El alfabeto de Babel (41 page)

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Authors: Francisco J de Lys

Tags: #Misterio, Historia, Intriga

BOOK: El alfabeto de Babel
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En un grupo de un total de treinta hojas se glosaba «la figura del pintor flamenco Pieter Brueghel,
el Viejo…».
Le sorprendió el nivel de conocimiento y el rigor de aquellos datos biográficos, valorando muy en su justa medida el trabajo que costaría llevarlo a cabo, la dificultad de hacerse con la bibliografía necesaria y las bibliotecas que tuvieron que ser consultadas para hacer aquella glosa, ya que Brueghel, a principios del siglo XX, no era tan conocido como en la actualidad. Conseguir los datos que allí figuraban, en su tiempo, implicaba toda una auténtica proeza. Grieg volvió a preguntarse por qué estaban escritos en un tamaño tan reducido.

Grieg continuó leyendo del texto original en catalán, que decía:

Pieter Brueghel, asimismo conocido como Bruegel, Briegel, Brogel, Brügl, BreugeL Brügel, Brogel, Briegl, Breuguel…, aunque siempre firmó como Bruegel o Brueghel. Vivió entre 1525-1530 y 1569 y sus orígenes son muy confusos. Nació en Bramante, en una aldea llamada Brueghel o Brogel, de la que tomó su apellido, situada muy cerca de Breda, en Holanda. […] Fue discípulo en Bruselas del gran pintor y dibujante de cartones para tapices y vidrieras Pieter I Coecke de Aels…

Grieg centró su interés en los aspectos más ocultos de la biografía del pintor, obviando los datos que él ya conocía de antemano y que figuraban reflejados, de aquel modo tan compilado, en los pequeños papeles. Sin duda, aquella investigación había sido llevada a cabo en secreto y durante muchos años. Mientras seguía esforzándose en tratar de leer aquellas hojas, se preguntaba cuál sería el motivo de todo ello.

Brueghel viajó al Mediodía Francés y a Italia. Visitó el puerto de Nápoles en 1552, Mesina, Palermo […] En Roma pasó una larga temporada; allí estudió con el prestigioso miniaturista Giulio Clovio…

Le llamó poderosamente la atención lo documentado que estaba este capítulo, muy novedoso, incluso para los datos de los que se disponen en la actualidad de la vida del pintor en Italia:

Brueghel pintó una torre de Babel de pequeñas dimensiones, y otra que contó con la colaboración de Giulio Clovio; en la actualidad están en paradero desconocido…

Grieg se preguntó en qué año podría enclavarse esa «actualidad», y llegó a la conclusión de que sería alrededor del año 1905.

… la vuelta a Amberes tuvo lugar en 1555, a través de los Alpes, donde quedó impresionado de sus hermosos paisajes que después marcarían su pintura […] visitó el Tirol…

Grieg continuaba colocando las quebradizas hojas de papel de fumar, de cinco en cinco y conforme iba leyendo, entre las hojas del libro, cerciorándose de que siguieran conservando el mismo orden.

Una tras otra y ante sus ojos, fueron pasando las páginas de aquel extraño libro. Grieg prescindió de los datos menos significativos para centrarse de lleno en los aspectos más ignorados.

… en Amberes, Brueghel entabló amistad con Niclaes Jonghelink, su fervoroso protector, que llegó a almacenar hasta dieciséis obras del maestro en su gran palacio de Amberes y que seguramente le presentó al cardenal Antonio Perrenot de Granvela…

Se detuvo en esa hoja de muy difícil lectura, ya que estaba escrita por las dos caras; lo abigarrado del texto lo hacía imposible de leer en aquellas condiciones de luz; sin embargo, Grieg pudo establecer un extraño paralelismo entre el nombre del protector de Brueghel y el hecho de que también estuviese allí escrito el nombre de Eusebi Güell i Bacigalupi, que a su vez fue el protector y mecenas de Antoni Gaudí.

Mientras colocaba los papeles de fumar, dejándolos sobresalir ligeramente junto al lomo del libro, seguía mirando hacia la puerta de la iglesia sin decidirse a entrar en ella. Entonces se topó con un dato que desconocía:

… Brueghel mantenía amistades con personas de carácter abierto y tolerante […] no podemos asegurarlo, pero estamos en condiciones de intuir que Pieter Brueghel en algún momento de su vida o perteneció o mantuvo contacto con una secta […] se cree que a finales de 1563 y tras haber pintado sus dos cuadros que representan la torre de Babel, en ese mismo año, se vio forzado a abandonar Amberes y se trasladó a Bruselas, donde fue obligado a renunciar a la secta herética a la que pertenecía y cuyo nombre era «Schola Caritatis»…

Las siguientes veinte hojas, donde se analizaban las luchas intestinas entre protestantes y católicos en el tiempo de Brueghel, junto a la biografía de Fernandus Alvarusa Toleto, el duque de Alba, y todas las cuestiones políticas de la época en que vivió el pintor resultaban de lectura imposible, ya que habían sido estrujadas, quizás en momentos comprometidos.

Grieg las colocó juntas, entre las hojas centrales del libro de Stevenson en japonés.

Comprobó que el estudio pormenorizaba detalladamente la biografía del cardenal Granvela, ya que le dedicaba más de quince hojas. En una de ellas, Grieg encontró algo que acaparó por completo su atención:

… Antonio Perrenot de Granvela fue corresponsal de Mercator ya desde su primera estancia de juventud en Italia, cuando estuvo en Padua; con únicamente veinte años de edad, le remitió a Maximilian Morillon una Chartam Terrae Sanctae…

A partir de ese punto, se iniciaban lo que parecían ser ya las conclusiones finales.

… Brueghel mantuvo amistad con prohombres muy destacados de su época, como el tipógrafo flamenco Cristophe Plantin (1520-1589), que está considerado como el editor más erudito de su tiempo. Editó el Breviario Romano y la primera Biblia políglota […] en 34 años imprimió más de 1.500 obras. Su prestigiosa imprenta fue durante muchas décadas punto de mira y de especial observancia por parte del Vaticano, que veía con extrema desconfianza algunos de sus trabajos, en especial la Biblia Políglota y las nuevas cartas marinas que facilitaban el descubrimiento del Nuevo Mundo por marinos no católicos…

A partir de ese punto, las hojas, curiosamente, estaban escritas a lápiz y con la letra aún más pequeña:

… en la imprenta de Plantin se imprimían las obras del geógrafo Ortelius, que contenían mapas de regiones particulares e ignotas, nuevos y muy completos mapamundis publicados a su vez y conjuntamente con la obra de Mercator, especialmente desde 1540, donde Gerard Mercator publica junto a Abraham Ortelius el atlas
Globus Terrae.
Desde ese momento, existen datos históricos veraces que permiten asegurar que el Vaticano establece una secreta red de espionaje en torno a la imprenta de Plantin, que llega a su punto álgido hacia 1563, cuando se extiende el rumor de que los geógrafos elaboran, conjuntamente con el delegado de Felipe II en los Países Bajos, Antonio Perrenot de Granvela, un nuevo y muy hermético código de comunicación que figuraría en las nuevas cartas marinas. En especial a raíz de la publicación del primer atlas mundial a cargo de Ortelius, amigo personal de Brueghel…

Progresivamente le resultaba más difícil la lectura, debido a que la letra se emborronaba cada vez más:

… el Vaticano detectó unos secretos informes acerca de la creación de un nuevo código de comunicación, que sería puesto en práctica en las cartas náuticas, presuntamente indetectable y muy avanzado en su tiempo, y que empezaron a denominar internamente como el Alfabeto de Amberes. Destinaron a su localización y estudio grandes medios, tanto humanos como económicos […] indagaron especialmente las compras de la obra que hizo el cardenal Antonio Perrenot de Granvela a Pieter Brueghel,
el Viejo,
en concreto de dos de sus cuadros por encargo:
Vista de Nápoles,
pintado en 1558, y
Huida a Egipto de la Sagrada Familia,
de 1563, y un muy extraño dibujo…

Debido al minúsculo tamaño de la letra, la lectura se le hacía casi imposible; tenía que llegar al límite de su capacidad visual.

… que por increíble que parezca parece ser el bosquejo de
La torre de Babel
y que nos ha hecho iniciar este comprometido estudio […] por más que investigamos, no logramos avanzar en la materia, ya que el tema está envuelto en un aura de completo secretismo. Hemos llegado a pensar (aquí figuraban anotadas unas palabras en latín que Grieg no pudo traducir) que por muy extraño e inverosímil que pueda resultar, la curia romana parece aplicar, debido a un encriptamiento ancestral, y de muy difícil elucidación, en su propio orden jerárquico interno.

A partir de ese punto, la lectura se hacía estéril bajo aquellas condiciones lumínicas. Grieg, por más que se esforzó, no pudo continuar leyendo. Los caracteres aparecían «temblorosos», como si la persona que escribió el texto lo hiciera con un excesivo celo, rayano con el temor.

Cuando el texto volvió a hacerse de nuevo legible y a recuperar las letras un «mayor» tamaño, Grieg comprobó que seguir leyendo le resultaba lacerante, pues consideraba que allí se empezaba a diseccionar, en concreto, la esencia del que parecía conocerse como el extraño y muy críptico: Alfabeto de Amberes.

En las últimas hojas, aparecían representadas esquemáticamente varias torres de Babel, y en la base de los papeles de fumar estaban anotadas diferentes combinaciones entre los veintiocho lucernarios de los que ya le había hecho referencia Catherine frente al museo Picasso. Junto a las torres, existían numerosas combinaciones de letras que trasladadas a tablas de equivalencias y junto a los lucernarios formaban palabras.

Grieg levantó la vista en dirección a la plaza, intentando ganar tiempo para tratar de vencer su curiosidad. «¿Legítima o ilegítima?», se preguntó.

Reflexionó muy seriamente sobre si le convenía mirar aquellas pequeñas hojas de papel de arroz. «¡Gabriel, ese tema no te incumbe! —se dijo mientras fijaba su vista en las copas de los árboles que estaban junto a la fuente de la plaza—. En su tiempo, parece que tan sólo se trató de un juego intelectual entre personas muy doctas. Auténticos genios que idearon un código secreto de comunicación. ¡El que fuera! ¡Qué más da! En aquel momento, en 1563 era un ejercicio intelectual del que incluso, de haber estado allí, me hubiese encantado poder participar, pero, en la actualidad, ese Alfabeto de Amberes, por razones que ignoro, está ya imbricado con jerarquías, espiritualidades e intereses económicos muy poderosos. Conocer ese alfabeto, salvo que sea de vital importancia para mi vida, y ahora mismo no lo es, me puede resultar contraproducente y peligroso. ¡Es preferible no interpretarlo!»

Con varios movimientos muy precisos, Grieg optó por volver a reagrupar las hojas de papel de fumar entre su dedo pulgar e índice de su mano izquierda, pero al separarse levemente las hojas, movidas por la leve brisa, no pudo dejar de leer diferentes nombres de Yahveh: el que podía ser escrito, pero no pronunciado.

Grieg vio unas letras bajo cuatro monogramas extraídos de los lucernarios de
La torre de Babel
que le conmovieron:

YHWH

Leyó sin querer fijar la vista en las palabras, igual que si desviase la mirada de la deslumbrante luz del sol; vio sustituido su significado, que no era otro que el de «Mi Señor», nombres tales como Adonai, Kirios, Dominus, Theus…

Aquella leve ráfaga de aire le había permitido observar diferentes combinaciones hechas con la forma de aquellos veintiocho lucernarios de la torre de Babel, transformados en monogramas, colocados unos al lado de los otros, formando lo que parecían ser palabras.

Palabras representadas con caracteres gráficos.

¡Dibujadas empleando lucernarios de la torre de Babel!

Grieg no quiso leer las combinaciones de letras que figuraban en el interior de las veintiocho casillas de la torre de Babel. Sin dudarlo, volvió a colocar el grupo de hojas entre las páginas finales del libro de
La isla del Tesoro…
Pero en ese momento vio algo que le inquietó.

Le inquietó hasta hacerle estremecer.

Tenía colocado el ejemplar sobre la mesa, de manera que el lomo quedaba a la derecha, es decir, al revés de cómo se leen los libros en Occidente, pero el volumen que tenía delante de él era un libro escrito en japonés, por lo tanto, estaba colocado de la forma convencional, tal y como lo entendería un oriental.

El pulso se le aceleró cuando observó el dibujo que había en la primera hoja del libro. Se trataba de una figura geométrica de perfectas proporciones.

Un pentágono.

«¡No puede ser!», imprecó Grieg, reviviendo la sensación que experimentó al conocer a Catherine. Intuyó, al instante, que volvía a enfrentarse con lo inexplicable.

Al pasar la hoja, encontró adherida a ella una fotocopia.

Era la fotocopia de un dibujo, un dibujo donde destacaba la cabeza de un dragón. Un dragón que era el mismo que le mostró Catherine la noche anterior en el hotel; y en la parte inferior, el mismo triángulo escaleno con las calles de Barcelona y las mismas confusas letras junto a las tres cruces.

Grieg comprendió inmediatamente que aquellos dibujos, de no haber contactado con Catherine, y si no hubiese estado completamente aislado las últimas veinticuatro horas, hubieran iniciado el mismo proceso de búsqueda de la Chartham. ¿Qué habría en el interior de aquel libro que le forzase a iniciar la búsqueda? «Tal vez me encuentra la fotocopia del documento de exhumación que me mostró Catherine», pensó.

Grieg sospechó que cuando pasase la hoja, encontraría algún «dato» que serviría de «detonador» que activase el mismo proceso de búsqueda de la Chartham. Creyó que un sudor frío le helaba la frente cuando comprobó el contenido de la página.

Un número de teléfono y una dirección.

Se trataba del número de un teléfono móvil desconocido para él, y una dirección que le traía a la memoria algún recuerdo, pero que le resultaba imposible de ubicar, ni en el espacio ni en el tiempo. Una dirección que le dejó un sabor acre en la boca, como si se tratase de un extraño regusto sobrevenido del café que acababa de tomar.

En tanto giraba uno de los dos amuletos de piedra que guardaba en el bolsillo de su chaquetón, pensó que no era la primera vez que leía aquella dirección.

Extrajo de su bolsillo el objeto y vio que se trataba de la calavera.

Tuvo un presentimiento y sacó la notificación de la exhumación de su
padrí.
Colocó el documento oficial al lado de la dirección que había anotada en el libro y comprobó que la vía era la misma y llevaba el mismo nombre de santo, pero… tenía un dato que las diferenciaba: el número era diferente.

Una diferencia de quinientos números en los columbarios.

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