Read El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
—¿Por qué te molestas, Ellie?
Aquello la estremeció, mucho más que cualquier otra cosa que pudiera haber hecho. Dobló las piernas y se dejó caer sobre una silla.
—Son mi familia.
—Te rechazaron porque no encajabas en su molde. —Tenía la boca fruncida—. Créeme, sé muy bien lo que es eso.
—Lo sé, Vivek. —Su familia lo había encerrado en una institución después del accidente—. Pero no puedo dejar a Beth en una posición vulnerable si tengo la posibilidad de protegerla.
—Sabes que ella te dejaría en la estacada si tuviera la oportunidad, ¿verdad? —Su tono era tan amargo como el más cargado de los cafés—. Está casada con un vampiro... y él es más importante.
Elena no podía refutar eso, no cuando las palabras de Harrison aún resonaban en sus oídos. Su familia deseaba que se entregara a un vampiro de alto rango. Daba igual lo que aquel vampiro (y más importante aún, su sire) quisiera hacerle.
—Ellos son así... —susurró—, pero yo no.
—¿Por qué no? —Vivek giró su silla para colocarse frente al ordenador—. ¿Por qué te molestas? No puede decirse que te hayan querido alguna vez.
Elena no tenía respuesta a eso, así que lo dejó pasar. Sin embargo, las palabras se agolparon en su cabeza y se filtraron en su cerebro. Dolorosas. Desgarradoras.
—¡Hola, Ellie!
Levantó la cabeza de golpe y descubrió que había otra cazadora junto a una de las entradas a los dormitorios. Alta, esbelta, con un cabello negro y liso y unos impactantes ojos castaños. Ashwini era una cazadora extraordinaria. También estaba como una cabra. Y por esa razón le caía bien a Elena.
—Hola, colega —dijo, feliz por poder liberar su mente de ciertas cosas, aunque fuera solo por unos minutos—. Creí que estabas en Europa.
—Y lo estaba. Regresé hace un par de días.
—¿Ya estabas en la ciudad cuando llamaste a Sara? —¿Cómo era posible?, ¿eso había sido solo el día anterior?
Ashwini asintió.
—La caza dio un giro inesperado.
—¿En serio? —dijo al tiempo que obligaba a sus pensamientos a concentrarse en el presente.
—Ese maldito cajún...
—Vaya...
—Cuando por fin consigo tenerlo a menos de una manzana de distancia, de repente llega a un «acuerdo» con el ángel que había solicitado la búsqueda. —Entrecerró los ojos—. Uno de estos días lo convertiré en carnaza para cocodrilos.
Elena esbozó una sonrisa.
—Y entonces ¿cómo nos divertiríamos los demás?
—Que os jodan —dijo con una risotada antes de soltar un bostezo, levantar los brazos y desperezarse como un gato—. Me gusta dormir aquí abajo.
—¿Qué? ¿No me dirás que te gusta el ambiente? —Puso los ojos en blanco—. Vamos, cuéntame, ¿qué tal en Europa?
—Un asco. Estuve en la región de Uram.
A Elena se le erizó el vello de la nuca. Aquello no era una coincidencia... Ash daba un poco de miedo con eso de la presciencia.
—¿Cómo estaba la situación allí?
La otra cazadora se encogió de hombros con un movimiento ágil e inconscientemente elegante. Según los rumores que corrían por el Gremio, había sido una bailarina cualificada de una prestigiosa compañía antes de convertirse en cazadora. Ransom le había pedido una vez que hiciera una actuación. Su ojo morado había tardado dos semanas en curarse.
—Uram se ha pasado de la raya —dijo Ash en esos momentos—. La gente del lugar se asusta de su propia sombra; creen que él los espía.
Elena captó el brillo de los ojos de su compañera.
—Pero tú no lo crees, ¿verdad?
—Pasa algo raro. Nadie ha visto a su ayudante, Robert Syles, desde hace tiempo. Y a Bobby le gustan las cámaras de televisión. —Ashwini encogió los hombros de nuevo—. Creo que están llevando a cabo una caza ellos mismos. Tal vez estén cazando ángeles. Nos enteraremos muy pronto. —Otro bostezo.
—Será mejor que vuelvas a la cama.
—No, ya estoy recuperada del todo. Pero debo darme una ducha, porque saldré de aquí de nuevo dentro de una hora. —Se dio la vuelta—. Ah, oye, El, descubrí otra cosa: parece que encontraron varios cadáveres decapitados más o menos por las mismas fechas en las que desapareció Uram. Por lo visto esos pobres imbéciles eran sus sirvientes. Debió de darle una rabieta o algo así. Es una suerte que no tengamos que dar caza a esos cabrones.
Elena asintió. Se sentía muy débil.
—Sí, una suerte.
R
afael se encontraba junto a una insulsa casita situada en un suburbio de New Jersey, aplaudiendo en silencio la inteligencia de la directora del Gremio. La mujer había cambiado su hermoso hogar por aquella pequeña casa de madera rodeada por un centenar de edificios similares. Parecía un lugar de lo más corriente, pero él sabía que era una fortaleza. También sabía que la directora y su marido, ambos cazadores muy experimentados, hacían turnos para vigilar a los vampiros con las armas siempre a mano.
Por supuesto, para disparar debían ver. Y él no estaba allí para sus sentidos: se había rodeado de glamour en el momento en que saltó de la terraza de su ático para deslizarse por el cielo de Manhattan, iluminado por las últimas luces de la tarde. Sus poderes estaban casi recuperados. La noche había llegado durante el vuelo, y ahora observaba el brillo dorado a través de las ventanas.
Luz. Calidez. Ilusión.
El patio que había frente a él, en apariencia corriente, estaba cuajado de sensores que, con toda probabilidad, estarían conectados a trampas explosivas que se activaban desde la casa. Rafael suponía que existía un sótano que conducía a una salida secreta, ya que ningún cazador permitiría jamás que su familia quedara atrapada.
De no haberse encontrado en estado Silente, tal vez se habría sentido asombrado. El sistema de seguridad era brillante y resistiría sin problemas a cualquier vampiro de alto rango... aunque tal vez no a Dmitri. A Rafael, sin embargo, no le hacía falta poner un solo pie en el interior de la casa.
Aunque deberías hacerlo, susurró la parte reptiliana y primitiva de su mente. Deberías darles una lección, dejarles claro que nadie sale como vencedor del enfrentamiento con un arcángel.
Consideró la posibilidad basándose en los fríos razonamientos de su presente estado emocional, pero la descartó. La directora del Gremio era una persona inteligente, y muy buena en su trabajo. No tenía sentido matarla. Semejante acción desataría el caos en el Gremio, y durante ese tiempo un considerable número de vampiros insatisfechos podría intentar escapar de sus amos. Puede que algunos lo lograran, ya que los cazadores estarían demasiado atolondrados por la muerte de su directora para resultar eficientes. Los humanos eran muy débiles.
Ninguno de los tuyos escapará, susurró esa voz de nuevo, una voz que solo oía durante los períodos Silentes. No se atreverían. Nadie te desobedece, no después de que convirtiéramos a Germaine en un ejemplo.
Germaine se encontraba en aquellos momentos en algún lugar de Texas, pero el vampiro no había olvidado las horas que había pasado en Times Square, y no las olvidaría jamás. Estaban grabadas a fuego en su memoria, al igual que aquel dolor al que nadie debería sobrevivir. Rafael recordaba que se había encargado de Germaine durante otro de sus períodos Silentes. También recordaba que, una vez que salió de ese estado, no se había sentido satisfecho con lo que había hecho. Al acceder a su memoria descubrió que había sentido... remordimientos. Había ido demasiado lejos.
Vaya una idea más ridícula. Vaya una emoción más ridícula. Era un arcángel. Germaine había intentado llevar a cabo un acto de traición. El castigo había sido justo. Como lo sería el de la directora del Gremio si intentaba interponerse en su camino.
Mata a su hija, murmuró aquella vocecita. Mata a su hija delante de ella. Delante de Elena.
U
na alarma empezó a sonar junto a la cama de Elena, sacándola de un sueño intermitente. Puesto que estaba completamente vestida, se levantó de un salto y empezó a correr. Vivek la esperaba con la puerta abierta.
—¡Deprisa! ¡Coge el teléfono! ¡Sara!
Tras saltar por encima de la silla de ruedas que se interponía en su camino, cogió el auricular.
—¿Sara? —El miedo dejaba un sabor acre y penetrante en su lengua.
—Huye, Ellie —susurró Sara con una voz teñida de lágrimas—. ¡Huye!
Una sensación gélida entumeció sus extremidades. No se movió de donde estaba.
—¿Y Zoe?
—Está bien —sollozó Sara—. No estaba aquí. Ay, Ellie... él sabe dónde estás.
Elena no pensó ni por un momento que Sara se refiriera a Dmitri. Ningún vampiro, por poderoso que fuera, podría dejar reducida a su amiga a aquello.
—¿Cómo lo sabe? ¿Qué te ha hecho? —Apretó la empuñadura de la daga entre sus dedos, y solo entonces se dio cuenta de que la había sacado.
—¿Que cómo lo sabe? —Una risa histérica interrumpió sus palabras—. Yo se lo ha dicho.
La conmoción la dejó paralizada.
—¿Sara? —Si Sara la había traicionado, ya no le quedaba nada.
—Ay, Ellie... Ha volado hasta la ventana y me ha mirado, y luego me ha dicho que la abriera. ¡Ni lo he dudado! —Hablaba casi a gritos—. Después me ha preguntado dónde estabas y yo se lo he dicho. ¡Se lo he dicho! ¿Por qué, Ellie? ¿Por qué se lo he dicho?
Elena dejó escapar el aire que contenía. Temblando a causa del alivio, estiró una mano para apoyarse contra el panel del ordenador de Vivek.
—No pasa nada, Sara.
—¡Claro que pasa, joder! ¡He traicionado a mi mejor amiga! ¡No te atrevas a decirme que no pasa nada!
—Control mental —dijo Elena antes de que Sara siguiera adelante con su perorata—. Nos utiliza como si fuéramos juguetes. —Desde luego, con ella había jugado... con su cuerpo, con sus emociones—. No había absolutamente nada que pudieras hacer.
—Pero yo soy inmune... —dijo Sara—. Una de las razones por las que me nombraron directora del Gremio es que tengo una inmunidad natural contra los trucos de los vampiros, como Hilda.
—Él no es un vampiro —le recordó Elena a su agobiada amiga—. Es un arcángel.
Elena oyó un hondo suspiro al otro lado de la línea.
—Ellie, había algo muy extraño en él esta noche.
Elena frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir? ¿Ha hecho algo... malvado? —Tuvo que esforzarse para pronunciar aquella palabra. Una parte estúpida e ilusa de ella no quería creer que Rafael pudiera ser malvado.
—No... ni siquiera ha mencionado a Zoe, ni la ha amenazado en forma alguna. Aunque, tampoco necesitaba hacerlo, ¿verdad? Podía retorcer mi mente como si fuera un trapo.
—Si te sirve de consuelo —dijo Elena mientras recordaba la mirada animal de Erik y la aterradora sumisión de Bernal—, al parecer también puede hacerles eso a los vampiros.
Su amiga sorbió por la nariz.
—Bueno, al menos los chupasangre no tienen nada contra mí. Tendrás que salir de ahí cagando leches. El arcángel está de camino, y en su actual estado de ánimo es capaz de destruir el Gremio para llegar hasta ti. Tiene todos los códigos... porque yo se los he dado. —Otro pequeño grito—. Vale, ya estoy calmada. Le he dicho a Vivek que cambiara los códigos, pero no creo que eso detenga a Rafael. Te quiere a ti.
—Saldré de aquí. Y le dejaré un mensaje para asegurarme de que sabe que me he largado. Así no molestará a Vivek.
—Escóndete en el Azul.
El Azul era una furgoneta de reparto sin registrar que se mezclaría con facilidad entre el tráfico y haría desaparecer sin problemas a su conductor.
—Lo haré —mintió Elena—. Gracias.
—¿Y por qué coño me das las gracias? —exclamó Sara—. De todas formas, quiero que te quede clara una cosa: no se comportaba de manera normal. He hablado con él por teléfono, y ya sabes lo bien que se me dan las voces. Hoy la suya era diferente: monótona, inexpresiva... fría. Ni enfadada, ni nada... solo fría.
¿Por qué todo el mundo utilizaba aquella palabra? Rafael era muchas cosas, pero jamás le había parecido frío. No obstante, no tenía tiempo para pedir detalles.
—Me voy ya. Me pondré en contacto contigo en cuanto me sea posible. Y no te preocupes... pase lo que pase, no me matará. Necesita que acabe el trabajo. —Colgó el teléfono antes de que Sara se diera cuenta de que había cosas peores que la muerte.
Y algunas de ellas estaban relacionadas con gritar, gritar y gritar hasta que se rompiera la voz.
—Nuevos códigos. —Había una hoja de papel en la bandeja de la impresora—. Utilízalos para salir; los cambiaré de nuevo en cuanto entres en el ascensor.
Ella asintió.
—Gracias, Vivek.
—Espera.
El hombre acercó su silla hasta una pequeña taquilla que había en un rincón. Elena no sabía qué estaba haciendo, pero el armario se abrió de repente.
—Llévate esto.
Elena cogió una pistola pequeña y reluciente.
—No servirá de mucho contra un arcángel, pero gracias de todas formas.
—No le dispares al cuerpo —le advirtió él—. Esa munición está diseñada para hacer pedazos las alas de un ángel.
¡¡No!! La idea de destruir la increíble belleza de aquellas alas le provocó un dolor casi físico en el corazón.
—Volverán a regenerarse. Se curarán —se obligó a decir en voz alta.
—Lleva su tiempo. Tenemos varios informes: un ángel tarda más en regenerar sus alas que ninguna otra cosa. Lo dejará incapacitado el tiempo suficiente para que puedas librarte de una situación difícil. A menos... —El miedo tiñó su voz—. He oído lo que has dicho sobre el control mental. Si puede utilizarlo a distancia, no creo que haya nada que pueda servirte de ayuda.
Elena se guardó la pistola en la parte posterior de los pantalones después de cerciorarse de que el seguro estaba en su sitio.
—Ahora no me controla, así que sus habilidades tienen cierto límite. —Al menos, eso esperaba—. No creo que baje aquí una vez que sepa que me he ido, pero tienes que ponerte a salvo. ¿Ashwini se ha marchado ya?
—Sí, y no había nadie más aquí abajo. —Sus ojos parecían aterrados, pero decididos—. Cerraré en cuanto te vayas, y luego me meteré en el búnker. —Señaló con la cabeza la entrada de la habitación secreta oculta tras una pared. Podría sobrevivir allí durante días—. Ponte a salvo, Ellie. Tenemos que acabar la partida.
Elena se inclinó para darle un abrazo impulsivo.
—Te patearé ese culo flaco que tienes en cuanto vuelva. —Había llegado el momento de proteger su propia vida... y todo lo demás. Porque había un montón de partes corporales que un cazador no necesitaba para rastrear a su presa de manera eficiente.