Read El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
El impulso de rebelarse contra aquella orden chocó con su necesidad de borrarle la marca que aquella zorra le había dejado en el ala. La posesividad absurda ganó la batalla.
—Date la vuelta.
Él lo hizo con un movimiento silencioso y grácil. Elena puso mucho cuidado para que el polvo no se le quedara pegado a ella, pero al parecer su cautela era innecesaria.
—Sale con mucha facilidad. No es como el que tú dejaste sobre mi piel.
—Ya te dije que el tuyo... era una mezcla especial.
Una sensación cálida se extendió por el cuerpo de Elena.
—¿Me marcaste, angelito?
—Preferiría hacer eso con mi miembro.
Aturdida por la oleada de humedad que había aparecido entre sus piernas, Elena dejó la servilleta sobre la mesa.
—Ya se ha quitado.
Rafael plegó las alas y luego se dio la vuelta.
—Eres todo un enigma. Muy audaz cuando cazas vampiros, muy puritana en tus gustos sexuales.
—No soy audaz. Estoy cagada de miedo —dijo—. Y en cuanto a lo demás... Ser un enigma está bien, ¿no? Después de todo, tú solo usas tus juguetes mientras te resulten entretenidos. —No sabía cómo había ocurrido, pero se descubrió de pronto con la espalda apoyada contra el borde de la mesa y con Rafael manteniéndola en aquella posición.
Cuando él la subió a la mesa, no protestó. Incluso separó los muslos para que pudiera acomodarse bien. Una parte de ella seguía fría. Lo que había visto en aquel almacén había sacado muchas cosas a la superficie. Aquel ruido, el goteo, era como un redoble de tambor constante en su cabeza. Quería olvidarlo. Y Rafael (el peligroso, seductor y mortífero Rafael) era mucho mejor que ninguna droga.
—Nada de polvo —murmuró cuando él deslizó las manos sobre sus muslos para aferrarle las caderas—. No tengo tiempo para limpiármelo.
Sin embargo, no la besó.
—Háblame sobre tus pesadillas, Elena.
Se quedó helada.
—¿Espiando otra vez? —Era humana... siempre olvidaba que aquel tipo no respetaba los límites de su mente.
Los ojos de él adquirieron un tono azul metálico.
—No tengo necesidad de hacerlo. En tus ojos no hay sexo. Solo muerte.
Quiso empujarlo, pero una parte de ella (la parte fría) adoraba el calor que le proporcionaba su contacto y se sentía excitada por aquel toque de amenaza. Ningún hombre había conseguido manipularla tan bien.
Así pues, se limitó a echarse hacia atrás para apoyar las manos sobre la mesa. Menos mal que no estaban cerca de la comida, porque de lo contrario habría metido el pelo en el café.
—Entonces —dijo—, ¿eres un experto a la hora de comprender a las mujeres?
—Tengo muchos años.
Elena entrecerró los ojos.
—¿Has follado alguna vez con Su Alteza la Zorra Real?
Él le dio un apretón en las caderas.
—Ten cuidado, Elena. No siempre estaré a tu lado para protegerte.
—¿Eso es un sí? —Podía imaginarlos copulando en pleno vuelo; una imagen cegadora (y condenadamente hermosa) de tonos dorados y bronces.
—No. Jamás he aceptado los ofrecimientos de Michaela.
—¿Por qué no? Está buena: los tíos solo se fijan en las tetas y en el culo.
—Yo prefiero los labios. —Se inclinó y le mordió el labio inferior casi con demasiada fuerza antes de apartar la cabeza de nuevo—. Y los tuyos son bastante suculentos.
Los de Michaela, pensó ella con una apabullante sensación de placer, eran bonitos, pero finos. No obstante...
—No me lo trago. —Cambió de posición—. ¿A quién demonios le importan los labios?
—Si estuvieses de rodillas y tuvieras los labios alrededor de mi miembro, a mí me importarían muchísimo.
La imagen hizo que sus músculos internos se tensaran y se humedecieran.
—¿Cómo es posible que los tíos siempre se imaginen a las mujeres chupándosela? ¿Por qué no a la inversa?
Relámpagos de color cobalto, manos deslizándose hacia abajo, pulgares frotando la zona interna de sus muslos.
—Quítate los pantalones.
A Elena se le hizo un nudo en el estómago.
—Tenemos que hablar de un asesino.
—Pero tú quieres olvidar.
—No has respondido a mi pregunta. —Eran palabras jadeantes. Su cuerpo estaba hambriento.
—Decidí no acostarme con Michaela porque no me gustan las viudas negras. Es probable que sus susurros venenosos llevaran a Uram hasta esto.
Elena se incorporó y le agarró los antebrazos.
—¿A esto? ¿Qué es «esto»?
Él siguió moviendo los pulgares, rozando aquella zona exquisitamente sensible que ansiaba una caricia más fuerte e intensa.
—No necesitas saberlo.
La furia sobrepasó a la lujuria.
—No puedo trabajar a ciegas.
—Trátalo como a un vampiro, como al vampiro más peligroso del universo. —Uno de sus pulgares le apretó el clítoris—. Ahora, quítate los pantalones.
Elena luchó por recuperar el aliento.
—De eso nada. Háblame de Uram.
Él se acercó más y le rozó las rodillas con las alas. Luego apartó una de las manos de su entrepierna... aunque solo para metérsela por debajo de la camiseta.
El corazón de Elena empezó a martillear como un loco cuando aquella mano le cubrió el pecho, pero se obligó a pronunciar las palabras que quería decir.
—¿Por qué ahora puedo captar su esencia cuando antes no podía hacerlo?
Rafael apartó la mano de su seno, la deslizó por el muslo y la detuvo en la rodilla. Luego pasó la otra por debajo del brazo de Elena para apoyar la palma sobre la mesa. En aquella postura, sus bíceps le rozaban el pecho.
—Porque... —cogió una de sus piernas y se la colocó alrededor de la cintura mientras tiraba de ella—... ha tomado su primera sangre. —Sus genitales entraron en contacto y Elena no pudo evitar soltar un gemido.
—Pero... —dijo a pesar de la neblina que enturbiaba su mente—... no pude percibir la esencia de Erik, el vampiro recién Convertido.
—Aquella vez te engañé, Elena. Tanto Bernal como Erik fueron Convertidos más o menos en el mismo momento... pero a Bernal se le permitió alimentarse, mientras que a Erik no. No hasta después de la prueba.
El hecho de que Rafael hubiera sido capaz de contener el ansia de sangre de un recién Convertido era otro ejemplo de la magnitud de su poder, pero no era de Erik de quien ella quería hablar.
—¿Por qué? ¿Por qué Uram se ha transformado en vampiro?
—Sigue siendo un arcángel. —La meció contra su cuerpo, le levantó la camiseta, inclinó la cabeza y le mordió un pezón a través del tejido del sujetador.
Elena dio un respingo y le tiró del pelo.
—Basta. —Pero en aquellos instantes le succionaba el pezón y... Qué maravilla. Era evidente que el arcángel podía proporcionarle el mejor sexo que hubiera imaginado jamás... y, desde luego, mucho mejor que el que había practicado—. Rafael...
Él levantó la cabeza.
—Te daré a elegir.
Elena volvió a colocarse la camiseta, ya que se sentía muy vulnerable. Le dolía el pezón de una forma muy excitante.
—¿Sí?
—O bien te tumbo sobre la mesa y te meto el pene hasta el fondo, o bien...
—¿O bien? —Deseaba acurrucarse sobre él, morderle los tendones del cuello.
—O bien te tumbo sobre la mesa, te doy placer con la lengua y luego me meto dentro de ti.
—Vaya... —Le costaba mucho pensar en algo que no fueran las palpitaciones que sentía entre las piernas—. Elijo la opción «C».
Rafael la sentó sobre su erección y le rodeó la espalda con un brazo.
—No hay opción «C».
Vale, a la mierda con todo. Elena se inclinó hacia delante y acarició aquel hermoso cuello con los dientes. Una chica debía sobrevivir. Rafael tensó el brazo cuando ella empezó a lamerle el cuello, a saborearlo. Luego dijo:
—¿La opción «C» tiene algo que ver con que succiones otras partes de mi anatomía?
Joder, aquel arcángel podía ser de lo más sexy cuando no tenía un asesinato en mente. Después de darle un último y pesaroso lametón, Elena se apartó de él.
—No pienso follar contigo, no hasta que me cuentes la verdad sobre Uram.
Una sombra siniestra atravesó su rostro.
—¿Chantaje sexual, Elena?
Ella soltó un resoplido.
—Me tratas como si fuera un perrito. «Ve a buscar al malvado arcángel-vampiro-lo que coño sea, Ellie, pero no te atrevas a preguntarme por qué. Sería demasiado para tu pequeña cabecita humana.» —Dejó a un lado aquel tono almibarado de voz y lo fulminó con la mirada—. No me acuesto con los que piensan que soy una imbécil descerebrada.
La oscuridad letal se transformó de nuevo en diversión, pero Elena sabía que caminaba sobre la cuerda floja. Rafael se mostraba indulgente con ella por motivos que solo él conocía. El arcángel que la había obligado a situar la mano sobre la hoja de una daga era también Rafael, y haría bien en recordarlo... sin importar lo mucho que lo deseara físicamente.
—Cuanto más te conozco —dijo él—, más molestias me causas.
—Ya sé demasiado. —No cedió ni un ápice—. Esto no lo haces para protegerme... sino para proteger a los arcángeles.
—Confiar en un mortal es la mayor de las estupideces. Fue lo que le costó a Illium sus plumas.
Vaya, aquel tío sabía muy bien cómo ganársela.
—No soy una simple mortal. Soy Elena Deveraux, cazadora del Gremio y la mujer a la que metiste en esta mierda. Lo menos que puedes hacer es decirme por qué.
—No. —Una declaración rotunda realizada por el arcángel de Nueva York—. Y nada de lo que digas me hará cambiar de opinión. Ningún mortal puede saberlo. Ni siquiera la mortal a la que quiero llevar a la cama.
Aquella parte fría de ella que se había llenado de lujuria estaba cargada ahora de auténtica furia.
—Eso me pone en mi lugar, ¿no?
El cabrón se atrevió a besarla. Estaba tan cabreada que lo mordió con la fuerza suficiente como para hacerle sangre. Cuando Rafael se apartó, su labio ya había comenzado a hincharse.
—Ya no estamos empatados, Elena. Ahora me debes una.
—Puedes cobrártela cuando me mates de una manera lenta y dolorosa. —Apartó la pierna de su cintura—. Ha llegado el momento de hablar del asesino.
El arcángel se inclinó hacia delante y la encerró entre sus brazos.
—Tienes un cuchillo en la mano. Otra vez.
Elena apretó los dedos en torno a la empuñadura.
—Me vuelves violenta. —Volvió a guardarse la daga en la bota, cruzó los brazos e intentó no pensar en lo bien que olía aquel hombre—. ¿Qué has hecho con la superviviente?
—Dmitri la ha llevado con nuestros sanadores, nuestros doctores.
—Porque puede que esté infectada. ¿Con qué?
—Con la locura de Uram.
La sorprendió tanto obtener una respuesta directa que tardó cerca de un minuto en decir algo.
—Eso no es posible. La locura no es contagiosa.
—El tipo que padece Uram puede serlo.
Joder.
—Pero ella es humana...
Los ojos de Rafael se convirtieron en fuego de color cobalto.
—Lo era. Ahora los médicos nos dirán en qué se ha convertido. —Hizo una pausa—. Sabemos que ingirió cierta cantidad de sangre de Uram; pudo ser por accidente, pero lo más probable es que él la obligara a hacerlo.
Elena no se dejó llevar por la lástima. Aquella mujer (aquella chica, en realidad), había sobrevivido a un monstruo decidido a destruir toda su personalidad. Se merecía una puta medalla al valor, no su compasión.
—Si está infectada, ¿la matarás?
—Sí.
Elena deseó odiarlo por aquello, pero no pudo.
—Hace cuatro años —empezó a decir—, hubo una ola de asesinatos en las orillas del Mississippi. Aparecieron varios chicos jóvenes estrangulados a los que les habían arrancado los ojos.
—Un humano.
—Sí. Un cazador. —Bill James había sido amigo suyo en cierta época, y su entrenador antes de aquello—. Nosotros (Ransom, Sara y yo) tuvimos que darle caza y ejecutarlo. —Los cazadores siempre se hacían cargo de los suyos.
Se oyó el fresco susurro de la brisa cuando Rafael extendió las alas y luego volvió a plegarlas.
—Hay muchas pesadillas en tu cabeza.
—Me convierten en lo que soy.
—¿Mataste a aquel cazador?
—Sí. —Ambos se habían puesto serios—. Sara estaba muy malherida, Ransom se encontraba demasiado lejos y Bill estaba a punto de matar a un muchacho aterrado... Así que le clavé un cuchillo en el corazón. —No había tenido tiempo para sacar la pistola. Sangre por todas partes, la expresión traicionada que mostraban los ojos de Bill cuando su corazón latió por última vez... un caos de recuerdos. En aquel momento, desvió la mirada hacia Rafael—. Si esa chica va a convertirse en un monstruo, debe morir.
—¿Yo soy un monstruo, Elena?
Ella contempló el rostro perfecto y vio vestigios de crueldad, vestigios del tiempo.
—Todavía no —susurró—. Pero podrías llegar a serlo.
Rafael tensó la mandíbula.
—Es un síntoma de la edad... La crueldad, quiero decir.
A Elena le dolió saber que la humanidad de Rafael (enterrada muy al fondo, pero existente) podría dejar de existir un día. Sin embargo, al mismo tiempo no podía evitar alegrarse de su inmortalidad. Alguien tan magnífico no debía morir.
—Háblame del estado Silente.
El arcángel extendió las alas en toda su longitud.
—Deberíamos ir a casa de Michaela y ver si puedes percibir alguna esencia. Existe la posibilidad de que él haya pasado muchas horas observándola antes de hoy.
Ella dejó escapar un suspiro de frustración.
—Está bien. ¿Volamos? —Se le encogió el corazón. Se estaba acostumbrando a que Rafael la llevara en brazos de un lado a otro, al sonido de sus alas, fuerte y poderoso.
—No —respondió él, que esbozó una sonrisa al percatarse de su entusiasmo—. La casa que Michaela tiene en Estados Unidos está justo al lado.
—De lo más conveniente... —Para colarse en la cama de Rafael.
Al final, el arcángel se apartó para que pudiera bajarse de la mesa.
—Michaela ha sido muchas cosas a lo largo de los siglos (una erudita, una cortesana, una musa...), pero jamás ha sido una guerrera.
«Mis amantes siempre han sido guerreras.»
Elena se preguntó cuántas mujeres habrían sido tan estúpidas como ella... lo bastante estúpidas para arrojarse a sus brazos a sabiendas de que, si era necesario, el arcángel pondría fin a sus vidas en un abrir y cerrar de ojos.