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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

El arca (26 page)

BOOK: El arca
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Grant situó el Tesla detrás del camión.

—Tenemos que pararlo —dijo Tyler.

—¿Eres consciente de que a su lado somos un mosquito? —preguntó Grant—. No creo que pueda sacarlo de la carretera.

—Por eso necesito que te acerques más a él.

Tyler prefería esperar sin arriesgarse a que llegara el momento de intervenir, pero pensar en la de inocentes que podían morir aplastados por un camión que era responsabilidad última de Gordian le revolvía el estómago. Si chocaba contra un centro comercial, el número de bajas civiles sería inaceptable.

No tendría que neutralizar al conductor. El motor del Liebherr quedaba al descubierto en ambos lados para facilitar las tareas de mantenimiento. Por la escalerilla de la parte derecha podría acceder al motor y apagarlo. Una vez frenado el camión, dejaría que la policía se encargase del resto.

El cómplice del conductor constituía el mayor problema. Tyler tendría que incapacitar al asesino para evitar que abriera fuego sobre él mientras manipulara el motor.

Explicó su plan a Grant.

—Estás loco —dijo éste.

—No te lo niego.

—Pero eso es lo que me gusta de ti. ¿Quién dijo miedo?

Tyler miró a su compañero y esbozó una sonrisa irónica.

—¿Quién dijo miedo? Bueno, vamos a ello antes de que recupere la sensatez.

Grant aceleró el coche hasta acercarlo a las ruedas traseras. Estaba prácticamente descartado que el Liebherr fuese capaz de dar bandazos para aplastar al ágil Tesla, sobre todo con su socio al volante, pero Tyler contempló esa posibilidad.

El pistolero acompañante se asomó por la plataforma que rodeaba la cabina y se extendía por ambos lados del camión. Apuntó el AR-15 y disparó una ráfaga. Las balas alcanzaron el suelo en torno al Tesla, y Grant frenó para situar el vehículo detrás del camión, fuera del campo de visión del tirador.

—Y ahora, ¿qué? —preguntó—. Con esos enormes retrovisores que tienen, podrán ver en todo momento por qué lado los abordamos.

—En ese caso, mejor será empezar por los retrovisores.

Tyler desenfundó la Glock, contento de haberla llevado consigo. A una inclinación de cabeza, Grant aceleró para llevar el Tesla por el lado izquierdo del camión. No vieron al pistolero, por tanto pudieron avanzar por ahí. Tyler apuntó el arma y efectuó seis disparos sobre el espejo del retrovisor. Dos balas lo alcanzaron y lo hicieron añicos.

El segundo hombre se asomó y los apuntó con el fusil de asalto, pero Grant ya maniobraba para volver a ponerse tras el camión y, de ahí, ganar el costado derecho. Tyler efectuó otros seis disparos sobre el retrovisor derecho.

—Buena puntería, Tex —aplaudió Grant.

El conductor había perdido toda referencia de lo que sucedía detrás del vehículo. Tenían un cincuenta por ciento de posibilidades de alcanzar la escalerilla sin ser vistos. Era mejor eso que nada.

Grant condujo el Tesla por la izquierda y aceleró para ponerse a la altura de la cabina del camión, que acababa de aplastar la parte posterior de dos coches, como si estuvieran hechos de madera de balsa. Instintivamente, Tyler se agachó para evitar los restos que volaron por encima de su cabeza y Grant logró evitar chocar con uno por los pelos.

Tyler cargó el único cargador de reserva de que disponía y devolvió el arma a la funda que ceñía a la cadera, dispuesto a saltar a la escalerilla.

Había tres escalerillas: una a la izquierda, y otra a la derecha del compartimento del motor y una tercera que cruzaba en diagonal el radiador desde el costado derecho en el techo hasta el izquierdo, justo sobre el suelo. Las escalerillas frontal e izquierda estaban unidas en la parte inferior a una pequeña plataforma.

El Tesla se puso en paralelo a la plataforma. En caso de haber sido creyente, aquél era el momento perfecto para santiguarse. En lugar de ello, Tyler se limitó a murmurar:

—Pero ¿qué hago?

Cubrió de un salto el metro que lo separaba de la plataforma y se aferró al pasamano de metal para evitar resbalar. No sólo acabaría despellejado por caer a sesenta y cinco kilómetros por hora, sino que probablemente una de las ruedas del camión lo aplastaría.

Recuperó el equilibrio y levantó el pulgar a Grant para darle a entender que todo estaba bajo control. Desenfundó de nuevo la Glock y, agachado, se dirigió hacia la escalerilla frontal mientras el aire silbaba a su alrededor y el motor rugía. Tal como había planeado, Grant llevó el Tesla al costado opuesto para crear una distracción que proporcionase cierto margen a Tyler.

Funcionó. El pistolero efectuó otra ráfaga sobre Grant. Cuando Tyler alcanzó la parte superior, vio al tipo inclinado sobre el pasamano, mirando hacia atrás. Apuntó el arma, dispuesto a dispararle por la espalda.

«No será muy deportivo —pensó Tyler—, pero que se joda. Después de todo, asesinó a esos dos agentes.»

Antes de que apretase el gatillo, el conductor abrió fuego sobre él. El cristal de la cabina saltó hecho añicos y las balas rebotaron en la plancha metálica tras la que se había parapetado Tyler, lo que le obligó a refugiarse en la escalerilla.

El otro hombre apareció en la parte superior de la escalerilla. El ingeniero disparó la Glock, pero el otro lo desarmó con el cañón del fusil. Tyler, momentáneamente perdido el equilibrio, se cogió a la camisa del tipo, y ambos cayeron rodando por la escalerilla. En su empeño por evitar caer del vehículo, aquel tipo perdió el AR-15.

Mientras caían por la escalerilla, Tyler intentó frenarse desesperadamente, incapaz de apartar de la mente la imagen de las inmensas ruedas. Frenó la caída en la plataforma situada a un palmo del suelo, y cayó sobre su oponente, que pataleó bajo él. El ingeniero lo mantuvo inmovilizado, intentando o bien dejarlo inconsciente o bien arrojarlo fuera del camión. Cualquier opción le daba igual.

Tyler oyó entonces el bocinazo de un coche. Cuando levantó la vista, vio a Grant en el Tesla, a su lado, gritándole y señalando al frente.

Con ambas rodillas sobre el intruso, volvió la cabeza. Sintió que hasta el último músculo del cuerpo se le tensaba como cuerda de guitarra al ver lo que su socio le estaba señalando. Estaban a punto de chocar contra una pared de ladrillo.

Capítulo 29

La maleta descansaba en el suelo, junto a Cutter, que era el conductor. No pudo destruirla en el complejo de Gordian Engineering, por lo que no tuvo más remedio que sustraerla. El Liebherr había supuesto su única posibilidad, y el plan había funcionado a la perfección. Tan sólo necesitaba asegurarse de llegar al punto acordado para la fuga antes de que sus perseguidores diesen con la forma de detener el camión. Una vez allí, se confundiría entre la multitud. Si lograban detenerlo antes, no habría modo de abandonar el camión sin ser visto. Lo rodearían con facilidad. No podía permitir que eso sucediera.

Entonces vio asomar a Locke. Simkins se había apresurado y no había comprobado el lateral opuesto del vehículo, y se dejó sorprender por ese maldito ingeniero. Cutter había perdido de vista a ambos, pero sabía que la escaleras situada frente al radiador llegaba casi al suelo. Si seguían en ella, tenía un modo excelente de librarse del problema.

Al frente vio una zona de almacenaje al aire libre de un proveedor de materiales de construcción. Montañas de pilas de ladrillos, una más grande que la otra, apilados para su transporte que alcanzaban al menos los dos metros de grosor.

Todo cuanto Cutter debía hacer era arremeter contra las pilas de ladrillos. El camión absorbería el golpe sin perder apenas velocidad. Incluso si las escaleras no acababan totalmente aplastadas, el impacto de una tonelada de ladrillo daría buena cuenta de Locke.

Lástima que Simkins también iba a perecer. Pero era un buen soldado y moriría como tal.

Grant, que mantuvo el Tesla paralelo al camión minero, contempló horrorizado cómo el Liebherr se dirigía a propósito hacia las montañas de ladrillo, separadas quince metros entre una y otra para permitir el paso de los toros que transportarían los palés. La primera alcanzaba al menos los tres metros de altura, la siguiente casi cinco y la tercera llegaba seguramente a los seis. Estaba convencido de que el conductor sabía que Tyler se encontraba en la escalerilla.

Vio que su socio entendía su advertencia. El ingeniero le propinó un rodillazo al tipo con el que cayó rodando por la escalerilla, y en ese momento intentaba ascender de nuevo por ella. El sujeto con el que había luchado se encontraba aún en la plataforma cuando el camión chocó con la primera montaña de ladrillo.

El hombre quedó pulverizado por el choque, que también se llevó por delante la base de la escalerilla justo por debajo del travesaño donde Tyler se apoyaba. Perdió pie un instante; al verlo, Grant contuvo el aliento. El intrépido ingeniero recuperó el equilibrio y se impulsó metro y medio más para quitarse del camino de una segunda montaña de ladrillo que chocó con la parte frontal del vehículo sin que el radiador de acero endurecido acusara prácticamente una sola mella. Grant lo había visto burlar a la muerte en tantas ocasiones que ni se le ocurrió pensar que Tyler pudiera fracasar en su empeño, lo que no le impidió admirar la suerte de su amigo.

Tyler se encaramó a lo alto de la escalerilla justo cuando la tercera montaña de ladrillo la golpeó con fuerza. Grant tuvo por seguro que su amigo se iba a caer. Pero cuando pestañeó, vio asombrado que la escalerilla pendía de un tornillo y que su socio colgaba de un tramo del pasamano que sobresalía de la parte frontal del motor. Estaba demasiado lejos de la escalerilla derecha para ganar impulso y zarandearse hasta ella. Si caía, lo separaban seis metros del suelo, y la velocidad del vehículo era de sesenta y cinco kilómetros por hora. No importaba lo afortunado que pudiera ser, Tyler no sobreviviría.

Grant tenía que encontrar la forma de ayudarlo.

El Tesla emitió en ese momento un pitido metálico. Grant comprobó los indicadores y localizó el problema. El coche eléctrico prácticamente había agotado las baterías. Sintió que perdía velocidad, lo que significaba que no tenía mucho margen de tiempo para ayudar a su amigo.

El conductor del Liebherr, pensando quizá que había acabado con Tyler, recuperó la vía asfaltada, seguido por una caravana de coches de policía, rumbo a un lugar desconocido.

Grant tendría que intentar algo, algo que incluso él considerase una locura.

Acercó el Tesla al pie de la escalerilla derecha, que había sobrevivido al embate de las pilas de ladrillo, y miró al frente para asegurarse de tener un buen tramo recto de carretera. La adrenalina lo inundó como si estuviera a punto de saltar de un avión, excepto que lo que se disponía a hacer era cien veces más peligroso. Lanzó un grito para darse ánimos.

Se incorporó en el asiento, estabilizando el volante. Entonces, con un movimiento fluido, dio un salto hasta la escalerilla del Liebherr. Una vez lograda la hazaña, gritó de nuevo.

El Tesla, descontrolado, efectuó un giro brusco hacia la izquierda y desapareció bajo las inmensas ruedas del camión. Grant oyó el crujido del metal. El coche eléctrico había desaparecido.

Al volverse vio a Tyler colgando aún de las dos manos. Pero le flaqueaban las fuerzas. Grant se aferró al pasamano de la escalerilla y se asomó todo cuanto pudo para estirar el brazo. Su socio se soltó de una mano. Apenas llegaron a tocarse.

—¡A la de tres! —voceó Grant—. ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres!

Aferró la mano de Tyler cuando éste se soltó del pasamano. Se precipitó al vacío, pero el musculoso negro tiró de él como quien muestra a la cámara el atún enorme que acaba de pescar. Por un instante, los pies del ingeniero rebotaron en el asfalto. Grant tiró con más fuerza de él, subiéndolo poco a poco.

Cuando ambos se hallaron a salvo, cayeron rendidos en la escalerilla, jadeando.

Tyler se secó el sudor de la frente con la manga, antes de ponerse en pie lentamente. Luego se inclinó hacia delante apoyado en los codos y las rodillas.

—¿Y tú me llamabas loco? —dijo con voz temblorosa, más de lo que Grant había sido testigo en ninguna ocasión anterior.

—Soy un puto lunático —admitió.

Tyler le tendió la mano, y el enorme negro se la estrechó.

—Gracias —dijo el ingeniero—. Te debo unas cuantas por esa locura.

—Y ambos debemos un coche nuevo a Tesla.

—Tenemos problemas mayores. —Tyler señaló una advertencia de tráfico que se les acercaba. Decía: «Aparcamiento de Splash World: Próxima salida derecha»—. Así que planea irse de rositas.

«Tiene sentido, siempre y cuando seas un enfermo mental», pensó Grant. Splash World era el mayor y más popular parque acuático de la ciudad. En días calurosos como ése, habría millares de personas allí. El conductor del camión irrumpiría en el parque y se escabulliría aprovechando la confusión.

—Entonces vamos a por él —propuso Grant, encaramándose a la parte superior de la escalerilla. Pero Tyler le tiró del tobillo.

—Ese tipo tiene un AR-15 y acabará con nosotros antes de que lleguemos a medio camino de la cabina. —Tyler sacó la navaja multiusos Leatherman—. Ten. Eres ingeniero electrónico. Ya que te tengo a bordo, mejor será que te encargues tú.

El camión efectuó un desvío brusco en dirección al aparcamiento de Splash World. Una vez dentro, empezó a aplastar vehículos como si fuera el hermano gigante del Yeti.

—Y date prisa —añadió Tyler.

Al igual que la mayoría de los motores modernos, el del camión Liebherr estaba controlado por ordenador. Si Grant podía inutilizar el ordenador, se activarían las salvaguardas del vehículo, que interrumpirían el suministro de combustible. En ese momento se activarían los frenos.

—Si llego a saber que ibas a montar este numerito sólo para hacerme subir a este dichoso camión —gritó Grant mientras ascendía al compartimento que alojaba el motor—, te hubiese puesto a ti al volante.

Vio la valla ajedrezada del parque a través de la rejilla frontal. Se acercaban a gran velocidad. Abrió la Leatherman y escogió los alicates corta cable.

«Si se me cae estaremos bien jodidos», pensó.

Grant oyó gritos a lo lejos, pero no vio a nadie arrollado por el camión. Al menos eso era algo. Pudo discernir hacia dónde se dirigía el conductor: la zona de toboganes acuáticos. Si el conductor los derribaba, cundiría el pánico en el parque.

Encontró los cables conectados al ordenador de a bordo. Empezó a cortarlos uno tras otro.

BOOK: El arca
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