo hará mientras siga a bordo.
—Eso es verdad. Dijo que iba a marcharse antes de que el barco largue amarras, así que tenemos tiempo hasta que parta el
Alba del Génesis
mañana temprano. Si para entonces no descubrimos qué planea, se saldrá con la suya.
Tyler y Dilara aprovecharon para cenar en la fiesta. Él no le quitó ojo al ascensor que daba al vestíbulo de su camarote, para asegurarse en la medida de lo posible de que nadie entrase mientras ellos estaban ausentes. Había estado muy silencioso desde la conversación con Ulric, pensando en su siguiente paso.
¿Qué hacía Ulric ahí? Si el incidente del avión de Rex Hayden guardaba relación con él, quizá planeaban hacer lo mismo en el
Alba del Génesis.
Con un barco de ese tamaño, un arma biológica no lo tendría tan fácil como en un espacio más cerrado. Quizá se sirviese de la comida, que era el modo en que se transmitían los neurovirus entre pasajeros, aunque la industria había mejorado mucho en la conservación de los alimentos. Tyler miró su plato vacío y descartó de inmediato ese método. Ulric no causaría la infección mientras siguiera a bordo.
Las cañerías eran puntos vulnerables, pero sería necesario acceder a la cisterna central desde la planta desalinizadora. Requeriría de alguien autorizado para acceder a zonas sensibles del barco. Era una posibilidad, pero implicaba sus riesgos.
El método más simple, el que Tyler suponía que fue empleado en el reactor, era un patógeno aeróbico. Eso suponía encontrar una ubicación céntrica para insertarlo en los conductos de ventilación del barco. Pero Ulric no podía confiar en dejar a su suerte un artefacto dosificador durante un periodo de tiempo considerable, teniendo en cuenta el riguroso mantenimiento al que se sometía a un barco nuevo. Necesitaría un lugar donde su aislamiento quedara garantizado…
Tyler dio de pronto con la solución. Se puso en pie de un salto.
—Eso es —dijo.
—¿Qué? —preguntó Dilara.
—Ulric. Cometió un error cuando me contó que no se quedaría más que esta noche. Vamos. Tengo que llamar a Aiden y pedirle que me envíe algo al ordenador.
La música había cesado, lo que señalaba el final de la fiesta, y se abrieron paso a través del gentío que empezaba a circular en dirección al ascensor.
De camino al camarote, llamó a Aiden para pedirle que le enviara los planos completos del barco, sobre todo los relacionados con los conductos de ventilación.
Tyler repasó rápidamente con la vista el interior del compartimento, para asegurarse de que nadie hubiera entrado, y una vez satisfecho encendió su ordenador portátil. Una de las características del barco era que disponía de acceso sin cables a Internet, así que pudo enviar de inmediato un correo electrónico a Aiden. En el asunto del mensaje escribió el otro dato que solicitaba: el número del camarote donde se alojaba Ulric.
Recibió los planos. La cabina de Ulric, una suite de doscientos veinticinco metros cuadrados, se encontraba en la cubierta más elevada, el área residencial, situada a proa del barco, justo sobre el puente. La vista desde la terraza debía de ser increíble.
Luego localizó la cabina de Ulric en los planos del sistema de ventilación y encontró lo que esperaba.
—Maldita sea.
—¿Qué pasa? —preguntó Dilara.
Cuando se inclinó sobre Tyler, su perfume lo envolvió por completo. Intentó ignorar el efecto excitante mientras señalaba la pantalla.
—Su suite es la única situada junto a la toma principal de aire —dijo—. Cualquier sustancia inyectada en el conducto se extenderá por todo el barco.
—¿Así es como planea infectar a todo el mundo?
—Ésa es mi teoría. Podría hacer un agujero a través de su pared hasta el conducto del aire, y nadie se enteraría. Aunque se marche, podría dejar instrucciones para que nadie entre en el camarote. Es imposible que el dosificador no cumpla con su función.
—Tendríamos que contárselo a alguien.
—El problema será acceder a su camarote. Lo más probable es que esté vigilado.
—¿Qué me dices del FBI?
—Supongo que es una opción, aunque prefieren contar con una orden judicial, y con las pocas pruebas de que disponemos costará obtenerla.
—¿Siempre eres tan optimista?
Al levantarse se encontró cara a cara con Dilara, tan cerca que pudo sentir su aliento en los labios. Su campo de visión se estrechó hasta el cerco de sus ojos.
—Intento repasar los posibles escenarios. Créeme, no sé cómo lo haré, pero lograré entrar en esa suite y desactivar lo que sea que haya instalado. Luego averiguaremos qué le sucedió a tu padre.
—Te agradezco que te tomes todo esto tan en serio. No tenías por qué implicarte.
—Sí, sí tenía.
Tyler cedió al impulso y la abrazó. Le dio un beso con una pasión que no sentía desde hacía mucho tiempo. El cuerpo de ella era cálido y firme al contacto. Ella le acarició el pelo mientras lo besaba. Él, a su vez, le acarició la espalda…
Los interrumpió un golpe en la puerta. Se apartaron como si los padres de ella acabasen de sorprenderlos besándose en el sofá del salón.
Tyler sonrió, consciente de por qué aquel beso era distinto a cualquiera de los besos que había dado en aquellos dos años. Por primera vez no lo había comparado con los de Karen. No supo qué significaba, pero no sintió la culpabilidad que esperaba.
Otro golpe en la puerta, más fuerte.
Después de limpiarse con el pañuelo la huella de carmín de los labios, Tyler se dirigió a la puerta. Al abrirla, encontró al agente Perez, que entró sin esperar a ser invitado y dedicó una larga mirada a Dilara, que se estaba arreglando el pelo.
—¿No estaré interrumpiendo?
—En absoluto —dijo Tyler—. De hecho, me disponía a ir a buscarle.
—¿Ahora? ¿Lleva aquí toda la noche y aún no ha venido a saludarme?
—No tenía ninguna novedad cuando llegué, y no quería importunarle. Pero he averiguado algo.
—¿De qué se trata? ¿Guarda relación con nuestra charla de ayer?
Tyler negó con la cabeza.
—Sebastian Ulric. Está a bordo. Es responsable del accidente de Rex Hayden. Se dispone a hacer lo mismo en este barco, y sé cómo se ha propuesto hacerlo.
—¿El multimillonario? —preguntó Perez, incrédulo—. Fantástico. Supongo que tendrá pruebas.
—Tengo una teoría. Puedo mostrársela en mi ordenador.
Perez levantó ambas manos.
—Eso puede esperar. Necesito que me acompañe. A eso he venido. Cuando vi sus nombres en la lista de invitados, me aseguré de vigilarlos durante la fiesta. No quería que nos vieran juntos por si nos observaban, así que esperé a que volvieran al camarote.
—¿Adónde vamos?
—Hay una cabina abajo donde podremos comentarlo largo y tendido.
—¿De qué se trata?
—Me temo que no puedo hablar de ello aquí.
—De acuerdo. Vamos, Dilara.
Perez hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Ella no tiene la autorización necesaria. Tendrá que esperar aquí.
—Ella no se separa de mí —replicó Tyler con firmeza.
—No. Sólo usted. Ahora. —Al ver que Tyler titubeaba, Perez insistió—: Es importante.
Tanta discreción por parte de Perez le pareció extraña, pero el ingeniero asintió a su pesar.
—Tengo llave —le indicó a Dilara—. Si alguien llama a la puerta, no abras. Llámame de inmediato, puedo volver en treinta segundos.
—Realmente contemplas todas las alternativas, ¿eh? —dijo ella con una sonrisa—. No te preocupes, estaré bien.
A Tyler le gustaba su temple. En eso se parecía mucho a Karen. Pero incluso con las similitudes, ella era muy distinta, y a eso se debía que sus sentimientos fuesen distintos en esa ocasión. Le devolvió la sonrisa, y asintió antes de salir acompañado por el agente Perez a ver qué era eso tan importante.
Dilara vio cerrarse la puerta y meditó lo que acababa de suceder. Aquel beso no había salido de la nada. Hacía unos días que se sentía atraída por Tyler. Pero lo había considerado un enamoramiento pasajero, fruto de las circunstancias. En ese momento, sin embargo, no sabía cómo interpretarlo.
Si iban a averiguar qué ocultaba la suite de Ulric, ella los ayudaría. Eso significaba cambiarse de ropa y ponerse algo más adecuado. Lo primero que tenía que hacer era quitarse el maquillaje, así que fue al cuarto de baño a lavarse.
Se disponía a abrir el grifo cuando oyó el leve ruido del cierre electrónico de la puerta. Tyler y Perez llevaban menos de un minuto fuera. Al principio pensó que el ingeniero había vuelto a por el ordenador portátil.
—¿Te has dejado algo? —preguntó levantando la voz.
No hubo respuesta.
—Estoy en el baño.
Pero no hubo respuesta.
Qué raro. Hacía un instante le había preocupado tanto que no abriera la puerta a extraños, ¿y ahora le daba por entrar por las buenas y no decir nada? Dilara no lo conocía de toda la vida, pero sabía que ése no era su estilo. Tyler habría respondido cualquier cosa para tranquilizarla. Algo iba mal.
Sufrió un sobresalto al comprender que alguien había entrado en el camarote.
La puerta del cuarto de baño estaba entreabierta, pero no quería arriesgarse a que la vieran asomando por ella. Tenía que sorprender a quien fuera. Puesto que no disponía de un arma, la sorpresa era su única ventaja.
—Me estoy cambiando —dijo, haciendo lo posible por mantener el mismo tono de voz—. Salgo en un minuto.
Se quitó los zapatos de tacón. Sacó el neceser y lo abrió para utilizar el espejito que guardaba en él. Retrocedió un poco hacia la puerta entreabierta, que la ocultó del reflejo del espejo del baño. Situó el espejito a la altura de los ojos, y se sirvió de él para ver el reflejo del otro. Si aprovechaba el momento, conservaría el factor sorpresa.
Lo primero que vio fue un brazo estirado que empuñaba una pistola y que avanzaba lentamente hacia el cuarto de baño. Luego se dibujó un rostro. Era Svetlana Petrova, la mujer que había asesinado a Sam Watson.
Dilara bajó el espejo y aguardó a que la mujer empujara la puerta empuñando el arma. Entonces hizo presión contra la puerta para cerrarla, depositando todo el peso del cuerpo.
La mano de Petrova quedó aplastada entre la puerta y el marco. La mujer lanzó un grito de dolor y el arma cayó al suelo con estruendo metálico. Dilara se apresuró a cogerla, pero Petrova demostró mayor resistencia de la que le había supuesto.
La arqueóloga se vio empujaba hacia la puerta de la ducha, que se abrió por el impacto. Se golpeó con la pared, y al rebotar aprovechó la inercia para arrojarse sobre Petrova antes de que pudiese recuperar el arma.
Inclinó la cabeza como si de un ariete se tratara, y encogió el hombro para alcanzar a la rusa en el estómago. Oyó que el golpe la dejaba sin aire en los pulmones, y la arrastró consigo al suelo. Ambas cayeron en el dormitorio.
Mientras Petrova yacía en el suelo, boqueando, Dilara se levantó para volver al baño, donde recogió la pistola y apuntó a la mujer de origen ruso, quien la miró esbozando una sonrisa peculiar.
—Dame una razón para que no te mate aquí mismo —dijo Dilara, tuteándola.
—Porque eso no sería de mi agrado —advirtió una voz a su izquierda.
Al levantar la vista, vio a Sebastian Ulric encañonándole con un arma. Era igual que la suya, ambas equipadas con silenciador.
—Deje el arma en el suelo —dijo Dilara— o le atravieso el cerebro con una bala. —Quiso sonar muy segura de sí. Llevaba toda la vida manejando armas, pero nunca había tenido que disparar a nadie.
—Entonces tendré que matarla, y no creo que eso sea de su agrado.
—Lo digo en serio. Lo haré. —Y de pronto, Dilara comprendió que cumpliría su amenaza.
—Es posible, pero eso depende de si yo prefiero conservar a Svetlana antes que matarla a usted. ¿Está dispuesta a correr ese riesgo?
Dilara miró a los ojos a Ulric y recordó que trataba con un verdadero psicópata a quien no le importaban nada la vida o la muerte de los demás.
—Titubea porque cree que la mataré de todos modos —dijo él—. Le prometo que si hubiera querido disparar ahora no estaríamos teniendo esta conversación. Soy un excelente tirador.
Dilara no pudo discutirle ese razonamiento. Su única oportunidad consistía en averiguar qué era lo que se proponían. Soltó el arma.
Petrova empuñó la pistola y se levantó. La arqueóloga esperaba una represalia, puede que un golpe en la cabeza, pero no sucedió nada.
—¿Y ahora qué? —preguntó.
—Hemos terminado nuestra labor aquí. Vamos a abandonar el barco y usted vendrá con nosotros.