El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (7 page)

Read El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 Online

Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
8.85Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sí, seguro —replicó Neha, que era tan fría como Favashi amable. En su hogar, en la India, las serpientes eran consideradas diosas, y a Neha la adoraban como la Reina de las Serpientes—. Les he hecho unas discretas preguntas a nuestros doctores. Es demasiado tarde. Su sangre es veneno.

—¿No pueden haberse equivocado? —preguntó Michaela, y quizá su tono mostró una leve pizca de preocupación.

—No. —Los ojos de Neha recorrieron la estancia—. También le envié una muestra a Elijah.

—Hice que Hannah le echara un vistazo —dijo Elijah—. Neha tiene razón. Es demasiado tarde para Uram.

—Es un arcángel. La cazadora no podrá matarlo, ni aun en el caso de que lo encuentre —aseguró Lijuan, y su resplandeciente pelo blanco ondeó sin el menor atisbo de brisa. La edad proporcionaba unos poderes tan extraordinarios que parecer «humano» en algún sentido rozaba lo imposible. Los ojos de Lijuan tenían un extraño color gris perla que tampoco existía en la tierra—. Uno de nosotros debe encargarse de eso.

—¡Tú solo lo quieres muerto porque puso en peligro tu poder! —exclamó Michaela.

Lijuan pasó por alto su comentario, tal como Rafael habría hecho con el de un humano. Lijuan había visto cómo los arcángeles iban y venían. Solo ella permanecía. Uram había sido uno de sus más próximos contemporáneos.

—¿Rafael?

—A la cazadora se le ha encargado el trabajo de localizar a Uram —respondió mientras recordaba el terror que había asomado a los ojos de Elena cuando le habló de su tarea—. Yo lo ejecutaré. ¿Cuento con el beneplácito del Grupo?

Uno por uno, todos dijeron: «Sí». Incluso Michaela. La arcángel valoraba su vida mucho más que la de Uram. Hasta donde ellos sabían, Uram estaba en Nueva York por Michaela. Si cruzaba la frontera final, su antigua amante se convertiría en su principal objetivo.

Así que ya estaba hecho.

Rafael se quedó en la sala mientras el resto del Grupo se marchaba. Era insólito que todos los miembros se reunieran en un mismo lugar. Sus poderes eran inconmensurables, pero era mejor no tentar a los jóvenes. Algunos aspiraban a ocupar una vacante tras una muerte. Siempre eran los jóvenes los que albergaban semejantes ilusiones. Los mayores eran lo bastante sabios para saber que la condición para convertirse en arcángel era renunciar a una parte del alma.

Poco después, solo Elijah estaba con él en la habitación, en la parte opuesta del semicírculo.

—¿No vas a volver a casa con Hannah?

Las alas blancas de Elijah se removieron durante unos instantes cuando estiró las piernas y se apoyó en el respaldo del asiento.

—Ella está siempre conmigo, da igual adónde vaya.

Rafael no sabía si hablaba de forma literal. Se rumoreaba que algunas de las parejas angelicales más antiguas compartían un vínculo mental libre de los límites del tiempo o la distancia, pero si era cierto, ninguno hablaba sobre ello.

—En ese caso, sin duda estás bendecido.

—Así es. —Elijah se inclinó hacia delante para apoyar los codos sobre las rodillas—. ¿Cómo es posible que le haya ocurrido algo así a Uram? ¿Por qué nadie se dio cuenta?

Rafael comprendió que el otro hombre no sabía realmente nada.

—No estaba emparejado, y a Michaela no le importa nadie salvo ella misma.

—Eso es cruel. —Sin embargo, no discutió la afirmación.

—Tú tienes a Hannah, que te advierte si te acercas al límite. Uram estaba solo.

—Tenía sirvientes, ayudantes, otros ángeles...

—Uram nunca fue compasivo —dijo Rafael—. Recompensaba cualquier pequeño agravio con la tortura. Como resultado, su castillo estaba lleno de gente que lo odiaba o lo temía. Gente a la que le daba igual si él vivía o moría.

Elijah levantó la vista. Sus ojos claros parecían casi humanos.

—Harías bien en aprender esa lección, Rafael.

—Te comportas como si fueras mi hermano mayor.

Elijah se echó a reír; era el único arcángel aparte de Favashi capaz de reírse de verdad.

—No, solo veo un líder en ti. Ahora que Uram se ha marchado, es posible que el Grupo se fragmente... y ya sabes lo que ocurrió la última vez que nos separamos.

La Edad Oscura de los hombres y los ángeles, una época en que los vampiros se bañaban en sangre y los ángeles estaban demasiado ocupados peleando entre ellos como para impedirlo.

—¿Por qué yo? Soy más joven que tú, y más que Lijuan.

—Lijuan... ya no pertenece a este mundo. —Su frente se llenó de arrugas de preocupación—. Según creo, ella es la arcángel de mayor edad que existe. Está más allá de las insignificancias.

—Esto no es ninguna insignificancia. —No obstante, comprendía lo que Elijah quería decir. Lijuan ya no tenía los ojos puestos en el mundo. Su mirada estaba orientada en algún punto lejano de la distancia—. Si no es Lijuan, ¿por qué no tú? Eres el más estable de todos nosotros.

Elijah sacudió las alas mientras reflexionaba.

—Mi reino en Sudamérica jamás se ha visto amenazado. Es cierto que me encargo de los disidentes con mano de hierro, pero... —negó con la cabeza—... no siento ningún deseo de matar ni de derramar sangre. Para mantener el Grupo unido, el líder debe ser más peligroso que cualquiera de los demás.

—¿Me estás llamando déspota a la cara? —señaló Rafael con voz amable.

Elijah encogió los hombros.

—Tú inspiras miedo sin necesidad de ser tan cruel como Astaad, ni tan caprichoso como Michaela. Por esa razón chocaste con Uram: estabas demasiado cerca de apoderarte de lo que era suyo. El liderazgo ya es tuyo, lo sepas o no.

—Y ahora ha empezado la caza de Uram. —De repente, Rafael vio su futuro. Ser rastreado como un animal. Por una mujer con el cabello del color del amanecer y los ojos plateados como los de un gato—. Vuelve a casa con Hannah, Elijah. Me encargaré de hacer lo que sea necesario. —Derramar sangre, acabar con la vida de un inmortal. Aunque, por supuesto, aquel era un término equivocado. Un arcángel podía morir... aunque solo a manos de otro arcángel.

—¿Descansarás esta noche? —preguntó Elijah cuando ambos se pusieron en pie.

—No. Debo hablar con la cazadora.

Con Elena.

6

E
lena terminó la búsqueda preliminar sobre Uram y se apoyó en el respaldo de la silla con las náuseas atascadas en la garganta. Uram había gobernado (y hasta donde el resto del mundo sabía, seguía gobernando) en las zonas del este de Europa y en las regiones vecinas de Rusia. Bueno, al igual que Estados Unidos, esos países tenían sus propios presidentes y primeros ministros, sus parlamentos y senados, pero todo el mundo sabía que el verdadero poder estaba en manos de los arcángeles. El gobierno, los negocios, el arte... no había nada que se librara de su influencia, ya fuera directa o indirecta.

Y, según parecía, Uram era un tipo muy influyente.

La primera historia relacionada con él la había encontrado en un artículo de prensa sobre el presidente de un diminuto país que en su día había formado parte de la Unión Soviética. Dicho presidente, un tal Chernoff, había cometido el error de desafiar públicamente a Uram y de incitar a los ciudadanos a boicotear los negocios draconianos del arcángel, así como los de sus «hijos vampiro», y a apoyar las empresas dirigidas por humanos. Elena no estaba de acuerdo con el presidente. Ser humanocéntrico también era una especie de prejuicio. ¿Qué pasaba con todos esos pobres vampiros que solo se dedicaban a sus familias? La mayoría de los vampiros no adquirían poder con la transformación; eso llevaba siglos. Y algunos siempre eran débiles.

Después de leer los primeros párrafos del artículo, que resumían la política del presidente Chernoff, Elena supuso que la historia terminaría con la noticia sobre las preparaciones de su funeral. Para su sorpresa, descubrió que el presidente seguía con vida... si podía decirse así.

Poco después de sus polémicas declaraciones, el señor Chernoff había sufrido un trágico accidente de coche: su chófer había perdido el control de la dirección y se había estrellado con un camión que venía de frente. El conductor había salido del coche sin un arañazo, un hecho calificado de «milagro». El presidente no había sido tan afortunado. Tenía tantos huesos rotos que los médicos aseguraban que jamás recuperaría el uso de sus extremidades por completo. Sus cuencas oculares habían estallado «desde dentro», lo que había destruido sus ojos. Y su garganta había sufrido una lesión tan grave que sus cuerdas vocales habían quedado inservibles... pero no suficiente para matarlo.

No volvería a escribir, ni a mano ni a máquina.

No volvería a hablar.

No volvería a ver.

Nadie se había atrevido a afirmarlo, pero el mensaje era alto y claro: si alguien desafiaba a Uram, sería silenciado. El político que había ocupado el puesto de Chernoff había jurado lealtad a Uram antes incluso de tomar posesión del cargo.

Di lo que quieras sobre Rafael, pensó de pronto, pero él al menos no es un tirano.

Estaba claro que gobernaba en Estados Unidos con mano de hierro, pero no se entrometía en los intrascendentes asuntos humanos. Unos cuantos años atrás, había aparecido un candidato a alcalde que prometía no acatar las leyes de los arcángeles si salía elegido. Rafael le había permitido seguir con su campaña, y solo había respondido con una pequeña sonrisa cuando algún reportero se atrevió a acercarse a él.

Aquella sonrisa, aquel gesto que indicaba que toda la situación le parecía ridícula, había hundido las esperanzas del candidato a alcalde como si fueran el Titanic. El tipo había desaparecido del mapa sin dejar rastro. Rafael había conseguido la victoria sin derramar ni una gota de sangre. Y había conservado su poder a los ojos de la población.

—Eso no lo convierte en alguien bueno —murmuró, preocupada por la dirección que tomaban sus pensamientos. Tal vez Rafael destacaba si se lo comparaba con Uram, pero eso no era decir mucho.

Había sido Rafael quien había amenazado con hacer daño a la pequeña Zoe, él y nadie más.

—Cabrón... —susurró, repitiendo el insulto que había utilizado Sara.

Aquella amenaza lo colocaba en el mismo peldaño que ocupaba Uram. El arcángel europeo había destruido en una ocasión un colegio lleno de niños de entre cinco y diez años cuando los ciudadanos de la localidad le pidieron que su vampiro mascota no anduviera entre ellos.

Elena habría encontrado absurda aquella petición si el vampiro no hubiera estado consumiendo sangre por la fuerza. Lo cierto era que había violado a varias mujeres de la localidad y las había dejado destrozadas. Los ciudadanos habían acudido a Uram en busca de ayuda. Y él había respondido matando a sus hijos y robándoles a sus mujeres. Aquello había ocurrido unos treinta años atrás, y nadie había vuelto a ver a ninguna de aquellas mujeres. El pueblo ya no existía.

Uram era, sin lugar a duda, un ser terrible. Y ella...

Algo dio unos golpecitos en la ventana del mirador.

Tras deslizar la mano hacia abajo para coger la daga oculta bajo la mesita de café, Elena levantó la vista... y sus ojos se clavaron en los de un arcángel. Su silueta recortada contra el brillante perfil de la ciudad de Manhattan debería dar la impresión de un ente más pequeño, pero era incluso más hermoso que a la luz del día. El hecho de que apenas tuviera que mover las alas para mantener la posición no era más que una prueba de su poder, ese poder absoluto que emanaba de su cuerpo y la abrumaba incluso a través del cristal.

Señaló hacia arriba. Elena abrió los ojos de par en par.

—El tejado no es... —empezó a decir, pero él ya se había marchado—. ¡Hay que joderse!

Furiosa con él por haberla pillado desprevenida, por provocarle aquella nefasta atracción, volvió a guardar la daga, cerró el portátil y salió de su apartamento.

Tardó varios minutos en llegar a la azotea y abrir la puerta.

—¡No pienso salir ahí fuera! —gritó. Se había asomado y no lo había visto por ningún sitio. La azotea de su edificio había sido diseñada por algún arquitecto vanguardista que pensaba en la forma más que en la funcionalidad: delante de ella solo había una serie de picos dentados e irregulares. Era imposible caminar por allí sin resbalar y caer hacia una muerte segura—. No, gracias —murmuró al sentir cómo el viento le apartaba el cabello de la cara mientras aguardaba con la puerta entreabierta—. ¡Rafael!

Tal vez, pensó, el arquitecto no fuera en absoluto vanguardista. A lo mejor solo odiaba a los ángeles. En aquel momento, le cuadraba. Quizá a ella le gustaran sus alas, pero no se hacía ilusiones en cuanto a su supuesta bondad interior.

—Bondad interior... ¡Ja! —exclamó.

Justo entonces, el arcángel aterrizó delante de ella, bloqueando con las alas su campo de visión.

Retrocedió un paso sin darse cuenta, y para el momento en que se recuperó, Rafael ya había entrado en el edificio y había cerrado la puerta. Mierda... odiaba que pudiera hacerla reaccionar como si fuera una novata a la caza de su primer vampiro. Si aquello continuaba así mucho más tiempo, perdería todo el respeto por sí misma.

—¿Qué pasa? —preguntó al tiempo que cruzaba los brazos.

—¿Así es como recibes a todos tus invitados? —Sus labios no mostraban el menor asomo de sonrisa, aunque eran la encarnación de la sensualidad, la lujuria y la seducción más absoluta.

Elena dio otro paso hacia atrás.

—Deja de hacer eso.

—¿El qué? —Un brillo de auténtica confusión apareció en sus ojos azules y perfectos.

—Da igual. —Contrólate, Elena, se dijo ella—. ¿Por qué has venido?

Rafael la miró durante varios segundos.

—Quería hablar contigo sobre la caza.

—Pues empieza.

El arcángel observó el descansillo que nadie usaba jamás. La escalera de metal estaba oxidada; no había más que una única bombilla, y estaba a punto de fundirse. Parpadeo. Parpadeo. Un apagón de dos segundos. Y luego dos nuevos parpadeos. El patrón se repetía una y otra vez, y la estaba volviendo loca. Era obvio que Rafael tampoco estaba muy impresionado.

—Aquí no, Elena. Muéstrame tus aposentos.

Ella frunció el ceño al escuchar la orden.

—No. Esto es trabajo... Iremos a las oficinas del Gremio y utilizaremos una de las salas de reuniones.

—A mí me da igual. —Se encogió de hombros, y aquel gesto concentró la atención femenina en la amplitud de aquellos hombros, en el poderoso arco de sus alas—. Llegaré allí volando en unos minutos. Pero tú tardarás al menos media hora, quizá más: se ha producido un accidente en la carretera que lleva al Gremio.

Other books

Candy-Coated Secrets by Hickey, Cynthia
Are You Experienced? by Jordan Sonnenblick
The First End by Victor Elmalih
A Rancher's Desire by Nikki Winter
A Hourse to Love by Hubler, Marsha
Sleeping Handsome by Jean Haus
Epiphany Jones by Michael Grothaus
Cherished by Barbara Abercrombie