El arca (28 page)

Read El arca Online

Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

BOOK: El arca
4.98Mb size Format: txt, pdf, ePub

Razón por la que había invertido buena parte de su fortuna en construir Oasis. Su propia arca subterránea que de ahí en adelante sería conocida por el nombre de arca de Ulric.

Qué irónico, pensó, que el hallazgo del arca de Noé hubiese posibilitado su propia visión. Por un breve instante, había considerado la posibilidad de poner en conocimiento del gran público la noticia de su descubrimiento, su sueño hecho realidad. Sin embargo, fue precisamente ese hallazgo lo que dio alas a un nuevo sueño, uno mayor y mucho más profundo. En su visión, Dios decidía convertirlo en instrumento de la reconstrucción del mundo.

Sería el Noé de la nueva era. El padre de todo lo que vendría en el Nuevo Mundo. Suponía una gran responsabilidad, pero sabía que Dios había visto algo en él que las generaciones venideras venerarían.

El nacimiento del Nuevo Mundo sería doloroso, como todo nacimiento. No obstante, confiaba en que se le consideraría como el héroe que era, el representante de Dios que daría pie a una nueva era dorada en la historia de la humanidad.

Su compañera en el Nuevo Mundo, su adorada Svetlana, se le acercó caminando, seguida por el sirviente que llevaba el equipaje. Ella también acudiría a la fiesta para brindar con él por el inicio del Nuevo Mundo.

—Te veo feliz —le dijo—. ¿Preparado?

—¿Te has dado cuenta de que estamos a punto de embarcarnos en el mayor viaje de la historia? —preguntó—. Mayor incluso que el que hizo Noé.

—Sí —respondió ella—. Estoy muy nerviosa. Pero como ésta es la última vez que podré llevar un auténtico Armani, espero que no llueva.

Capítulo 32

El miércoles por la tarde, Tyler volvió al CIC. Aiden aún no había averiguado la identidad de los intrusos, ni usando la base de datos del FBI ni la militar, así que él había visto varias veces el vídeo del vehículo atravesando la puerta principal del CIC, con la esperanza de descubrir cualquier pista, por pequeña que fuera, acerca de sus identidades. Grant Westfield, que había desmontado el Liebherr, se reunió con él en la sala de proyecciones. En cuanto vio el vídeo le cruzó el rostro una expresión de inquietud.

—Hijo de puta —dijo.

—¿Qué pasa?

—Lo conozco.

—¿A cuál de ellos?

—Al conductor. El que logró fugarse. Se llama Dan Cutter.

—¿De qué lo conoces?

—Servimos juntos en Irak.

—¿En los Rangers?

Grant se dejó caer con fuerza en el asiento, que emitió un crujido de protesta ante semejante peso.

—Durante cuatro meses. Lo bastante para saber que es de los que juegan sucio.

Era la primera vez que Grant compartía con Tyler detalles acerca del periodo que pasó sirviendo en el destacamento de las Fuerzas Especiales. Él había servido en el ejército antes del Once de Septiembre, y había regresado con su unidad en calidad de reservista. En Afganistán y luego en Irak, donde Tyler sirvió como comandante de compañía, había trabado una gran amistad con Grant, que era su sargento mayor. A pesar de las objeciones que puso, el ex luchador fue trasladado al programa de orientación de los Rangers debido a su reputación como genio de la electrónica y a que en las Fuerzas Especiales andaban necesitados de ellos. Aunado esto a sus habilidades de combate, era un miembro formidable para cualquier equipo.

Que Tyler supiera, todo fue bien en el nuevo destino de Grant hasta dos años después del traslado, fecha próxima al momento en que debía decidir si reengancharse o licenciarse. A esas alturas, el ingeniero se había licenciado ya. Pensó que Grant se alistaría de nuevo, pero sucedió algo que empujó al musculoso negro a pedirle trabajo en el mundo real, así que Tyler lo convenció para convertirse en socio de Gordian. Grant nunca había hablado acerca del periodo que sirvió en los Rangers, exceptuando alguna que otra vaga referencia a un incidente sucedido en Irak.

—¿Ramadi? —preguntó Tyler.

Grant asintió lentamente. Era una de las pocas veces que Tyler lo veía tan serio, tanto que se puso nervioso.

—Ese tipo, Cutter, era el mejor —explicó—. Mi suboficial superior. Puesto que yo ya no era comandante de la compañía, tuve que recuperar mi puesto de sargento mayor. Cutter era sargento primero, y respondía al mote de Motosierra por el modo en que despedazaba al enemigo. Yo me negué a llamarlo así, sobre todo para tocarle los huevos. Tenía olfato para destapar escondites de la insurgencia, lugares que nadie más era capaz de encontrar. Era una leyenda entre los Rangers. Todo el mundo lo conocía. Cutter tenía la mejor puntuación del equipo.

Tyler sabía que «puntuación» equivalía al número de bajas causadas al enemigo.

—Me di cuenta de que Cutter estaba al borde de pasarse de la raya —continuó Grant—. Disfrutaba demasiado matando. Empezó a hacer muescas en el arma. Tenía tantas que me acabó recordando al sofá de mi madre después de que nuestro gato se afilara las uñas en él. La cosa alcanzó su punto álgido en Ramadi.

Grant hizo una pausa. Tyler no quiso interrumpirlo. Saltaba a la vista que no era un tema del que a su socio le gustase hablar.

—Nos encontrábamos en plena incursión, íbamos en busca de una célula de insurgentes que sospechábamos estaba en los alrededores de la parte norte de la ciudad. Avanzamos a pie para no llamar la atención, pero había un helicóptero preparado para la evacuación. Cutter había localizado la célula en uno de los pocos edificios que quedaban intactos. Nos acercábamos cuando un tipo asomó armado con un arma antitanque. Cutter acabó con él de un disparo, pero no antes de que el proyectil matara a nuestro teniente. Eso fue lo que desató a Cutter.

»Nos infiltramos en la casa, pero las órdenes decían que sólo teníamos que detener a los sospechosos. Él no estaba dispuesto a ello. Ordenó acabar con ellos e hicimos tal como ordenó. —Grant habló sin ambages, pero Tyler reparó en el dolor que transmitía el tono de su voz—. Pero todo no acabó ahí. Cutter corrió a sacar de sus casas a todas las familias que se ocultaban en los edificios cercanos.

Tyler intuyó qué derroteros tomaría la historia.

—Dijo que quería interrogarlos. Entonces abrió fuego —continuó Grant—. Contra hombres, mujeres y niños. Puede que todos ellos fueran inocentes, pero a él eso no le importó. En cuanto comprendí lo que estaba pasando, lo derribé. Los civiles se dispersaron, al menos los que quedaban en pie. Cutter y yo nos peleamos allí, en mitad de la calle, y fue en ese momento cuando un francotirador abrió fuego. Alcanzó a Cutter con dos proyectiles, uno en el hombro y otro en la ingle.

»Derribado Cutter, yo era el sargento al mando. Llamé al helicóptero para llevar a cabo la evacuación, y nos fuimos de ahí sin dejar atrás el cadáver del teniente. Cutter fue hospitalizado en Ramstein. Nos llegaron voces de que se había recuperado del hombro, pero que tuvieron que amputarle las partes. Yo me licencié dos meses después. Pero estoy seguro de que no me habrá olvidado.

—¿Crees que te vio hoy?

—Si lo hizo, debió de resultarle insoportable no acabar conmigo. Lo siento, Tyler. Con la de gente que había en el hangar, no reparé en él. Si le hubiera visto, quizás esos agentes de policía seguirían vivos.

Tyler recordó el momento en que Grant saltó al camión para salvarle la vida cuando colgaba del pasamano.

—Podría haber sido mucho peor —dijo.

—Pues si Cutter está metido en esto… Sea quien sea quien lo contrató, buscaba al tío más chalado que pudiese encontrar. Y si tienen a Cutter, probablemente habrá otros buenos elementos de su parte. Él sabrá a quién debe reclutar, quiénes le son más leales y quiénes están dispuestos a cualquier cosa para hacer el trabajo. Después de todo, es posible que debamos recurrir al general.

Tyler puso los ojos en blanco ante aquella alusión a su padre.

—¿Te pidió Miles que me convencieras?

Grant le puso la mano en el hombro.

—Mira, sé lo que sientes por tu padre, pero es un hombre muy poderoso y tiene muchos recursos a su disposición.

Tyler lanzó un suspiro.

—Créeme, Grant, acudiría a él sin dudar si creyera que puede ayudarnos a descubrir algo que no podamos alcanzar por nuestros propios medios.

Su socio compuso una expresión de incredulidad.

—¿De veras?

—Tendría que tragarme el orgullo, pero lo haría.

—Estoy seguro de que te prestaría ayuda.

—Yo también. Ése es el problema. Entonces yo le debería una, y de las gordas. —Tyler se puso en pie—. Bueno, será mejor que llamemos al agente Perez y pongamos en conocimiento del FBI a qué nos enfrentamos. Puede que hayan averiguado más detalles acerca de los dos asesinos que nos atacaron en Seattle.

—¿Algo más acerca de la relación entre Coleman y Torbellino? —preguntó Grant.

—No, aún no —respondió Tyler—. Hemos estado tan ocupados últimamente que no he tenido tiempo de preguntar a Aiden al respecto. Se supone que debe llamarme si averigua algo.

—Voy a volver al hangar, a ver si tenemos alguna otra pista. Puede que Cutter se dejase algo allí, aunque no apostaría por ello.

Salieron juntos de la sala de proyecciones, y, tras despedirse, Tyler se dirigió a la oficina que habían habilitado para Dilara en el edificio principal. Llamó a Perez mientras caminaba. El agente del FBI respondió al sonar el segundo timbre.

—Doctor Locke. Precisamente la persona con quien quería hablar.

—¿Han averiguado la identidad de los asesinos de Seattle?

—Sí.

—¿Antiguos miembros de las Fuerzas Especiales?

—¿Cómo lo sabe?

Tyler le habló de Motosierra Dan Cutter y la maleta robada.

—Voy a incluirlo ahora mismo en la lista de los más buscados, aunque estoy seguro de que no volverá a asomar.

—¿Han recibido amenazas relacionadas con el
Alba del Génesis
? —se interesó Tyler.

—No, pero he reforzado la seguridad tanto como he podido. Sin una amenaza terrorista directa, no hay mucho más que podamos hacer.

—Agente Perez, se está tramando algo en el
Alba del Génesis.
Podría suceder durante la fiesta, o puede que en alta mar. Sea como sea, la vida de ocho mil personas corre peligro. ¿No se ha tomado en serio el relato de la doctora Kenner?

—Pues claro que sí. Pero también estamos investigando el accidente aéreo de Hayden. Washington no quiere que la existencia de armas biológicas en manos de terroristas en suelo patrio pueda dar pie a una oleada de pánico. Sin embargo, van a proporcionarme un amplio margen de acción, y personal, por si acaso fuera necesario actuar.

—¿Qué me dice de la maleta que nos robaron del CIC? —preguntó Tyler—. Probablemente ése fue el método empleado para introducir el arma biológica a bordo del reactor privado de Hayden.

—Examinaremos todo el equipaje que suban a bordo del
Alba del Génesis
, pero es que ni siquiera sabemos qué había dentro de esa maleta.

—¿Lo veré a usted allí?

—Ya se lo he dicho. No crea que no me tomo en serio todo lo que me dice, pero lo único que me ha contado es que el
Alba del Génesis
es un posible objetivo. ¿Cómo se supone que voy a proteger el mayor crucero del mundo de un ataque si no sé qué estoy buscando?

Tyler pensó en ello, lamentando haber dejado que se les escapara una prueba tan importante. Si hubiera atrapado a Cutter, dispondrían de una base más sólida para impedir que el crucero efectuase el viaje inaugural.

Aún no había hablado a Perez del proyecto Torbellino y la relación con el Proyecto Oasis que había descubierto en el despacho de Coleman. Era otra hipótesis infundada, la corazonada de que la muerte de Coleman no había sido un accidente. No tenía pruebas al respecto, pero tenía que insistir al agente del FBI en la necesidad de aumentar las medidas de precaución.

—Verá, tengo motivos para creer que todo esto pueda guardar relación con algo llamado Proyecto Oasis.

—¿En qué consiste ese proyecto?

—Un búnker construido bajo tierra, con capacidad para albergar cientos de personas durante meses. Creo que quienquiera que asesinase a Hayden dispone de un búnker perfectamente equipado y está preparado para meterse en él.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque trabajé en él durante dos meses. Entonces tenía un nombre distinto, pero se trataba del mismo proyecto.

—Y ésa es la razón de que Coleman fuera asesinado —dijo Perez, rápido a la hora de relacionar datos—. No querían dejar cabos sueltos.

—Exacto.

—¿Dispone de alguna prueba de la existencia de Oasis?

—No. Alguien borró todos los archivos de Coleman relativos al proyecto. Tuve suerte de averiguar lo poco que sé.

Perez suspiró.

—Pondré sus averiguaciones en conocimiento de mis superiores —comentó con tono mecánico—. No obstante, sin pruebas costará mucho convencerlos de que tomen cartas en el asunto. ¿Qué tamaño tenía esa maleta?

—Es una tipo Trolley, ésas con ruedas. Por mucho que la del
Alba del Génesis
tenga mayor tamaño, será manejable.

—Si hay algo sospechoso, doctor Locke, lo descubriremos. No se preocupe —aseguró Perez con tono condescendiente. Era como si el agente del FBI estuviera tranquilizando a una madre que confía por primera vez a su hijo a la guardería.

A Tyler no le gustaba que le hablaran así, y a pesar de lo que había dicho Perez, no creía realmente que éste hubiera asumido la gravedad de la amenaza.

—Me alegra oír eso, agente —dijo—, porque si ustedes no lo descubren, alguien subirá a ese barco armado con un artefacto capaz de matar a todos los pasajeros que viajen a bordo.

Capítulo 33

Tyler entró en la oficina que había improvisado para Dilara, a quien encontró sentada al escritorio. La superficie de la mesa estaba cubierta de libros.

—Veo que te apetecía disfrutar de la lectura.

—Tu empresa tuvo la amabilidad de recuperar las notas y la documentación que guardé relativa a las investigaciones de mi padre. Llegaron esta mañana por FedEx. Después de enterarme de la noticia de su desaparición, busqué alguna pista en sus notas, pero no encontré nada útil, así que hasta ahora las había tenido cogiendo polvo. Se me ocurrió que sería un buen momento para echarles una ojeada.

—¿Sus investigaciones sobre el arca de Noé?

Dilara asintió.

—Era su obsesión. Creía en la relevancia histórica de la Biblia, en que hubo una base histórica que sustentaba lo narrado en el relato del diluvio. Si podía hallar el paradero del arca de Noé, demostraría que el diluvio sucedió realmente.

Other books

The White Schooner by Antony Trew
The Last One Left by John D. MacDonald
Collision by William S. Cohen
Heroes by Susan Sizemore