Read El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
—Puedo oler la sangre, Elena —rugió Dmitri cuando volvió a entrar en el cuarto—. ¿Estás intentando coquetear conmigo?
Lo fulminó con la mirada al recordar lo mucho que se había divertido el vampiro al quitarle las armas. No había sido cruel. No, había sido la sensualidad personificada. Aquella maldita esencia embriagadora se había colado en su cuerpo como el afrodisíaco más potente del planeta. Aun así, Elena había conseguido asestarle unas cuantas patadas... antes de que la ataran, desinfectaran sus cortes y la aparcaran en lo que parecía un pequeño salón de las plantas superiores de la Torre.
—¿Cómo está Rafael?
Dmitri se acercó a ella. Se había quitado la chaqueta del traje color antracita y la corbata rojo oscuro, así que mostraba una camisa blanca impecable. Los botones superiores estaban desabrochados, lo que dejaba al descubierto un delicioso triángulo de piel color bronce. No era bronceado, pensó ella. Era evidente que el vampiro procedía de algún lugar donde el sol era más cálido, algún lugar exótico y...
—¡Basta ya! —Ahora que estaba concentrada, pudo distinguir la sutil esencia con la que él estaba acariciando toda su piel.
Dmitri sonrió... Una sonrisa que prometía dolor.
—No te estaba haciendo nada.
—Embustero.
—Está bien, confieso. —Se acercó aún más y se agachó para apoyar las manos en los brazos del sillón—. Eres muy sensible a mi aroma. —Cerró los ojos e inspiró con fuerza—. Incluso así, sudorosa y ensangrentada, tienes una esencia única que me hace desear darte un enorme e insaciable mordisco.
—No en esta vida —replicó ella con voz ronca. Le estaba costando un enorme esfuerzo de voluntad resistirse a su lenta seducción.
Había juzgado mal a Dmitri, ya que él no irradiaba poder como los otros vampiros antiguos a los que había conocido, y aquello significaba que era único en su clase... y probablemente muy capaz de librarse de los efectos de un chip de control.
Los cazadores habían muerto por proteger ese secreto, porque en ocasiones la desorientación momentánea de un vampiro, la creencia de que estaba atrapado e inmovilizado, era lo único que tenían. Durante aquel instante, los cazadores podían escapar o hacer más daño.
—¿Por qué estás tan obsesionado conmigo? —preguntó con descaro mientras apartaba de sus pensamientos el fallo fatal del chip. Por lo que ella sabía, solo los ángeles podían leer la mente (y ellos no tenían motivo alguno para sabotear la efectividad de una de las armas más poderosas de los cazadores), pero no pensaba correr ningún riesgo—. Eres tan increíblemente atractivo... —Joder, aquello era cierto—, que seguro que las mujeres se arrojan sobre ti a cada paso que das. ¿Por qué yo?
—Ya te lo dije: tú haces que las cosas resulten más interesantes. —Sus labios se curvaron en una sonrisa, pero la forma en que la miraba le recordó que en aquellos momentos no estaba muy contento con ella—. Vivirás, ¿sabes?
—¿En serio?
—Hasta que completes tu trabajo, al menos.
Elena lo observó con detenimiento. Era muy probable que Dmitri conociera cada detalle del trabajo, pero si no era así, ella no pensaba contarle nada y cavar más su tumba.
—Ni te imaginas el placer que me proporciona oír eso.
—¿Qué sabes tú del placer, cazadora? —Su tono era afilado como una espada y su piel casi resplandecía desde dentro.
A Elena se le hizo un nudo en la garganta al darse cuenta de que se había equivocado una vez más. Dmitri no solo tenía poder... Dmitri era muy, muy poderoso. Era tan viejo que, ahora que no lo ocultaba, la edad del vampiro penetraba hasta sus huesos.
—Sé que lo que tú prometes como placer llevará de manera inexorable al dolor.
Él parpadeó. Tenía unas pestañas absurdamente largas.
—Pero con un maestro en ese arte, todo dolor es placer.
Un estremecimiento subió por la espalda de Elena y rozó sus pezones.
—No, gracias.
—La decisión ya no te corresponde a ti. —Se puso de nuevo en pie—. ¿Tienes hambre?
Sorprendida ante una pregunta tan pragmática, se liberó de los efectos embriagadores de su aroma y se tomó un momento para pensar.
—Estoy hambrienta.
—En ese caso, habrá que darte algo de comer.
La cazadora frunció el ceño ante la forma en la que el vampiro había pronunciado su réplica, pero no dijo nada cuando él desapareció por la puerta. Regresó unos minutos más tarde con una bandeja cubierta. Cuando le quitó la tapa, Elena pudo ver lo que parecía un plato de pescado a la parrilla bañado en una especie de salsa blanca, acompañado con verduras rehogadas y patatas baby. Se le hizo la boca agua.
—Gracias.
—No hay de qué. —El vampiro cogió un sillón y lo colocó frente a ella sin esfuerzo, a pesar de que era idéntico al que ella ocupaba, el mismo que era incapaz de mover—. ¿Qué te gustaría tomar primero?
Elena apretó la mandíbula.
—No pienso dejar que me des de comer.
Él pinchó un trozo de zanahoria con el tenedor.
—Los hombres que me acompañaron a tu apartamento, ¿sabes quiénes eran?
Mantuvo la boca cerrada; le daba miedo que él intentara meterle la comida en la boca si bajaba la guardia.
—Miembros del equipo de los Siete —dijo Dmitri en respuesta a su propia pregunta—. Un equipo que formamos los ángeles y vampiros que protegemos a Rafael sin tener en cuenta nuestros propios intereses.
La curiosidad era como una llama en su interior... Lo bastante intensa para hacerla hablar.
—¿Por qué?
—Eso es cosa nuestra. —Se comió la zanahoria como si disfrutara con ello. Aunque los vampiros no podían alimentarse con semejante comida, Elena sabía muy bien que podían digerir cierta cantidad sin problemas. Esa era la razón por la que los vampiros de alto nivel podían hacerse pasar por humanos—. Lo único que necesitas saber es que nos libraremos de cualquier cosa, de cualquier persona, que suponga una amenaza para él, aun cuando eso signifique renunciar a nuestra propia vida.
—¿Y se supone que debe alegrarme que apuntes un tenedor en mi dirección?
El vampiro cogió un trozo de pescado y lo untó en la salsa. Tenía un aspecto delicioso.
—Hasta que Rafael despierte, tengo prohibido hacerte daño. Me dio órdenes directas de que no lo hiciera. Los demás no están obligados por dichas órdenes. Si les entregara este tenedor y saliera por esa puerta, conocerías un significado completamente nuevo de la palabra «dolor».
Elena dejó escapar un suspiro.
—Al menos, suéltame las manos. Sabes que no puedo hacerte daño sin mis armas.
—Si hiciera eso, acabarías muerta. —Llevó el tenedor hasta la boca de Elena—. Sigues con vida porque mantengo a los demás alejados de ti. Si piensan que puedes manipularme...
Elena no se fiaba de él ni un pelo. No obstante, estaba famélica y era una cazadora: sabía que una huelga de hambre no haría otra cosa que debilitarla. Abrió la boca. El pescado estaba tan delicioso como prometía su aspecto. Sin embargo, lo mantuvo en la boca durante casi un minuto para saborearlo con meticulosidad. Solo cuando tuvo la certeza de que estaba limpio, tragó el bocado.
—No tiene narcóticos.
—No es necesario. No puede decirse que vayas a huir. —Dmitri le dio un trozo de patata—. Y Rafael querrá verte tan pronto como se despierte.
—¿Cómo están sus alas?
El vampiro enarcó una ceja.
—Eso suena como si te importara...
Elena no le encontró sentido a mentir.
—Me importa. Solo quería alejarme de él... porque se estaba comportando de un modo muy extraño. —Tragó otro bocado—. Además, es inmortal. La herida solo debería haberme proporcionado el tiempo suficiente para conseguir algo de ventaja.
—Cierto. —Le dio otro tenedor lleno, aunque lo sacó de su boca mucho más despacio de lo que era necesario. Cuando Elena entrecerró los párpados, él la miró con aquella sonrisa fría y peligrosa que no le llegaba a los ojos—. Razón por la cual has pasado de ser una simple cazadora a convertirte en la amenaza número uno para los ángeles.
—Vamos, por favor... —Hizo un gesto negativo con la cabeza cuando él le ofreció brécol. El vampiro sonrió, se lo comió y luego le ofreció guisantes en su lugar. Elena los masticó mientras pensaba—. Ese tipo de arma se ha utilizado con anterioridad. —Seguro que no era ningún secreto, no si había sido disparada contra los ángeles.
—Sí. Lo sabemos. Causa un daño temporal. —Encogió los hombros—. Al parecer los arcángeles la consideraron un arma justa, dado que los humanos tienen pocas formas de combatir a los ángeles que se vuelven demasiado agresivos.
—Tal vez le acertara en un mal ángulo —murmuró ella—. ¿Le di en una arteria principal o algo así? —Lo sabía todo sobre la biología de los vampiros, pero los ángeles eran muy distintos—. Basta —dijo cuando él le ofreció otro bocado.
Dmitri dejó el tenedor.
—Tendrás que hacerle esas preguntas a Rafael... si todavía conservas la lengua, claro está. —Se puso en pie y desapareció por segunda vez antes de regresar con una botella de agua.
Después de beber y conseguir que no se le cayera el agua por las comisuras de la boca, Elena lo miró de nuevo. El vampiro seguía teniendo un aspecto increíblemente atractivo... y parecía a punto de destrozarle el cuello.
—Gracias.
La respuesta de Dmitri fue colocar un dedo sobre el pulso que latía en su garganta.
—Tan fuerte, tan rica, dulce e intensa... Estoy ansioso por tomar mi propia cena... es una pena que no vayas a ser tú.
Y tras decir aquello, se fue.
Elena observó la puerta con absoluta concentración mientras empezaba a retorcerse en el sillón, decidida a librarse de las cuerdas. Dmitri la estaba protegiendo de los demás, pero nadie sabía hasta cuándo podría hacerlo.
El único problema era que, por lo visto, las cuerdas habían sido atadas por todo un experto.
«Pero con un maestro en ese arte, todo dolor es placer.»
Sadomasoquismo, por supuesto. Lo más probable era que a Dmitri le gustara atar a sus mujeres en todo tipo de posiciones interesantes. Elena se ruborizó. Ella no lo deseaba... al menos durante los momentos en los que él no la envolvía con aquella maldita esencia. No obstante, se derretía en cuanto el vampiro utilizaba aquel talento suyo.
Y no le gustaba derretirse en contra de su voluntad.
Ni siquiera en el caso de un arcángel.
Apretó los dientes al recordar lo que había ocurrido en la oficina de Rafael. Ahora que le había disparado, se sentía un poco mejor al recordar el incidente. Como si hubiera igualado el tanteo. Por supuesto, era muy posible que él viera las cosas de manera muy diferente. Rafael solo había intentado llevársela a la cama... y por mucho que ella tratara de convencerse de otra cosa, había disfrutado de la seducción... al menos hasta que llegó la parte del control mental. En cambio, ella lo había dejado tullido.
Le había destrozado media ala.
Abrió los ojos de par en par al darse cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar. Parpadeó con rapidez y descartó aquella indeseada emoción. Los cazadores no lloraban. Ni siquiera por un arcángel. Pero... ¿y si él no se recuperaba?
La culpa se convirtió en un pesado nudo en la boca de su estómago, un nudo que se volvía más apretado y destructivo con cada segundo que pasaba. Tenía que llegar hasta él, ver con sus propios ojos cómo estaba.
—Es imposible —murmuró. Sabía que si hubiera estado en el lugar de Dmitri, habría hecho exactamente lo mismo: habría aislado la posible amenaza.
Le dolían los brazos y los músculos de las pantorrillas, así que renunció a intentar deshacer los nudos y se relajó en el sillón. No sería capaz de dormir, pero debía intentar descansar lo suficiente para estar preparada cuando Rafael despertara y empezara el espectáculo. Sin embargo, justo cuando sus músculos empezaban a aflojarse, recordó el agujero que había en la pared de su apartamento.
—¡Dmitri!
El vampiro apareció un minuto después y, a juzgar por la expresión de su cara, no estaba complacido en absoluto.
—¿Me has llamado, milady? —Si las palabras hubieran sido más cortantes, la habrían hecho sangrar.
Sangre.
¿Acaso intentaba suicidarse?
—He interrumpido tu... cena. Lo siento.
Él sonrió, aunque no reveló el menor indicio de los colmillos que ella sabía que estaban allí.
—¿Te estás ofreciendo a modo de compensación?
—Quiero saber en qué estado ha quedado mi casa... ¿Arreglasteis la pared?
—¿Por qué íbamos a hacerlo? —Encogió los hombros y se dio la vuelta—. No es más que una morada humana.
—Serás cab...
El vampiro se dio la vuelta de pronto, pero en aquel momento su expresión era diferente: mortífera, sobrenatural.
—Estoy hambriento, Elena. No me hagas romper la palabra que le di a Rafael.
—Nunca lo harías.
—Si me presionas demasiado, lo haré. Me castigará, pero tú ya estarás muerta. —Después de decir eso, se fue.
La dejó a solas con el pulso acelerado y un dolor lacerante en el corazón. Su hogar, su refugio, su maldita guarida estaría siendo destruida en aquellos momentos por el viento, el polvo, y también por el agua, si había empezado a llover. Aquello hizo que deseara acurrucarse y llorar a lágrima viva.
No eran las cosas de su apartamento lo que la preocupaban, sino el lugar en sí. Su casa. No había tenido casa durante mucho tiempo. Después de que su padre la echara, se había visto obligada a dormir siempre en la academia del Gremio. El edificio no tenía nada de malo, pero no era un hogar. Luego, Sara y ella habían finalizado su entrenamiento y habían compartido un piso durante algún tiempo. Aquel piso había sido un hogar, un sitio acogedor, pero no su casa. Sin embargo, el apartamento era suyo en todos los sentidos.
Una lágrima se deslizó por su mejilla.
—Lo siento —dijo, pensando que se dirigía a su casa arruinada. Pero lo cierto era que se dirigía a un arcángel—. Nunca quise hacerte daño.
Una ráfaga de brisa marina invadió su mente.
En ese caso, ¿por qué llevabas una pistola?
E
lena se quedó completamente inmóvil, tal como imaginaba a un ratón delante de un enorme y malvado gato de dientes largos.
—¿Rafael? —suspiró, aunque conocía aquel aroma fresco, limpio y lluvioso tan bien como el suyo propio. Y aquello era algo que no tenía el menor sentido: ¿cómo era posible que Rafael hubiera metido un olor dentro de su cabeza?