El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (25 page)

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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
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—El vampiro... ¿Qué le ocurrirá?

—Le borraré la memoria, me aseguraré de que no recuerde nada —dijo sin el menor rastro de arrepentimiento.

Elena quiso saber si era aquello lo que había planeado para ella, pero no era el momento apropiado para preguntárselo. En lugar de eso, tensó la espalda y se concentró aún más.

—Aquí hay demasiado miedo. Tendré que apañármelas con lo que he conseguido del primer cadáver. —Retrocedió con tanto cuidado como había avanzado e intentó no pensar en lo que colgaba por encima de ella.

Plaf.

Una gota de sangre se estampó sobre el brillante cuero negro de su bota. La bilis le subió hasta la garganta. Se dio la vuelta y echó a correr, sin preocuparse por demostrar debilidad. La maldita puerta se había cerrado tras ellos y en aquellos momentos se negaba a abrirse. Apartó la mano del metal caliente. Estaba a punto de echarse a gritar cuando cedió un poco. Cayó de bruces sobre la tierra yerma del patio y se hizo un ovillo.

El sol brillaba en lo alto cuando se incorporó un poco, acosada por las náuseas. Era consciente de que Rafael se había situado a su lado, de que había extendido las alas para protegerla del sol. Le hizo un gesto para que se alejara. Deseaba el calor; sentía el alma fría, tan fría como el hielo.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí, doblada por la mitad, pero cuando se enderezó se dio cuenta de que alguien la observaba. ¿Serían los vampiros a los que Rafael había echado del almacén? ¿Illium? Fuera quien fuese había visto cómo la cazadora echaba las tripas.

Tenía un sabor horrible en la boca cuando utilizó el bajo de la camiseta para limpiarse los labios. No se sentía avergonzada. Ver aquello sin que la afectara... habría sido como convertirse en un monstruo similar al asesino que la había bautizado con sangre antes incluso de que tuviera edad para tener una cita.

—Dime por qué —dijo con voz ronca.

—Después. —Y le dio una orden—: Ahora, búscalo.

Él tenía razón, por supuesto. La esencia se desvanecería si no se daba prisa. Sin rechistar, le dio una patada al suelo sobre el que acababa de vomitar el desayuno y comenzó a trotar muy despacio por los alrededores del edificio en un intento por descubrir el punto de salida de Uram. La mayoría de los vampiros utilizaba las puertas, pero nunca se sabía. Además, aquel asesino tenía alas.

Se detuvo justo enfrente de una pequeña entrada lateral. Desde el exterior parecía normal, pero cuando la abrió descubrió que el interior estaba cubierto de huellas de manos ensangrentadas. Demasiado pequeñas para pertenecer a un hombre del tamaño de Uram. Siguió la dirección de la que procedían... y atisbó las sombras colgantes del almacén.

Cerró la puerta de golpe.

—Dejó que huyeran, dejó que creyeran que tenían una oportunidad de escapar.

Rafael permaneció en silencio mientras ella zigzagueaba lejos de la puerta.

—Nada —dijo Elena—. Su esencia está ahí porque una de las chicas consiguió salir y tuvo que ir a buscarla. —Se inclinó hacia delante para observar la hierba—. Sangre seca —señaló antes de tragar saliva para aliviar la zona dolorida de su garganta—. La pobre chica consiguió arrastrarse hasta aquí. —Frunció el ceño—. Hay demasiada sangre.

A su lado, Rafael se quedó muy quieto.

—Tienes razón. Hay un rastro que se aleja de la puerta.

Elena sabía que la vista del arcángel era más aguda que la suya. Al igual que las aves rapaces, los ángeles podían ver hasta los más pequeños detalles incluso durante el vuelo.

—No puede ser de Uram —murmuró—. Habría detectado su esencia. —Siguió a Rafael mientras él caminaba siguiendo el rastro; pero no pudo ver nada más después de unos cuantos pasos—. ¿Puede ser que arrastrara uno de los cuerpos hasta aquí? —Se encontraban junto a la cerca de malla. Se agachó y examinó un pequeño agujero que había en la parte inferior—. Hay sangre en el metal. —El entusiasmo la sacudió de golpe como un puñetazo.

—Tendré que saltar la valla volando.

Mientras él sobrevolaba la cerca, Elena descubrió otro agujero por el que pasar. La sangre era más evidente al otro lado, ya que no había hierba que la ocultara, tan solo tierra dura. Su entusiasmo se convirtió en una penosa esperanza.

—Alguien se arrastró a través del agujero. —Se puso en pie y observó la puerta cerrada de un pequeño cobertizo. Tenía el aspecto de haber sido en su día la caseta del guarda de la zona de estacionamiento que había por detrás.

Había sangre en la puerta.

—Espera aquí —le ordenó Rafael.

Elena se aferró a la parte de él que tenía más cerca: su ala.

—No.

El arcángel le dirigió una mirada nada amistosa.

—Elena...

—Si hay una superviviente, se aterrará al ver a un ángel. —Le soltó el ala—. Yo miraré primero. Lo más probable es que esté muerta, pero por si acaso...

—Está viva. —Era una afirmación rotunda—. Entra. Sácala de ahí. No podemos perder tiempo.

—Una vida no es una pérdida de tiempo. —Apretó el puño con tanta fuerza que supo que le quedarían marcas en forma de media luna en las palmas.

—Uram matará a miles de personas si no lo detenemos. Y se volverá más y más depravado con cada asesinato.

La mente de Elena se llenó de efímeras visiones de los cuerpos que había en el interior del almacén.

—Me daré prisa. —Cuando llegó a la caseta del guarda, tomó una profunda bocanada de aire—. Soy una cazadora —dijo en voz alta.

Luego abrió la puerta y se puso lejos de la línea de fuego por si acaso la persona que estaba en el interior estaba armada.

Silencio absoluto.

Con muchísimo cuidado, miró a su alrededor y... descubrió el rostro de una mujer menuda con ojos rasgados y oscuros. Estaba desnuda y cubierta de sangre seca; se había rodeado las rodillas con los brazos y se mecía adelante y atrás en silencio, ajena a todo lo que no fuera el terror que invadía su mente.

24

—M
e llamo Elena —dijo con voz suave al tiempo que se preguntaba si la mujer se había dado cuenta de que estaba allí—. Ya estás a salvo.

Ninguna respuesta.

Elena retrocedió un poco y miró a Rafael.

—Necesita atención médica.

—Illium la llevará con nuestro sanador. —Se acercó un poco, pero la mujer empezó a gimotear en cuanto atisbó las alas, y sus músculos se tensaron tanto que Elena supo que tendrían que romperle los huesos para aflojarlos.

—No. —Se puso delante para bloquearle el campo de visión—. Tendrá que llevarla uno de los vampiros. Nada de alas.

La boca de Rafael se tensó, aunque ella no supo si era a causa de la furia o de la impaciencia. Aun así, no tomó el control de la mente de la mujer.

—Le pediré a Dmitri que venga. Él se encargará de ella.

Elena sintió un vuelco en el corazón.

—¿Quieres decir que la matará?

—Tal vez eso fuera una bendición para esa mujer.

—Tú no eres Dios, no puedes tomar esa decisión.

Rafael la estudió en silencio.

—No se le hará ningún daño mientras tú no estés.

Ella leyó entre líneas.

—¿Y cuando yo regrese?

—Entonces decidiré si vive o muere. —Sus ojos eran fuego azul—. Tal vez esté infectada, Elena. Debemos hacerle análisis. Si lo está, su muerte será necesaria.

—¿Infectada? —La cazadora frunció el ceño, pero luego sacudió la cabeza—. Lo sé: después.

—Sí. El tiempo pasa. —Inclinó la cabeza hacia la izquierda—. Dmitri viene de camino, pero no puede acercarse hasta que ya no suponga un peligro para el rastro de esencia. Deja a la mujer: el líder de mis Siete siente debilidad por los inocentes que han sufrido violencia.

Elena asintió tras escuchar aquella evasiva promesa y luego se inclinó hacia delante para hablarle a la chica.

—Dmitri te ayudará. Por favor, ve con él.

La mujer no dejó de mecerse, pero ya no emitía aquellos gemidos y su cuerpo no estaba tan tenso. Tras rogar que Dmitri fuera capaz de llegar hasta ella sin hacerle daño, Elena regresó a la cerca de malla y pasó de nuevo al otro lado.

—¿Puedes inspeccionar el tejado? ¿Ver si hay algún signo de que él huyera volando desde allí? —Cuando Rafael asintió y echó a volar, ella empezó a rodear el edificio.

Al final encontró el lugar por donde había salido Uram en el costado derecho del almacén, a unos cuantos pasos de distancia de un agujero de la valla.

Consciente de que Rafael la seguía desde lo alto, atravesó el agujero hacia la zona de hierba de un aparcamiento adyacente. Las briznas estaban manchadas de sangre, como si Uram hubiese pasado la mano por encima. Encontró una pluma: una pluma brillante de color gris plateado con resplandecientes motitas ambarinas. Su delicada belleza era un insulto, una mofa a la sangre y el sufrimiento que había presenciado en el interior del almacén. Tras reprimir el impulso de aplastarla, acercó la nariz para absorber el intenso aroma de la verdadera esencia de Uram. Un olor ácido, el olor de la sangre y algo más, algo que hablaba de... la luz del sol. Elena se estremeció, se guardó la pluma en el bolsillo y siguió adelante.

La esencia se desvanecía sin más en la parte central de la zona de estacionamiento.

—Mierda. —Puso los brazos en jarras y dejó escapar un suspiro antes de hacerle un gesto a Rafael para que descendiera.

El arcángel aterrizó con un despliegue de elegancia.

—Uram echó a volar.

—Sí —replicó ella—. Nunca he tenido ese problema con los vampiros, por eso puedo rastrearlos. ¡No puedo seguir a un ser que vuela! —Le hervía la sangre. Quería que aquel monstruo pagara por las jóvenes vidas que había robado—. ¿Y Dmitri?

—Le he dicho que se acercara. Y los ángeles no siempre vuelan —dijo Rafael—. Eres la única que tiene alguna posibilidad de encontrar su esencia en las calles. —Hizo una pausa—. Tendremos que regresar para que puedas darte un baño y recoger tus cosas. —Echó un vistazo a su ala con la repugnancia pintada en la cara—. Yo también debo lavarme la sangre.

Elena se ruborizó al darse cuenta del aspecto que debía de tener en aquellos momentos.

—¿Por qué hace falta que recoja mis cosas?

—Esta caza no será larga, pero sí intensa.

—Él continuará matando —dedujo con los puños apretados—. Dejará un rastro.

—Así es. —Rafael tenía la ira bajo control, pero era de tal intensidad que Elena casi podía sentirla sobre su piel—. Tienes que permanecer cerca de mí o de uno de mis ángeles para que podamos llevarte de inmediato al lugar en cuanto descubramos un nuevo asesinato.

Elena se dio cuenta de que el arcángel no le daba ningún tipo de elección.

—Supongo que si me niego, me obligarás a hacerlo, ¿no es verdad?

Durante un instante, solo se oyó el susurro de la hierba y el murmullo de las alas de los ángeles que habían aterrizado a su espalda... para empezar a limpiar, supuso.

—Hay que detener a Uram. —El rostro de Rafael parecía sereno, inexpresivo... y mucho más peligroso precisamente por eso—. ¿No te parece que eso excusa cualquier tipo de medio que haya que utilizar?

—No. —Sin embargo, su mente no dejaba de mostrarle imágenes: la de una mujer con la boca llena de órganos que deberían estar en el interior de su cuerpo, la de otra a quien le habían empalado la cabeza en el brazo, la de una tercera con las cuencas de los ojos vacías—. Pero cooperaré.

—Vamos. —El arcángel extendió un brazo.

Elena se acercó.

—Siento oler tan mal... —Tenía las mejillas ruborizadas.

Rafael la rodeó con los brazos.

—Hueles a polvo de ángel. —Tras decir aquello, alzó el vuelo... y ambos se tornaron invisibles.

Elena cerró los ojos.

—Jamás me acostumbraré a esto.

—Creí que te gustaba volar.

—No me refería a volar. —Se sujetó a él con más fuerza y deseó haberse subido bien las botas. No quería abrirle la cabeza a nadie por accidente—. Sino a lo de volverme invisible.

—Se tarda un tiempo en acostumbrarse al glamour.

—¿Tú no naciste con ello? —Reprimió un estremecimiento cuando notó que subían más alto.

—No. Es un don que llega con la edad.

Elena se mordió la lengua para contener la pregunta que quería formular.

—¿Estás aprendiendo lo que es la discreción, Elena? —La ligera ironía le permitió suavizar la furia que sentía bajo la piel.

—Yo... yo... —Cuando empezaron a castañetearle los dientes, decidió mandar al cuerno la discreción y se aferró a él antes de rodearle la cintura con las piernas. Estaba deliciosamente calentito—. Intento limitar las razones por las que podrías tener que matarme.

Él cambió de posición para acomodarla mejor.

—¿Por qué iba a matarte si puedo borrarte la memoria?

—No quiero perder mis recuerdos. —Ni siquiera los malos, porque sus recuerdos eran los que la habían convertido en quien era. En aquel momento, aquel día, era diferente a la Elena que no sabía lo que era ser besada por un arcángel—. No me hagas olvidar.

—¿Perderías la vida por salvar tus recuerdos? —Fue una pregunta en voz baja.

Elena reflexionó sobre el tema.

—Sí —dijo con suavidad—. Preferiría morir como Elena que vivir como un fantasma.

—Casi hemos llegado a tu casa.

Se obligó a abrir los ojos para contemplar su apartamento. El hueco de la ventana destrozada había sido cubierto con una especie de plástico transparente, pero quienquiera que lo hubiera colocado allí no se había molestado en sujetarlo más que por encima. Uno de los lados estaba caído y se agitaba con el viento.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se dijo que aquellas lágrimas se debían a la fuerza del aire que le azotaba la cara.

Rafael voló hasta aquella esquina y dejó que tirara del plástico para soltarlo lo suficiente para poder colarse en el interior. Una vez dentro, Elena abrió un hueco mayor para que él pudiera entrar y plegar las alas. El viento silbaba en el apartamento mientras ella permanecía allí de pie, observando el destrozo con el corazón roto.

Los cristales seguían donde cayeron cuando Rafael rompió la ventana. Y también la sangre. La sangre de Rafael. No obstante, en algún momento debía de haber entrado una enorme ráfaga de viento en el salón, ya que su estantería estaba en el suelo y el jarrón que hacía juego con el que tenía en su dormitorio estaba roto. Había papeles esparcidos por la alfombra y las paredes mostraban marcas de haber soportado un chaparrón. La lluvia había destruido lo que aún no estaba roto. La alfombra estaba húmeda; el ambiente olía a moho.

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