El alfabeto de Babel (16 page)

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Authors: Francisco J de Lys

Tags: #Misterio, Historia, Intriga

BOOK: El alfabeto de Babel
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Salió corriendo en busca de Catherine, que seguía arrastrando como podía el cuerpo, vestido ya sólo con un camisón negro, hacia la puerta lateral donde estaba el guarda. Catherine llevaba el cuchillo en una mano y poco a poco iba difuminándose mientras penetraba en la niebla. La siguió mientras podía escuchar a lo lejos el rock satánico de la horda.

Cuando llegó a su altura, vio cómo con suma destreza le seccionó el cuello haciendo uso de la sierra del gran cuchillo; después le cortó los brazos y más tarde las dos piernas. El pecho se lo abrió en canal colocándose el mango del revés entre sus cinco dedos. Y del interior de su abdomen extrajo una caja negra y la depositó en el suelo.

—¿Dónde estabas? ¡Estoy sudando! —exclamó Catherine con las manos llenas de espuma acrílica de color verde entre sus manos.

—Pero… ¿qué diablos estás haciendo? ¿Qué pretendes hacer? —preguntó Grieg.

—Ya lo verás. ¿Sigues teniendo ahí el candado que trajiste de la moto? —le inquirió Catherine, sosteniendo aquella caja negra en sus manos.

—Sí.

—Pues sácalo de la bolsa y tenlo preparado.

—De acuerdo —musitó Grieg.

Catherine mostraba una determinación que aumentaba cada vez que parecía oír acercarse la música.

—¡Dirígete dando un rodeo hacia la puerta lateral y espérame allí completamente preparado para salir! —ordenó Catherine mientras estudiaba los botones de la caja negra—. Cuando llegue, lo haré corriendo. No te asustes, antes oirás una voz de mujer. Confía en mí. ¡Vete ya!

Gabriel Grieg comprendió que debía hacerle caso sin rechistar. Se fue al lugar donde ella le había indicado y la esperó. Vio cómo el guardián, sin la corbata, con aspecto desaliñado y la porra en una mano tenía la vista perdida hacia delante, pero sin moverse de la puerta. De pronto, en el silencio de la noche, se oyó una extraña voz de mujer. Dulce. Desconcertante. Robótica…

—Cariño… te quiero… como a nadie… Tú eres la razón de mi vida…

Catherine llegó corriendo hasta el lugar donde se encontraba Grieg, que ya había comprendido perfectamente la estrategia que ella se llevaba entre manos. Faltaba que la respuesta del guardián fuese la esperada. Amparados por la niebla esperaron, anhelantes, su reacción.

Cuando el vigilante oyó aquella voz que provenía de la calle que tenía justo delante, empezó a caminar en dirección hacia ella. Descendió los ocho escalones que había al inicio y llegó a la altura del primer banco. Entonces, el mundo le pareció el más horrible de los infiernos, cuando vio una cabeza tirada en el suelo de una forma atroz en medio de la oscura calle del cementerio.

La cabecita de su
Darling.

Decapitada.

Envuelto en la niebla, no pudo dejar de tomarla con todo el cariño del mundo y mecerla entre sus manos. Acarició levemente, como tantas otras veces ya había hecho, sus sonrosadas mejillas con textura de piel humana. Miró sus ojos de color esmeralda y sus párpados averiados: uno abierto y el otro cerrado; y su boca roja, rota. Su voz aún seguía sonando. Quizá podría volver a unir otra vez la cabeza al cuerpo. Sin duda lo haría. Se levantó del modo que pudo y empezó a caminar hacia donde provenía la voz. Su corazón no podía soportar aquello…

Un brazo arrancado, y más allá, una pierna, y luego, otra.

El otro brazo.

Y el cuerpo destrozado, con el «salto de cama» que le acababa de regalar para celebrar con sus amigos el quinto aniversario desde que la conoció, y su vida empezó a girar entorno a ella. Su querida
Darling
destrozada en el suelo. La voz salía del interior de una caja de color negro…

—Mi amor… Tú y yo estaremos… juntos… siempre…, siempre.

La cinta de la grabación empezó a salir al exterior de la caja negra. La voz ya no era la de una mujer, sino que había adquirido la grave tesitura de un ogro.

—Mi… a…m…o…r… T…Ú… y… y…o…

La voz se extinguió al fin. Nadie podía comprender aquel amor, ni su intensidad ni su origen. El modo cómo ella lo había hechizado.

Nadie.

«¿Quién ha sido capaz de hacerte esto? ¿Quién ha sido?»

Catherine y Grieg, que estaban agazapados esperando el momento adecuado en la puerta que daba acceso al interior de isla número 4, empezaron a correr hacia el portalón lateral de la calle Taulat; a correr como nunca antes lo habían hecho. Grieg llevaba el candado en una mano y extrajo rápidamente la cadena con el candado roto que estaba puesto en la puerta. Hicieron un ruido tremendo. Lo sabían. Catherine salió en primer lugar y se quedó esperando a Grieg ya desde el exterior.

El guardián, que sostenía en esos momentos la caja negra de la muñeca entre sus manos, al oír el ruido de cadenas supo que alguien había abierto la puerta de hierro de la calle Taulat.

Entonces pareció comprenderlo todo.

Todo.

Profirió un terrible alarido y empezó a correr, subiendo los ocho escalones, con una desesperación, una furia y un odio que jamás había experimentado anteriormente…

—¡Grullos! ¡Están aquí los grullos!

El guardián sólo llegó a tiempo de ver cómo las manos de un desconocido colocaban desde el exterior un gran candado plateado en el portalón.

Se escucharon unos fuertes golpes y forcejeos en el portón de hierro del cementerio. Un gran tumulto formado de alaridos y ladridos de perros se oyó al otro lado de la que a Catherine ya no le pareció tan horrenda tapia.


¡Likad! ¡Likad!
¡Han
buchao
mi
Darlingl
—gritaba fuera de sí el guardián del cementerio—. ¡Os caparé! ¡Habéis dejado huellas, cabrones! ¡Me las pagaréis…!

Grieg sonrió. Llevaba los guantes de conducir puestos y le devolvió el pañuelo a Catherine. El guardián no encontraría ninguna huella dactilar, y además, tenía en su bolsillo las fotos Polaroid. Pero aún no estaban a salvo. Debían llegar pronto a la moto.

Antes que la enfurecida horda.

Sabían lo que sucedería a continuación y no se entretuvieron en comentar nada. Se limitaron a correr por la acera que circunvalaba la verja de hierro de la entrada del cementerio. Suspiraron aliviados al ver que la puerta principal aún estaba cerrada. Rápidamente montaron en la Harley, y Grieg la puso en marcha al instante.

Protegidos por la niebla se detuvieron en la Via Icaria.

Antes de marcharse de allí, Grieg quería hacer una comprobación. Los dos estaban jadeantes, pero no pudieron evitar un suspiro de alivio.

—¿Cómo te diste cuenta? —preguntó Grieg.

—Fijándome en los más pequeños detalles —reveló Catherine, que trató de imitar con sarcasmo el tono de voz y los gestos característicos de Grieg—. Siempre hay que fijarse… Yo siempre te lo digo.

—No tuviste piedad con la
Darling
del Kuki —sonrió Grieg—. Y menudo susto me diste hasta que comprendí lo que pretendías. La muñeca realmente parecía una persona.

—La verdad es que tú tampoco das demasiadas explicaciones sobre tus ideas —replicó Catherine en tanto miraba una de las fotos Polaroid que tenía en su bolsillo.

En ella podía contemplarse con toda claridad a una pareja, compuesta por un hombre y una «mujer», situada en el centro de un corro de sillas ocupadas por individuos ataviados de un modo muy peculiar, que los jaleaban mientras hacían el amor al lado de un pastel enorme y rojo donde se podía leer:

Darling y Kuki

Quinto Aniversario

—Mira de la que nos hemos librado. —Grieg señaló hacia la puerta interior del cementerio.

Una caterva de extrañas criaturas, envueltas por la niebla, con un hombre que iba vestido de guardián al frente, salió en tropel al exterior del recinto dirigiéndose hacia la puerta de la verja que daba acceso al exterior.

Hacia la Via Icaria.

Inequívocamente buscaban a alguien, enloquecidos de ira, clamando a los infiernos venganza. El que capitaneaba el grupo esgrimía una gran llave inglesa en una mano y la cabeza de una «linda muchacha» en la otra.

La imagen en su conjunto formaba un cuadro surrealista.

Catherine y Grieg sabían perfectamente a quiénes buscaban.

—Si cuando llegamos al cementerio, hace tres cuartos de hora, y sin saber nada, vemos salir corriendo a esos «zombis» gritando de esa manera y con ese «guardián enamorado» que lleva la cabeza en la mano, nos morimos de miedo —comentó Grieg.

—O de risa —repuso Catherine.

Gabriel Grieg no esperó a ver cómo la horda salía más allá de la verja para buscarlos por las calles. Puso la primera marcha en la moto y se alejaron rápidamente de allí, Via Icaria abajo.

17

La iglesia Just i Pastor era el enclave de la ciudad hacia donde Gabriel Grieg y Catherine se dirigían. Situada sobre el solar donde fueron sacrificados los primeros mártires cristianos que tuvo la ciudad, bajo sus cimientos se cree que construyeron galerías para ocultarse durante la dominación romana. Los restos de aquellas catacumbas todavía perduran en los arcaicos cimientos de la iglesia y bajo la plaza que lleva el mismo nombre que la iglesia.

Fundada por Ludovico Pío, hijo de Carlomagno, la iglesia posee varios privilegios otorgados por él: el Juramento de los Caballeros, acto previo a las justas, torneos y desafíos que tenían lugar normalmente en el Passeig del Born. Los combatientes juraban ante el altar de San Félix no emplear malas artes, armas envenenadas o amuletos de magia negra. Otro privilegio especial, puede decirse casi exclusivo, que tiene esta iglesia es el
Recognoverunt Proceres,
o «testamento sacramental»: si un moribundo dicta sus últimas voluntades a un testigo y éste, antes de que hayan transcurrido seis meses, acude acompañado de un notario y jura ante el altar de San Félix la veracidad de la última voluntad del finado, el testamento adquiere validez legal.

Gabriel Grieg conocía bien, por razones de su trabajo, la historia y privilegios de la antigua iglesia que tenía delante de sus ojos. No le reconfortó, como en tantas otras ocasiones, ver la belleza equilibrada y sobria de su fachada principal y de su única torre semioctogonal que se elevaba entre la niebla.

—¿Ésta es la iglesia que mencionaste en el cementerio? —preguntó Catherine, que descendió de la Harley-Davidson, se quitó el casco y se alisó con las dos manos el cabello.

—Sí, Just i Pastor. La antigua catedral de Barcelona —respondió Grieg junto a la fuente de las tres cabezas, e introdujo la moto hasta el fondo de una estrechísima callejuela.

—¿Por qué escondes la Harley?

—Ahí dentro —Gabriel Grieg señaló la iglesia con el índice—, hay un tipo que sabe que es mía. Si la ve, deducirá al instante que estoy aquí.

—Sería conveniente que me explicases eso —sugirió, preocupada, Catherine.

En el campanario de la catedral repicaron los cuartos. Eran las cuatro y quince minutos de la madrugada. El tiempo no jugaba en su contra, de momento, pero a partir de las ocho de la mañana llegaría el párroco de la iglesia y no podrían moverse con libertad en su interior. «Tengo que encontrar el modo de introducirnos en la iglesia», pensó Grieg corroborando lo que ya sabía de antemano: sus puertas tenían un palmo de espesor, y sus rejas, el diámetro de grandes cirios.

—¿Adónde vas? —preguntó Catherine, intrigada al observar que Grieg descendía por una calle estrecha y maloliente—. A la iglesia Just i Pastor se va por ahí.

—Lo sé —dijo Grieg, seguido de Catherine, que puso cara de repugnancia a causa del hediondo olor a orines que había en el callejón—. Antes de entrar en la iglesia, debemos establecer un plan, porque no va a ser fácil.

—Contaba con ello —susurró Catherine, que contuvo la respiración.

—Catherine, ¡escúchame bien! —Grieg se detuvo en seco bajo el puente de la calle y la miró fijamente a los ojos—. Quiero que sepas una cosa: nos disponemos a hacer algo ilegal. Nuestras vidas volverán a correr peligro. En esta ocasión no nos salvaremos descuartizando una muñeca, de eso puedes estar completamente segura.

Catherine asintió con la cabeza.

Hubiese sido capaz de darle la razón a Grieg, aunque le hubiese dicho que la Tierra era cuadrada, con tal de no respirar aquel aire nauseabundo.

—Conozco perfectamente a la persona que se hace cargo de la parroquia durante la noche, y es un tipo muy… inquietante —le previno Grieg, en tanto el aire fresco volvía a llenar sus pulmones.

Cuando salieron a la calle de Jaume I ascendieron en dirección a la Plaça de Sant Jaume.

—¿Inquietante? —Catherine aminoró el paso—. ¿No dices que está a cargo de la parroquia?

—No es eso exactamente. Pernocta durante la noche y se encarga de hacer los trabajos de mantenimiento y limpieza por el día. Es un tipejo malvado. Muy malvado. Es conveniente mantenerse lo más alejado posible de él. No me gusta nada, lo que se dice nada. —A Grieg mientras hablaba le pareció que empezaba a llover—. Creo que es sobrino del antiguo párroco, que ya falleció. Lo adoptó por pura lástima y le ha dado más de un quebradero de cabeza al actual sacerdote. Se pasa el día intrigando… Debemos tener mucho cuidado con él.

Cuando llegaron a la Plaça de Sant Jaume tuvieron la impresión de ver ascender, de su mismo centro, un doble geiser envuelto en la niebla. Varios empleados limpiaban las pulidas losas de piedra de la plaza con dos enormes mangueras. Catherine empezó a correr para refugiarse de la lluvia artificial.

—¿Cómo sabes tanto acerca de ese tipo? —Catherine se había detenido en la entrada de la calle Paradís para formular la pregunta.

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