El alzamiento (15 page)

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Authors: Brian Keene

BOOK: El alzamiento
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Jim volvió a cerrar los ojos.

—¿Por qué me ha llamado Danny, papá? —preguntó el chico.

Delmas miró a Martin.

—Su hijo se llama Danny —les explicó—. Tendrá tu edad. Nos dirigíamos hacia Nueva Jersey para rescatarlo, pero tuvimos problemas.

—¿Nueva Jersey? —Delmas silbó—. Pastor, ¿qué te hace pensar que sigue vivo?

Martin no respondió. Estaba empezando a preguntarse eso mismo.

La fe, por lo que parecía, estaba comenzando a agotarse.

Capítulo 9

—Esto no me gusta —dijo Skip.

—No tiene que gustarte —bufó Miccelli—. Sólo tenemos que tener la boca cerrada y hacer lo que nos han ordenado.

Tres zombis surgieron de un callejón y se dirigieron rápidamente hacia ellos. Skip apuntó con la Beretta, pero el otro soldado se le adelantó.

—¡Míos! —gritó Miccelli mientras descargaba su M-16 sobre las criaturas, que cayeron sobre la acera.

—Joder, tío —continuó Skip—. No puedo seguir viviendo con esto, en serio. ¡No está bien!

Un pastor alemán al que le faltaban las patas traseras se arrastró hacia ellos. Tenía el pelo cubierto de sangre seca. Le seguía una niña de unos nueve o diez años que arrastraba sus intestinos tras ella y en cuyo vestido se secaban los restos de otros muchos órganos.

—¡Míos! —dijo Skip. Apuntó con mucho cuidado y acertó en las cabezas de ambos con sendas balas de nueve milímetros.

El fragor de la batalla resonaba en las calles que había a su alrededor.

—¿El qué no está bien? ¿Disparar a zombis? Tío, estás jodido de la cabeza.

—Disparar a zombis no, gilipollas —respondió Skip—. Hablo de eso —dijo mientras apuntaba con el pulgar tras de sí, señalando a los remolques que circulaban lentamente en formación tras los Humvees, los transportes ligeros Bradley y el tanque.

—Es lo que quiere el coronel Schow, así que eso es lo que...

Una explosión le interrumpió: Warner había usado su lanzagranadas M203 para reventar el escaparate de una ferretería.

—¡Todos al saqueo! —animó al resto antes de introducirse en el edificio con el arma lista. Blumenthal le siguió. Skip oyó cómo se reían mientras arramblaban con todo.

Hubo una tregua en aquel combate callejero y Skip echó un vistazo a los cargadores de su M-16 y su pistola.

—Ten cuidado con lo que dices —le susurró Miccelli al oído—. ¿Te acuerdas de lo que les pasó a Hopkins y Gurand?

Skip asintió. Hopkins y Gurand habían cuestionado las órdenes del coronel en demasiadas ocasiones. El capitán McFarland los pilló a ambos intentando desertar y fueron despachados rápidamente, sin el beneficio de una audiencia o un tribunal militar. El coronel Schow los mandó crucificar a ambos, tras lo cual obligó a toda la unidad a ver cómo una bandada de pájaros no muertos se los comían pedazo a pedazo.

Por lo que a Skip respectaba, habían tenido suerte. Lo de Falker había sido mucho peor.

El soldado de primera clase Falker se había enamorado de una de las prostitutas del campamento, aunque ésta no le correspondía. Cuando se convirtió en propiedad personal del coronel Schow, Falker intentó asesinarlo y fracasó.

Una vez detenido, el coronel Schow ordenó que se taladrase un agujero en el muro de un pequeño cobertizo de herramientas. Desnudaron a Falker y lo crucificaron a una de las paredes, de modo que su pene asomase por el agujero mientras el resto del cuerpo permanecía en el exterior. Después, acorralaron a unos cuantos zombis y los encerraron en el cobertizo.

Las criaturas tardaron unos minutos en descubrir aquel apetecible colgajo: Falker se retorció de dolor y gritó con toda su alma mientras lo devoraban. Después, los zombis intentaron conseguir más comida a través del agujero, pero sólo consiguieron rasgar algunos jirones de piel de aquel miembro mutilado.

Falker siguió clavado a la pared, desangrándose hasta morir. Después, el sargento Miller le disparó en la cabeza antes de que fuese reanimado.

Satisfecho al comprobar que todavía le quedaba munición, Skip supervisó el perímetro. Los sonidos de la batalla estaban extinguiéndose, reemplazados por el crepitar del fuego y los gemidos de los heridos y moribundos. El cadencioso ritmo de una calibre cincuenta se impuso sobre éstos cuando Lawson acabó con unos pocos zombis rezagados desde la cabina del Humvee.

El sargento Ford y los soldados de primera clase Kramer y Anderson se dirigieron hacia ellos mientras encañonaban a un par de mujeres esposadas. Dieron un rodeo para esquivar un cadáver destrozado que yacía en mitad de la carretera: un transporte Bradley le había aplastado el tren inferior y un brazo. Negándose a claudicar, extendía el brazo que le quedaba hacia ellos.

Las mujeres gimieron aterradas, abrazándose la una a la otra. Una larga ráfaga del M-16 de Kramer destrozó lo que quedaba de aquel cadáver retorcido.

—Muy bien —dijo Miccelli mirando lascivamente a las cautivas—. ¿Dónde las ha encontrado, sargento Ford?

—Estaban escondidas en el baño de una cafetería a cuatro calles de aquí. Y ya nos las hemos adjudicado, ¡así que ni lo pienses!

—¿Cuál es la situación? —preguntó Anderson.

—Warner y Blumenthal están ahí —dijo Miccelli señalando a la ferretería—, y Wilson y Robertson están muertos. Fueron calle abajo y unos zombis los emboscaron. Hicieron pedazos a Wilson, ni siquiera dejaron lo bastante como para que pudiese volver a andar, como acostumbran. Robertson todavía estaba vivo cuando le abrieron el estómago en canal, así que se metió la Beretta en la boca. No pudimos hacer nada, eran demasiados.

Ford pateó el bordillo de la acera e hizo una mueca de frustración.

—Román también está muerto. Thompson y él iban delante y cayeron en una emboscada. Alucino con lo bien que pueden llegar a calcular los muy cabrones.

—Sargento, ¿Thompson está bien? —preguntó Miccelli.

Su corpulento compañero negó con la cabeza.

—En el mejor de los casos, perderá una pierna. Cuando nos marchamos estaba rogándole al médico que le pegase un tiro. Supongo que si él no lo hace, lo hará el propio Thompson en cuanto tenga la oportunidad.

Kramer avistó un cuervo solitario que los observaba desde un poste de teléfonos. Con un rápido movimiento, disparó hacia él. Un montón de plumas negras cayó flotando hasta el suelo.

—Creo que ése estaba vivo —musitó Anderson.

—Bueno, pues ya no.

—Estás callado como una tumba, Skip —observó Ford.

Skip se revolvió y miró al sargento a los ojos con prudencia. Todos estaban mirándole a él y Miccelli le lanzó una callada advertencia con el ceño fruncido.

—Lo siento, sargento —mintió—. Estaba pensando en el pobre Thompson. Fuimos al mismo campamento de reclutas.

La verdad era que había estado observando a las dos mujeres cautivas. Saltaba a la vista que eran madre e hija, y aunque los recientes acontecimientos les habían pasado factura, seguían siendo muy atractivas. La primera noche en el picadero iba a resultarles muy dura. Y sería aún peor cuando llegasen de vuelta a Gettysburg.

Skip sentía una creciente rabia en su interior. Se imaginó a sí mismo acribillando a sus compañeros y escapando con las mujeres. Pero no serviría de nada: estarían muertos en cuestión de minutos, e incluso aunque consiguiesen escapar, serían capturados y correrían la misma suerte que Hopkins, Gurand y Falker.

Incluso si evitasen ser capturados, ¿qué iban a hacer? Resignado, llegó a la misma conclusión de siempre: la seguridad radicaba en el número, y eso era precisamente lo que le aportaba su unidad. Estaba atrapado.

—Súbelas al camión —le ordenó Ford a Kramer.

—Asegúrate de que las laven bien. Partridge ha conectado la manguera al depósito de agua de la ciudad; no se cuánta potencia tiene, pero procura no dejarlas peor de lo que están ahora.

Kramer condujo a las aterradas mujeres hacia los camiones.

Miccelli apuntó al final de la calle.

—Aquí viene Capriano. ¡Parece que está herido!

El hombre se dirigió renqueando hacia ellos, arrastrando la pierna derecha. Cuando estuvo más cerca, Skip se fijó en que tenía el pie del revés, con los dedos apuntando hacia atrás, al camino por el que había venido. No emitió ningún sonido a medida que se acercaba.

—¡No te muevas, Capriano! —dijo Anderson mientras se dirigía corriendo hacia él—. Te conseguiremos...

El soldado herido apuntó con el M-16 y apretó el gatillo. Las balas golpearon a Anderson en el pecho y salieron por la espalda. Ford, Miccelli y Skip se echaron cuerpo a tierra y devolvieron el fuego por instinto. Capriano se agitó violentamente bajo los disparos y cayó de espaldas. Después de disparar una ráfaga descontrolada al cielo, se quedó quieto.

—¡No parecía que estuviese muerto! —gritó Miccelli.

—Pues si antes no lo estaba, ahora sí —dijo Ford, apretando los dientes. Su ráfaga había acertado a su objetivo en la boca, destrozando su cara hasta casi desintegrarla de mandíbula para arriba.

Skip corrió hasta Anderson mientras pedía un médico a gritos, pero en cuanto llegó a su lado vio que no serviría de nada. Tenía el pecho destrozado y húmedo, y la mirada de sus ojos vidriosos, perdida.

Ford también se acercó. El sargento sacó su pistola y disparó al fallecido en la cabeza sin inmutarse.

—Reagrupémonos —ordenó—. ¡Warner! ¡Blumenthal! ¡Nos vamos!

La gravilla crujió bajo sus botas conforme se alejaba.

Miccelli desató el cinturón de Anderson y empezó a rapiñar su equipo.

—Eh, Skip, ¿quieres sus botas?

—No, puedes quedártelas.

—¿Y estos cargadores? Si los quieres, son tuyos. —Sacó una navaja de muelle de uno de los bolsillos del pantalón de Anderson y silbó con alegría—. Mola.

Skip se dio la vuelta y se marchó.

No quería que Miccelli le viese llorar, o que notase la rabia que proyectaban sus ojos.

* * *

Hubo un tiempo en que habían sido la unidad de infantería de la Guardia Nacional de Pensilvania. En que eran héroes orgullosos.

Skip ya no sabía qué eran, pero estaba convencido de que no eran héroes.

Cuando tuvo lugar el colapso y los muertos empezaron a volver a la vida, los destinaron a Gettysburg. Al igual que el resto de unidades de la Guardia enviadas a varios pueblos y ciudades, su misión era proteger a los ciudadanos, cuidar de ellos y evitar que las criaturas se multiplicasen hasta que el gobierno diese con un modo de solucionar la situación.

Fracasaron, y no tardaron mucho tiempo en hacerse a la idea de que el gobierno no iba a solucionar el problema porque el gobierno ya no existía. Las noticias —por aquel entonces los medios de comunicación todavía operaban— habían emitido una cinta en la que se veía al presidente devorar al secretario de estado durante una rueda de prensa. El presidente apareció de golpe, sin que la cámara llegase a captar de dónde, escupiendo obscenidades y luchando con su víctima. La cámara acercó la imagen hasta captar una grotesca escena: el presidente hundió los dientes en el brazo de su presa atravesando la manga del traje a medida hasta la carne que había debajo. Un agente de su servicio secreto desenfundó su arma y apuntó al comandante en jefe no muerto, pero, antes de llegar a disparar, fue abatido por un compañero. El resto de agentes empezó un tiroteo y los reporteros huyeron en desbandada. Fue un caos.

El vicepresidente, según informaron, murió de un ataque al corazón tras la conferencia de prensa. Nadie dijo qué medidas se habían tomado para que no se volviese a alzar.

Horas después, un alto cargo (había distintos rumores sobre su identidad: algunos decían que era el secretario de defensa, y otros, un general renegado) ordenó que se bombardeasen la Casa Blanca y el Senado desde el cielo, ya que era evidente que estaban tomados por zombis. Aquello dio lugar a enfrentamientos aislados entre varias unidades del ejército en Washington y los alrededores, y, tras la pérdida del Pentágono, los combates se extendieron como la pólvora.

Skip había oído historias aterradoras como la del capitán del
U.S.S. Austin,
un barco de transporte con más de cuatrocientos marineros y doscientos marines a bordo. Ordenó ejecutar a toda la decimocuarta unidad anfibia de marines, que por aquel entonces se encontraba a bordo de su navío en el Atlántico norte, tras acusarles de haberse amotinado. Ambos bandos lucharon a muerte y Skip oyó que los marineros hicieron caminar por la tabla a los marines que sobrevivieron.

También ocurrió en otros países. Le sorprendía que no se hubiese lanzado ningún misil nuclear, aunque había oído rumores de un intercambio limitado de ataques nucleares entre Irán e Irak y entre India y Pakistán, pero nada confirmado.

Tras semanas de combates, el diezmado ejército empezó a organizarse en grupos enfrentados cada vez más grandes. El coronel Schow mantenía un contacto esporádico con el general de la Costa Oeste Richard Dumbar a través de un puesto de mando en Gettysburg; éste había lanzado una ofensiva para controlar el norte de California, eliminando a zombis y enemigos por igual. Hasta había conseguido organizar varias milicias ciudadanas por todo el estado, y estaba utilizando la alianza para expandirse hacia otros estados. Schow tenía un plan parecido para Pensilvania, así que ambos compartían información con regularidad.

Skip los había escuchado hablar por la radio: después de que Schow informase al general de sus recientes progresos y victorias, la voz —que sonaba igual que la de Marlon Brando en
Apocalypse Now—
repetía «Dick está satisfecho» una y otra vez, como un mantra.

Skip pensó que lo más probable era que estuviese loco. Como Schow.

Todos estaban locos. Tenías que estarlo si querías sobrevivir.

Gettysburg era segura. La ciudad estaba libre de no muertos y se dispuso con rapidez de aquellos que habían fallecido por enfermedad, heridas o causas naturales, incinerando sus cuerpos después.

Después de la operación de barrido y purga inicial, colocaron alambre de espino en torno a una gran parte de la ciudad y plantaron minas en los alrededores, en los campos en los que se había desarrollado la guerra civil. Estas medidas demostraron ser muy poco efectivas contra los muertos vivientes: las hordas de zombis atravesaban el alambre de espino, haciéndose trizas sin la menor preocupación. Peor aún era el caso de aquellos que perdían las piernas por una mina para a continuación arrastrarse por el campo con los brazos en busca de una presa.

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