El alzamiento (35 page)

Read El alzamiento Online

Authors: Brian Keene

BOOK: El alzamiento
4.96Mb size Format: txt, pdf, ePub

Finalmente, tanto su hedor como sus gritos se desvanecieron. Se habían ido, acercándose cada vez más al que sin duda era su destino: Havenbrook.

Abandonó el árbol poco después y atravesó un pantano en el lado opuesto de la carretera. Si iba a tener lugar un enfrentamiento entre los zombis y las tropas de Schow de un momento a otro, podría pasar de largo sin llamar la atención y dirigirse hacia el norte. Si consiguiese encontrar un coche, estaría con Danny en una hora, quizá un poco más.

Avanzó a través de las aguas estancadas, que le cubrían hasta los tobillos, mientras apartaba los juncos con las manos. Se alegró de que Martin no estuviese con él: al anciano le habría resultado muy complicado avanzar en aquel pantano.

Le vino a la memoria un recuerdo: su conversación en el dormitorio de Clendenan, mientras Delmas descansaba.

«"Quizá sea así como tienen que salir las cosas, Jim. Yo puedo quedarme con ellos y tú puedes seguir tu camino."

»"No, Martin, no puedo dejarte aquí. Elegiste venir conmigo, me ofreciste tu amistad y tu apoyo. No estaría bien."»

Pensó en Baker y en lo que le dijo mientras Miccelli se lo llevaba por la fuerza.

«Su hijo está vivo. ¡Yo también puedo sentirlo!»

Dio otro paso y de repente un brazo blanco y pálido emergió del pantano y le agarró de la pierna. El zombi se incorporó, vertiendo agua negra de su boca, nariz y orejas. Jim no quería llamar la atención con un disparo, así que cogió el M-16 y, con un rápido movimiento, estrelló su culata contra la cabeza de la criatura. Repitió el gesto una y otra vez, golpeando sin parar, martilleando a la criatura de vuelta al fondo cenagoso del humedal.

«No necesitan aire, ni respirar. Así que se quedan en el fondo, esperando a que alguien pase cerca de ellos. Aún hay tanto que no sabemos de ellos...»

¿Lo habría descubierto ya Baker?

Volvió a ponerse en pie, jadeando.

Danny estaba ante él. Sus amigos, detrás.

Dio media vuelta y se dirigió corriendo hacia Havenbrook, maldiciendo a las hierbas mientras las apartaba. Avanzó a través de las hojas y los nenúfares y empezó a rezar.

—Dios, no estoy seguro de seguir creyendo en ti, pero sé que Martin sí, así que espero que recompenses su fe cuidando de él. Por favor, haz que él y Baker y los demás estén a salvo. Y por favor, por favor, Dios, cuida de mi hijo. Estoy muy cerca. A punto de llegar. Protégelo un poco más.

Capítulo 22

Baker pasó por delante de la solitaria y silenciosa garita. El único sonido era el de sus pisadas sobre la grava y los motores al ralentí de los vehículos y los tanques. Cruzó el umbral de la entrada y dejó escapar un suspiro que no sabía que estuviese conteniendo.

«Quizá me equivoqué. Puede que el cuerpo de PoweII se haya podrido del todo y Ob se haya visto obligado a volver al Vacío y ocupar otro.»

Siguió caminando. La quietud del lugar era ominosa, hasta el punto de que Baker empezó a sentir el miedo en su interior. Algo iba mal. No tenía forma de describirlo, pero estaba seguro. Podía sentirlo en el aire.

A su izquierda había edificios vacíos y hangares. A su derecha, el aparcamiento para empleados, en el que sólo había unos cuantos coches abandonados. Ante él, las ventanas rotas de los bloques de oficinas lo contemplaban como si fuesen ojos. Echó la vista atrás, hacia el ejército, y mantuvo el paso en dirección a los edificios.

Entonces vio algo moverse fugazmente tras las ventanas.

Baker se detuvo. Olfateó el aire y olió la podredumbre.

La criatura que antaño había sido su compañero y ahora se hacía llamar Ob asomó de entre los edificios. Baker detectó movimiento por el rabillo del ojo: había zombis en el interior de los coches, tras los árboles, incluso en el fondo de la fuente, cuyas aguas empezaron a moverse y ondear.

Sabía que Schow no podía verlos. Los zombis seguían escondidos, de modo que nadie pudiese verlos desde más allá de la verja. Ni siquiera sus escáneres y demás aparatos llegarían a detectarlos, ya que no reconocerían a los cadáveres.

Ob sonrió y aquella terrible mueca abrió el rostro de Powell por la mitad.

Schow no podía verlos. Schow no podía ver el lanzacohetes que Ob sujetaba en sus manos.

—¡Todo despejado, coronel! —Gritó Baker—. ¡Creo que se han marchado!

Tras él, los tanques empezaron a dirigirse hacia la entrada.

Ob asintió, esperando.

Baker se agachó y rezó por una muerte rápida.

* * *

—Todas las unidades, ¡en marcha!

Los Humvees, los vehículos de transporte y los tanques avanzaron al unísono, escoltados por soldados a pie con las armas preparadas. El movimiento de su vehículo, que dejaba tras de sí nubes de polvo, tranquilizó a Schow.

Atravesaron la entrada como hormigas y Schow se sorprendió al descubrir que tenía una erección...

... hasta que el primer tanque reventó en una explosión de fuego naranja y metralla.

—¿Pero qué coño?

—¡Nos están atacando! ¡Repito, nos están atacando!

—¡Coronel, tienen armamento antitanque!

—¡No me diga, McFarland! ¿En serio? ¡Dé la orden de retirada!

—Señor, el sargento Ford nos informa de que los zombis se aproximan a nuestra retaguardia. Se acercan por la carretera.

El sonido de la batalla resonó a su alrededor: los tanques, los fusiles y las ametralladoras rugían al unísono, creando tal escándalo que parecía insoportable para el oído humano. Los zombis avanzaron hacia la tormenta de acero y fuego, pero, a medida que caían, otros ocupaban su lugar. Al contrario que en el ataque anterior, esta vez las fuerzas de Ob estaban armadas. Dispararon en todas direcciones, dispuestas a plantar cara a los soldados.

Los hombres corrían por todas partes: se retiraban, avanzaban y volvían a retirarse una y otra vez. La mayoría había cruzado la verja y estaba ya dentro de Havenbrook, mientras que otros huyeron hasta encontrarse con las criaturas que se dirigían hacia su retaguardia formando un muro impenetrable.

—Estamos rodeados —dijo Schow, indignado. Sus oficiales se quedaron mirándolo, sin saber qué hacer.

Una salva de balas se estrelló contra el vehículo de mando y González y McFarland dieron un salto.

Schow rió.

—¡Ya era hora! ¡Por fin tenemos un combate de verdad entre manos!

Abrió las puertas del vehículo y salió corriendo hacia el fragor de la batalla.

* * *

Una explosión empujó el remolque y las puertas se abrieron de golpe.

Frankie colocó la pistola ante el rostro asustado del soldado Lawson.

—¡Eh! —gritó—. ¿Qué pasa?

—¿Dónde está el Humvee? —preguntó.

—Lo lleva Blumenthal, está de camino. Hemos venido a por Julie y a por ti. ¡Ahí fuera todo se está yendo a la mierda! Oye, ¿te importa quitarme esa cosa de la cara?

Frankie le disparó justo entre los ojos, dejándole una expresión de sorpresa en el rostro antes de que se desplomase contra el pavimento.

—¡Vamos!

Bajó del remolque de un salto y le quitó el fusil a Lawson. Julie y el resto de mujeres la siguieron.

Un grupo de zombis se dirigió hacia ellas con sus fusiles y pistolas preparados. Antes de que cualquiera de los dos bandos llegase a disparar, el Humvee de Blumenthal apareció derrapando y atropelló a los zombis. Los cuerpos crujieron bajo las ruedas y quedaron debajo del vehículo cuando el soldado frenó hasta detenerlo por completo.

Se quedó mirando al grupo de mujeres armadas, pero, antes de que pudiese reaccionar, Frankie abrió la puerta y le disparó. Empezó a gritar y trató de echar mano a la pistola antes de recibir hasta tres balazos más en la cabeza. Una vez muerto el conductor, Frankie subió al asiento del copiloto y sacó el cadáver por la puerta abierta. Julie y María la siguieron.

Meghan estaba a punto de subir cuando, de pronto, gritó. Uno de los zombis que se encontraba debajo del Humvee le había agarrado una pierna y estaba mordiéndole el tobillo. A medida que mordía con más intensidad, moviendo la cabeza como un perro rabioso, la sangre empezó a manar sobre sus mejillas.

Meghan cayó de espaldas y golpeó a la criatura con sus manos. Frankie se inclinó sobre Julie, puso la pistola sobre la cabeza del zombi y apretó el gatillo.

—Súbela —ordenó—. Y ahora, a ver si me acuerdo de cómo iba esto.

El vehículo arrancó de golpe, lanzando a sus ocupantes hacia delante, pero Frankie acabó acostumbrándose y fue capaz de manejarlo con soltura.

—¡Conduce hacia el campo! —Gritó Julie—. Esta cosa tiene tracción a las cuatro ruedas, ¿verdad?

—Antes tenemos que sacar a los demás de los camiones —repuso Frankie, dirigiéndose hacia un remolque—. No podemos dejar atrapada a toda esa gente.

Paró enfrente del vehículo, de modo que la puerta del copiloto del Humvee estaba a la misma altura que la del camión.

—¡Sal y abre la puerta!

—¡No puedo! —Gritó Julie—. ¡Está cerrada con una especie de barra de metal!

Una bala pasó silbando sobre sus cabezas y otra impactó en la puerta del camión. Frankie pudo oír en su interior los gritos de socorro de la gente, que golpeaba frenéticamente las paredes.

Empezó a rebuscar por el suelo del vehículo hasta dar con unas tenazas.

—Usa esto, deberían poder cortarla.

Julie abrió la puerta y se dirigió hacia el remolque mientras Frankie y María disparaban fuego de cobertura, apuntando a zombis y soldados por igual.

—¡Me duele el tobillo! ¿Y si lo tengo infectado?

—Aguanta, Meghan —gritó Frankie por encima del hombro—, ¡porque ahora estamos un poco liadas!

Julie cortó la barra y abrió las puertas. Se dirigió de vuelta al Humvee mientras la gente salía en tropel del remolque.

—¡Vamos!

Frankie condujo hasta el siguiente camión y repitieron el proceso. Este contenía a muchas de las mujeres, y Frankie respiró aliviada al ver salir a Gina. Julie acompañó a la asustada mujer hasta el Humvee y Frankie arrancó una vez más.

Echó un vistazo al espejo retrovisor y vio algo aterrador: los cautivos liberados cayeron presa de los muertos, que a su vez estaban siendo tiroteados por los hombres de Schow. Un zombi y una mujer que se encontraban en pleno forcejeo fueron acribillados por un soldado, que a su vez fue arrojado al suelo por una multitud de civiles.

Después, los zombis cayeron sobre ellos. Los tres bandos se fundieron en un truculento combate cuerpo a cuerpo.

Muchos de los cautivos se dedicaron a liberar a otros, utilizando palos, piedras y hasta sus dedos para partir las barras de hierro que mantenían cerradas las puertas de los remolques. Varios camiones explotaron antes de que la gente que se encontraba en su interior pudiese salir, matando a los cautivos y a quienes iban a socorrerlos. El olor de la carne quemada se mezcló con el del humo acre de la batalla y el hedor de los no muertos.

Un soldado corrió hacia ellas con las ropas en llamas y el lado derecho de la cara carbonizado. Agitó los brazos, rogando que se detuviesen.

Frankie lo atropelló, cerrando los ojos cuando su cuerpo crujió bajo las ruedas.

Julie tembló.

—¡Vamos a largarnos de aquí!

—Esperad, ¿y Aimee? ¡Frankie, por favor, tenemos que encontrarla!

Frankie tragó saliva y frenó. Sujetó el volante con fuerza y fue girando la cabeza hacia atrás hasta tener cara a cara a la destrozada madre.

—Gina —empezó, intentando encontrar las palabras—. Está...

—No. No, no, no, ¡no lo digas! ¿Cómo puedes decir eso? ¿La has visto?

—Kramer estaba con ella en el picadero. Le... le hizo cosas.

Antes de que Frankie pudiese terminar, Gina abrió la puerta y corrió a través del campo de batalla hacia el picadero.

—¡Gina, vuelve aquí! ¡Julie, detenla!

Julie corrió tras ella, maldiciendo. Frankie puso el Humvee en marcha y se dirigió tras ella.

—¡Meghan, cierra la puerta de Gina!

La mujer herida se incorporó, agarró la manilla con las yemas de los dedos y volvió a desplomarse.

Frankie contempló horrorizada cómo una segunda bala remataba a la mujer.

Pisó a fondo el acelerador y el cuerpo muerto de Meghan se escurrió hasta el suelo. Frankie echó un vistazo alrededor, buscando a Gina y a Julie, pero no había ni rastro de ellas entre la matanza.

Se adentró en la batalla sin darse cuenta de que estaba llorando.

* * *

Al artillero le faltaba la mandíbula inferior y parte de la garganta, y el sargento Ford sabía que era cuestión de tiempo que el cadáver volviese a moverse. Trepó hasta el asiento del techo, apartó el cuerpo y lo tiró al suelo sin ningún miramiento. Después, colocó su corpachón tras la ametralladora de calibre cincuenta, la apuntó hacia atrás y abrió fuego.

Las criaturas llegaban de todas partes. Se arrastraban por todas las direcciones y Ford abrió los ojos de par en par al comprobar que algunos zombis eran sus propios hombres, muertos y olvidados durante el ataque en el orfanato.

—¡Venid aquí, cabrones! ¡Venid a por mí!

Hizo una pasada con la ametralladora, acribillando las filas de los zombis con pesadas balas, destrozando a varios y cortando a otros en pedazos. Los heridos —aquellos que habían perdido miembros o que tenían la espalda rota— se revolvían por el suelo, arrastrándose hacia el combate.

Las criaturas devolvieron los disparos y las balas rebotaron contra el grueso blindaje del arma. Ford se mantuvo agachado y siguió disparando sin parar mientras las criaturas avanzaban. El arma cada vez estaba más caliente y el humo empezaba a quemarle los ojos.

Algo profirió un chillido sobre su cabeza. Puso las manos en alto para protegerse y un pájaro negro se dirigió en picado hacia él, apuntando sus garras hacia los ojos de su presa. A Ford le entró el pánico y se puso en pie, braceando hacia la criatura mientras los zombis que estaban en tierra abrían fuego.

Ford se agitó mientras las balas atravesaban su cuerpo. Intentó gritar, pero sólo consiguió emitir un pequeño gorjeo. Se tambaleó hacia la ametralladora y los zombis respondieron con una segunda ráfaga.

Se llevó las manos a las heridas, perdió el equilibrio y cayó al suelo, aterrizando sobre el artillero muerto.

Mientras la vida se le escapaba por los agujeros de bala, el artillero empezó a retorcerse debajo de él.

Por suerte, Ford murió antes de que empezase a devorarlo.

* * *

—¡Vamos! ¡Si vais a morir, morid como hombres!

Other books

Perfectly Scripted by Christy Pastore
Help Wanted by Barbara Valentin
All Fall Down by Annie Reed
Quite Ugly One Morning by Brookmyre, Christopher
The Tastemakers by David Sax
The Mating Game: Big Bad Wolf by Georgette St. Clair
The Pearl Locket by Kathleen McGurl